He leído este discurso inaugural del papa Francisco ante la hora de la Asamblea General de la Conferencia Episcopal Italiana, y lo que siento o experimento es que sí, “en teoría” es muy hermoso, propositivo, lúcido, evangélico y eclesial. Porque en efecto, como el propio Santo Padre afirma, "la misión de pastor requiere de un corazón despojado de cualquier interés mundano, de la vanidad y de la discordia".
Claro que yo no soy un experto teólogo (académicamente, solo cuatro cursos de Filosofía y de Teología cursé), pero sí creo darme cuenta de algo muy contumazmente inserto en el tejido eclesial, digámoslo así: mientras el papa Francisco pone todo su empeño en pedir una Iglesia “así, de esta manera, más samaritana, más fraterna, más solícita, más fiel al proyecto de Jesús", etcétera, la Iglesia, la misma Iglesia sigue siento abrumadoramente esto, Santo Padre: hipócrita, mundanizada, asechada por el Maligno, nepotista a lo bestia, políticamente correcta…
Yo no culpo de este desastre actual de la Iglesia al papa Francisco (aunque es obvio que él tiene su parte de culpa o responsabilidad en el actual estado de cosas en la Iglesia), por varias razones: porque no me considero mejor católico que él, porque no puedo conocer sus intenciones, porque debo desear amarlo y respetarlo como “el dulce Cristo en la tierra” que es, y porque mis luces y mi entendimiento no me informan de otra visión distinta a la que expongo. Sin embargo, querido papa Francisco, siervo de los siervos de Dios, la Iglesia de tan mundanizada que sigue no es lo que sus exhortaciones, predicaciones y hasta deseos espera o desea; es lo que es, y lo que es es lo que yo veo, escucho y compruebo que sigue siendo.
Buen día.
22 de mayo, 2014. Luis Henríquez Lorenzo: profesor de humanidades, educador, escritor, bloguero, militante social.
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