domingo, 13 de mayo de 2018


“Ante la voracidad liberal que se nos viene encima en la educación pública”

 

 

Ante la voracidad liberal que se nos viene encima en la educación pública (son más que sangrantemente evidentes los recortes presupuestarios y ulteriormente laborales que está llevando a cabo la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias), ¿cuál sigue siendo la propuesta de la Iglesia católica en materia de educación?

Tres son sus propuestas principales: educación privada, educación concertada, asignatura de Religión católica en los centros públicos de enseñanza. La educación privada es, como su mismo nombre indica, estrictamente privada: los fondos con los que funciona y se conduce no son fondos públicos gestionados por el Estado; asimismo, los centros privados, no solamente los católicos, “se conducen o son conducidos” por regímenes y ordenamientos en mayor o menor medida coincidentes o discordantes con las normativas que en materia de educación funcionan en la enseñanza pública. Con todo, la condición de estrictamente privados característica de estos centros (ya hemos señalado que tanto en su financiación como en su funcionamiento y gestión internas, en sus señas de identidad, etcétera) hace que en realidad uno deba decir de ellos algo así como “Pues bien, si es así, con su pan se lo coman”.

Otra cosa, claro está, es que nos gusten más o menos, nos interesen más o menos esos centros educativos estrictamente privados. Como bien se sabe (vox populi), esos centros en general siguen ofreciendo enseñanza de calidad, o al menos es lo que se sigue suponiendo y esperando de muchos de ellos; enseñanza de calidad que hay que pagar, obviamente, que no es en modo alguno gratuita, con lo cual automáticamente esos centros quedan, salvo muy honrosas y raras excepciones, fuera del alcance de las capas y sectores de la sociedad más humildes, con menor poder adquisitivo, más vulnerables al peso de la crisis. Asimismo, casi huelga precisar que las contrataciones de personal docente llevadas a cabo en esos centros educativos estrictamente privados obedecen no precisamente a criterios ni públicos ni muy democráticos ni igualitarios; dependen en primera, segunda y en todas las instancias posibles del director del centro, o como mucho de los equipo directivo y educativo de turno.

Con todo, su aún innegable componente o impronta de clasismo social –lo pretenden o no, tal clasismo social, los regidores de esos centros- y la particular manera de contratar y mantener en esos centros al personal docente, al menos a quien estas líneas escribe les siguen pareciendo fenómenos que chirrían (se oponen, discrepan, chocan…) con respecto a la exhortación del evangelio de Jesús de Nazaret, que es consubstancial y condición sine qua non, a optar por los pobres, por los últimos de la sociedad, por los marginados, por los excluidos.

De manera que sí, admitámoslo ahora o ya de una vez aunque pueda molestar a muchos y a muchas: ni los criterios de selección del personal profesional docente para esos centros educativos estrictamente privados, ni los ideales que en ellos son sistemáticamente inculcados a su alumnado (salvo, reconozco, algunas honrosas excepciones que pueda haber) tienen mucho que ver con la propuesta militante que entraña la comprensión del Evangelio como lucha por el Reino de Dios y su justicia; muy al contrario, salta a la vista que los procedimientos selectivos y el ideario de esos centros estrictamente privados (obviamente, me estoy queriendo referir a los de ideario católico) continúan más claramente penduleando hacia el conservadurismo social, cultural, ideológico y hasta eclesiológico que hacia la vivencia del Evangelio como buena nueva para todos, sí, pero especialmente para los humildes y desheredados de la Tierra.

Pero hete aquí que acaso para tratar de subsanar esa flagrante contradicción tan descaradamente real y presente en los colegios católicos estrictamente privados, hace años que funciona una especie de vía intermedia, a saber, centros de ideario católico pero no estrictamente privados, ni estrictamente públicos y sí concertados. Gracias a esa vía intermedia que vendrían a ser los centros concertados, por concertados (financiados con fondos públicos gestionados por el Estado) mucho más asequibles que los estrictamente privados a las economías menos pudientes o poderosas, tendrían acceso a una educación de calidad alumnos y alumnas procedentes de esas capas sociales más humildes, menos adineradas.

Lo anterior, verdad a medias; logro conseguido sólo a medias. Porque lo curioso de los centros concertados es que aunque se gestionan con fondos públicos, mantienen un funcionamiento y un ordenamiento internos en todo idénticos al de los centros exclusivamente privados. Y esto es, cuando menos chocante; pero puede que sea injusto, esto es, puede que sea una situación de sospechoso e intolerable privilegio concedido a los centros educativos concertados, que en su mayoría, casi ni que decirlo habría, tienen un ideario católico.

Por lo demás, aclaro que nada tengo contra el ideario católico sobre todo si el ideario católico se traduce en un cristianismo social, comprometido y militante; lo que trato de resaltar es que desde luego es chocante y puede que sea injusto que centros concertados (por concertados, participan de lo específicamente público) sigan siendo regidos o gobernados con criterios privados: en la contratación del personal profesional docente por ejemplo, que sigue siendo a dedo (por recomendación, enchufe, por haber cursado estudios en ese centro…), casi nunca en función de unos méritos académicos (salvo, como casi siempre sucede con todo en esta vida, las honrosas excepciones de turno), y no digamos ya pastorales o militantes, cosa esta última que hasta puede que se convierta en perjudicial a la hora de ser contratad@ en uno de esos centros concertados, pues te hace sospechoso de rebelde, inconformista y crítico a los ojos y entendederas de los responsables de esos centros, que por regla general buscan más salvar los muebles del centro educativo en cuestión desde claves mercantilistas y empresariales que atreverse a “quemar los muebles y las naves” desde claves propiamente militantes y evangélicas. Es decir, más clara el agua: los colegios católicos funcionan más con criterios propios de una empresa capitalista cualquiera que con los criterios de un centro de evangelización .

Así las cosas, los centros educativos estrictamente privados y los centros concertados ¿son esperanza fecunda y en general entusiasmante para muchos maltrechos docentes (canarios y no canarios) que ven pisoteados sus derechos laborales? Me temo que no mucho.

Pero vayamos con la tercera y última propuesta educativa que ofrece la Iglesia católica a la sociedad, propuesta que no es otra que la oferta de la asignatura de Religión católica en los centros públicos. Cualquier docente, sea cual sea su adscripción ideológica, su vinculación con la Iglesia, su grado de simpatía o antipatía hacia la asignatura en cuestión, e incluso sea cual sea su situación profesional administrativa (funcionario de carrera, interino, sustituto, laboral), es perfectamente conocedor de que la demanda de esa asignatura, en contra de lo que sostienen los grupos católicos caracterizadamente más tradicionalistas y conservadores, no aumenta año tras año y sí todo lo contrario, disminuye a pasos agigantados. Que tal circunstancia sea buena o mala, negativa o positiva, es un asunto que ahora no viene a cuento, pero que en todo caso sí que refleja con bastante nitidez el curso mismo de la sociedad actual.

En verdad, lo que me sigue pareciendo realmente escandaloso es el perfil medio del docente impartidor de esa asignatura en la enseñanza pública: por lo común y, como siempre, salvo honrosas excepciones, se trata de un profesional que muy poca vinculación militante y pastoral mantiene con la propia institución que lo ha contratado y que lo mantiene ahí en ese puesto, que mucho mejor que él o que ella podrían desempeñar no pocos docentes que, por una parte, profesional y profesoralmente se mantienen en peores condiciones, y por otra, han demostrado una implicación pastoral y militante en la Iglesia, por y para la Iglesia (en realidad, sería para el Reino de Dios y su justicia) mucho más auténtica y esforzada. Esta clase de injusticias sigue muy a la orden del día en el ámbito específico del profesorado de Religión católica en la enseñanza pública.

Así las cosas, esto es, habiendo visto en esta reflexión, siquiera someramente, un cierto panorama de la oferta educativa que la Iglesia católica brinda a la sociedad, llegados a este punto quiero convertirme por un momento en portavoz de tantas personas que conozco y que me dicen algo así: “No puedo creer cómo la Iglesia, que es tan poco creíble en muchas de sus actuaciones (creo que he logrado explicar al menos tres de esas difícilmente creíbles actuaciones de la Iglesia católica), tolera más ese tipo de injusticias y de incoherencias y tolera menos todo lo que tiene o tenga que ver con la sexualidad humana”.

Porque es que la sexualidad humana nos coge tan de lleno, nos coge tanto la entraña de nuestro ser, que aunque no la vivamos desde una dimensión hedonista y relativista, a menudo surgen dificultades, tensiones, conflictos… Pensemos, si no, en una pareja empeñada en vivir la sexualidad sin recurrir a los métodos anticonceptivos, sólo que ella, la mujer, por problemas en el trabajo, tensiones personales, estrés, etcétera, tiene desarreglos durante meses y meses capaces de volver muy arduo y muy poco fiable el recurso a los métodos naturales… No digo yo que estas líneas escribo que haya que cambiar la norma moral al respecto, sólo que no puedo evitar la duda de plantear por qué en ese caso y en otros similares de moral sexual personal, la Iglesia sigue siendo tan inflexible, en tanto en lo que hemos visto sobre la triple oferta educativa de la Iglesia a la sociedad, lo que sobreabunda es la incoherencia, la flexibilidad, la primacía de criterios mercantilistas y empresariales sobre los estrictamente militantes y evangélicos.

Hasta ahora, cada vez que le he planteado estas dudas a un sacerdote católico la respuesta que he recibido es una sutil y solapada invitación a cambiar de tema.

 

 

Octubre, 2009.

LUIS ALBERTO HENRÍQUEZ LORENZO. Profesor de Lengua y Literatura españolas en Enseñanzas Medias (Gran Canaria, Islas Canarias, España). Estudios de Filosofía y Teología. Poeta y escritor.

680226506 (móvil)

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