martes, 29 de enero de 2013

"Fiel a la Iglesia católica, pese a todo: pese a mis tentaciones y pecados, pese a los de la propia Iglesia(XIV)"


Me parece muy cierto que la Iglesia católica en España goza en efecto de ciertos privilegios que, como poco, resultarían muy discutiblesComo también es cierto que sufre la incompresión y el rechazo de no pocos colectivos, sectores, políticas y administraciones, etcétera. Lo cual a su vez no es menos cierto que el hecho de que la propia Iglesia católica -me refiero ahora especialmente a sus pastores: obispos, sacerdotes…- ha ido labrando su propio descrédito social a base de incurrir, un día sí y otro también, en toda clase de incoherencias, hipocresías, alianzas con los poderosos; en definitiva, traiciones al Evangelio.

Hasta el extremo de que es una de las instituciones peor valoradas en España. Tal valoración, entiendo, no es solamente consecuencia del laicismo en sus versiones más desafectas hacia la Iglesia, que es la tesis principal que manejan nuestros obispos, sino que también tiene que ver, y mucho, con errores de la propia institución.

Entonces, henos aquí con la pregunta-perplejidad inevitable: ¿Para qué quiere mantener la Iglesia católica en España esos acuerdos firmados en el año 1977 entre el Vaticano y el incipiente Gobierno democrático español? Respuesta inmediata y lógica: los quiere mantener para evangelizar, para difundir el mensaje de su Señor…

Y claro, entonces uno exclama un no poco sorprendido “Ah, conque los quiere mantener para eso”… Está bien, si es así. Pero la verdad, a menudo no lo parece; es decir, a menudo no parece que los privilegios fiscales, sanitarios, educativos, militares, entre otros privilegios, la Iglesia los esté usando debidamente para evangelizar, sino más bien para mantener todo un aparato burocrático en buena parte de sus movidas evangelizadoras, que no hace otra  cosa que secuestrar el Evangelio.

Postdata: hace unos días anuncié que dejaba de participar en Atrio como forista, al menos durante un tiempo, tras haber sufrido, entendía yo, la provocación y los anatemas de un forista (malos entendidos o rencillas pasadas; debo desear a ese muchacho lo mejor, sin duda, es lo más cristiano). Sin embargo, considero que, salvado ese incidente, no tengo razones de peso para dejar de participar en este portal, salvo que expresamente me lo ruegue su coordinador, el señor Antonio Duato, o en su defecto una suerte de comité de foristas indignados con mis ideas, o algo así.

Sigo considerando que este portal es muy progresista, y yo no soy propiamente progresista (tampoco me considero de derechas, ni facha ni vainas por el estilo). Sin embargo, frente a una mayoría de voces progresistas, críticas con la jerarquía y desafectos, más o menos, con el Magisterio, la mía, que apenas se levanta un palmo del suelo en su vuelo -perdón por el pareado-, puede ofrecer un cierto contrapunto.

Porque además, aunque no soy crítico con la doctrina de la fe, con lo que frecuentemente llamo yo mismo hipocresía eclesiástica sí suelo ser muy crítico. Hasta el extremo de llegar a plantearme reflexiones como esta que expresa el escritor y poeta uruguayo Mario Benedetti en su poema “Defensa de la alegría”: “Defender la alegría como una certidumbre/ defenderla a pesar de Dios y de la muerte/ de las buenas costumbres y de los apellidos (…)” Esto es: no digo el defenderla “contra Dios” -porque si existe, y yo creo que sí, Dios es la fuente de la alegría-, sino contra “el mal rollo” de muchos que se consideran sus representantes en el planeta Tierra y que empero, más allá de ser pecadores (pecadores y pecadoras somos todas las personas), son unos mezquinos de cojones, unos hipócritas autoritarios…

Me parece conocer, por propia experiencia personal, que la Iglesia católica está llena de ese tipo de personajes.

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