Ni puedo ni quiero ni debo llevarle la contraria al Papa: enseña la verdad del Evangelio. Sin embargo, mi perplejidad de siempre: ¿Por qué la Iglesia está saturada de trepas, arribistas, burócratas, mundanizantes, mediocres, figurones, antinatalistas y meros enchufados que muy poco o nada arriesgan en el camino de la fe?
A mí la hipocresía eclesiástica me ha arruinado la vida; y con ser esto grave, no es tan grave como el hecho de que la predicación del Papa (sus deseos de impulsar la nueva evangelización, su deseo de una Iglesia pobre y para los pobres...) no se corresponde con lo que abunda en la Iglesia hoy día.
Y yo lo que aprecio es que todo sigue igual: yo llevo cultivando una espiritualidad de conversión o militante desde hace 25 años, desde la fidelidad al Magisterio, y he ido acumulando una cierta cultura interdisciplinar (filosofía, teología, arte, cine, personalismo comunitario, historia de la Iglesia, historia de los movimientos sociales, filología...), y renuncié a mi trabajo tras ingresar en el Seminario Diocesano de Canarias, y sigo creyendo en el matrimonio cristiano militante (acaso una de las razones de no haberme podido casar: es muy difícil encontrar en España una chica joven deseosa de tener hijos según el plan de Dios, y de ser conyugalmente espiritual y solidaria, etcétera), y empero aunque he pedido ayuda y ayuda y comprensión a un montón de autoridades eclesiales, no he obtenido más que indiferencia, desprecio y rechazo.
Pero claro: como insiste en enseñarnos el papa Francisco, los cristianos debemos estar alegres a pesar de las desgracias, las injusticias, los contratiempos, la desgana, los múltiples sinsabores de la vida...
Ya... En fin. Sea.
Luis Henríquez. 1 de junio, 2013.