“La frase ‘Padre, por qué me has abandonado’ tiene un sentido claro, y más cuando está Jesús a punto de morir torturado y asesinado por querer traer el Reino de los pobres” (…)
Esto es algo que afirmas en tu último comentario, Javier; sin embargo, como ya adelanté en uno mío en respuesta a alguno tuyo, la exégesis común o consensuada de la Ecumene, se entiende que cristiana, afirma que esa imprecación de Jesús en la cruz, en El Gólgota, Jesús en plena agonía, no expresa esa desesperación que tú señalas, esa pérdida de la fe en Dios y en su propia misión mesiánica. Sin duda, es una imprecación tremenda, angustiosa, mortalmente angustiosa, que parece desesperada, gravísima, pero no es expresión de ateísmo y de desesperación sin remedio, irredenta. Y es esta la explicación en la que yo sigo creyendo.
Es más: los estudiosos están de acuerdo en señalar que se trata del primer verso del salmo 22, muy conocido de todo el Salterio, muy estudiado y rezado, invocado por el pueblo de Israel desde siempre, y obviamente muy conocido por el propio Jesús.
El papa Francisco es original en formas y gestos, es humilde y austero, espiritual y da muestras, de palabra y de obra, de estar muy sensibilizado con la causa de los pobres (por todo ello y por más, bendito sea Dios y bienvenido el papa Francisco): sin embargo, el papa Francisco está pastoreando una Iglesia universal que él recibe de su antecesor Benedicto XVI y este a a su vez recibió de Juan Pablo II y este… Mas en todo caso, ningún papa se “inventa” la fe, la saca de la chistera de su originalidad; cierto que cada uno imprime su sello, pone el acento en tal o cual aspecto del depósito de la fe, pero no se inventan una Iglesia a su gusto.
Y por último, en lo tocante al número 847 del Catecismo de la Iglesia Católica, que tú citas, Javier, cito por mi parte: “Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero con corazón sincero buscan a Dios e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de los que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna”.
Cierto que la cita se refiere a los creyentes que no conocen a Cristo ni a su Iglesia, no a ateos o a agnósticoso resto de toda clase de librepensadores. Sin embargo, la liturgia de la Iglesia universal se acuerda de agnósticos, ateos y librepensadores de toda clase en la oración de los fieles en la Vigilia Pascual. Y tiene palabras de esperanza para estos: “Recemos también por los que no creen en Dios, en Jesucristo ni en su Iglesia, para que, de alguna manera misteriosamente iluminados por Dios en fidelidad a la propia conciencia, alcancen también la salvación”, etcétera.
Sin embargo, Javier Renobales, la Iglesia católica está conformada por pecadores, circunstancia que yo mismo he reconocido por activa y por pasiva aquí mismo en Atrio. Hasta el extremo de que una cosa o un plano en efecto es la teoría, la doctrina, el ideal, el testimonio de vida de tantos miles y miles de santos, santas, mártires y confesores de la fe, y otra, la triste realidad de una institución a menudo hipócrita, mundana, nepotista, llena de arrivistas, trepas, vividores, burócratas y enchufados; y que a mí mismo, como he tenido ocasión de confesar en Atrio -con el efecto de ya aburrir, con la cita de mis cuitas, al personal que me lee-, me ha jodido mucho mucho la vida, con lo cual que me ha pasado he pasado a estar convencido de que el gran error de mi vida, a enorme distancia del segundo, fue el que cometí entre los años 2001 y 2002. Un error que fue cuatro errores juntos, cuatro errores en uno, como fases de un mismo movimiento: a) renunciar al amor de una chica que me quería (feminista y a la vez muy femenina, excelente profesional, ya funcionaria a los 28 años, deseosa de ser esposa y madre…) b) renunciar a mi trabajo de profesor de Secundaria c) autoexcluirme de las listas de la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias (quemar las naves por idealista y por gilipollas) d) ingresar en el Seminario Diocesano de Canarias.
Casi 12 años después de aquella toma de decisiones fatal para mi vida posterior, y salvo los tres años de permanencia en el Seminario -que son como una burbuja, como vivir en una burbuja- y el año de transición posterior, del 2004 al 2005 -en que trabajé brevemente en una cárcel de menores, en la que conocí a dos chicos que estaban en ella por delitos de sangre-, he transitado por ocho años últimos de mi vida que han sido, con diferencia, los peores de mi existencia, sin comparación alguna con otros períodos de mi vida anteriores. Y han sido los peores no solamente por mi impericia, por la crisis que nos golpea y angustia, o porque no haya sabido ser lo suficientemente audaz, metódico y hasta arriesgado en la toma de ciertas decisiones, sino que han sido así y siguen siendo así en no poca medida por lo que yo llamo hipocresía eclesiástica: porque los responsables de la Diócesis de Canarias, los muy hipócritas, a los que insistentemente he pedido ayuda, comprensión, auxilio, SOS, algo humano -en vista de mi trayectoria, de mi formación, de mis renuncias en su momento, de mi identificación pese a todo con el Magisterio, oh ingenuo de mí, oh infelice-, miserablemente han pasado de mí, no han querido saber nada de mí, me han dicho un “Ahí te pudras, botarate”.
Hasta el extremo la cosa de que ni tú, Javier, con todo lo crítico que eres con la Iglesia católica -y yo, créeme, aprendo no poco de tus críticas, o eso me creo-, ni imaginarte puedes el sentimiento de rabia contenida que experimento ante la sola visión de esos eclesiásticos hipócritas que conmigo se han portado como auténticos Pilatos, lavándose las manos, o sea, desentendiéndose totalmente de mis justas reivindicaciones. Con decirte que lo mínimo que pienso de los tales es que son tan ruines, o que lo han sido conmigo, que no merece la pena que yo me ocupe de ellos. Aunque ulteriormente los muy hipócritas me vengan replicando con que he de perdonar…
Nada más. Saludos.
Postdata:
Como ves, Javier, sigo creyendo en la fe de la Iglesia católica, por más que estoy convencidísimo de que del retraso de lustros que sufre actualmente mi vida (en lo profesional, lo afectivo, lo económico…), tienen no poca culpa los hipócritas eclesiásticos que miserablemente han pasado de mí desde hace ya ocho o nueve años: oídos sordos y entrañas duras a todos mis ruegos y reclamaciones. A todos. Mientras, esto sí, hacen campañas para “reclutar” alumnos y alumnas para las clases de Religión católica en la escuela pública, para cuya docencia suele colocar, el obispo de turno, por enchufe, y no por la calidad docente, militante o testimonial del profesor o profesora de turno -salvo loables excepciones, que yo también conozco-.
Y esta es también la Iglesia católica que tenemos, Javier Renobales: nepotismo y burocratismo antimilitante por un tubo, a granel. Como comprenderás, ningún “favor” profesional puedo esperar ya de una institución a la que me permito criticar en sus enormes hipocresías e incoherencias.
2 comentarios:
Tienes muchos motivos para estar resentido y a la vez mucha fe por perseverar en ella a pesar de las frustraciones, sé de personas que por mucho menos se han alejado de la iglesia y de Cristo.Yo confieso que también estoy muy resentida por motivos laborales también y si lo estoy es porque los que me hicieron la gran faena son de mi familia.............de haber sido extraños a mí no me hubiera dolido tanto.Gracias a Dios he sabido salir adelante aunque con cantidad de dificultades y me siento orgullosa pero al igual que tú siempre que puedo me desahogo o bien con algún poema o con pps todos referentes al trabajo.Mi último desahogo fue el poema del día de la mujer trabajadora que publiqué en mi blog y aunque no lo parezca se refiere a mi experiencia, solo las personas más amigas y que me conocen bien se dieron cuenta.Saludos
Yo creo que leí en su momento ese poema, puede que hiciera algún comentario al respecto -no recuerdo bien-, aunque por no conocer tu biografía no recuerdo haberlo comprendido hasta ese extremo, me parece recordar.
Gracias por tu cercanía y tus comentarios. Creo que, aunque soy muy pesado con estas cuitas mías -lo reconozco, nadie es perfecto-, tú me comprendes por qué has sufrido tú misma injusticias parecidas. Y sabes lo jodido que es.
Buen sábado.
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