Cojo el rábano por las hojas (permítaseme, please): la Iglesia católica, en todas partes del mundo, que para eso es universal, no recomienda votar a ningún partido político en concreto, solo que pide que los católicos a la hora de votar tengan muy en cuenta los llamados “cinco principios innegociables”: no al aborto, no a la eutanasia, no a la investigación genética, no al matrimonio homosexual, sí a la escuela católica subvencionada.
A ver: se pueden crear partidos políticos si un grupo de colegas, amigos o correligionarios se reúnen a propósito y así lo consideran, y supongamos que ese partido es confesional católico, solidario… Pero esos partidos no existen; perdón, sí existen, pero pertenecen casi 100% a una tradición de derechas (carlistas, falangistas, tradicionalistas, monárquicos…).
Así pues entonces, ¿tan innegociables son esos principios que en efecto exigen que un fiel católico no deba votar a partidos de izquierda, pongamos que socialdemócratas? Entonces, un fiel católico votante ¿está casi como obligado a votar por partidos de tradición de derechas? Claro que los obispos no dicen esto, pero es tan obvio que casi inevitablemente ha de ser así, que es de bobos no suponer que no puede ser sino así...
Dicho más a la manera llana de Sancho Panza: un fiel católico (hombre o mujer, naturalmente) decide ser fiel a esos cinco principios innegociables que pide la Iglesia universal, solo que por las razones que sea no quiere votar por ningún partido, minoritarios todo ellos hoy por hoy en España, perteneciente a la tradición de derechas. Entonces así las cosas, ¿qué hace?
Desde luego, los obispos católicos no son nada dados a recomendar la abstención, ni el voto en blanco; muy al contrario, lo que recomiendan -obviamente, de forma indirecta, sin decirlo al pan pan y al vino vino- es votar por partidos de derechas. Entre estos, el principal es el muy afectado por la corrupción Partido Popular, el cual ni siquiera es riguroso en el respeto a esos 5 principios innegociables para un católico. Y que tampoco, al menos de momento, está pudiendo o sabiendo sacarnos de la espantosa crisis que nos golpea y empobrece.
Vaya lío (en mi cabeza al menos).
Así que me quedo, y les dejo, con Serguei Rachmáninov (1873/1943). No puedo saber qué sería de la magistral Breve encuentro, intenso drama romántico de David Lean (para mí, como para el sociológico profesor de la ULPGC y cinéfilo confeso Diego Grimaldi, una de las cinco mejores películas inglesas de todos los tiempos), sin la música del Concierto para piano nº 2 en re menor, op. 18 del citado compositor de origen ruso. Ciertamente, su primer movimiento, moderato, me sigue pareciendo de un patetismo sublime.