“Ante la voracidad liberal que se nos viene encima en la educación
pública”
Ante la
voracidad liberal que se nos viene encima en la educación pública (son más que
sangrantemente evidentes los recortes presupuestarios y ulteriormente laborales
que está llevando a cabo la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias),
¿cuál sigue siendo la propuesta de la Iglesia católica en materia de educación?
Tres son sus propuestas principales: educación privada, educación
concertada, asignatura de Religión católica en los centros públicos de
enseñanza. La educación privada es, como su mismo nombre indica, estrictamente
privada: los fondos con los que funciona y se conduce no son fondos públicos
gestionados por el Estado; asimismo, los centros privados, no solamente los
católicos, “se conducen o son conducidos” por regímenes y ordenamientos en
mayor o menor medida coincidentes o discordantes con las normativas que en
materia de educación funcionan en la enseñanza pública. Con todo, la condición
de estrictamente privados característica de estos centros (ya hemos señalado
que tanto en su financiación como en su funcionamiento y gestión internas, en
sus señas de identidad, etcétera) hace que en realidad uno deba decir de ellos
algo así como “Pues bien, si es así, con su pan se lo coman”.
Otra cosa, claro está, es que nos gusten más o menos, nos interesen más o
menos esos centros educativos estrictamente privados. Como bien se sabe (vox
populi), esos centros en general siguen ofreciendo enseñanza de calidad, o al
menos es lo que se sigue suponiendo y esperando de muchos de ellos; enseñanza
de calidad que hay que pagar, obviamente, que no es en modo alguno gratuita,
con lo cual automáticamente esos centros quedan, salvo muy honrosas y raras
excepciones, fuera del alcance de las capas y sectores de la sociedad más
humildes, con menor poder adquisitivo, más vulnerables al peso de la crisis.
Asimismo, casi huelga precisar que las contrataciones de personal docente
llevadas a cabo en esos centros educativos estrictamente privados obedecen no
precisamente a criterios ni públicos ni muy democráticos ni igualitarios;
dependen en primera, segunda y en todas las instancias posibles del director
del centro, o como mucho de los equipo directivo y educativo de turno.
Con todo, su aún innegable componente o impronta de clasismo social –lo
pretenden o no, tal clasismo social, los regidores de esos centros- y la
particular manera de contratar y mantener en esos centros al personal docente,
al menos a quien estas líneas escribe les siguen pareciendo fenómenos que chirrían (se oponen,
discrepan, chocan…) con respecto a la exhortación del evangelio de Jesús de
Nazaret, que es consubstancial y condición sine
qua non, a optar por los pobres, por los últimos de la sociedad, por los
marginados, por los excluidos.
De manera que sí, admitámoslo ahora o ya de una vez aunque pueda molestar
a muchos y a muchas: ni los criterios de selección del personal profesional
docente para esos centros educativos estrictamente privados, ni los ideales que
en ellos son sistemáticamente inculcados a su alumnado (salvo, reconozco,
algunas honrosas excepciones que pueda haber) tienen mucho que ver con la
propuesta militante que entraña la comprensión del Evangelio como lucha por el
Reino de Dios y su justicia; muy al contrario, salta a la vista que los
procedimientos selectivos y el ideario de esos centros estrictamente privados
(obviamente, me estoy queriendo referir a los de ideario católico) continúan
más claramente penduleando hacia el
conservadurismo social, cultural, ideológico y hasta eclesiológico que hacia la
vivencia del Evangelio como buena nueva para todos, sí, pero especialmente para
los humildes y desheredados de la Tierra.
Pero hete aquí que acaso para tratar de subsanar esa flagrante
contradicción tan descaradamente real y presente en los colegios católicos
estrictamente privados, hace años que funciona una especie de vía intermedia, a
saber, centros de ideario católico pero no estrictamente privados, ni
estrictamente públicos y sí concertados. Gracias a esa vía intermedia que
vendrían a ser los centros concertados, por concertados (financiados con fondos
públicos gestionados por el Estado) mucho más asequibles que los estrictamente
privados a las economías menos pudientes o poderosas, tendrían acceso a una educación
de calidad alumnos y alumnas procedentes de esas capas sociales más humildes,
menos adineradas.
Lo anterior, verdad a medias; logro conseguido sólo a medias. Porque lo
curioso de los centros concertados es que aunque se gestionan con fondos públicos,
mantienen un funcionamiento y un ordenamiento internos en todo idénticos al de
los centros exclusivamente privados. Y esto es, cuando menos chocante; pero
puede que sea injusto, esto es, puede que sea una situación de sospechoso e
intolerable privilegio concedido a los centros educativos concertados, que en
su mayoría, casi ni que decirlo habría, tienen un ideario católico.
Por lo demás, aclaro que nada tengo contra el ideario católico sobre todo
si el ideario católico se traduce en un cristianismo social, comprometido y
militante; lo que trato de resaltar es que desde luego es chocante y puede que
sea injusto que centros concertados (por concertados, participan de lo
específicamente público) sigan siendo regidos o gobernados con criterios
privados: en la contratación del personal profesional docente por ejemplo, que
sigue siendo a dedo (por recomendación, enchufe, por haber cursado estudios en
ese centro…), casi nunca en función de unos méritos académicos (salvo, como
casi siempre sucede con todo en esta vida, las honrosas excepciones de turno),
y no digamos ya pastorales o militantes, cosa esta última que hasta puede que
se convierta en perjudicial a la hora de ser contratad@ en uno de esos centros
concertados, pues te hace sospechoso de rebelde, inconformista y crítico a los
ojos y entendederas de los responsables de esos centros, que por regla general
buscan más salvar los muebles del centro educativo en cuestión desde claves
mercantilistas y empresariales que atreverse a “quemar los muebles y las naves”
desde claves propiamente militantes y evangélicas. Es decir, más clara el agua:
los colegios católicos funcionan más con criterios propios de una empresa
capitalista cualquiera que con los criterios de un centro de evangelización .
Así las cosas, los centros educativos estrictamente privados y los
centros concertados ¿son esperanza fecunda y en general entusiasmante para
muchos maltrechos docentes (canarios y no canarios) que ven pisoteados sus
derechos laborales? Me temo que no mucho.
Pero vayamos con la tercera y última propuesta educativa que ofrece la
Iglesia católica a la sociedad, propuesta que no es otra que la oferta de la
asignatura de Religión católica en los centros públicos. Cualquier docente, sea
cual sea su adscripción ideológica, su vinculación con la Iglesia, su grado de
simpatía o antipatía hacia la asignatura en cuestión, e incluso sea cual sea su
situación profesional administrativa (funcionario de carrera, interino,
sustituto, laboral), es perfectamente conocedor de que la demanda de esa
asignatura, en contra de lo que sostienen los grupos católicos
caracterizadamente más tradicionalistas y conservadores, no aumenta año tras
año y sí todo lo contrario, disminuye a pasos agigantados. Que tal
circunstancia sea buena o mala, negativa o positiva, es un asunto que ahora no
viene a cuento, pero que en todo caso sí que refleja con bastante nitidez el
curso mismo de la sociedad actual.
En verdad, lo que me sigue pareciendo realmente escandaloso es el perfil medio del docente impartidor de esa asignatura
en la enseñanza pública: por lo común y, como siempre, salvo honrosas
excepciones, se trata de un profesional que muy poca vinculación militante y
pastoral mantiene con la propia institución que lo ha contratado y que lo
mantiene ahí en ese puesto, que mucho mejor que él o que ella podrían
desempeñar no pocos docentes que, por una parte, profesional y profesoralmente
se mantienen en peores condiciones, y por otra, han demostrado una implicación
pastoral y militante en la Iglesia, por y para la Iglesia (en realidad, sería
para el Reino de Dios y su justicia) mucho más auténtica y esforzada. Esta
clase de injusticias sigue muy a la orden del día en el ámbito específico del
profesorado de Religión católica en la enseñanza pública.
Así las cosas, esto es, habiendo visto en esta reflexión, siquiera
someramente, un cierto panorama de la oferta educativa que la Iglesia católica
brinda a la sociedad, llegados a este punto quiero convertirme por un momento
en portavoz de tantas personas que conozco y que me dicen algo así: “No puedo
creer cómo la Iglesia, que es tan poco creíble
en muchas de sus actuaciones (creo que he logrado explicar al menos tres de
esas difícilmente creíbles actuaciones de la Iglesia católica), tolera más ese tipo de injusticias y de
incoherencias y tolera menos todo lo
que tiene o tenga que ver con la sexualidad humana”.
Porque es que la sexualidad humana nos coge tan de lleno, nos coge tanto
la entraña de nuestro ser, que aunque no la vivamos desde una dimensión
hedonista y relativista, a menudo surgen dificultades, tensiones, conflictos…
Pensemos, si no, en una pareja empeñada en vivir la sexualidad sin recurrir a
los métodos anticonceptivos, sólo que ella, la mujer, por problemas en el
trabajo, tensiones personales, estrés, etcétera, tiene desarreglos durante meses y meses capaces de volver muy arduo y muy
poco fiable el recurso a los métodos naturales… No digo yo que estas líneas
escribo que haya que cambiar la norma moral al respecto, sólo que no puedo
evitar la duda de plantear por qué en ese caso y en otros similares de moral
sexual personal, la Iglesia sigue siendo tan inflexible, en tanto en lo que
hemos visto sobre la triple oferta educativa de la Iglesia a la sociedad, lo
que sobreabunda es la incoherencia, la flexibilidad, la primacía de criterios
mercantilistas y empresariales sobre los estrictamente militantes y evangélicos.
Hasta ahora, cada vez que le he planteado estas dudas a un sacerdote
católico la respuesta que he recibido es una sutil y solapada invitación a
cambiar de tema.
Octubre, 2009.
LUIS ALBERTO HENRÍQUEZ LORENZO. Profesor de Lengua y Literatura españolas
en Enseñanzas Medias (Gran Canaria, Islas Canarias, España). Estudios de
Filosofía y Teología. Poeta y escritor.
680226506 (móvil)
luishenriquezlo@hotmail.com
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