Malos tiempos… ¿Para la lírica? No, esto de "malos tiempos para la lírica" lo cantaban, allá por los ochenta del siglo pasado, los de Golpes Bajos, uno de los grupos punteros de la movida gallega.
Malos tiempos para este tipo de cristianismo con el que sigue soñando la señora Clelia, viuda de Jerónimo Podesta, obispo argentino casado. Lo afirmo también porque acabo de leerme, de un tirón, el último cuadernillo de Cristianismo y Justicia titulado Hace 50 años hubo un Concilio… Su autor, el jesuita español Víctor Codina, también teólogo, misionero, animador de comunidades populares en Bolivia…
Los movimientos católicos preponderantes no se parecen a los que prefiere el jesuita Víctor Codina; ni que decir que tampoco a los que están detrás del espíritu que inspira y alienta el escrito de Clelia Podesta (o Podestá), esta carta abierta al papa Benedicto XVI que nos presenta la dirección de Atrio. Los curas jóvenes que van saliendo hoy día, en una alta proporción no se parecen a esos curas, religiosos o diocesanos, con los que compartió su suerte Jerónimo Podesta, su hoy viuda Clelia, o el religioso jesuita Víctor Codina. Para nada. Muchos curas de hoy día puede que sean Pueblo y que no hagan feos al mundo del trabajo, pero resultan, hasta por su apariencia externa, unos perfectos “segregados” del Pueblo.
Lo digo con una cierta tristeza, no crean que no; y eso que, una vez más lo reconozco, no me considero exactamente progresista, o del todo progresista, que también soy conservador en lo que me parece que debo serlo. Pero sí que lo digo con tristeza porque pienso ahora en algunos curas jóvenes que conozco, de esas hornadas que ahora abundan. Conservadores a más no poder, muy de derechas incluso (un par de ellos, simpatizantes que fueron o que aún son de la extrema derecha de Blas Piñar y compañía), con traje talar negro riguroso hasta en la canícula canaria, que tampoco es moco de pavo, pese a la benignidad de nuestro clima. Alejados del mundo del trabajo, de la realidad sindical, de los movimientos sociales, de la realidad cultural protagonizada casi al 100% por los seglares…
Vamos: perfectos funcionarios o burócratas del culto. ¿Estaré juzgándolos por esto que digo? Me parece cierto que los grupos católicos que más siguen creciendo son los del ala conservadora de la Iglesia católica (Opus Dei, Camino Neocatecumenal, Legionarios de Cristo, Comunión y Liberación…), en tanto decrecen los del ala progresista. Esto es lo que creo y aquí mismo en Atrio lo he reconocido abiertamente.
Pero como lo que más crece es la indiferencia de la juventud hacia la Iglesia católica, hacia toda religión institucionalizada, lo que me plantea más dudas es si ese tipo de curas de apariencia tan conservadora, de actitud tan conservadora, de entendederas tan poco conectadas con la realidad social, cultural, política y económica actual, van a ser un verdadero reclamo para las masas de jóvenes desencantadas de tantas movidas, incluida, ya lo he adelantado, la de una Iglesia católica que sigue empeñada en…
No sé. Volviendo al texto de la argentina Clelia, estoy con ella en la cita que reproduce de Mt 23,9 y ss. E incluso, tal vez “inspirado” un servidor por los últimos post de Atrio en que se habla de relativizar el papado, de desobedecer en el seno de la Iglesia universal, por fidelidad a la conciencia y a Dios, de desobedecer leyes injustas y empobrecedoras, considero, a fuerza de ser sincero, “sincero hasta los huesos” (una vez más citando una expresión muy cara al universo poético de mi admirado César Vallejo), que es más evangélico luchar por abrazar a fondo toda la entusiasmante realidad del amor de la pareja humana, que mantener esas formas de tratamiento honorífico y tan poco evangélicas que mantienen los jerarcas de las Iglesias, especialmente la católica y las ortodoxas: santo padre, santísimo padre, santidad, sumo pontífice, eminencias reverendísimas, ilustrísimas, su toda gracia, su beatitud…
Ninguna de esas formas protocolarias he conseguido, nunca, que me remitan a la simpleza del Nazareno; al contrario, me chirrían. Quizá el defecto esté en mí, en el enfoque de mis lentes, de mi perspectiva, pero por la luz bendita que me está alumbrando que lo siento así.
He dicho (o sea, me parece; no pretendo sentar cátedra de nada, solo opinar).
Los movimientos católicos preponderantes no se parecen a los que prefiere el jesuita Víctor Codina; ni que decir que tampoco a los que están detrás del espíritu que inspira y alienta el escrito de Clelia Podesta (o Podestá), esta carta abierta al papa Benedicto XVI que nos presenta la dirección de Atrio. Los curas jóvenes que van saliendo hoy día, en una alta proporción no se parecen a esos curas, religiosos o diocesanos, con los que compartió su suerte Jerónimo Podesta, su hoy viuda Clelia, o el religioso jesuita Víctor Codina. Para nada. Muchos curas de hoy día puede que sean Pueblo y que no hagan feos al mundo del trabajo, pero resultan, hasta por su apariencia externa, unos perfectos “segregados” del Pueblo.
Lo digo con una cierta tristeza, no crean que no; y eso que, una vez más lo reconozco, no me considero exactamente progresista, o del todo progresista, que también soy conservador en lo que me parece que debo serlo. Pero sí que lo digo con tristeza porque pienso ahora en algunos curas jóvenes que conozco, de esas hornadas que ahora abundan. Conservadores a más no poder, muy de derechas incluso (un par de ellos, simpatizantes que fueron o que aún son de la extrema derecha de Blas Piñar y compañía), con traje talar negro riguroso hasta en la canícula canaria, que tampoco es moco de pavo, pese a la benignidad de nuestro clima. Alejados del mundo del trabajo, de la realidad sindical, de los movimientos sociales, de la realidad cultural protagonizada casi al 100% por los seglares…
Vamos: perfectos funcionarios o burócratas del culto. ¿Estaré juzgándolos por esto que digo? Me parece cierto que los grupos católicos que más siguen creciendo son los del ala conservadora de la Iglesia católica (Opus Dei, Camino Neocatecumenal, Legionarios de Cristo, Comunión y Liberación…), en tanto decrecen los del ala progresista. Esto es lo que creo y aquí mismo en Atrio lo he reconocido abiertamente.
Pero como lo que más crece es la indiferencia de la juventud hacia la Iglesia católica, hacia toda religión institucionalizada, lo que me plantea más dudas es si ese tipo de curas de apariencia tan conservadora, de actitud tan conservadora, de entendederas tan poco conectadas con la realidad social, cultural, política y económica actual, van a ser un verdadero reclamo para las masas de jóvenes desencantadas de tantas movidas, incluida, ya lo he adelantado, la de una Iglesia católica que sigue empeñada en…
No sé. Volviendo al texto de la argentina Clelia, estoy con ella en la cita que reproduce de Mt 23,9 y ss. E incluso, tal vez “inspirado” un servidor por los últimos post de Atrio en que se habla de relativizar el papado, de desobedecer en el seno de la Iglesia universal, por fidelidad a la conciencia y a Dios, de desobedecer leyes injustas y empobrecedoras, considero, a fuerza de ser sincero, “sincero hasta los huesos” (una vez más citando una expresión muy cara al universo poético de mi admirado César Vallejo), que es más evangélico luchar por abrazar a fondo toda la entusiasmante realidad del amor de la pareja humana, que mantener esas formas de tratamiento honorífico y tan poco evangélicas que mantienen los jerarcas de las Iglesias, especialmente la católica y las ortodoxas: santo padre, santísimo padre, santidad, sumo pontífice, eminencias reverendísimas, ilustrísimas, su toda gracia, su beatitud…
Ninguna de esas formas protocolarias he conseguido, nunca, que me remitan a la simpleza del Nazareno; al contrario, me chirrían. Quizá el defecto esté en mí, en el enfoque de mis lentes, de mi perspectiva, pero por la luz bendita que me está alumbrando que lo siento así.
He dicho (o sea, me parece; no pretendo sentar cátedra de nada, solo opinar).