lunes, 19 de febrero de 2018

                         "El alcance de la verdad"



Por más difícil de creer que parezca, hay voces que acusan de masón nada más y nada menos que al papa Pío IX, también llamado Pío Nono (1792-1878), último soberano efímero de los Estados Pontificios. Este sucesor del apóstol Pedro, cuya silla ocupó durante 31 años y 8 meses (el segundo pontificado más largo en la historia de la Iglesia si se acepta como el más longevo el fundacional del apóstol Pedro, de cuya exacta duración  no obstante no hay  total certeza), que convocó el Concilio Vaticano I (en el mismo, se acabó proclamando el dogma de la infalibilidad papal, contra el parecer de ilustres eclesiásticos de la talla del beato cardenal John Henry Newman, converso del anglicanismo), que declaró  asimismo el dogma de la Inmaculada Concepción, y que aún tuvo tiempo de promulgar el controvertido Syllabus Erroroum mediante el cual el Papa condenaba los que consideraba errores del liberalismo moderno: el  panteísmo, el naturalismo, el socialismo, el comunismo, el racionalismo, el indiferentismo, la democracia libertad, la libertad de conciencia, los estados laicos, el biblismo...


Es sobradamente conocida la controversia sobre la intención que desde hace más de un siglo tiene la masonería de infiltrar la Iglesia; de hecho, no faltan analistas y estudiosos de estos asuntos que sin asomo de duda afirman que la Iglesia ya ha sido infiltrada por la masonería. O lo que es lo mismo: basta acudir a no pocos sitios tradicionalistas en Internet (lefebvristas y sedevacantistas) para encontrarse con tesis como que el mismo Concilio Vaticano II no fue sino una maniobra de esa referida infiltración masónica de la Iglesia, que no en vano sus pontífices impulsores (Juan XXIII y Pablo VI) también son acusados de masones en esos sitios de tradicionalismo extremista.


Y cardenales del Concilio (el jesuita y eminente biblista alemán Augustin Bea, por ejemplo, entre otros, una de las mentes gestoras de importantes documentos del Vaticano II) y del postconcilio, por ejemplo, el también jesuita y cardenal italiano Carlo Maria Martini, fallecido hace unos años (1927-2012). Martini, también eminente biblista, arzobispo de la diócesis de Milán y rector de la Gregoriana y sin duda el gran referente cardenalicio para la progresía católica (el papa en la sombra), hoy sabemos que formó parte de la llamada Mafia de San Gallo, grupo que incluyó a prelados como Walter Kasper y Karl Lehmann, alemanes, o como el belga Godofredo Danneels, aún vivos. Esta mafia deseó tramar contra Joseph Ratzinger, para impedir su subida a la cátedra de Pedro, y empero una vez ocurrida esta y pasar a ser Ratzinger Benedicto XVI, siguieron tramando contra él, haciéndole la vida imposible, vamos, dicho en la lengua de Sancho Panza, so pretexto de reformar la Iglesia en claves liberales colocando en la silla de Pedro a un candidato liberal y reformista, complaciente con la masonería, esto es, ¿Jorge Mario Bergoglio como papa Francisco?Image result for mariamartini


Sin embargo, cuando hace casi nueve años yo publicaba una nota en una bitácora católica, no sabía de la existencia de la Mafia de San Gallo, pero sí que me parecía entender que no era justo criticar, juzgar y condenar sumarísimamente al cardenal Martini, considerándolo poco menos que un masón infiltrado en la Iglesia, un enemigo de Cristo y de su Esposa empeñado en destruirla. No. Y por esto escribí la breve reflexión que, casi nueve años después de haberla colgado en cierta bitácora católica, incluyo en este mi blog, pues -modestia o inmodestia aparte- no me parece del todo superflua. Yo mismo discrepaba y discrepo de esas ideas liberales contrarias al Magisterio (así, sus críticas a la Humanae Vitae de Pablo VI), que el ilustre cardenal fue dejando aflorar, sobre todo hacia el final de su vida,  a través de declaraciones y entrevistas y encuentros conversacionales con amigos y colaboradores. Porque no me gusta la sentencia propia de mentalidades integristas que juzga y sentencia que una persona es ya irremisiblemente mala si en algún momento de su vida en efecto tal persona defiende ideas o doctrinas tenidas por heterodoxas, olvidando en tal proceso de crítica, juicio y condena todo cuanto de noble, positivo, bello, verdadero, loable y rectamente católico la persona puesta en solfa haya podido realizar, en este caso que nos ocupa por Cristo y por su Iglesia, en otras fases de su vida. La voy a copiar con un modelo de letra distinto, para así diferenciarla del resto del texto de esta entrada.     
 
 
 
 
Permítanme que arrime el ascua a mi sardina: dice mucho de ustedes, de verdad (esto no quiere ser adulación barata), que a personas como yo que no comulgamos del todo con el tradicionalismo nos publiquen nuestras observaciones en este blog; ya he tenido ocasión de recordar que otras publicaciones digitales, con harta fama de progresistas, comunitaristas y democráticas y que se las dan de más cristianas que cualesquiera otras, ni te contestan cuando les envías algo. Ni te contestan. Así que nunca ponderaré lo suficiente la posibilidad de salir a la luz desde esta ventana que nos convoca.


Por lo que respecta al cardenal Carlo Maria Martini, considero que la controversia puede que haya llegado a un cierto callejón sin salida, a una situación lo que se dice "bizantina". En lo que sí no dudaría es en insistir en el hecho de que detrás de toda esa presunta o no tan presunta hojarasca teológica presente en las obras del ilustre biblista jesuita italiano, a mí al menos me es posible seguir detectando el rostro del Nazareno; vale que de una manera tortuosa, heterodoxa, arriesgada, pero no menos real.


El gran poeta zamorano León Felipe sentencia en un breve poema suyo, en apariencia sencillo, profético, de aliento bíblico, aliento bíblico que recorre toda su obra: "Nadie fue ayer/ ni irá a mañana a Dios/ por este mismo camino/ por el que yo voy./Para cada hombre guarda un camino nuevo Dios/ y un rayo de luz el sol". Lo cual quiere significar, al menos a mi juicio hermenéutico, que cada persona es absolutamente irrepetible a los ojos de Dios, y aun a los del mundo. Y que aunque bien cierto es que existe la verdad revelada (Jesucristo es el camino, la verdad y la vida, nos enseña el evangelista san Juan), no todas las personas llegan a la meta de esa misma verdad por los mismos vericuetos, dudas, experiencias, búsquedas y esfuerzos, etcétera.


Por lo demás, no dejo de reconocer que algunas -o si quieren ustedes, bastantes- de las propuestas de reforma doctrinal abanderadas por el cardenal italiano pueden resultar en efecto chocantes, chirriantes, y desde luego, alejadas de la deseada y requerida unidad con la doctrina magisterial. También me temo que pueden desorientar a muchos más que orientar o ayudar a cimentar la fe. Sin embargo, miren por dónde a mí no me resultan tan lesivas, creo (toquemos madera al respecto, no sea que me queme, por estar jugando con fuego en asuntos tan graves). Puede ser que en mi trayectoria personal, espiritual e ideológica me haya acostumbrado a permanecer en el diálogo con los heterodoxos desde la perspectiva de la doctrina católica: no creyentes religiosos, cristianos de otras confesiones, autores ateos, autores libertarios, poetas de la disidencia moral y la bohemia más o menos antisistema... Y desde luego, puede que esas lecturas heterodoxas hayan fermentado en mí hasta convertirse en una especie de "alter ego" que pesa lo suyo, de una parte, en mi cierta y confesa admiración hacia esos autores en nada o muy poco católicos, y de otra, en una cierta y asimismo confesa crítica hacia posicionamientos doctrinales, espirituales y litúrgicos en principio católicos pero, siempre a mi juicio, claro, en verdad distantes del meollo del Evangelio, cuyo corazón -permítanme ustedes- no es tanto la reivindicación de una liturgia excelente cuanto la opción por las víctimas de la historia, por los excluidos, por los empobrecidos...


Con lo último afirmado no quiero dar a entender, en modo alguno, que el culto en la Iglesia católica no sea importante (recordemos el clásico lex credendi, lex orandi), en modo alguno quisiera dar a entender que afirmo tal cosa; lo que sí pretendo es poner de relieve que existe una jerarquía de verdades teológicas, y en esa jerarquía de verdades teológicas la solidaridad y la lucha por la justicia deben ocupar un primerísimo lugar en la vida de todo cristiano; y más aun si cabe en la de todo fiel católico que se precie, emnpezando por la mía propia, permanentemente necesitada que está de conversión a Cristo, a su Iglesia y a los pobres.


Volviendo al cardenal Carlo Maria Martini, insisto en considerar que su pensamiento teológico a mí me ayuda a crecer en la fe; lamento que a otros fieles católicos pueda por el contrario desorientar; no se me esconde que como cardenal de la Iglesia su responsabilidad es grande, soberana, pues no en vano es sucesor de los Apóstoles y, en esa condición suya de sucesor de los Apóstoles, asimismo se ha convertido, queriéndolo él o sin quererlo (solamente Dios conoce bien este particular; los hombres y mujeres no pasamos de hacer especulaciones a través de espejos, parafraseando aquí a san Pablo), en una figura mediática, cierto, con lo cual su pensamiento sí que tiene un alcance mundial nada despreciable.


En fin, que no sé si llegados a este punto tiene mucha razón de ser el continuar con tal controversia. Sea como sea, lo que sí deseo, ya para finalizar, es volver a recordarles mi agradecimiento por dejarme participar con mis comentarios en este foro, pues repito que habla muy bien de la capacidad de ustedes de al menos querer acoger al otro, de acoger incluso al que piensa y cree de manera algo diferenciada.


Créanme si les digo que no es nada frecuente encontrar posibilidades así en plataformas internéticas; por ejemplo, en publicaciones digitales que se tienen por muy cristianas y progresistas, en las que ni te contestan a tus envíos: nada de nada, se limitan a asar de ti. Ya he adelantado sobre esto. En una estrategia que, salvo honrosas excepciones, al menos a mí lo que me comunica es que las comunidades cristianas que están detrás de esas plataformas internéticas están más muertas que vivas, más desangeladas que entusiasmadas por el anuncio del Reino en comunión con la fe de la Iglesia. Mi experiencia personal al respecto de lo que aquí seguimos me comunica más de lo mismo.
 
15/09/09 10:39 AM


28 de febrero, 2018. Luis Henríquez Lorenzo: profesor de Humanidades, escritor, educador, bloguero, militante social.
 
"Pedro Vallina, Isaac Puente, doctor Queralto..."

 
 
He vuelto a leer en esta tan benemérita bitácora llamada Infocatólica algunos artículos, algunos comentarios de los blogs... Por mi cuenta y riesgo quisiera formular varios comentarios de mi cosecha o autoría, que no sé si verán la luz de la publicación, no sin antes agradecerles que me hayan publicado algunas otras notas y reflexiones en este sitio internáutico (el gesto les honra; otras publicaciones católicas que se tienen por muy progresistas ni te contestan cuando les mandas algún escrito...) para mí de notable interés, por más que no siempre creo estar de acuerdo de quilla a perilla con todos y cada uno de sus artículos. Si esto es ofensivo, disculpas: mi propósito, huelga aclararlo, no es ofender sino invitar al diálogo, a la búsqueda común de la verdad, que siempre será sinfónica, parafraseando el título de una obra de H. U. von Balthasar..
 
 
No obstante, no puedo dejar de recordar aquí y ahora que de manera a mi juicio injusta se metieron brava y encendidamente con un escrito de mi autoría, supuestamente porque su autor, o sea, yo mismo, caía en ofensas y descalificaciones... Entonces estimaron oportuno no publicarlo, lo cual es respetable, desde luego, pues ustedes son los legítimos administradores del sitio. Sin embargo, permítanme: aquí mismo sin ir más lejos, he leído muchísimos comentarios (digo muchísimos, no uno ni dos ni tres) a los artículos notablemente más injuriosos que el mío amonestado, que simplemente quería llamar a las cosas por su nombre. Y me lo suprimieron entonces, insisto.Image result for isaac puente
 
 
Pero a lo que íbamos. De nuevo tropezamos con el docto cardenal italiano Carlo Maria Martini. Así pues, ¿cómo se puede afirmar tan tranquilamente, cosa que se hace en un artículo reciente, que el cardenal jesuita italiano pretende hundir la barca de Pedro (es decir, la Iglesia universal) porque manifiesta algunas divergencias con respecto a la doctrina oficial y magisterial de la Iglesia? Afirmar tal cosa, tal temeridad, es formular un juicio de valor, peligrosísimo de por sí, por sí solo, puesto que comporta entrar a dilucidar o discernir los pros y contras de una determinada y singular conciencia individual. Nadie conoce a ciencia cierta, salvo Dios, que es nuestro Supremo Juez, si el cardenal Martini pretende hundir la barca de Pedro que es la Iglesia universal, o más bien lo que pretende es, por muy rocambolescas y peligrosas que nos parezcan sus propuestas e ideas, hacerla avanzar más fiel al Evangelio.
 
 
Por otra parte, en esos libros del ilustre cardenal italiano, acaso traducidos y publicados en España aprovechando un cierto tirón mediático y editorial (del que no poco se han beneficiado incluso los papas más recientes, no lo olvidemos, especialmente Juan Pablo II), no solamente se habla de esas al parecer peligrosas y subversivas "reformas" que el purpurado italiano querría para la Iglesia, de la que sigue siendo príncipe; se habla de solidaridad con los empobrecidos, con los enfermos y marginados (los predilectos del Señor); se insiste en la necesidad del diálogo con los cristianos de otras confesiones, y con los no creyentes (en ese diálogo con los no creyentes, la labor de Carlo Maria Martini casi no tiene parangón en el curso de la Iglesia en las últimas décadas); se insiste en la necesidad de escuchar, desde la fidelidad al Evangelio, al hombre y a la mujer de nuestro tiempo, desde la singularidad del hombre y de la mujer de nuestro tiempo; se reivindica la urgencia de convertirnos siempre a una Iglesia samaritana y más horizontal, igualitaria y comunitaria que vertical, clerical y piramidal. Y así un largo etcétera de reivindicaciones perfectamente inteligentes por evangélicas y eclesiales.
 
 
Entonces, ¿por qué ese empeño en señalar solamente lo que se considera pernicioso y desviado en la doctrina teológica y espiritual del cardenal jesuita italiano? Image result for isaacpuente
 
 
 
Se permiten demonizar al ilustre biblista jesuita porque discrepa de la encíclica Humanae Vitae de Pablo VI, por más que su discrepancia no sea total sino muy parcial. Esto es sin duda discutible, es decir, es en efecto discutible que un cardenal de la Iglesia deba hacer tal cosa, oponerse a una enseñanza secularmente sancionada como verdadera por el Magisterio infalible. Sin embargo, lo que me parece inadmisible es que por esa discrepancia entre su postura doctrinal y la del Magisterio (limitada, según expresa Carlo Maria Martini, a casos límites en la vivencia de la sexualidad humana, y no en modo alguno a todos los casos), se llegue a escribir que Martini lo que pretende es que se hunda la barca de Pedro. Creo que no es para tanto, ¡ni muchísimo menos!
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Permítanme un exordio. Pedro Vallina, Viñas, Isaac Puente, el doctor Queralto y José Martínez fueron, los cinco, ilustres médicos anarquistas. Los cinco vivieron la medicina como un servicio a los más humildes, de manera que a menudo no cobraban la consulta a los pobres; hoy día, muy por el contrario, la casi totalidad de los médicos cobra, y no poco precisamente, por consulta dada, a menudo no desde un ejercicio médico humanista precisamente; las clínicas privadas (algunas de ellas pertenecientes a grupos, órdenes o comunidades de la Iglesia), por el contrario salvo honrosas excepciones no parecen funcionar como centros médicos de atención preferente a las clases sociales más humildes, aunque a decir verdad la Iglesia tiene una larga tradición de servicio sanitario impagable a enfermos y personas en verdad marginadas, todo sea dicho. En fin.
 
 
 
Isaac Puente, Viñas, Pedro Vallina, Queralto y José Martínez fueron médicos rurales, naturistas, neomalthusianos y eugenistas. En no pocas de sus ideas se equivocaron muy probablemente. Sin embargo, ¿sería justo afirmar que lo que desearon fue el hundimiento de la humanidad, la explotación del hombre por el hombre, el triunfo de los fuertes sobre los débiles...? ¿Sería justo y bueno y noble afirmar que porque creyeron en el control de la natalidad y no precisamente en la castidad fueron unos malvados que quisieron llevar a la humanidad a la perdición? ¡Vamos hombre, por Dios! En absoluto, y sí más bien todo lo contrario.
 
 
 
Pues algo idéntico me atrevería a decir del cardenal italiano Carlo Maria Martini: en sus más recientes libros traducidos y publicados en España, claro que a mí también me choca un poco su postura sobre la Humanae vitae, sobre el uso del preservativo como mal menor en algunas situaciones humanas dramáticas (nunca el cardenal aboga por el uso generalizado del condón), sobre lo difícil que le resulta "condenar" a las parejas homosexuales (a mí también me resulta difícil "condenarlas", y sin embargo rechazo la homosexualidad, a la luz de la doctrina tradicional de la Iglesia), sobre la conveniencia de que la Iglesia católica se decida a ordenar como sacerdotes ministeriales a viri probatti (hombres casados y ya maduros de fe probada)...
 
 
Con todo, podré afirmar que en esto o en aquello puede que no esté de acuerdo con el cardenal Martini, pero nunca descalificarlo sumarísimamente. Nunca pasando a no reconocer todo lo que hay de bueno, humana, eclesial y evangélicamente hablando, en su magisterio.
 
 
 
Desde luego, creo que la intransigencia doctrinal nos llevaría más bien a un callejón sin salida que a una plaza de libertades, digámoslo así; es decir, más a una Iglesia enroscada sobre sí misma que abierta al anuncio samaritano del evangelio de Jesucristo, cuyo nervio es la solidaridad, el amor a los pobres y sencillos.
 
 
 
En fin, si en algo me he equivocado con esta reflexión o en algo les he ofendido a ustedes, que se reivindican diligentes representantes de la más pura ortodoxia doctrinal, litúrgica y espiritual, mis disculpas.
 
LUIS ALBERTO HENRÍQUEZ LORENZO.
15/09/09 1:04 AM
 
 
 
Originariamente escrito el 15 de septiembre de 2009, pero hoy es 28 de febrero de 2018. Luis Henríquez Lorenzo: profesor de Humanidades, educador, escritor, bloguero, militante social,