domingo, 13 de mayo de 2018


“A propósito del caso del disidente cubano Orlando Zapata Tamayo”

 

 

Dejando muy a un lado mi profunda admiración por la obra literaria (de modo particular por su poesía) del comunista Miguel Hernández (de católico de provincias a comunista urbano, etcétera), el poeta de Orihuela cuyo centenario de nacimiento se celebra en este 2010, reparemos en los siguientes datos, sin duda tan escalofriantes como suficientemente avalados por sesudos estudios; uno de ellos, El libro negro del comunismo: crímenes, terror y represión (Francia 1997).

 

Víctimas del marxismo (durante el siglo XX, pero en menos de cien años; en millones de víctimas):

U.R.S.S.: 20.000.000

China: 65.000.000

Vietnam: 1.000.000

Corea del Norte: 2.000.000

Camboya: 2.000.000

Europa Oriental: 1.000.000

Latinoamérca: 150.000

África: 1.700.000

Afganistán: 1.500.000

 

Los crímenes, perpetrados por regímenes comunistas, se refieren a actos criminales, atentados, purgas, asesinatos en masa, torturas, deportaciones masivas, fallos “técnicos” en los planes de socialización de la economía, fusilamientos. Y no es una cifra exhaustiva, conste, pues no incluye miles de víctimas más producto de la persecución religiosa decretada contra la Iglesia católica en España, por ejemplo, entre otras víctimas del comunismo internacionalizado.

 

De manera que si la historia de la presencia y la implantación del comunismo en el mundo, y en menos de un siglo, se ha escrito a base de tales niveles de terror, crimen e ideología deshumanizadora, ¿a quién ha de sorprender, de veras, la actuación de la tiranía comunista de los hermanos Castro en Cuba, a propósito de la reciente muerte del disidente cubano Orlando Zapata Tamayo, este pasado martes 23 de febrero de 2010?

 

Pero es más: habiendo sido esa la realidad del comunismo en la moderna historia mundial y en menos de un siglo, ¿cómo entender la infatigable admiración de algunos eclesiásticos y ex eclesiásticos (caso del teólogo disidente brasileño Leonardo Boff, por ejemplo: “Cuba es el ejemplo más alto que he conocido de sociedad aplicadora del ideal de Reino de Dios”, se ha atrevido a confesar, ni corto ni perezoso) por la Revolución cubana, tiranía que, como el dios aquel de la mitología griega, acaba por comerse a sus propios hijos…?

 

A mi juicio, los motivos posibles para comprender y explicar tal admiración son tanto más arcanos e insólitos cuanto mayor es la inquina, el odio y el desprecio con que esos admirados aún de la Revolución cubana zahieren a la Iglesia, al Papa, a los obispos… Odio, inquina y desprecio que cuenta, ni que decirlo habría, con los altavoces de todo un conjunto de variopintos orfeones progres tanto o más conscientes, en el interior de las conciencias de sus miembros –no pocos de los cuales, todo hay que decirlo, perfectamente instalados en el sistema que pretenden combatir-, de la hecatombe del comunismo cuanto más decididos a sembrar eso ya dicho: odio, inquina y desprecio contra la Iglesia. Aunque sea a base de justificar lo injustificable: los más de cien millones de asesinados por los tiránicos regímenes comunistas; la inhumanidad del comunismo en esa Isla-Cárcel que se llama Cuba; el pretender justificar la muerte del disidente Orlando Zapata Tamayo a base de publicitar que es que era en realidad un delincuente común, un zángano social.

 

 

No hay más que leerlos y escucharlos, a los eclesiásticos y ex eclesiásticos afectos al comunismo y desafectos hacia la Iglesia católica: siempre prestos a pasar la mano por encima del hombro, en plan amigacho, a dictadores como los hermanos Castro y resto de adalides de la progresía condescendiente con los desmanes comunistas, a la vez que igualmente prestos y dispuestos a proferir toda clase de insultos contra las autoridades de la Iglesia que, empero, aseguran amar, defender, querer purificar, reconstruir.   

 

Así que qué pena por la muerte del disidente cubano Orlando Zapata Tamayo. Qué pena (de otra clase, claro es) por la continuidad, ya por más de medio siglo, de la tiranía castrista en Cuba. Qué extraña pena, asimismo, por los que desde la condición de eclesiásticos que son o han sido, aparecen siempre prestos a morder la mano que les da de comer (esto es, La Iglesia, Esposa de Cristo, pese a que es santa y meretriz), en tanto no claudican en su extraña determinación de querer pasar la mano por encima, en plan amigachos, del hombro de dictadores comunistas.

 

Luis Alberto Henríquez Lorenzo. Marzo, 2010. 680226506 (móvil).   

No hay comentarios: