luiskanarioXXV
Ante las quejas del cardenal Antonio María Rouco, en la última Plenaria de la Conferencia Episcopal española, coincidiendo con la visita oficial del presidente Rajoy al papa Francisco...
Los obispos, cardenal Rouco, también son culpables de la bajísima natalidad que hay en España, si bien ello no debe ser obstáculo que impida que usted lo lamente, parece ser, junto con lamentar la ley y la permisividad social hacia el divorcio, el aborto, el posible amparo legal de la eutanasia, el matrimonio homosexual...
¿Que cómo y por qué ustedes son también responsables? Simplemente veamos el perfil o talante predominante de los seglares que, generalmente "a dedo" eligen ustedes, los obispos de turno, para las facultades teológicas católicas, para el profesorado docente de Religión católica en la escuela pública, o incluso para la escuela católica...
Se contaran con los dedos de la mano y sobrarían dedos los seglares que, "puestos eclesial y a menudo episcopalmente" en esos puestos de la Iglesia católica, viven con radicalidad y coherencia la enseñanza del Magisterio sobre el aborto, la natalidad, la familia, el compromiso por la justicia, la espiritualidad conyugal...
Hasta el extremo de que es tan hipócrita, patética y lamentablemente incoherente la realidad eclesial en ese particular que señalo, que si no fuera porque algunos eclesiásticos, en el colmo de la hipocresía, a mí me han jodido la vida (véase al respecto mi obra ¿La Iglesia católica? Sí; algunas consideraciones, por favor. Madrid, Vitruvio y Nostrum, noviembre, 2011; y también, algunas reflexiones contenidas en este mi blog), pasaría de ocuparme del asunto. Porque no tiene remedio además, puesto que los que sostienen que las cosas estén como están en la Iglesia católica, no parecen tener especial interés en arreglar el desaguisado.
De ahí asimismo que no pocas personas ya superquemadas de la Iglesia hayan acabado pasando de esta, pues aprecian en la llamada Esposa de Cristo altos niveles contaminantes de farsa, hipocresía, montaje, o servilismo a intereses mundanos y nepotistas.
Otros, decepcionados por lo que ven abundante en la Iglesia, se preguntarán, sin duda, para qué vale tratar de ser fiel al Magisterio, si resulta que una mayoría de fieles católicos de ambos sexos que viven en lo profesional gracias a la Iglesia, pasan de aspectos fundamentales de su Magisterio. O para qué tratar de formar hogares cristianos generosamente abiertos a la vida, solidarios y conyugalmente espirituales, si resulta que se cuentan con los dedos de la mano y aun sobran dedos los matrimonios formados por bautizados católicos que manifiestan vivir con entusiasmo el ideal de familia cristiana...
Pero en fin, ¿algún obispo podría ofrecerme una respuesta satisfactoria a todas estas perplejidades mías? ¿Algún obispo podría decirme por qué a mí, que abandoné un trabajo, por iluso y por imprudente, al entrar en el Seminario Diocesano de Canarias en el año 2001, luego tras 9 años de pedir insistentemente auxilio, audiencia, ayuda, SOS, atención, una mano, algo, a las autoridades de la Diócesis de Canarias, todas esas autoridades sin excepción han pasado de mí, humillantemente? ¿Alguien podría explicarme por qué? Creo en la Iglesia universal, con ella, cum Petro et sub Petro, creo en el matrimonio cristiano militante (una de las causas o razones, entiendo, de no haberme podido casar: es muy improbable encontrar hoy día en España mujeres jóvenes dispuestas a tener más de dos hijos, y dispuestas a ser solidarias y de verdad discípulas de Cristo, aunque sé sobradamente que aún quedan, escasas, sí, pero quedan); y empero, no he merecido más que desprecio por parte de las autoridades de la Diócesis de Canarias, en tanto ahora escucho y leo las quejas del señor cardenal Rouco y...
En fin, ¿para qué continuar con la misma cantinela de siempre...? El desprecio con el que eclesiásticamente se me ha tratado lo siento tan perverso, tan cínico, tan canallesco, que me produjera risa si no fuera aún muy jodidamente condicionante.
De ahí asimismo que no pocas personas ya superquemadas de la Iglesia hayan acabado pasando de esta, pues aprecian en la llamada Esposa de Cristo altos niveles contaminantes de farsa, hipocresía, montaje, o servilismo a intereses mundanos y nepotistas.
Otros, decepcionados por lo que ven abundante en la Iglesia, se preguntarán, sin duda, para qué vale tratar de ser fiel al Magisterio, si resulta que una mayoría de fieles católicos de ambos sexos que viven en lo profesional gracias a la Iglesia, pasan de aspectos fundamentales de su Magisterio. O para qué tratar de formar hogares cristianos generosamente abiertos a la vida, solidarios y conyugalmente espirituales, si resulta que se cuentan con los dedos de la mano y aun sobran dedos los matrimonios formados por bautizados católicos que manifiestan vivir con entusiasmo el ideal de familia cristiana...
Pero en fin, ¿algún obispo podría ofrecerme una respuesta satisfactoria a todas estas perplejidades mías? ¿Algún obispo podría decirme por qué a mí, que abandoné un trabajo, por iluso y por imprudente, al entrar en el Seminario Diocesano de Canarias en el año 2001, luego tras 9 años de pedir insistentemente auxilio, audiencia, ayuda, SOS, atención, una mano, algo, a las autoridades de la Diócesis de Canarias, todas esas autoridades sin excepción han pasado de mí, humillantemente? ¿Alguien podría explicarme por qué? Creo en la Iglesia universal, con ella, cum Petro et sub Petro, creo en el matrimonio cristiano militante (una de las causas o razones, entiendo, de no haberme podido casar: es muy improbable encontrar hoy día en España mujeres jóvenes dispuestas a tener más de dos hijos, y dispuestas a ser solidarias y de verdad discípulas de Cristo, aunque sé sobradamente que aún quedan, escasas, sí, pero quedan); y empero, no he merecido más que desprecio por parte de las autoridades de la Diócesis de Canarias, en tanto ahora escucho y leo las quejas del señor cardenal Rouco y...
En fin, ¿para qué continuar con la misma cantinela de siempre...? El desprecio con el que eclesiásticamente se me ha tratado lo siento tan perverso, tan cínico, tan canallesco, que me produjera risa si no fuera aún muy jodidamente condicionante.
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