X. Gundín:
Nunca fui testigo o protagonista de esa época, pues a lo más yo debía ser un bebé o un infante por esos años. Pero sí que escuché muchas veces a Julián Gómez del Castillo, quien a sí mismo se consideraba protagonista de todo ese devenir del apostolado obrero de inspiración cristiana, y así lo consideran a él también muchos.
Admiré desde un primer momento a un militante como Gómez del Castillo, excepcional por muchos aspectos y carismas con que descolló; pero desde la modestia de mi vida de compromiso militante mediocre, creo que fue un hombre, al menos “percibido por mí”, desde mi perspectiva o percepción, no poco intolerante con las ideas y verdades y experiencias del otro. Al menos conmigo lo fue, que es lo que cuenta como dato a la vez objetivo y subjetivo.
Así pues, esa aseveración que apunto se la escuché al susodicho muchas veces, la repetía como una suerte de mantra, y la tiene escrita por aquí y por allá. Y además solía repetir cosas como que “los seglares católicos éramos unos enanos espirituales al lado de los obispos”, de los obispos españoles, por ejemplo, lo cual me parece casi una insolencia, la verdad, por mucho que la dijera un militante excepcional como él. Y además de una insolencia, una inexactitud, o mejor dicho, un juicio bastante reaccionario, siempre a mi modo de ver estos asuntos, claro está.
De todas formas a estas alturas de mi vida, también bastante de todo eso del movimiento obrero no es que me parezca distante y remoto, no exactamente (o no en absoluto, mejor: me sigue interesando sobremanera), pero sí que me resultan hasta molestas algunas que considero rabietas y obsesiones de un señor como el citado Gómez del Castillo, a quien empero siempre habría de agradecer todo lo bueno que me mostró y enseñó y aun ayudó a descubrir. Rabietas como la de satanizar las obras completas de Guillermo Rovirosa, en cuatro volúmenes, publicadas hace años por la HOAC, por la sencilla razón de que le parecía muy burgués que se hubieran editado así, a imprenta; al parecer, él seguía prefiriendo publicarlas en cuadernillos hechos a pura fotocopia, muy chungos para ser leídos, todo sea dicho, calidad de edición pésima.
Yo durante años sufrí por todo ello, teniendo que leerme “por decreto” esos cuadernillos de calidad pésima, por una supuesta solidaridad con la clase obrera; al leerlos, me dejaban "para el arrastre", es decir, sin ganas de leer otros libros, lo cual era para mí, que me considero buen lector, una mala noticia. Ahora, a estas alturas de mi vida (siendo encima, yo creo que menos burgués y adinerado que el 99% de los que se consideran discípulos y seguidores de Julián Gómez), sencillamente me la sudan esas que juzgo como injustificadas paridas. Y si alguna vez alguien se me acerca con similares pretensiones de que por algo así como la solidaridad con la clase obrera tengo que quedarme ciego leyendo páginas pésimamente impresas, cojo un libro de Cioran, por ejemplo, y maldigo al manipulador en potencia que viene con esas ocurrencias y exigencias, al tiempo que trato de bendecir la sola vida de la mano del pesimista Cioran; o me quedo fijamente mirando para 10 o 12 obras que siempre tengo en mi biblioteca por leer de Shakespeare, no importa para mí que traducidas al español...
Me suele funcionar: me quedo más fresco que una lechuga, y sin ninguna clase de culpa por esa supuesta o real "infidelidad mía a la clase obrera".
Me suele funcionar: me quedo más fresco que una lechuga, y sin ninguna clase de culpa por esa supuesta o real "infidelidad mía a la clase obrera".
Buen domingo.