Javier Renobales:
Buenos días. Me quedo con tu “Me piro al monte, a caminar por la nieve todo el día, si el cuerpo aguanta, a encontrarme con la madre naturaleza, y olvidarme un poco de tanta farsa”. El subrayado es mío sobre tu texto. Y lo subrayo porque te refieres a la farsa de la Iglesia católica.
Sabes que discrepo de ti en la valoración “global” de la Iglesia universal, en la fidelidad al Magisterio -que a ti te chirría-, en definitiva, en el meollo mismo del misterio de la fe. También, como consecuencia de todo lo anterior discrepo en esto: estoy convencido de que un número considerable de católicos, cuya cifra exacta solo puede conocer Dios, va por la vida y por la Iglesia católica de manera entusiasta, honesta, servicial, solidaria, justa, fraterna, idealista, auténtica. Y sin embargo, a lo que iba: mucho en la Iglesia católica actual parece en efecto mera apariencia, teatro, farsa, repetición mecánica de gestos, rúbricas, ritos… Y según mi diagnóstico y sensibilidad, presidido todo por la hipocresía.
Los lectores y foristas de Atrio reconozco que deben estar echando pestes conmigo porque de forma reiterada, acaso obsesiva, confieso en este portal mis cuitas y desencuentros con la Iglesia católica, de la que empero me sigo considerando hijo, más o menos pródigo. Pero el caso es que expongo todo ese rollo porque mi herida sigue sangrando y porque estoy de acuerdo contigo en esto, Javier: muchas movidas e iniciativas y actuaciones y actitudes eclesiásticas son tremendamente falsas.
A nadie más que a mí le importa tanto esto que diré una vez más, pero es que es así, es una verdad como un templo: a las autoridades eclesiásticas a las que he pedido durante 9 años de mi vida una ayuda, un SOS, un palabra de auxilio, apoyo, consuelo, habiendo obtenido solo indiferencia, rechazo, difamación y desprecio, les importa un bledo mi vida, mi suerte o no suerte en la vida, mi éxito o fracaso en la vida. Desde luego, es lo que me han demostrado con su actitud.
Pues bien: yendo más allá de mi experiencia personal siempre sangrante, supurante, conozco otros varios casos similares o aun más graves: personas verdaderamente “machacadas” por el rigor hipócrita de una institución que a menudo parece más atenta a sus muchos entendimientos con los intereses mundanos que atenta a la fidelidad debida al Evangelio, en el que se nos cuenta que Jesús trataba de amar a todas las personas que venían a él, trataba de consolarlas, curarlas, rehabilitarlas.
Muy al contrario de eso que hacía Jesús de Nazaret según los Evangelios, las autoridades de la Iglesia católica (preferentemente las de mi diócesis de origen, pero también de otras diócesis españolas: como que un conocido mío un poco “hiperbólico o alucinado” me asegura que desde la Diócesis de Canarias han notificado al resto de diócesis españolas que a mí, ni agua; me parece demasiado maquiavélico que haya podido ser así, pero cualquiera sabe si… ) a las que insistentemente he pedido ayuda para “rehacer lo maltrecho de mi vida”, luego de mi paso por el Seminario y de mis entiendo que generosas renuncias por la causa, han pasado olímpicamente de mí. A lo cual llamo yo hipocresía.
Por eso mismo creo que nada sustancial va a cambiar con el papa Francisco, con independencia de que él desee reformar la Iglesia e impulsar la nueva evangelización, que seguro que sí lo desea de buena fe, de “buena onda”, que dicen en Hispanoamérica.
Nada más, buen día de campo. (Los foristas y lectores de Atrio acabarán hartos de mí, si no lo están ya: de nuevo rumio mis cuitas con la Iglesia.)