Porque el problema en la Iglesia católica es, más allá de este Papa -que sea bueno o malo, o como sea, o lo que haya sido como cardenal y lo que finalmente venga a ser como vicario de Cristo-, la espantosa crisis de fe que sufre: toda militancia es suplantada por la más cancerosa de las burocracias. Y más allá del júbilo y de la celebración de la llegada del papa Bergoglio, la mayoría de los que lo vitorean estoy seguro de que pasan de la doctrina de la Iglesia, sobre todo en materia de sexualidad humana, incluidos los que se ganan la vida gracias a ella en la docencia, la sanidad, los servicios sociales...
Esto es lo patético de la Iglesia. Lo escandaloso. lo miserable clericanallesco. Y el Papa actual, aunque lo quiera cambiar -que puede que lo quiera cambiar, solo DIOS conoce...-, no lo va a poder cambiar él solo, por sí solo, por más que sí pueda contribuir a poner las bases y las líneas maestras para esas necesarias reformas eclesiales.
Entonces, ya esperanza de cambios verdaderos en la Iglesia me quedan pocas, la verdad. Cambiar mi vida, sí, tratar de ser más justo, noble, auténtico, evangélico y honesto, pero me temo que de la institución eclesial, de podrida que está, poco se puede esperar realmente.
Como que para mí es un permanente dolor: a estas alturas de mi vida, no tengo ya duda alguna de que yo soy un militante cristiano puteado por la Iglesia (me refiero, obviamente, sobre todo a la Diócesis de Canarias), en tanto una abrumadura mayoría de trepas, progres mundanizantes, figurones antimilitantes, desencarnados, arrivistas y meros enchufados viven de la Iglesia católica, sin servir al Reino ni a la Iglesia.