sábado, 13 de abril de 2013

"Fiel a la Iglesia católica, pese a todo: pese a mis muchos pecados y tentaciones, pese a los de la propia Iglesia (LXIX)"



No cabe duda de que en la Iglesia universal, a imitación de Francisco, el Poverello, el santo de Asís, innúmeros poverellos comparten la suerte de los pobres, haciéndose pobres con los pobres. Hombres y mujeres en verdad solidarios, fraternos, compasivos, cercanos, misericordiosos.

Sin embargo, sospecho que en la Iglesia católica, al menos en España -acaso también en Europa-, también se practica excesivamente el tanto tienes, tanto vales. A menudo bajo la forma del “tantas charlas y cursillitos das sobre los pobres, señal de que compartes la suerte de los pobres, solidariamente”.
Y no siempre es así. Que conozco a algunos de tales “solidarios” eclesiales que mucho hablan de los pobres, de solidaridad, de pasión por la justicia del Reino de Dios y bla bla bla, y resulta que no conocen lo que es sufrir el drama del paro, el drama de la precariedad económica, lo agridulce de la economía sumergida, la experiencia del peonaje en la construcción al servicio de “macarras” (exdrogatas, exladrones, extraficantes de droga, expresidiarios…)…
Así pues, ¿desde dónde hablan algunos de esos teóricos de la solidaridad y la pasión por la justicia del Reino? Algunos de esos que creo conocer, teóricos de la solidaridad, expertos eclesiales en solidaridad, y que no me consta que hayan bajado jamás “a los infiernos” o suburbios de nuestra sociedad, es que encima de que viven, profesionalmente hablando, gracias a la Iglesia católica, con sus charlitas y cursillitos por aquí y por allá, luego pasan de aspectos nucleares de la doctrina de la Iglesia a la que dicen servir y defender, existencialmente pasan, o la adaptan a su conveniencia.
Me parece conocer a bastantes individuos eclesiales que se comportan así. Los cuales no van a desaparecer ahora que es el cardenal Jorge Mario Bergoglio nuestro flamante y esperanzador papa Francisco, tan espiritual, austero, sencillo, ignaciano y franciscano él.
Yo -de nuevo pido perdón por autocitarme en Atrio, pero es que si no me cito yo mismo, quién lo hará- sí puedo presumir de haber descendido a los infiernos de la economía sumergida, el paro, la precariedad laboral y económica, la marginación social lindante con la delincuencia, el trabajo obrero, el trato con amigos y conocidos que ya por causa de la crisis hay días en que ni comen, y empero a mí nunca jamás nadie responsable de mi entorno católico se digna ni preguntarme siquiera por algo que tenga que ver con esas cuestiones de marginación social y de solidaridad con los pobres y de trabajo precario de las que, en primera persona casi siempre, creo haber aprendido algo.
Todo lo contrario, insisto: un día sí y otro también me parece asistir al curioso espectáculo de ver cómo toman todo el protagonismo del mundo, en ámbitos eclesiales y sociales, personajes que yo denomino o califico como solidarios de pacotilla -ellos, a su vez, obvio es, me suelen acusar a mí de odiador, juzgador, resentido, envidioso, calumniador, fanático, cátaro…-, que predican lo que predican viviendo como viven, y que aseguran amar a la Iglesia y que comparten la suerte de los obreros con los cuales resulta que jamás de los jamases han trabajado “in situ”, conociendo así lo que es la economía sumergida, la precariedad laboral…
Me parece alucinante la cosa. Triste, o patética, a pesar de que mi ánimo está ahora sereno, tal vez gracias a las hermosas versiones de piezas magistrales del Dark Side of the Moon de Pink Floyd que ha estado emitiendo de 13 a 14 horas el programa de Radio3 Discópolis.



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