De Adolfo Suárez, que acaba de fallecer, como prácticamente todo la ciudadanía residente en España debe de conocer, me ha llamado la atención, desde hace lustros, las duras circunstancias vitales o existenciales con que DIOS ha “consentido” ponerlo a prueba: poner a prueba su vida, su fe, el amor a su familia, a la patria a la que trató de servir como presidente gubernamental…
Si concedemos crédito a eso de que “Dios reserva las batallas más difíciles a sus mejores soldados”, salta a la vista que al expresidente Adolfo Suárez Dios le ha reservado algunas muy dramáticas: la muerte de su esposa, por causa de un cáncer, siendo esta aún bastante joven; la muerte de un hijo, de los cinco que tuvo, también por causa de la misma enfermedad; la dura afección de otro de sus hijos, que “milagrosamente”, cabría decir, ha salvado su vida; y finalmente, el Alzheimer que hubo de sufrir el bueno de Adolfo Suárez desde sus setenta años hasta los ochenta y uno con que ha fallecido.
Más allá de consideraciones sobre su valía como político, sobre sus aciertos o desaciertos como gestor de lo político partidista, lo que me nace es considerar que Adolfo Suárez, en su paso por este mundo hombre sin duda falible, pecador, como todos, se ha encontrado con el Padre, que le está ya diciendo para toda la eternidad: “Entra, bendito de mi Padre, al gozo eterno que te tenía reservado”.
6 de abril, 2014. Luis Henríquez: profesor de humanidades, escritor, militante social, bloguero.
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