Hablando de “desobedecer por fidelidad”, los filósofos de la Escuela de Franckfurt, que eran agnósticos, si no ateos, formulaban una crítica al positivismo ético, en el sentido de plantear que desde el mero positivismo ético no se puede fundamentar la incondicionalidad de los valores.
Los filósofos de la Escuela de Franckfurt no postulaban ninguna clase de construcción teológica de la teodisea, no eran propiamente creyentes religiosos, o en modo alguno lo eran (en verdad, formularon muy serias y pertinaces objeciones al hecho religioso en general), pero sí creían caer en la cuenta de la necesidad de la instancia Dios para poder fundamentar la incondicionalidad de los valores. Algo que retoma en su libro ¿Existe Dios? un teólogo nada sospechoso de conservadurismo como Hans Küng.
Para los franckfurtianos, desde el mero positivismo ético no es más plausible la existencia de alguien como Madre Teresa de Calcuta que la existencia de un vil genocida; no digamos si nuestras bases axiológicas dependen del positivismo de una ética en claves pragmáticas: entonces, incluso podría ser más “útil, por conveniente”, el modo de conducirse por la vida de un consumado ladrón que el modo de conducirse por la vida de una religiosa de clausura de 90 años y de 75 de vida orante en el claustro, pongamos. Y entonces, todas las víctimas de la humanidad que han sido, quedarían sin una justicia definitiva, esto es, metafísica, escatológica.
El comentario de Santiago Hernández apunta más en la línea de la admiración de Kant al contemplar en la noche el misterio “del cielo estrellado”; el mío, más breve, más simple y menos informado científicamente, pregunta más bien por las razones últimas del orden moral por el que el genio filosófico de Koninsberg se preguntaba también.