martes, 9 de abril de 2013

"Fiel a la Iglesia católica, pese a todo: pese a mis muchos pecados y tentaciones, pese a los de la propia Iglesia (LXIV)"



De todas formas, José María Castillo, el papa Francisco, aparte de esos gestos de sencillez, modestia, austera espiritualidad, simplificación litúrgica y de ornamentos (ciertamente, como bien reconocemos tú mismo en este artículo de Atrio, distinguido teólogo que eres, José María Castillo, en general muy poco valorados y hasta muy mal vistos por los más tradicionalistas, tridentinos y lefevrianos), se ha pronunciado claramente sobre la realidad del pecado, tan presente en nuestro mundo. Frente al pecado, el Papa está ofreciendo, en sus predicaciones, en sus homilías, en sus catequesis, la vía del arrepentimiento y el perdón. 

Y ha hablado incluso, durante la pasada Semana Santa, de la necesidad de mantener abiertas las iglesias y encendidas las luces de los confesionarios, para estimular a que la gente se confiese. (Al parecer, según testimonios de algunas estadísticas urgentemente hechas, según el testimonio personal de algunos sacerdotes italianos sobre todo, ha aumentado significativamente el número de “penitentes” o confesantes en esta recién pasada Semana Santa.)

Asimismo, el papa Francisco ha advertido sobre los peligros que para la fe comporta el pactar con lo mundano, porque mundanizar la fe, sostiene el Papa, conlleva el riesgo de apostatar, de enfriar la fe, de volver sosa la sal capaz de salar el mundo. En este sentido y no al margen de ese gesto de lavar los pies a dos chicas en la misa del pasado Jueves Santo, una de ellas al parecer musulmana, el papa Francisco se ha manifestado como exquisitamente cristológico y eclesial, perfectamente en sintonía con lo mejor de la Tradición de la Iglesia. Hasta el extremo de que en una de sus catequesis quiso recordarnos que la Resurrección es un hecho histórico.

Por último, por más que pueda reputarse de aseveración “políticamente incorrecta” el papa Francisco no ha dudado en señalar la presencia del Maligno, también llamado Demonio, Satanás, o Inicuo, en el mundo y hasta en la Iglesia universal, obrando en la Iglesia universal.

Desde luego, lo que ha dicho en apenas un mes de pontificado es todo un programa de vida cristiana, de renovación de la Iglesia, de reforma personal y comunitaria eclesial, en la línea de continuar con lo mejor de la gran Tradición de la Iglesia.



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