domingo, 13 de mayo de 2018

Aparte de condenar el aborto, la eutanasia, el divorcio, el matrimonio entre homosexuales y los nuevos modelos de convivencia en pareja, el cardenal Antonio María Rouco Varela se ha alineado, como no podía ser de otra manera, con la línea oficial y magisterial de la “Humanae vitae” de Pablo VI, que a su vez actualizara en su momento la doctrina de la “Casti connubi” de Pío XII. La doctrina de ambas fue actualizada por el papa Juan Pablo II en documentos como “Fides et Ratio”, “Veritatis Splendor”, “Familiaris Consortio”, etcétera.
Nada nuevo bajo el sol; nada nuevo bajo el techo de los templos. Aunque la inmensa mayoría de las mujeres católicas -con la salvedad de kikos, opusdeístas, legionarias de Cristo y algunas católicas más, de parroquias o de movimientos diversos- pase de ser fieles a la enseñanza magisterial de la Iglesia sobre esa prohibición. Sólo que lo que me interesa poner de manifiesto ahora,en esta breve reflexión, es una duda al respecto, a saber, si la Iglesia condena el uso de anticonceptivos es porque el acto sexual, sostiene el Magisterio, debe quedar abierto al don de la vida. Pero entonces, ¿cómo se justifica y legitima ese mismo acto sexual si tiene lugar en el matrimonio en los días infértiles de la mujer? En los días infértiles, el acto sexual está intencionadamente cerrado a la transmisión de la vida, por muy loable y verdadera que sea la intención de los esposos de tener descendencia(conste, digo esposos, ni siquiera hablo de relaciones sexuales esporádicas,promiscuas, etcétera). Entonces, ¿lo que hace lícito y legítimo ese acto sexual es que se pone en circulación sin el recurso a los métodos anticonceptivos? Debe ser así, pues en lo tocante a la cerrazón a la vida, en ambos casos hay cerrazón a la vida: en un caso, respetando las leyes que Dios ha inscrito en la fisiología humana -argumenta la Iglesia-; en otros, erigiéndose en dioses que tratan de suplantar la voluntad de Dios.
Pero veamos otra dificultad. Una mujer está embarazada de dos meses y desea mantener relaciones sexuales plenas con su esposo. Como ya está encinta, no puede volver a quedarse en estado, sólo que lo cierto es que cualquier tipo de coito -incluso el interrupto, también severamente deslegitimado por el Magisterio, no así del todo por ese gran teólogo moralista que fue el redentorista alemán Bernard Häring- que se tenga en plena gestación de la mujer está completamente cerrado a la transmisión de la vida. En esas particulares circunstancias, ¿es lícito y legítimo el coito, aunque la intención de los cónyuges no sea ni pueda ser tener descendencia, pues la descendencia ya la tienen asegurada? Tengo entendido que hasta bien entrada la Edad Media, la enseñanza moral de la Iglesia tenía como un pecado nefando la práctica del sexo con coito durante la gestación de la mujer.
A pesar de mis dudas, nada va a cambiar en las altas esferas de la Iglesia, es decir, ese sueño del cardenal jesuita italiano Carlo Maria Martini, que pide una revisión de la teología moral de la Iglesia en materia de sexualidad, se va a quedar en simple sueño,en agua de borrajas. Es más, para muchos católicos de esforzada fe ortodoxa, ese sueño del ilustre biblista y cardenal es, más que sueño, pesadilla, afirman sin empacho alguno.
Con todo, será que no termino de entender la cosa, o de querer entenderla por mi inclinación al pecado, por mi ego, o venga usted a saber por qué, pero lo cierto es que, aligual que he reconocido esas dificultades mías y puede que debilidades, quiero reconocer que a menudo experiemento ante la enseñanza de moral sexual de la Iglesia la impresión de que a los pastores de la Iglesia les molesta el sexo, les incordia, les incomoda, les asusta el placer sexual, desearían extralimitarlo al máximo, permitir que la gente (el pelotón de tropa, en expresión despectiva del ínclito san José María Escrivá de Balaguer, marqués de no sé qué título) tenga sexo, sí, pero a condición de que siempre acontezca el sexo con la mirada y la total intención puestas en traer hijos a este mundo.
Ya sé que mi impresión puede que proceda de mi condición de mal hijo, o mejor dicho, de mi condición de católico muy mediocre, sólo que me atrevo a dar fe de que una inmensa mayoría de ciudadan@s piensa exactamente lo mismo.
¿Será por algo?, ¿será porque tod@s estamos equivocad@s?



COMO   SERGIO   MÉNDEZ   ATRIO

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