“Dios
nos libre y guarde de seres inhumanos
tan malvados”
Son tan malvados, ruines,
tóxicos, dañinos, malignos, inhumanos y perversos, que sí: en
verdad lo más normal es sentir que parecieran salidos de las
entrañas del mismísimo infierno.
Dicho lo cual, reconozco lo que
sigue: para tales sujetos radicalmente perversos y para su corte toda
de aduladores (monos
voladores y demás
especie), el solo leer lo que dejo escrito en el párrafo primero
sería suficiente para llevarles a decir de mí, muy probablemente,
con desdén, algo así como lo que sigue: “Mira lo que dice este,
del infierno y no sé qué, ¡estará majara el tío, como una cabra
harta de papeles!”
Mas se retratan: no creen en el
infierno, ni en el Maligno, porque descreen de Dios. Ergo,
viven como si Dios no
existiera. Y desde
luego vivir como si Dios no existiera me parece, per
se, un drama, porque
compromete nuestra salvación eterna. O lo que es lo mismo: si en
vida, a su paso por este mundo, por este valle de lágrimas, ni los
hoy santos y santas de Dios se sentían seguros de la salvación
eterna de su alma, ¿cómo lo pueden estar esas personas crueles,
inhumanas, del todo malignas y perversas que adolecen del llamado
trastorno narcisista o psicopático de la personalidad, que es, a mi
juicio, la forma más en las antípodas de lo que es vivir una vida
de humildad, amor, generosidad, espiritualidad, trascendencia,
entrega, sinceridad, asertividad, sed de Dios, sed de justicia, sed
de infinito, entrañas de misericordia, seguimiento de Cristo y de su
Iglesia...? ¿Cómo pueden estar confiadas en alcanzar la salvación
eterna, meta que al cabo es la única trascendente luego de nuestro
paso por esta vida,
personas que transitan por este mundo haciendo sufrir tan arbitraria
e injustamente a otras personas, a base de hostigarlas, dominarlas,
manipularlas, humillarlas, insultarlas, infravalorarlas,
calumniarlas…? ¿Cómo pueden estar confiadas en alcanzar la
salvación de su alma, creyendo para tal logro en un Dios justo y
misericordioso, personas que jamás de los jamases se arrepienten del
daño que causan a tantas víctimas inocentes? ¿Cómo lo pueden
estar personas que se sienten superiores a los demás, como si fuesen
semidioses que jamás se equivocan de tan perfectos, que desprecian a
todo el mundo, que en verdad no aman a nadie, que disfrutan haciendo
sufrir al prójimo (se sienten eximios y únicos así, seres de
excepción que se lo merecen todo y hasta el derecho de humillar,
manipular y lastimar a sus presas), y que exhiben permanentemente su
endiosado e impostadísimo ego, más falso que un Judas de plástico
(permitido el humor loado
sea, también
para asuntos tan graves y sufridos).
De manera que ya he concretado el
asunto del que me voy a ocupar en este escrito: el inmenso
sufrimiento psíquico, moral, existencial y desde luego espiritual
que causan a sus víctimas inocentes los llamados perversos
narcisistas y los psicópatas socialmente integrados. No soy experto
en el estudio de la mente humana, mas no se me esconde que existen,
dentro de la clasificación de los perversos narcisistas, diversos
subgrupos según el grado de intensidad del trastorno narcisista,
etcétera. Al igual que existen los sociópatas y no solo los
llamados psicópatas, como también se incluye entre las personas
tóxicas
a los maquiavélicos y a los trepas laborales. Solo que, tal vez
simplificando no poco la cuestión abierta y disputada, en este
escrito hablaré de trastorno narcisista y psicopático de la
personalidad; ergo, distinguiré solo entre perversos narcisistas y
psicópatas socialmente integrados.
A lo largo de mi vida he conocido
a algunos, los he
sufrido (mejor,
ellos me han hecho sufrir) en el ámbito profesional, en el cultural
y aun en el familiar. Seres
inhumanos, perversos
y como diabólicos.
Hoy tengo nítidamente claro que siempre he sido víctima inocente de
tales violencias psicológicas, y que solo puedo ser víctima
inocente de tales fenómenos devastadores de la dignidad humana.
Porque como
insiste en afirmar el psicoterapeuta, doctor en Psicología y
profesor-conferenciante Iñaki Piñuel y Zabala (en verdad, lo deben
afirmar casi todos los expertos), la víctima del maltrato
psicológico es siempre inocente; el maltratador psicológico, ya sea
como perverso narcisista o como psicópata socialmente integrado, o
como lo que sea, es siempre culpable. Siempre.
´
Y digo más y digo bien: es un
culpable, ciertamente el solo culpable, que siempre va a negar la
culpa del maltrato que perpetra, usando para
ello la máscara del mayor
de los cinismos, la mayor de las desvergüenzas, la mayor de las
vilezas morales, como experto manipulador que es y mentiroso
compulsivo y calumniador de sus víctimas sin un gramo de piedad. O
la va a justificar, la culpa, aunque para ello tenga que
victimizarse,
mentir, manipular, amenazar
a la víctima, difamar,
chantajear, hacer
triangulación amorosa, hacer el vacío, la técnica de la luz de
gas, el descarte, la
del juego de la piedad...
O va a determinar que la víctima de su violencia psicológica “se
lo ha buscado, se lo merece por
loco, necio, estúpido, débil...”
Esto es: todo menos el asumir su culpa, su responsabilidad única y
exclusiva en la perpetración de esa maldad sin parangón que es la
violencia psicológica.
De manera que llegados a este
punto, ya me siento con determinación para dejar caer que desde mi
conocimiento de este asunto (de un año para acá debo haber leído
en Internet docenas y docenas de artículos sobre esta
realidad, algunos ensayos
de especialistas, y sobre todo un número innúmero
de vídeos en Youtube
sobre ambas especies de seres trastornados y sobre el sufrimiento que
causan a sus víctimas inocentes), si me pidieran una primera
aproximación para singularizar
quiénes y cómo son los perversos narcisistas y los psicópatas
socialmente integrados, cómo los veo yo, diría esta: son personas
que, tras una fachada de ejemplaridad, excelencia, amabilidad,
perfeccionismo, alta profesionalidad, honestidad, encanto
irresistible (vamos, auténticos seres maravillosos que uno quisiera
como correligionarios, compañeros de trabajo, socios de algún
negocio, vecinos, amigos, hermanos, primos, hijos, esposos, padres…),
esconden a un ser oscuro, maligno, perverso, lleno de odio, rabia,
resentimiento, iracundia, envidia y celos patológicos. A un ser sin
empatía alguna, sin emociones, sin sentimientos, sin conciencia
moral, sin alma, frío e implacable, provisto de un ego endiosado y
falsísimo. En definitiva, a un ser incapaz de sentir el más mínimo
remordimiento ante el sufrimiento psicológico, moral, espiritual y
existencial causado por él
y solo por él a sus
víctimas inocentes.
Cada una de las características
o singularidades que apuntamos de estos seres gravemente trastornados
bien merecería un tratamiento detallado; veamos
solo la envidia.
Sostienen algunos especialistas que la envidia es la más nuclear y
determinante de todas las señaladas. En el caso de los narcisistas y
los psicópatas integrados, hablamos de una envidia en verdad
morbosa, enfermiza, patológica, completamente irracional, si es que
cabe hablar de racionalidad en algún aspecto de la envida. Una
envidia que es como una mala digestión majadera
que tarda y tarda en calmarse y que, empero, no se acaba calmando del
todo nunca. Ni siquiera cuando vampiriza
a sus víctimas para, manipulándolas, desestabilizándolas,
violentándolas psicológicamente, buscar saciar con ese combustible
obtenido de la víctima
su atroz vacío interior, su desequilibrio emocional, su tenebrosa
insustancialidad estructural.
Por esa envidia patológica y
como irreprimible e insaciable que siente el trastornado narcisista o
psicopático es por lo que odia: odia a sus víctimas porque las
envidia. Las quisiera destruir. Y envidia de ellas lo que él no
tiene: empatía emocional, sentimientos, sensibilidad, sed de Dios,
sed de justicia, bonhomía, códigos éticos y morales, vitalismo,
felicidad…
A modo de conclusión.
Personas que te manipulan y violentan psicológicamente y que empero
se excusan, se justifican, te siguen atacando, te culpabilizan de
todo, se victimizan ellos y ellas…, ¿cómo no desear poner en
práctica el contacto
cero con estas
personas? Contacto cero que es, como su nombre indica, romper toda
comunicación con ellas, aunque sean tu esposo, tu esposa, tu
hermano, tu primo, tu…
Si estamos ante personas que te
mienten descaradamente, sin ningún pudor, con total desvergüenza, y
que te agraden incluso con sus ojos fríos, inexpresivos,
taladradores, ¿cabe soñar con llegar a ser amigos de ellas siempre
tóxicas, dañinas y destructivas? Nada de lo que estos individuos e
individuas ofrece garantiza un mínimo de amistad que merezca tal
nombre. Entonces, ¿por qué no la vía del contacto cero?
Si estamos ante personas que te
van a devolver el mal por más que tú los trates bien, ¿qué
sentido tiene dialogar habiendo
advertido la nula reciprocidad, la nula asertividad que
inevitablemente se van a dar en cualquier intento de auténtica
relación con estos seres?
Si solo
abusan, se excusan, manipulan, tergiversan, lastiman
a sus víctimas,
calumnian, difaman,
hostigan, toda vez que su único objetivo es ganar, sentirse
superiores a los otros, humillar para sentirse importantes, ¿qué
excusa hay para no aplicar el método del contacto cero?
Si por
tanto se trata de personas
con las que es una mortificante pérdida de tiempo todo intento de
diálogo desde la verdad, la transparencia, la buena intención y la
asertividad, ¿para qué
empeñarse en dialogar en vez de aplicar el contacto cero? Siendo
indudable que estas
personas despreciadoras de la razón, la verdad, la lógica y el bien
solo pretendieran
la marrullería en esos imposibles
diálogos de besugos
(hacer
trampas, jugar sucio, para vencer y humillar y dominar y manipular y
acabar lastimando a su adversario, a su víctima, con el único fin
de seguir alimentando su ego endiosado y falso, su baja autoestima
herida),
¿cómo resistir la tentación de no caer en sus trampas, en sus
provocaciones, en su maldad, en su miserable ruindad?
Si estos
seres perversos y deshumanizados se saben la lección (humillando
al otro es como acaban sintiéndose ellos superiores, ¡subidón de
gasolina vampirizada!),
entonces, ¿por qué no
aplicar el contacto cero?
Si conocemos que más allá de su
fachada de personas irresistiblemente excelentes, excelsas, dignas de
toda máxima admiración, se esconde un ser radicalmente infeliz,
¿por qué no cuidamos que no nos acaben robando nuestra felicidad,
que es al cabo lo que ellos buscan? ¡Son huecos, están vacíos,
viven en la superficie
rotos por dentro, huérfanos de empatía, no
han descubierto en verdad el sentido de la vida, son personas sin
substancia! De ahí su envidia patológica. De
ahí el oculto o implícito patetismo de sus vidas.
Si luego de que te han humillado,
difamado, calumniado, despreciado, infravalorado, amenazado (a veces
gravemente), siguen humillándote, difamándote, calumniándote,
invariablemente,
endiosados y despóticos creyéndose el ombligo del mundo, y sin
mostrar arrepentimiento alguno, empatía alguna, sentido de la culpa
alguno, ¿tiene alguna razón de ser desear mantener algún tipo de
contacto con estas personas tan despersonalizadas
y despersonalizantes?
Si luego de todos los perversos
mecanismos de control, manipulación, dominio y violencia psicológica
que han puesto en práctica contra ti (hacerte el vacío, la
triangulación amorosa, el juego de la piedad, la luz de gas, el
descarte…), siguen poniéndolos en práctica, sin ofrecerte ninguna
clase de explicación de ello, pues no en vano ellos (y ellas,
también están ellas) te desprecian, te llaman necio, loco, se
sienten superiores, se
consideran perfectos,
nunca se equivocan, por
tanto nunca piden perdón, ¿por
qué no establecer de una vez para siempre y de manera irrevocable el
contacto cero?
Si son abusivos
y manipuladores hasta la náusea,
resentidos
contra la vida y contra el mundo, y si
viven atrapados en su odio
patológico y, como
forma sibilina de herir y devaluar tu autoestima, te llamarán
loco, necio, lerdo, inútil, y en todo te infravaloran, ¿qué
sentido tiene intentar algún tipo de amistad o
de fraternidad con estos seres? ¿Para
qué?
Si conocemos perfectamente que
son seres perversos que, al carecer totalmente de empatía emocional
y de conciencia moral, disfrutan
haciendo sufrir a sus víctimas,
cerrados herméticamente a cualquier sentimiento de remordimiento,
¿para qué el baldío esfuerzo de intentar vertebrar una relación
auténtica con estos seres?
Si tienen la desfachatez y el
cinismo de negar o justificar, con mil trampas y triquiñuelas, a
cuál más perversa, la violencia psicológica a que someten a todas
sus víctimas, que son siempre inocentes, ¿por qué tendríamos que
aguantar tan monstruosa y totalmente vil falta de respeto a nuestra
dignidad de personas? ¿Por qué no aplicar, de una vez para siempre
y de manera irrevocable, el contacto cero?
De una manera irrevocable, toda
vez que estos individuos e individuas, en verdad gravemente
trastornados en su personalidad pero que se creen los numbers
one, nunca
van a cambiar; nunca van a pedir perdón por todo el sufrimiento que
causan; nunca se van a bajar del podium en que han colocado su falso
ego endiosado; nunca van a dejar de creer que no son esos seres que,
de tan perfectos, jamás
se
equivocan; nunca van a dejar de amenazarte y acojonarte con su ira
narcisista o psicopática… Y nunca es nunca. Nunca.
Así,
hasta el final de sus días, que suelen ser descritos en términos
tenebrosos y trágicos. En efecto: sin fuerzas ya ni casi encanto,
abandonados por todos, hasta por sus antiguos aduladores, monos
voladores y demás especies de asociados, se acabarán ahogando en su
propio vómito de odio, resentimiento, ruindad y envidia. Salvo el
caso muy pero que muy milagroso -y como milagroso, de
todas todas improbable-
de que al final de sus vidas pidan perdón a Dios y a los hermanos
por todo el daño hecho, y sobre todo derrumben su ego
endiosado y falso
y lo reemplacen, en un último momento y como a la desesperada, por
el yo auténtico
y niño que
quedó sepultado en algún lugar remoto de la infancia.
Comoquiera
que sea, cuando Dios los llame, uno a uno, a su presencia…
(Bueno,
esto ya no es asunto mío: yo tengo ya bastante con trabajar día día
por la salvación de mi alma, desde
mi humana existencia tan llena de limitaciones, fragilidades y noches
oscuras del alma, con amar
a mis seres queridos, con
perdonar a los que me hacen mal, y con
tratar
de apartar de mi vida a estos seres perversos que son los narcisistas
y los psicópatas integrados. Con contacto cero. Sin
que ello impida que uno deba perdonar también a los narcisistas,
¡por
muy arduo que sea, que lo es!, y por
más que ellos no te perdonen a ti, ni a nadie.)
5
de junio, 2020. Luis Henríquez Lorenzo: profesor de Humanidades,
educador, escritor, bloguero, militante social.
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