No creo que Wanda Nara sea actriz pornográfica, como de ella están afirmando algunas voces en esta misma bitácora. Desde luego, su vida no parece ser un dechado de virtud y tampoco de castidad, pero me parece excesivo llamarla actriz pornográfica; y puede que hasta injurioso o infamante. Calificarla de actriz pornográfica por causa de un vídeo de producción casera que circuló hace unos pocos años por Internet en el que al parecer aparece protagonizando algunas escenas íntimas muy eróticas, o hasta perversas para algunas sensibilidades, pues como que no.
Y más que excesivo, resultara falso: el que sea frívola, o lo haya sido, o promiscua, no vienen a ser hechos o actitudes de su vida que la conviertan así sin más en estrella del porno. (Si estoy equivocado, si mis datos no son los correctos, seré el primer sorprendido).
Y más que excesivo, resultara falso: el que sea frívola, o lo haya sido, o promiscua, no vienen a ser hechos o actitudes de su vida que la conviertan así sin más en estrella del porno. (Si estoy equivocado, si mis datos no son los correctos, seré el primer sorprendido).
Y el papa Francisco no la abraza. Cierto que el brazo izquierdo del Papa rodea ligeramente la cintura de la modelo argentina, a la que una joven amiga mía uruguaya preferiría llamar, según aclaración de esta misma amiga mía, “botinera”: chica que se “pirra” por los futbolistas. El papa Francisco no la abraza, ese gesto no es abrazar; ese gesto, ciertamente algo sorprendente en el sucesor de Pedro, pudo ser incluso hasta mecánico, inducido por las prisas y las poses para sacar las fotos pertinentes. Señalado todo esto admitiendo que no se me escapa, empero, que para algunas voces católicas notablemente cualificadas, el papa Francisco se prodiga en gestos que están aportando lastimosa casposidad, insoportable plebeyismo e insidiosa vulgaridad a una bimilenaria institución como es el Papado: su forma de ejercer el ministerio de sucesor de Pedro más pareciera peronista que propiamente petrina.
(Podría ser todo esto, pero también podría ser que no, y que el papa Francisco, sin duda pecador, fuese una excelente persona; yo no lo sé: creo saber con certeza muy pocas cosas. Por eso repito tanto en mis escritos una que creo conocer con plena garantía, con dolorosa garantía, digo vivencia: desde la Diócesis de Canarias me han humillado, me han querido perjudicar, han pasado de mí injustamente, sin entrañas de misericordia: yo llevo más de 25 años demostrando que soy militante cristiano siempre en tensión de fidelidad al Evangelio, la Tradición y el Magisterio, en claves personalistas comunitarias, sobre todo en organizaciones como el Movimiento Cultural Cristiano, Instituto Emmanuel Mounier y Acción Cultural Cristiana; atesoro cierta formación interdisciplinar -literatura, filosofía, teología, personalismo comunitario, cine, anarquismo, historia del movimiento obrero...-; cuento con experiencia docente, en diversos centros de estudios, reglados y no reglados, públicos y privados; quemé las naves autoexcluyéndome de las listas de la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias cuando ingresé en el Seminario Diocesano de Canarias en el curso 2001-2002; soy firme partidario de la familia cristiana entendida como escuela de amor, de solidaridad, como iglesia doméstica: espiritualidad, apertura generosa a la vida: tener hijos según el plan de Dios. Y sin embargo, pese a todas estas credenciales que estoy convencido de poder mostrar, porque las atesoro, no he merecido ni ser recibido por las autoridades eclesiásticas, no solo canariensis sino de toda España, a cuyas puertas y ventanas he tocado insistentemente. Durante muchos años, completamente en vano: entrañas duras las tuyas, monseñor Cases Andreu, que sin embargo no han parecido tan duras que impidieran mantener como docentes de Religión católica en la escuela pública incluso a personas de conducta homosexual activa -públicamente activa, casado homosexualmente alguno que otro incluso-, amén de a burócratas antimilitantes, figurones, arribistas, medradores, trepas, tibios, laicistas, mediocres políticamente correctos, antinatalistas... De manera que tras sufrir una clericanallada como esta, sumada a múltiples reflexiones, impresiones e incluso certezas o atisbos de certezas, también me parece participar del pleno convencimiento de que los niveles de mundanización-demonización de esta Iglesia son altísimos, tremendos, realmente pavorosos, como por cierto no podría sino corresponder a una Iglesia asolada por la Gran Apostasía ya profetizada en las Sagradas Escrituras. Siendo víctima del más implacable desprecio eclesial, como experimento ser, justamente por mi condición de católico, cosa muy mal vista en amplios sectores de esta Iglesia descatolizada, no obstante no soy capaz de erigirme en juez de este Papa: un enigma para algunos; un catastrófico desastre para otros; un plebeyante impostor para ciertas voces católicas; en fin, para algunas más, un esperanzado signo de la primavera eclesial ).
Volviendo con nuestra protagonista argentina, luego del excurso anterior, salta a la vista que Wanda Nara es muy sexy, muy atractiva: luce un tipazo de mujer impresionante. Y cierto que hay fotos suyas en Internet algo subidas de tono, en que muestra unos senos grandes, etcétera, sobre los cuales manifiesta “orgullo y contento” su actual marido: "Las espléndidas lolas de mi mujer", tiene por ahí expresado el exfutbolista. Todo esto es cierto. Pero Wanda Nara está muy discretamente vestida en presencia del papa Francisco. Las cosas como son, me parece.
Que la Iglesia hace aguas por todas partes es una evidencia tan obvia que hasta un ciego la vería. Pero yo no tengo entendido que la joven argentina Wanda Nara sea actriz porno, ni veo en foto alguna de esa recepción vaticana con motivo del reciente partido de fútbol por la paz, que el papa Francisco “abrace” a su bellísima compatriota.
Que hay eclesiásticos en las bajas, medias y altas esferas que se comportan como verdaderos apóstatas, sin duda: no hace falta ser un deicida y anticlerical tipo Nietzsche para percatarse de esto. Pero de ahí a refutar todo gesto del papa Francisco, toda palabra que este pronuncia o pronuncie, toda homilía de su magisterio ordinario, toda propuesta suya, todo pensamiento suyo, toda iniciativa suya…
Que hay obispos católicos cobardes, timoratos, mediocres, mundanizados, trepas, no poco nepotistas e hipócritas, autoritarios y hasta políticamente correctos, también indudable. Pero el papa Francisco en la recepción a todas esas figuras del mundo de la moda, la vida frívola, el fútbol de élite y los negocios más o menos turbios no ha estado a la altura “profética y de denuncia” de un Savanarolla, cierto, ni tampoco ha mostrado los gestos distantes por mayestáticos de un Pío XII, de un san Pío X, de un Pío IX, solo que tampoco es que haya sido “escandalosa” su forma de posar y de comportarse con esas inusuales visitas.
Me parece a mí, claro. Desde el prisma de mis ojos, de mi entendimiento, de mis oídos, de mi avellanado cerebro.
Postdata: la anterior es una nota que publiqué como comentario a una noticia aparecida en Infovaticana. Tengo sobrados motivos para no experimentar especial estima por algunos eclesiásticos católicos: como hasta la saciedad vengo denunciando y lamentando en mis escritos, en no pocos de estos (desde la aparición de mi ensayo ¿La Iglesia católica? Sí; algunas consideraciones, por favor. Madrid, Vitruvio y Nostrum, noviembre, 2011), me considero ninguneado, perjudicado, difamado y despreciado por autoridades eclesiásticas canarias que, empero, han preferido mantener como docentes de Religión católica a excuras gays, o sea, homosexuales activos; y a mí, ni recibirme, ni escucharme, mucho menos darme una oportunidad laboral. Nada, cero patatero. A mí que públicamente me he enfrentado a defensores del lobby LGTB, algunos de los cuales aún viven en lo profesional de la Iglesia; y que mantengo la antorcha de una espiritualidad de conversión o de encarnación en claves personalistas comunitarias, desde hace más de 25 años, y que creo en la familia cristiana como escuela de solidaridad, espiritualidad y apertura generosa a la vida, y que quemé las naves en su momento al ingresar al Seminario Diocesano con mi renuncia voluntaria a un trabajo, hipotecando mi vida con mi autoexclusión de las listas de la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias... Tengo sobrados motivos, insisto, porque el desprecio que he sufrido por parte de ciertos eclesiásticos es hijo o fruto podrido de esta Iglesia mundanizada-endemoniada que hace aguas por todas partes. (Así que perdona, amable lector, que en este párrafo vuelva a referirme al atropello del que creo haber sido víctima en el seno de la Iglesia).
Pero aun así y todo, el corazón del Evangelio invita al perdón de las ofensas. Y a amar a los enemigos, tratando de no devolver el mal con más mal: Lc 6, 27-36. Exhortación del Evangelio que a mí particularmente mucho me cuesta. Principalmente por tres motivos o causas: por mi propia debilidad humana, por mi egoísmo; dos, porque me parece aprehender que no pocos eclesiásticos se comportan como redomados hipócritas que son los primeros en no perdonar, en no ayudar, en no consolar, en no dialogar desde la fraternidad, en no practicar la justicia; y tres, porque a mí espíritu ácrata desagrada el clericalismo, las formas de sumisión en el tratamiento a los jerarcas: monseñor, eminencia, ilustrísima, reverendo padre, santísimo padre... Que no logro conjugar la simplicidad evangélica de Cristo con todos esos modos, máxime, insisto, cuando crees captar cómo se las gastan muchos jerarcas.
Hasta el extremo de que por esto mismo, me agradan más algunas de las iniciativas eclesiales progresistas de bitácoras como Atrio (digo algunas: rechazando como rechazo el aborto, la homosexualidad, etcétera, comprenderán que estoy también muy lejos del sentir de la progresía eclesial católica) que otras tendentes a generalizar que la recepción de la comunión vuelva a ser de rodillas y en la boca. Que ya sé, sí, es la que han manifestado como proferida el 99% de los santos, santas y papas, pero no es la que yo uso habitualmente: será en efecto la que han preferido prácticamente todos los santos, santas y hasta papas (salvo, parece ser, el papa Francisco, no en balde es tenido por no pocos tradicionalistas por el menos santo y devoto y piadoso de todos los obispos de Roma, o casi), pero los seglares que me parece conocer que la prefieren, participan de un conservadurismo doctrinal, filosófico, cultural, ideológico y de todo tipo, que a mí mismo, que no soy progresista al uso pero sí más de izquierdas que de derechas, me tira para atrás.
Y todo esto dicho con todo respeto, con toda la claridad posible pero con todo respeto.
11 de septiembre, 2014. Luis Henríquez Lorenzo: profesor de humanidades, educador, escritor, bloguero, militante social.
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