domingo, 13 de mayo de 2018

doramas romero del camino
A raíz de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II las celebraciones eucarísticas han ido desmisterizándose en el seno de la Iglesia católica. ¿Como consecuencia de los procesos de secularización extremadamente agudizados en las últimas décadas del siglo XX y en lo que llevamos de siglo XXI? ¿Como consecuencia de unas disposiciones conciliares en materias litúrgica mal entendidas y peor asimiladas? ¿Resultado todo ello de un excesivo hincapié en conceptos como “inculturación litúrgica, participación del Pueblo de Dios, democratización en el seno de la Iglesia, ecumenismo e influjo protestante en la litrugia católica”…?
Podría ser que sí, o que no. El caso es que por las razones o causas que sean, la pérdida del “sentido del misterio” es palpable en las celebraciones eucartísticas católicas de nuestros días. No hay más que compararlas, pongamos, con una celebración eucarística típica ortodoxa: en estas, lo mistérico, lo apofático, la presencia del Espíritu de Dios se hacen mucho más “visibles”. De ahí esa reacción del Vaticano aprobando, mediante la Instrucción Ecclesia Dei, la celebración en toda la Iglesia universal, bajo ciertas condiciones mínimas, de la popularmente conocida como misa en latín o preconciliar.  Preconciliar y en latín y todo lo que se quiera, ciertamente, pero qué curioso, celebrada siempre por alguien como el beato Juan XXIII, papa que normalmente es usado como paradigma del “progresismo” católico en oposición a los “retrógrados” Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Aunque he asistido a un par de misas según ese rito preconciliar en latín, no soy muy partidario de ellas. Es algo estrictamente personal. Considero que sí soy bastante capaz de apreciar el rico tesoro espiritual que conservan y proponen para la Iglesia universal, para el Pueblo de Dios. Sin embargo, hay en ellas algo que me chirría, que no me gusta. A saber: el modelo de Iglesia que proponen, el modelo de seglar que defienden los que creo son sus partidarios, excepciones de rigor aparte, me quiero suponer. Es decir,  hasta donde alcanza mi conocimiento: el llamado rito tridentino lo aprecio como inseparable de un modelo de Iglesia entendido y vivido no en claves de Pueblo de Dios como comunidad fraterna de iguales, y sí entendido de manera soberanamente jerárquica, piramidal, clerical. Según este modelo, los cardenales han de seguir siendo tratados como eminencias reverendísimas, y el Papa, obvio, como santísimo padre, etcétera. Y esto, ciertamente, no me cuadra si trato de resituar o enmarcar la realidad de la misa tridentina en la perspectiva del Evangelio, vale que según mis cortas luces,  según mi manera subjetiva y no dogmática ni magisterial de entender estos asuntos. Quiero decir que toda esa hermosa parafernalia litúrgica  -ciertamente hermosa-, no me casa nada o muy poco con el tipo de comunidad y de celebración de la fe que brotan, repito que siempre según  mi subjetiva manera de entender y sobre todo de creer, del proyecto fundacional de Jesús de Nazaret según el testimonio de los Evangelios y el de las primeras comunidades cristianas.
El anterior apuntado es el nudo gordiano del problema. Además, y aun aceptando que no tendría por qué ser así, mi experiencia personal también me lleva a la siguiente constatación: todos los fieles que hasta hoy he conocido devotos de la misa tridentina son ideológicamente de derechas y aun de extrema derecha (carlistas, tradicionalistas diversos…). Esto es, personas que son tremendamente críticas con el PSOE, las izquierdas políticas y sociales y los sindicatos, incluso aunque las plataformas ideológicas anteriores hagan las cosas bien, a ojos de una mayoría de ciudadanos y ciudadanas. Es decir, que en esos fieles de derechas lo que predomina es una oposición ideológica a todo lo que procede o proceda de la izquierda; si bien, ciertamente, idéntica “debilidad” tendenciosa e ideológica se da entre las fuerzas de la izquierda con respecto a todo lo que procede o proceda de las derechas. Vamos, que sectarismos los hay por todas partes, en todos los espacios ideológicos.
Volviendo al asunto de la misa tridentina, veremos con el tiempo cuál va a ser su desarrollo, su implantación en la comunidad cristiana, el grado de aceptación de la que va a gozar. ¿Mucha gente del Pueblo de Dios se animará a participar en esa liturgia, incluidos los más pobres, incluidos los más críticos, los más comprometidos en los movimientos sociales y solidarios…? Lo dudo en grado sumo, pero todo podría ser.  

  • israel leon rivas
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