La lectura de este artículo de Celso Alcaina titulado “Giordano Bruno, ‘aggiornamento' y nuevo paradigma”, me lleva a plantearme en voz alta lo siguiente: ¿Cuáles pueden ser las causas o razones de que, secularmente (largos siglos tras siglos), las autoridades de la Iglesia católica hayan juzgado tan duramente la libertad de pensamiento, de conciencia, de reunión, de expresión, de amor…?
Yo, que no me caracterizo por defender un pensamiento heterodoxo al uso, sin embargo me escandalizo ante la evidencia de que en muchos ámbitos de la Iglesia universal sigue siendo abismal la distancia entre lo que propone el Evangelio y lo que de hecho se hace, se dictamina, se acata, se propone, se justifica…
Hasta el extremo de que a menudo me pregunto por qué sigue siendo así. Pues de hecho, en la vida cotidiana del común de los mortales, las contradicciones entre el obrar y el decir no son o parecen tan declaradas, tan drásticas, pues el común de los mortales no participa de ese alto idealismo del que sí, al menos en la teoría, han de participar los católicos; y como es bien sabido que de la teoría a los hechos suele mediar un muy largo trecho…
Dicho con otras palabras: muchas personas que no van “de buenas” por la vida, y que por ende viven según una conducta no muy honrada, no especialmente caritativa y misericordiosa, al menos “no engañan” a nadie, pues son lo que son, como son, sin pretender evangelizar, catequizar, sin pasar por modélicos en conducta. Mientras que no pocos que van de católicos, siempre con las alforjas para el camino de la vida llenas de buenas intenciones, de una excelente teoría (la del Evangelio precisamente), como en la práctica son “malos como la carne de pescuezo”, escandalizan más que los que, sin pretender dar lecciones de excelsa moralidad al resto de la ciudadanía, pesan por la vida como mejor pueden o saben.
En fin, no sé bien, pero ahí quedan estos apuntes.