Hasta la fecha, el papa Francisco que conocemos (Francisco de Roma, según reza el artículo o post de Leonardo Boff "De FRancisco de Asís a Francisco de Roma") se ha manifestado empeñado en ofrecer la imagen y el sentido de “una religión esencial, sin adornos”, dicho a la manera de unas declaraciones recientes del cardenal norteamericano Timothy Dolan, otro de los “papables” en el cónclave último del que salió elegido nuestro Francisco I o de Roma, según el artículo de Boff. Esta sensibilidad del nuevo Papa por la sencillez en las formas, por lo austero, lo humilde al menos de apariencia, lo espiritual sencillo y franciscano, y en general por romper con prácticas seculares de pompa y boato, incluso prescindiendo de ciertas rúbricas litúrgicas que seguro el propio Papa no considera esenciales, está generando cierta reacción proveniente de sectores católicos muy conservadores, muy tradicionalistas de derechas. Pero solo lo apunto: no entro a pormenorizar sobre este asunto.
Fuera papamóvil, fuera residencia en palacio vaticano (en el Vaticano, el Papa sigue sin trasladarse de la residencia Santa Marta al Palacio...), fuera algunas formas protocolarias, fuera imagen papal revestida de inasequible poder, fuera medievales ropajes litúrgicos… Vale: al menos yo -igual por deformación teológica, por falta de celo católico, o por lo que sea-, todo esto del papa Francisco lo recibo con contento, con satisfacción, con esperanza, con respeto y con decidida voluntad de serle fiel al sucesor de Pedro: la esencia del Evangelio, su nervio constitutivo, no son las formas, sino el compromiso por el Reino, por las Bienaventuranzas. No para que “cualquier forma chabacana o chapucera” valga, no, sino más bien para resituar el problema en su justa dimensión. Porque a Dios nos figuramos que agrada la belleza litúrgica, ciertamente, pero más agrada que se dé de comer al hambriento, de beber al sediento, que se vista al desnudo, que se visite al preso o al enfermo…
Con todo, el papa Francisco que conocemos, al menos hasta la fecha, es el mismo que el pasado Viernes Santo exhortó al grupo de sacerdotes con los que compartió mesa, a dejar abiertas las puertas de las iglesias y encendida la luz de los confesionarios; así, igual la gente se anima a entrar, y a confesarse incluso. Asimismo, aunque sensible con el diálogo interreligioso y capaz de lavar los pies de una joven musulmana en el lavatorio de la pasada misa del Jueves Santo, papa Francisco hasta la fecha se ha manifestado como exquisita y muy ortodoxamente cristocéntrico; y desde esta ubicación, fiel a la Iglesia.
Además o por otra parte, ya en su etapa de cardenal de Buenos Aires calificó de “obra de Satanás” la ley que en Argentina regula los derechos de los homosexuales a contraer matrimonio. Que se sepa, el papa Francisco sigue siendo fiel a la doctrina al respecto de la Iglesia católica, la cual sigue considerando que las relaciones homosexuales no pueden merecer reconocimiento moral alguno, no así las personas homosexuales, que merecen máximo respeto. De manera que no se ha cortado un pelo a la hora de hacer suya la expresión “dictadura del relativismo”, tan cara al pontificado de su antecesor Benedicto XVI, sin duda un papa más preocupado por las formas, por lo litúrgico y solemne. Como tampoco se ha cortado un pelo, por muy políticamente incorrecta que pueda considerarse esa opinión suya que diré, a la hora de hablar del Demonio, el Maligno, Satanás, esto es, el Inicuo presente en este mundo decadente, neopagano, materialista, pansexualista y lleno de división, guerras y odios. En este sentido, no parece que vaya a rechazar ni una coma de la doctrina de la Iglesia católica sobre el aborto, la familia, el respeto a la vida, la eutanasia, la contracepción… Y estas son las ideas de un papa como Francisco empeñado en promover el compromiso de los cristianos por la solidaridad y la justicia.
En el corazón de su hasta el momento brevísimo pontificado, ya está siendo clara su invitación a que los católicos coloquemos en el centro de nuestras vidas la experiencia de la Cruz de Cristo, y no precisamente las juergas hedonistas. Y es justamente desde esa invitación a tomar la Cruz de Cristo desde donde, por lo menos hasta la fecha -aunque reconozco que es muy poco el tiempo transcurrido-, no se ha manifestado como antiopus, antikiko, anticomunión y liberación… Cierto que los de Marcel Lefevbre no deben estar precisamente muy contentos con el nuevo Papa, pero no habría que olvidar que los seguidores del cismático obispo Francés no son miembros de la Iglesia católica en plena comunión con esta.
O al menos así es como lo veo yo.