lunes, 14 de mayo de 2018

teofilo liberto


Oiga, Miguel González, permítame que le diga que su largo discurso, a mi juicio muy bien urdido, muy bien pensado, muyt bien escrito, no obstante yerra precisamente donde más quiere dar en el clavo, a saber, en acusarme a mí de hacer afirmaciones que en ningún momento he hecho a través de los comentarios que he ido publicando en este hilo. He confesado que estoy en contra del aborto, pero asimismo he confesado que no me atrae del todo alinearme con los sectores más conservadores provida (he llegado a estar presente en convocatorias con Benigno Blanco, un señor tan respetable como conservador), porque es que además conozco algo esa movida. Y tampoco satanizo a esas personas provida, que pueden ser excelentes.

Como tampoco le niego el pan y la sal como por sistema a los progresistas, con cuyas tesis y reivindicaciones a menudo no estoy de acuerdo. En realidad, si usted se fija bien lo que trato de afirmar, por activa y por pasiva en mis escritos, no es tanto que yo comparta el aborto, que no lo comparto, cuanto la extrañeza que me produce el creer darme cuenta de cómo la actuación de los obispos católicos parece -conste, digo “parece”, no entro a juzgar conciencias- tendenciosamente escorada hacia la derecha política -y económica, teológica, etcétera-. ¿Qué quiere usted que le diga si lo veo así? Y muchísima gente lo ve así; y descreo profundamente de que toda esa gente que lo vee así es que es retorcida, progre, desafecta, herética, etcétera, como usted sugiere.
Y me mantengo en mis trece sobre lo siguiente que diré, porque es convicción profunda: no al aborto, pero acaso un no más rotundo a la muerte diaria de 30.000 niños de hambre (niños y niñas no solo con derecho a nacer por su condición de previos embriones y fetos, sino porque piensan, sienten, gozan, sufren, comen y beben, sueñan y tienen una red de relaciones afectivas y familiares). Insisto en que si a usted le parecen demasiado progres y partidistas mis argumentos, concluyo con que es su problema, no el mío.
Le confieso una cosa: yo también rechazo más el aborto que toda serie cualquiera de crímenes y atentados contra la dignidad y el respeto a la vida humana. ¿Sabe usted por qué? Porque me compromete metos vitalmente, porque pone en peligro menos mi integridad física, mi salud, mi vida. Puesto que no es igual de arriesgado salir a la calle a denunciar el imperialismo multinacional, por ejemplo, dando nombres y apellidos, que salir a la calle a denunciar las leyes que amparan y legalizan la práctica del aborto.
Ya sé que no es políticamente incorrecto en los tiempos que corren decir no al aborto, no en cualquier supuesto, sólo que sigue siendo más arriesgado (pone más claramente en peligro tu vida) comprometerse en la lucha solidaria y profética por la justicia, que comprometerse en la denuncia pública del aborto. Por eso el arzobispo Óscar Romero acabó como acabó y por eso Teresa de Calcuta acabó como acabó, probablemente santos los dos. Abundando sobre este particular, repare uste en cuántos mártires se conocen cuyo martirio haya sido consecuencia de su defensa del derecho a la vida, y cuántos lo son por su compromiso a favor de la justicia.
En ningún momento he afirmado que la Iglesia (por lo común llamada ICAR en Atrio) esté corrompida o que los obispos sean todos unos indecentes, etcétera. En absoluto. Los hay excelentes, encomiables. Sin embargo, creo que la imagen que dan los obispos en general, salvo honrosas excepciones, no es precisamente esa, la de vivir a pie de calle, yendo a comprar el pan y el periódico al quisco de la esquina, viajando en metro o en guagua (soy canario), comiendo en bares de obreros, etcétera.
Carezco de tiempo para seguir con réplicas pora este hilo, así que por mi parte doy por zanjada esta discusión.



atrio

No hay comentarios: