“Ahora
que es verano, Bárbara Castro García...”
Preámbulo (de ajuste,
para mi blog)
Nada más
conocer la noticia en verano del recién rebasado 2012, en un abrir y
cerrar de ojos escribí este artículo. Qué menos. Tuvo poco eco en
los medios informativos de Internet, a los que lo envié en su
momento, como es costumbre que haga con todos los míos que,
según mis luces me dan a entender, considero publicables.
Considero
sobre el mismo ahora lo mismo que consideré hace medio año: ante
opciones finales como la de la joven protagonista de mi artículo,
sobran las palabras. Pero no quisiera deshonrar la memoria de la
joven andaluza incluyendo, siempre como una forma de aperitivo o de
abrir boca antes de la lectura de mi artículo, una pieza musical. En
este caso, una pieza estética de la nobleza estética y la elevación
espiritual del Requiem de Mozart.
Cuerpo
del artículo
Empezando
por la mucha mediocridad que aporta a la Iglesia católica quien
estas líneas escribe y siguiendo por la mucha que aportan todos los
trepas, los figurones, los burócratas antimilitantes, las feministas
partidarias del aborto y de la ideología de género, los falsos
progresistas mundanizantes, el común denominador de los fieles que
no se toman en serio la exigente doctrina de la Iglesia sobre la
familia, los muchos curas que se oponen al Magisterio y que haciendo
de su capa un sayo difunden el laicismo a menudo bajo la coartada de
dialogar con la cultura y la modernidad, y los meros enchufados que
muy poco o nada arriesgan en el camino de la fe cristiana, en la
Iglesia católica que peregrina por España un testimonio de vida
como el de la joven católica española Bárbara Castro García
sorprende, descuella.
Nacida
en el año 1981, acaba de fallecer (su funeral en Córdoba se ha
celebrado este pasado 7-7-2012): víctima de un cáncer durante su
embarazo, se negó a recibir tratamiento que pudiera perjudicar la
vida del bebé que llevaba en su vientre: su bebé, sano y salvo;
ella, fallecida. Sin duda, ha dado la vida por otra persona, como
Cristo que... Al igual que la ya santa Gianna Beretta Moya (patrona
de los movimientos provida, por más que algunas responsables de la
movida provida en Gran Canaria esto ni lo sepan), pediatra italiana
fallecida a los 39 años de edad en el cuarto de sus embarazos por
circunstancias completamente similares a las sufridas por la joven
católica española. Y al igual que otra joven italiana llamada
Chiara Corbella, también fallecida hace unas semanas por las derivas
y complicaciones de un tumor maligno que se negó a que le trataran
para evitar dañar la vida del bebé que llevaba en su vientre.
Ante el
testimonio de preferir ofrendar la vida en fidelidad a unos valores
superiores que se profesan -lo del filósofo francés Emmanuel
Mounier: “Hay fidelidades por las que vale la pena dar la vida”-,
hasta se me adelgazan las razones ateas y deicidas de ese filósofo a
un bigote pegado llamado Niezsche: total, aunque no es ciertamente un
criterio objetivamente universalizable
de validación (falsación
diríamos desde ciertas escuelas filosóficas) de una verdad el
preferir entregar la vida por fidelidad a las convicciones éticas,
morales o religiosas profesadas, la fuerza del testimonio
martirial...
Pero
sobre todo ahora que es verano, Bárbara Castro García, por más que
tú goces ya de ese prado sin otoños que es el cielo -según dicen
los místicos que es el paraíso-, y ahora que tus íntimos te
lloran, creo caer en la cuenta de que testimonios como el tuyo son
los que nos salvan, a todos los que somos mediocres y contumaces
negadores de la eficacia santificante de la gracia del Espíritu,
precisamente de ello mismo: de la desgracia de una vida sin gracia.
Tú al menos
has podido repetir con el talentoso y converso escritor francés Leon
Bloy aquello de “Al final de la vida, solo hay un tristeza: la de
no ser santo”, mientras nosotros nos sorprendemos ante tu gesto,
atrapados por la mediocridad de nuestras vidas y por la contumaz
crisis económica que ya, más que económica solamente o
propiamente, parece se ha hecho cósmica, epidérmica,
consubstancial, consuetudinaria.
Por
lo demás tu gesto, descomunal, al alcance de muy pocos -y sin
embargo todos los católicos estamos llamados a la santidad, a
defender con la propia vida la fe recibida en el bautismo-, también
me hace caer en la siguiente reflexión, que me llena de alguna
zozobra y de no poca perplejidad: si no existe ese
Dios capaz
de ofrecer una última palabra de justicia a todas las víctimas de
la historia, a todas las innúmeras víctimas inocentes que la
historia de la humanidad ha conocido -esto ya comenzaron a intuirlo,
desde posiciones ateas o agnósticas, los filósofos de la Escuela de
Frankfurt-, tu gesto heroico y santo tendrá el mismo final (el
pudridero, en modo alguno el camposanto, la gloria, el triunfo sobre
el mal,
sobre la muerte aniquiladora) que cualquiera de los gestos perversos,
asesinos y genocidas que la historia de la humanidad también ha
conocido: la mezcla de trigo y de cizaña que es la vida terrenal, la
existencia humana.
Solo
que entonces, ¿nos consuela
aceptar que justamente es así de darviniana
y de fatalista
la existencia humana? ¿O será más bien que mis conceptos de
darvinismo social y de fatalismo están viciados
por una determinada concepción moral? Aunque ciertamente, desde
esta misma “regla de tres”, cabría que acusáramos al darvinismo
social y a ese fatalismo a que me he referido de venir a ser a esta
controversia similares conceptos éticos o morales viciados...
Fenomenológicamente
hablando, casi todo es intencionalidad
en la existencia humana, en la humana existencia. Pero me quedo con
la intuición, aún entre atea y agnóstica pero “sedienta de
eternidad y de infinito” (Unamuno dixit) de los filósofos de la
Escuela de Frankfurt: “¿Quién
se encargará escatológicamente de otorgar la justicia a todas las
víctimas de la historia, a todos los inocentes que han sido, a todas
las anafrank
que por la historia han pasado, a todas las que, como la joven
católica española Bárbara Castro García...?
Julio,
2012, Luis Alberto Henríquez Lorenzo
1 comentario:
yo ya pienso que, en clave escatologica apocaliptica pura, teofánica social, DIos está limpiando toda la trilla para sacar lo que le interesa, por encima de todo y todos, lo humano. A freir puñetas el que no lo vea, y no haga la voluntad divina.
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