Ana Rodrigo, buenos días, buen sábado:
No sé si conoces esta anécdota que se cuenta de ese gran teólogo reformado de tradición calvinista que se llamó Karl Barth. (Nótese que se trata del, acaso, más cualificado teólogo protestante de todo el siglo XX, tradición cristiana que, entre otras razones por centrarse en la exclusividad de la Palabra, la Sagrada Escritura, la sola fe, la sola gracia, etcétera, ha producido teólogos y teólogas extraordinarios, cuyos frutos alcanzaron el propio Vaticano II, pues no en balde, al menos en alguna medida el amor de los hermanos cristianos protestantes estuvo en la mente de algunos padres conciliares de ese gran acontecimiento para la Iglesia universal que fue el Concilio.)
Resulta que frecuentemente en algunas de sus conferencias, una suerte de fan incondicional solía preguntarle al sabio teólogo algo así como: “Y usted, como creyente cristiano, Dr. Barth”, ¿qué opina de tal o cual asunto?... Era insistente el señor; y tal vez, algo pesado, impertinente. Porque el caso es que un día el teólogo suizo le espetó, ya me he figurado que acaso molesto por tanta insistencia: “No olvide usted que tanto insiste en destacar mi condición de creyente cristiano que, detrás de esa fe, se agazapa la pertinaz duda del ateo”.
D. Miguel de Unamuno, que también fue un sabio, aunque por imperativos generacionales no pudiera conocer la obra de Karl Barth, ni obviamente esa anécdota, sí que se especializó en la permanente especulación existencial sobre la duda y la fe religiosa, sobre la sed de infinito y lo imperioso del dato empírico de la razón, sobre la lucha titánica entre la finitud y la sed de eternidad…
Salvando las abismales distancias entre ambos ilustres pensadores citados y yo, me siento bastante como ellos. Y creo que es por eso por lo que entro en Atrio; vamos, una de las razones de que siga entrando.
Por otra parte, Ana Rodrigo, gracias por recordarme el hecho o dato de que la inmensa mayoría de los foristas de Atrio en realidad ya están de vuelta de todo eso de fidelidad al Magisterio y resto de fidelidades eclesiales afines; mi recorrido existencial y de fe, empero, no ha sido exactamente ese. Entonces será el respeto recíproco lo exigible.
Y aun dos últimas consideraciones sobre el post de Juan José Tamayo Acosta. La primera es que en efecto la Iglesia católica, por boca de sus jerarcas podría implicarse más, de manera más radicalmente evangélica por profética, en la denuncia de las injusticias estructurales; por ejemplo, en las que está ocasionando en España la cruelísima crisis económica que sigue golpeando a los más débiles, a las economías más en precario. Hasta el extremo de que casi hago mía una afirmación o tesis que suele esgrimir el ateo Pepe Sala: “Es falso eso de que la Iglesia ayuda a los pobres, porque en mi experiencia puedo mostrar que es justamente lo contrario”. Es decir, yo creo que no es del todo cierto eso de que “la Iglesia católica no ayude solidariamente a los necesitados”, sí que ayuda, y no raramente de manera heroica, ejemplar, santa. Sin embargo, a menudo también pasa de ayudar: por hipócrita (quiero decir por la como secular hipocresía eclesiástica), por rendida a los intereses mundanos, por burocrática y no militante, la Iglesia universal, siempre santa y pecadora, no ayuda como debiera. Y ahí sí le doy la razón, parcialmente, a Pepe Sala.
La segunda consideración, que no hice en mi comentario anterior al mismo hilo de este post, para evitar sembrar polémica (es lo que consideré en su momento), es que hay algo que me chirría del hecho de que Juan José Tamayo haya elegido precisamente un texto de san Juan Crisóstomo para criticar la incoherente actuación antievangélica de tantos pastores de la Iglesia católica en España. Sospecho que lo que me chirría es que haya elegido un fragmento de los escritos de un Padre de la Iglesia universal. Porque sabido es que a ese grupo de selectos de los Santos Padres de la Iglesia solo se accede a través de la santidad de vida y la total ortodoxia del pensamiento teológico propio, más el fiel amor incondicional a la Iglesia. Por eso justamente, las reticencias sobre si considerar o no propiamente a un sabio y genial teólogo como Orígenes, de obra teológica algo “heterodoxa” al parecer, perteneciente con “pleno derecho o no” a ese grupo de selectos elegidos que son los Santos Padres de la Iglesia.
Nada más. Buen día.