viernes, 31 de julio de 2020

Siempre ha habido narcisitas malignos y psicópatas. De hecho, antiguamente, antes de que se generalizaran términos propios de la investigación psicológica y médica sobre estos asuntos, se les denominaba perversos, imbéciles morales, malignos, endemoniados. No obstante, en este tiempo de increencia religiosa, de apostasía, de muy escaso temor de Dios en las sociedades modernas, ya la gente en general, justamente al carecer de conciencia o sensibilidad religiosa como que no es capaz de captar la maldad de estos seres viles, tóxicos, cínicos, dañinos y canallas. Por lo cual ellos (y ellas, también son ellas) actúan con más impunidad que nunca, en efecto sabedores de que la pérdida generalizada de la conciencia moral y del "humus u oremos" propio de la sensibilidad religiosa inhibe o adormece en las personas la captación del mal, con lo cual reconocen que el terreno lo tienen particularmente abonado para la perpetración de sus maquinaciones y fechorías: en efecto, de todas sus perversas tecnologías de violencia psicológica. Dicho con otras palabras: estoy cada vez más convencido de que toda persona fiel a un genuino espíritu religioso, y aun las personas hondamente humanistas aunque no necesariamente espirituales ni religiosas, más pronto que tarde "desenmascaran" al psicópata y al narcisista maligno. Pero claro: como en esta sociedad nuestra hay cada día más narcisismo, más vacío existencial, más modas y costumbres despersonalizadoras, más aborregamiento, más inmoralidad y más amoralidad...
<<Esta perversa habilidad para la mentira resulta enormemente chocante y suele dejar a sus víctimas perplejas y psicológicamente desarboladas>>. Esto dice muy lúcidamente, como de costumbre, el Dr. Iñaki Piñuel y Zabala. Y yo añadiría, si se permite el atrevimiento, que no solo desarboladas sino, más pronto que tarde, el psicópata y el narcisita perverso dejan a sus víctimas inocentes "moralmente devastadas". Mentir, y más como los hacen estos perversos, es lo propio de Satán, el príncipe de la mentira. Reconozco que debe sonar contundente esta expresión mía, lo admito -y que a más de uno hasta pueda llegar a molestar, a impactar-, porque además todos somos débiles, frágiles, falibles, pecadores; todos no, perdón, que los narcisistas malignos y los psicópatas son perfectos, intachables, infalibles, perfectísimos, inimputables (es decir, se lo creen ellos que son así). Pero es que ante un problema tan grave uno no debe andarse con paños calientes.

martes, 28 de julio de 2020

Mientras te van implacable e inmisericordemente maltratando, con sus tóxicos y manipulativos tentáculos van inoculando o descargando una suerte de somnífero que posibilita que otros miembros del entorno de la víctima (familiares, amigos, próximos de varia circunstancia...) se crean que la víctima inocente es el verdugo, el psicópata o el narcisita, el abusador, y que la desgraciada víctima es culpable o, en el mejor de los casos, merecedora del implacable castigo psicológico que recibe. El mundo al revés: como un árbol con sus hojas enterradas como raíces y sus raíces al aire. El colmo por lo que dice a la aniquilación de la psique de la víctima, perpetrada tal aniquilación con sibilina y cínica impunidad por estos auténticos desgraciados y desalmados incapaces de sentir el más mínimo sentimiento de culpa y el más elemental de los remordimientos cuando lastiman, dañan y martirizan a sus víctimas.Fríos, calculadores e implacables, desalmados (sin alma), para llenar su espantoso vacío interior vacían emocionalmente a sus víctimas. Para seguir engrandeciendo su falso yo endiosado se empeñan, ayunos de cualquier sentimiento noble y de piedad, en cosificar, lastimar, humillar, infravalorar, insultar, mentir, manipular, hostigar y calumniar a sus víctimas. Para sentirse importantes, irreemplazables, impecables, insobornables e intachables, minusvaloran al prójimo, especialmente a las víctimas empáticas a las que vampirizan emocionalmente, para así extraer de ellas el combustible emocional que necesitan. Para sanar la bajísima autoestima de (arrinconado sabe Dios en qué lugar o espacio remotos de la infancia), le espetan a todo quisque que ellos son grandiosos y que merecen aplauso permanente, adoración y tributo, pleitesía. Reconociéndose intocables y perfectísimos, no toleran la más mínima crítica, ni piden perdón jamás de sus excesos, errores o faltas morales y de conducta, al tiempo que exigen y exigen a los demás que asuman en todo momento todas las culpas y todos los errores posibles.Y encima, para más , cuando decides no hablar con ellos y se acaban enterando de tu decisión, tienen el cinismo y la poca vergüenza de sentenciar que rehuyes esos diálogos (por lo demás, de sordos o de besugos) "porque te sientes dialécticamente inferior a ellos", "porque has de reconocer que te han superado con argumentos en buena lid".Ante lo cual uno no sabe si reír o llorar (o salir corriendo, mejor, que es la recomendación de Robert Hare y la de prácticamente el 100% de los estudiosos y víctimas de estos asuntos de psicopatías). ¡Que esto justamente lo piensen y se lo crean encima personas que detestan la verdad y las reglas básicas de todo diálogo que se precie; personas que ni reconocen en su interlocutor a una persona digna de respeto sino a un rival o presa a que vencer a toda costa, cueste lo que cueste, incluso usando para tal fin toda clase de trampas, marrullerías, mentiras, manipulación y juego sucio!
Escribe el Dr. Iñaki: "Por ello, la confrontación con el psicópata, especialmente si este es confrontado por varios a la vez es la única estrategia que le hace retroceder." A la luz de este pensamiento, ¡cuánta culpabilidad tienen los monos voladores del psicópata en la impunidad con la que este actúa contra su víctima! Hasta el extremo de que cabe afirmar sin temor casi a equivocarse -y si me equivoco, otros me querrán rectificar-, que muchas veces el auxilio de esos monos voladores es de crucial y determinante importancia para que el perverso pueda acometer con garantías de éxito su siniestro plan de violencia psicológica contra su inocente presa. Aunque a la vez persiste algo que me hace dudar: Iñaki Piñuel y Zabala habla de "confrontar al psicópata o al narcisista maligno a fin de hacerlos retroceder". Vale, pero ¿no estábamos en que con ellos no vale ninguna confrontación sino el contacto cero y el huir por tanto de cualquier clase de relación, vinculación, estrategia de diálogo (por lo demás imposible con estos maniupuladores y mentirosos consumados y compulsivos)?
Y encima de que dirige toda esa artillería pesada contra la línea de flotación anímica y moral de la víctima inocente, el maltratador-abusador (ya sea narcisita maligno o psicópata) es tan maquiavélico y cínico que acaba casi siempre apareciendo como el bueno de la película, al tiempo que desfonda anímica, moral y psicológicamente a su presa. Lo que pasa en no poca medida es que esta sociedad ha perdido el "oremus", esto es, su sentido religioso. Por esto mismo estos desalmados pueden actuar tan impunemente: porque las personas en general, al haber perdido toda sensibilidad religiosa dejan de captar la tenebrosa maldad de tales desalmados.
Pero insisto en una idea que ya he expresado en otras breves reflerxiones: cuando uno desenmascara al psicópata en todo su narcisismo perverso, en toda la extenmsión de su ruindad moral, lo que sucede es que le parede tan desconcertante que los demás no hagan el mismo descubrimiento. ¡Sobre todo las personas cómplices del abusador, sus monos voladores! ¿ç ¿Cómo es que no se dan cuenta de la perversidad del trastornado? ¡Cualquiera con un mínimo de sensibilidad humana y no digamos de experiencia de fe cristiana se daría cuenta enseguida de la sibilina, tóxica y cínica maldad del psicópata o del narcisita maligno! ¡Cualquiera, Dios bendito, cualquiera que sepa y quiera ver más allà de las apariencias! De modo que sí: me preocupa mucho la "complicidad" de los compinches del maltratador. Toda vez que de este, al ser un sujeto carente totalmente de humanidad que merezca tal nombre (impacitado para la empatía, el amor genuino, la compasión, la conciencia moral, la nobleza...), nada nos sorprende en su impía e inicua carrera sin freno hacie el mal. Pero sus compinches o monos voladores se supone que son personas normales de carne y hueso, personas empáticas, afectadas por la fragilidad y al mismo tiempo por el ansia de superación y de grandeza. Entonces, ¿qué pintan alineadas con un ser tan inhumano, malvado, perverso y ruin?
Carentes de moral (amorales), huérfanos de empatía emocional, ayunos de conciencia moral, incapaces de sentir remordimiento ante el daño que causan a sus víctimas, conocedores de que su vida consiste en una máscara (en un falso yo endiosado, sustentado en complejo de inferioriodad y baja autoestima travestidos de delitios de grandeza y complejo de superioridad), ¡conocemos que en el fondo de su conciencia el psicópata y el narcisista maligno reconocen la falsedad y la maldad de sus vidas, solo que no les importa lo más mínimo, al carecer de conciencia moral y de remordimiento!

viernes, 24 de julio de 2020


Mientras te van implacable e inmisericordemente maltratando, con sus tóxicos y manipulativos tentáculos van inoculando o descargando una suerte de somnífero que posibilita que otros miembros del entorno de la víctima (familiares, amigos, próximos de varia circunstancia...) se crean que la víctima inocente es el verdugo, el psicópata o el narcisita, el abusador, y que la desgraciada víctima es culpable o, en el mejor de los casos, merecedora del implacable castigo psicológico que recibe.


El mundo al revés: como un árbol con sus hojas enterradas como raíces y sus raíces al aire. El colmo por lo que dice a la aniquilación de la psique de la víctima, perpetrada tal aniquilación con sibilina y cínica impunidad por estos auténticos desgraciados y desalmados incapaces de sentir el más mínimo sentimiento de culpa y el más elemental de los remordimientos cuando lastiman, dañan y martirizan a sus víctimas.
Fríos, calculadores e implacables, desalmados (sin alma), para llenar su espantoso vacío interior vacían emocionalmente a sus víctimas. Para seguir engrandeciendo su falso yo endiosado se empeñan, ayunos de cualquier sentimiento noble y de piedad, en cosificar, lastimar, humillar, infravalorar, insultar, mentir, manipular, hostigar y calumniar a sus víctimas. Para sentirse importantes, irreemplazables, impecables, insobornables e intachables, minusvaloran al prójimo, especialmente a las víctimas empáticas a las que vampirizan emocionalmente, para así extraer de ellas el combustible emocional que necesitan. Para sanar la bajísima autoestima de su yo real y herido (arrinconado sabe Dios en qué lugar o espacio remotos de la infancia), le espetan a todo quisque que ellos son grandiosos y que merecen aplauso permanente, adoración y tributo, pleitesía. Reconociéndose intocables y perfectísimos, no toleran la más mínima crítica, ni piden perdón jamás de sus excesos, errores o faltas morales y de conducta, al tiempo que exigen y exigen a los demás que asuman en todo momento todas las culpas y todos los errores posibles.
Y encima, para más inri, cuando decides no hablar con ellos y se acaban enterando de tu decisión, tienen el cinismo y la poca vergüenza de sentenciar que rehuyes esos diálogos (por lo demás, de sordos o de besugos) "porque te sientes dialécticamente inferior a ellos", "porque has de reconocer que te han superado con argumentos en buena lid".

Ante lo cual uno no sabe si reír o llorar (o salir corriendo, mejor, que es la recomendación de Robert Hare y la de prácticamente el 100% de los estudiosos y víctimas de estos asuntos de psicopatías). ¡Que esto justamente lo piensen y se lo crean encima personas que detestan la verdad y las reglas básicas de todo diálogo que se precie; personas que ni reconocen en su interlocutor a una persona digna de respeto sino a un rival o presa a que vencer a toda costa, cueste lo que cueste, incluso usando para tal fin toda clase de trampas, marrullerías, mentiras, manipulación y juego sucio!

miércoles, 22 de julio de 2020

"Sobre algunos límites posibles de la llamada democracia burguesa"



Aunque he de confesar, no obstante, que no es una certeza absoluta la que atesoro sobre algunos mínimos aspectos por lo que dice al asunto de que enseguida hablaré, comparto sin ningún género de dudas la posición doctrinal católica sobre la homosexualidad humana (vamos, la que aparece recogida como enseñanza que "ha de obligar o comprometer al fiel católico" en el Catecismo de la Iglesia publicado bajo el pontificado de san Juan Pablo II, siendo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe Joseph Ratzinger, futuro Benedicto XVI).

Asimismo, diríamos que legalmente, según el ordenamiento jurídico de los Estados modernos, me parece una desgracia que a la unión convivencial entre personas homosexuales se la llame matrimonio, pues no es propiamente un matrimonio, se mire por donde se mire. Además, comparto lo que se afirma en un artículo leído al azar en Internet, firmado por los obispos católicos mexicanos (me supongo que con algunas pocas excepciones, tal vez la del muy progresista Raúl Vera, dominico de doctrina no poco heterodoxa), que no es por cierto sino la doctrina de la Iglesia. A saber: más allá de la fe, la doctrina y la moral propiamente católicas, subsiste en la conciencia de las personas el imperativo de una ley moral natural; de manera que, en efecto, esa ley moral natural nos ilumina el asunto que nos ocupa: la conducta homosexual es contraria al orden natural.

Sin embargo, mi duda persiste cuando contemplo cómo un cierto número de colectivos de personas homosexuales se organiza por todas partes, al calor de diferentes reconocimientos sociales que van alcanzando (conquista de sus derechos), y acaban sus activismos e iniciativas influyendo en las leyes, incluso en los estudios científicos y médicos, o en organizaciones internacionales, como la ONU, pongamos. Así las cosas, hasta dónde debe llegar la respuesta católica deseosa de permanecer en comunión con el Magisterio, ¿hasta el extremo de no reconocer licitud o legalidad alguna a todo ese conjunto de leyes aprobadas en los órganos competentes de los ordenamientos jurídicos de las sociedades modernas democráticas?

Reconocemos con san Agustín que la conciencia del cristiano debe estar por encima de cualquier ley que el discípulo de Cristo considere injusta. Por esto existen miles de mártires en la Iglesia. Con todo, en una sociedad que claramente avanza en el proceso de radical secularización, aceptar al menos, "por imperativo legal", aunque no se compartan, esas leyes reconocedoras de ciertos derechos civiles a las personas homosexuales, ¿es ya algo así como pactar con el error, claudicar a las convicciones morales, adulterar la doctrina católica...?Descubre cómo era la DEMOCRACIA en la antigua ATENAS - ¡¡RESUMEN ...

Dicho con otras palabras: las reglas de la democracia parlamentaria, formal o burguesa (según W. Churchil, el mejor sistema político de entre los posibles), ¿nos exige a los católicos al menos aceptar que legalmente los parlamentos puedan aprobar leyes reconocedoras, y aun benefactoras, de los derechos de los homosexuales cuando tales leyes contradigan frontalmente la doctrina tradicional católica al respecto? ¿Y lo mismo nos cabe con respecto a otras leyes inicuas como la ley del aborto, o las leyes favorecedoras de la ideología de género y del laicismo en general?

Desde luego, si como católicos militantemente convencidos de nuestra fe exigiésemos a nuestros gobernantes y legisladores un corpus de leyes hecho a la medida confesional de la doctrina católica, ¿qué pasaría con los ciudadanos no católicos, los ateos, los agnósticos, los librepensadores, los creyentes de otras religiones...? 

En verdad, ¿sería posible una democracia representativa, formal o burguesa de inspiración católica en una sociedad como la actual secularizada-descristianizada y globalizada? ¿Esa deseada democracia fiel a la doctrina de la fe católica acabaría inevitablemente convirtiéndose en una teocracia? Pero entonces, si las democracias burguesas, formales o representativas no pueden garantizar a los católicos el respeto a cuestiones morales confesionales de vital trascendencia para la doctrina de la fe (ya he dicho: ley del aborto, ideología de género, laicismo, homosexualismo...), ¿no se entiende perfectamente que haya católicos que sueñen con un Estado confesional, esto es, con toda suerte de alianza entre el trono y el altar?

A este respecto, por lo que a mí concierne abrigo más perplejidades que las certezas que atesoro. Dicho con voluntad de ser claro, aun al precio de resultar simple, simplista: descreo del aborto, lo rechazo absolutamente sin fisuras: si por mí fuera lo prohibiría (legislativamente hablando). Pero ¿qué diría al respecto un laicista y ateo como Fernando Savater, pongamos? Benemérito filósofo, escritor de fuste, intelectual comprometido en la lucha contra la sinrazón del separatismo vasco, fumador de puros, dilecto bebedor de buenos licores, aficionado a los toros y aún más a las carreras de caballos, y sobre todo hombre que ha sabido transitar de ciertas ortodoxias marxistas juveniles a posiciones actuales claramente liberales (se entiende que en el mejor sentido de la palabra liberal), ¿qué opinaría de mi posición prohibicionista?  Entonces, ¿en qué quedamos?

Ya sé que como enseñan nuestros obispos, hay leyes morales que están por encima, allende o más allá de las leyes dimanadas de los parlamentos, esto es, de los ordenamientos jurídicos que a sí mismas se dan las sociedades modernas. Verbigracia: la ley moral, inscrita en la conciencia del hombre, que nos impele a respetar la vida. Esto es: el deber de garantizar el derecho a la vida, en este caso del nasciturus. Pero comoquiera que sea, ni se sabe la cantidad de variables que existen en ese respeto al derecho a la vida según sea la fe religiosa o agnóstica del ciudadano, según sea su experiencia vital, según sea, ¡qué sé yo qué según sea!  



Postdata. Se me olvidaba añadir que yo mismo me considero crítico -que no criticón, o al menos eso espero-, con no pocos pecados y errores históricos de la Iglesia, de sus obispos y presbíteros, religiosos y seglares... A los que añado los míos, que no son pocos. Sin embargo, me gustaría añadir que no puedo sino querer poner de relieve el dolor que me produce leer en algunos blogs y portales de Internet que se autoproclaman como homosexuales cristianos y católicos, tantos insultos seguidos contra la Iglesia, la Tradición, el Magisterio, el Papa...

Y no digamos cuando esos insultos proceden de escritores tan potentes como el colombiano Fernando Vallejo, radicado desde hace décadas en México. Desde luego, Vallejo es un novelista magistral, de una potencia narrativa equiparable a la de García Márquez, Mario Vargas Llosa, Ernesto Sábato, Onetti... pero, declarado ateo y homosexual, animalista, antinatalista y vegano, sus diatribas contra la fe católica y contra toda la Iglesia (a la que ve, analiza y juzga como la puta de Babilonia, título precisamente de uno de sus ensayos), que yo sepa no han merecido ninguna respuesta por parte de órgano alguno eclesial católico. Esto es (o lo que es lo mismo): su ensayo ya dicho La puta de Babilonia es una diatriba tan demoledora contra el cristianismo en general y la Iglesia católica en particular, que la Iglesia, "a la que nunca han faltado doctores", a mi juicio ha debido escribir un ensayo para tratar de aclarar, negar o polemizar con Fernando Vallejo. Por supuesto que desde el más delicado de los respetos y el reconocimiento a la libertad de expresión y de investigación, ¡faltaría más! Porque de no hacerlo da toda la impresión de que la verdad católica se queda sin argumentos de peso o que merezcan tal nombre ante la brutalidad y la contundencia del ensayo de Fernando Vallejo, que no deja títere con cabeza.



Algo así hizo en su momento, a título personal, un teólogo franciscano español con el ensayo de Fernando Sánchez Dragó Carta de Jesús al Papa (cfr. Falsedades de la "Carta de Jesús al Papa" -respuesta a Fernando Sánchez Dragó-: José A. Galindo Rodrigo, Edicep, 2002) .O dicho de una tercera manera: o es verdad lo que afirma Vallejo o es verdad la que proclama la Iglesia; tan demoledor en sus análisis es el colombiano nacionalizado mexicano, que no puede haber medias tintas. 



En efecto, no puede haberlas. Así: algunas de las conclusiones a que llega Fernando Vallejo sobre la historicidad de los datos cristológicos presentes en los Evangelios contradicen no pocos datos exegéticos propuestos a la comunidad científica por eminentes exégetas, teólogos bíblicos, filólogos y resto de expertos. Ni que decir que yo no soy experto, ni modo, pero no tan ignorante como para no haber captado esta discrepancia. Ergo, o es verdad científica lo que dice Vallejo o no lo es, ¡pero que la Iglesia se pronuncie oficialmente

Hay testimonios de estas iniciativas. Por ejemplo: celebrado debate retransmitido por la BBC en 1948 entre el afamado filósofo, matemático, ateo y librepensador Bertrand Russell, Premio Nobel de Literatura, y el eclesiástico inglés Frederick Charles Copleston (sacerdote jesuita, filósofo e historiador de la filosofía, converso del anglicanismo). A mi juicio (¡vaya temeridad que un imberbe como yo diga tal cosa!), gana a los puntos claramente Copleston, por muy Bertrand Russell que fuera su rival, todo un peso pesado de la cultura europea y aun mundial del momento.

En realidad -volviendo al asunto de la homosexualidad humana luego de la digresión precedente-, cierto que no debemos juzgar a las personas; y además, no menos cierto que las personas homosexuales han sufrido lo indecible y más a lo largo de la historia, a veces de parte de eminentes y no tan eminentes miembros de la propia Iglesia ese sufrimiento, entre los cuales no han escaseado tampoco las tendencias homosexuales, etcétera. Sin embargo, injuriar como injurian al papa, por ejemplo, y cómo se mofan de todo lo católico algunas de esas personas homosexuales en sus orgullosas fiestas y demás parafernalias, me parece excesivo, injusto, desleal, tremenda y lamentablemente desafecto. En suma, destructivo. Y poco evangélico y católico, a mi modo de ver y comprender.


24 de julio, 2020. Luis Henríquez Lorenzo: profesor de Humanidades, educador, bloguero, escritor, militante social.

lunes, 20 de julio de 2020

En efecto, sin victimarios (crueles, cínicos, despiadados), se hacen pasar ante los demás por las víctimas. Y lo más desconcertante e ignominioso: despellejan viva a su víctima (la matan psicológiocamente), al tiempo que se mantiene ante el resto de la familia como el bueno (el encantador, el óptimo, el próspero, el honesto, el moralmente irreprochable). En definitiva, siendo culpable de toda la artillería del mal desplegado, sus mañas maquiavélicas, mentirosas y manipuladoras lo presentan y lo siguen presetando como víctima de la víctima. Ahora que estamos en verano, señamos esta idea con un ejemplo tomado del mundo de la pesca deportiva. A saber: son tan sibilinamente perversos los psicópatas integrados y los narcisistas malignos (cara A y cara B de la triada oscura, juntamente con los sociópatas), que consiguen, al tiempo que perpetran la devastadora violencia psicológica contra la desgraciada y siempre inocente víctima, que los íntimos de esta casi todos o prácticamente todos creen que la víctima es en verdad culpable y que el culpable del maltrato psíquico es el inocente. Hasta el punto de que se los acaba ganando para su causa. Desde luego, si todo esto no desquicia a la víctima inocente del maltrato, que venga Dios y lo vea.

viernes, 17 de julio de 2020

Sí: gracias a decididos luchadores como el Dr. Iñaki Piñuel, contra todo el mal de que son capaces los narcisistas malignos y los psicópatas integrados... Uno de nuestros más conspicuos o perspicaces desenmascaradores de estos seres oscuros, perversos, diabólicamente cínicos, tóxicos y destructivos, miserables disfrazados con piel de cordero... Pero el tiempo y la justicia de Dios (para los que creemos que al final el mal no tendrá la última palabra) son nuestros principales aliados. Porque pasar por la vida ejecutando todas sus tecnologías malignas, tarde o temprano es algo que se acabará pagando en forma de espantosa soledad, abandono, desesperación... Miserables: incapaces de amar genuinamente a nadie, son tan dañinos y perversos que a menudo acaban enemistando a las víctimas inocentes del amor de sus seres queridos, haciendo ver a estos -a los que odian realmente-, que solo ellos son dignos de su amor, y nos las víctimas. Tanta maldad ¿cómo va a quedar impune? Además, si no fuera por todo lo que intimidan, amenazan, ofenden, insultan, humillan, hostigan, uno acabaría pasando olímpicamente de ellos, pues sus argumentos suelen ser de risa por lo absurdos e infundados (más simples que el mecanismo de un muñeco). Claro que ellos en su vanidad, en sus delirios de grandeza, en su falso ego inflado, con el que esconden su falta total de autoestima y su tenebroso complejo de inferioridad, se pavonean ante los demás exhibiendo que han ganado a sus pobres víctimas "casi sin despeinarse". Desde que conozco por experiencia personal este drama, los coloco, a los narcisistas malignos y a los psicópatas integrados, entre los más depravados y pérfidos seres humanos.
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satchsatch33
La triste y oscura realidad, es que los narcisistas patologicos son demonios con forma humana. No sirve de nada tratar con ellos, solo hay que descartarlos en cuanto antes y perdir ayuda a Dios todo poderoso para que nos proteja de estos seres malignos.
Silvia Mirtha Grisolia
Una explicacion perfecta de lo que son estos seres.Solo le pido a Dios o al universo para los q no crean .q estos seres diabolicos q habitan la tierra sean enjuiciados antes de morir ,aca paguen tanto daño,tanto dolor q padecemos las victimas de estos seres macabros, y que nadie los perdone .Es mi deseo !!
Génia Osorio
TAL CUAL ... MUY BIEN DESCRITO.