“¿Palabras
de Él?”
Palabras
preliminares
El 26 de
enero del año 2012, el portal de Internet Atrio tuvo
a bien publicar este artículo. El único que he logrado publicar en
ese portal que pretende concitar el diálogo sobre lo profano y lo
sagrado. Habiendo protagonizado en ese portal algunas controversias,
entiendo que por defender un servidor la doctrina del Magisterio y,
empero, la mayoría de los foristas de Atrio la heterodoxia, la
disidencia eclesial, etcétera, quiero agradecer la acogida que
siempre me han dispensado. En nombre de la libertad de buscar la
verdad como hijos e hijas de Dios: lo cortés no quita lo valiente.
Sin
ninguna duda, también discrepando de muchos de los foristas de ese
portal o web, he salido ganando, en lo cultural y en lo espiritual y
hasta en lo eclesial católico. Agradecido, impulsores de Atrio.
El
artículo a que me quiero referir se titula “¿Palabras de Él?”
A punto de cumplirse un año de su publicación en esa página,
vuelve monseñor Demetrio Fernández, actual obispo de Córdoba, a
ser protagonista de una polémica, aireada en algunos medios de
comunicación de masas y aun en sectores de la sociedad española,
por causa de un artículo de prensa en que se muestra muy crítico
con la ideología de género, a la que acusa de ser una de las
causantes de la crisis de la familia tradicional.
Como
tengo ocasión de reconocer en Atrio, concretamente
en la encendida controversia suscitada por el artículo "El Obispo y el género: ¿incultura o maldad?", del economista Juan Torres López, en esta
ocasión me alineo con la postura del obispo católico, que entiendo
es la del Magisterio, con todo lo que ello comporta de crítica y de
rechazo a mi posicionamiento, por parte de amplios sectores de la
progresía, incluida la eclesial o paraeclesial, no poca de la cual, o alguna de ella, al menos, sin embargo -o sin que parezca importar
o estorbar-, sigue comiendo, en lo profesional, en lo existencial, de
la mano de la Iglesia a la que muerde. Realidad cuya denuncia pública
te lleva a ser incluso descalificado en el seno de la Iglesia misma,
digo en amplios sectores de ella.
En
el artículo “¿Palabras de Él?” me muestro no obstante un poco
más crítico con las declaraciones del obispo español D. Demetrio.
Sin por ello mostrarme opuesto a la doctrina del Magisterio, por más
que sigo sin entender cómo es posible que la Iglesia católica, por
boca de sus pastores (en esta oportunidad, monseñor Demetrio
Fernández) condene la ideología de género, el feminismo, siquiera
en sus formas más radicales, y las movidas de los colectivos LGTB, y
sin embargo consienta en su seno la realidad de cierto número de más bien burócratas (mujeres
y hombres) que, en lo profesional, viven gracias a la Iglesia
católica (escuela católica, facultades teológicas, centros
asistenciales confesionales...) pero que doctrinalmente
se apartan de aspectos o núcleos esenciales de la doctrina de la fe
católica.
No
lo entiendo. Y por no entenderlo y por protestar contra ello, a estas
alturas de la película, es decir, de mi vida, ya conozco que soy
difamado ácidamente, también en conciliábulos eclesiales
católicos: “que si loco, que si cátaro, que si fanático, que si
resentido, que si integrista, que si difamador de la Iglesia...” En lo que constituye una rastrera estrategia de golpear bajo, en toda la línea de flotación personal: acusarlo a uno de haber perdido el juicio, para así machacarlo y anularlo a uno. Ni caso.
De
ahí que a menudo me sienta tentado a profundizar en
el universo existencial que expresan poemas como el titulado
“Momentos felices”, del comunista y ateo Gabriel Celaya; como que
se trata de un largo texto, conversacional, de poesía
intencionadamente prosaica, reivindicante
de una reconciliación con la finitud. En una línea socialista,
esto es, comprometida (verbigracia, uno de sus más ilustres
representantes en España, D. Enrique Tierno Galván), y no
postmoderna, individualista, nihilista
(tipo o vía Lipovetsky: La era del vacío).
Vamos,
pues, con ese artículo publicado hace algo menos de un año.
Artículo que me gustaría encabezar con esa obra maestra de la
canción popular de todos los tiempos titulada “Ne me quitte pas”,
del cantautor e inimitable intérprete belga Jacques Brel, que sigue
siendo uno de mis preferidos de su género.
Se
trata de una de las canciones de amor más desgarradoras, trágicas,
desesperadas y a la vez conmovedoras jamás escritas. La forma
interpretativa de Jacques Brel -ilustre belga que llegó a veranear
en Gran Canaria, al igual que llegó a entrenar aquí, según me aseguraba mi padre, que en paz descanse, nada menos que Eddy Merck, otro ilustre belga, acaso el mejor ciclista de todos los tiempos-... Se queda uno sin palabras: gozo total. Y eso que
es una pieza magistral interpretada (en verdad, una de las canciones
más versionadas de la música popular moderna) por gigantes de la
talla de Edith Piaf, Charles Aznavour, Nina Simone, Frank Sinatra,
Marlene Dietrich, Shirley Bassey, Johnny Halliday, Yves Montand, Ray
Charles... Casi nada al aparato.
A
decir verdad, la génesis de la canción es poco “católica”, en
el sentido de que, compuesta por Jacques Brel en 1959, viene a ser
una crónica de su ruptura con Suzanne Gabriello, embarazada en el
momento de la ruptura, y que acabaría abortando tras rehusar Brel a
su paternidad. Ciertamente, me importa nada que nada tenga que ver
con el contenido del artículo de marras, ni con la trayectoria del
obispo Demetrio, que acaso ni guste de esa canción; únicamente
querría un cierto consentimiento del público lector.
Por
último o por lo demás, al final del artículo, como postre
digestivo, me nace de mi deseo de vivir invitar a los lectores a que
sean por unos minutos felices, a que vuelvan a serlo, como lo suelo ser yo siempre que la
escucho, con la también desgarradora tristeza de “La chanson des
vieux amants”, igualmente de Jacques Brel. Otra historia de amor
trágica, desgarradora, incomparablementre cantada por el ilustre
ciudadano belga. Está a la altura de “Ne me quitte pas”, sin
duda, hasta el extremo de que no puedo sino preferirlas a las dos,
por igual. Por fortuna, no son dos mujeres a las que amar por igual
-si esto fuera posible, que no lo sé-, sino dos inmortales
canciones a las que preferir al mismo tiempo.
Meollo
del artículo (o cuerpo de la cuestión)
Desde luego, sí que han alcanzado notable eco mediático unas recientes declaraciones públicas de monseñor Demetrio Fernández, actual obispo de Córdoba (España, no la Córdoba argentina), a propósito de su última carta pastoral. Hasta el extremo de que el propio prelado acaba de manifestar a distintos MCS (medios de comunicación social) que “se alegra de que la palabra de Dios suscite mucho atractivo”.
Recordemos:
en su carta pastoral, al parecer extensa -y que quien estas líneas
escribe no ha leído entera, mea culpa-, el obispo católico exhorta
a que los cristianos no caigan en el pecado de la fornicación. En
realidad, la carta pastoral en cuestión es una explicación más o
menos exegética y catequética de la lectura evangélica de una misa
dominical, no recuerdo si de este domingo pasado (l5-l-20l2) o del
anterior. Convencido al parecer el prelado católico de que no pocos
medios de comunicación de masas, el cine, la televisión y hasta la
escuela pública fomentan el libertinaje sexual, no ha tenido pelos
en la lengua y lo ha denunciado. Con la consecuencia inevitable, una
vez altavoceadas mediáticamente sus palabras: tirios y troyanos
lanzan, respectivamente, loas y flechas no precisamente de Cupido
contra el obispo, contra sus opiniones.
A
nuestro juicio, las opiniones del obispo Demetrio no inventan nada
que no esté ya bimilenariamente inventado; esto es, explican la que
viene siendo doctrina moral de la Iglesia católica desde hace 20
siglos. Basada en los Evangelios, la Tradición y el Magisterio, en
efecto es esa, esa es la doctrina moral de la Iglesia. Nada que
objetar al obispo: la humanización
de la sexualidad, según la doctrina moral de la Iglesia católica
(la propuesta moral de la Iglesia ortodoxa, que excepcionalmente
acepta el divorcio y aun los métodos anticonceptivos, es un pelín
más suave, y no digamos la de los grupos del protestantismo liberal,
que aceptan incluso la homosexualidad entre sus fieles y la bendice),
sigue siendo ardua tarea, un auténtico camino
estrecho frente al ancho y regalado que propone el mundo.
Sin
embargo, nos preguntamos si, sabedor el obispo Demetrio del eco
mediático que iban a poder alcanzar sus opiniones sobre tan delicado
asunto, por qué no aprovechó para reconocer públicamente que
también la Iglesia católica está llena de fieles pecadores
-empezando por quien estas líneas escribe, siguiendo por él,
obispo, etcétera-: los cientos y cientos de pederastas, por ejemplo,
que hacen y han hecho inmensamente más daño que el que puedan hacer
dos adultos que, libremente, deciden mantener relaciones sexuales al
margen del matrimonio. ¿Quizá porque no era el momento de
reconocerlo? ¿Quizá porque la doctrina de Iglesia católica “en
bloque” a menudo da la impresión de defender más los derechos de
los “no nacidos” (oposición al aborto, a toda posibilidad de
anticoncepción, etcétera) y aun los de los enfermos y personas
mayores para el “bien morir” (oposición a la eutanasia, por
ejemplo) que los derechos de mera justicia por el “bien vivir”
desde la solidaridad, la libertad, la fraternidad y la justicia, que
son precisamente, estos últimos del “bien vivir”, valores que
anticipan el Reino de Dios?
Consideramos
que también podría haber aprovechado el obispo Demetrio la ocasión
para denunciar el turbio asunto de Cajasur, gordísima corrupción
bancaria y financiera en la que se vieron implicados personalidades y
sectores de la Iglesia católica en toda Andalucía. ¿Tampoco lo
denunció porgue no era el momento? ¿No lo denunció porque ni se le
pasó por la cabeza? ¿No lo denunció porgue la Iglesia católica
tiene una especie de doble vara de medir: rigorismo con respecto a
todo lo relacionado con la sexualidad humana; flexibilidad con
respecto a lo relacionado con el dinero, las riquezas materiales, las
finanzas (Cajasur, Banca Ambrosiana, apoyo a dictaduras militaristas
y neocapitalistas...).
Asimismo,
podría haber aprovechado, al tiempo que predicaba su exhortación a
huir de la fornicación, para denunciar que algunos obispos
católicos, compañeros suyos en el episcopado español -algunos
críticos aseguran que serían “no pocos prelados”-, es un
secreto a voces que son “eminentemente” hipócritas, trepas,
intelectualmente muy mediocres, burócratas y figurones. Qué pasa,
¿que no lo hizo porgue haberlo hecho habría sido juzgar a esas
personas? ¿Sucede que no lo hizo porgue tampoco lo creyó oportuno o
porque lo cree falso de toda falsedad o porque practica una suerte de
muy católico corporativismo? Sospecho que mucha gente en España se
pregunta lo que yo con estas dudas.
Y por
si todo lo anterior fuera poco, ¿no podía y aun debía el obispo
Demetrio Fernández haber aprovechado para denunciar los bajísimos
niveles de fe comprometida o militante que imperan en la Iglesia
católica española, progresivamente suplantados por altas dosis de
hipocresía, nepotismo, burocratismo y falso progresismo
mundanizante? Qué vuelve a pasar, ¿que los obispos españoles no
tienen ninguna responsabilidad en que la situación sea la que es en
la Iglesia católica en España?
Nos
preguntamos. Simplemente.
Postdata:
aunque no pocos lectores van a considerar que se me “ve demasiado
el plumero” con este anuncio que incluyo en la sección Postdata,
dado que no estoy encontrando más que indiferencia, evasivas y
desprecios sobre todo por parte de las autoridades de la Iglesia
católica en la Diócesis de Canarias, a la hora de difundir mi libro
¿La Iglesia católica? Sí; algunas
consideraciones, por favor (Madrid, Vitruvio
y Nostrum, noviembre, 20ll), si no me suprimen las líneas de este
apartado los medios que estimen conveniente publicar este mi
artículo, aprovecho para dar las gracias. Porque es que justamente
en el citado ensayo desarrollo más detenidamente lo denunciado en
este mi “¿Palabras de Él?”
Y
porque mantener el espíritu libertario no puede sino pasar por
intentar actuar de forma diferente a como actuaría el expresidente
Zapatero, pongamos: le ponen sobre la mesa 700.000 euros por publicar
sus memorias, con las que no sé si venderá algo más que humo y
“milongas”, en tanto uno... En fin.
Enero, 2012.
Luis Henríquez Lorenzo
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