El protestantismo es un cristianismo simplificado, desmisterizado, desacramentalizado. Lutero, Calvino y resto de reformadores y seguidores de reformadores, so pretexto de volver a las fuentes del cristianismo, so pretexto de purificar el cristianismo de los desmanes y excesos “católicos”, meterieron tijera y más tijera sobre el corpus fidei, sobre el depositum fidei, y alicortaron la doctrina.
Es así. Le pese a quien le pese. Le pese al señor César Vidal o al señor J. Moltmann, cuya teología prefiero mil veces, mil veces, a la del prolífico polígrafo César Vidal, cuyos talentos intelectuales no pongo en solfa, pese a mi distancia con no pocas de sus posiciones ideológicas, no con todas.
Y conste que no me considero propiamente un católico de derechas, ni en modo alguno lefebvrista; así mis convicciones, acepto el Concilio Ecuménico Vaticano II, acepto su propuesta de ecumenismo. Y en general de buen grado acepto todo lo noble, bueno, justo y verdadero que pueda encontrar yo mismo entre los hermanos separados que son los cristianos protestantes, de modo que no me gusta especialmente llamarlos cristianos herejes, a los protestantes, ni protestantes herejes, o herejes protestantes, por más que doctrinalmente pensemos los católicos que lo son.
Y todo esto sin pasar por alto algo que los propios lefebvristas detectan muy lúcidamente: de tanta modernización-mundanización que se ha ido operando en la Iglesia católica tras el Concilio Vaticano II...
Un desastre: el desastre de esta Iglesia mundanizada. La de la Gran Apostasía. La misma, sí, en la que el Inicuo ha entrado a saco, a lo bestia.
26 de junio, 2014. Luis Henríquez Lorenzo: profesor de humanidades, educador, escritor, bloguero, militante social.
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