jueves, 3 de septiembre de 2020

"Un visionado de Los hermanos Sisters con la luz del Evangelio al fondo"



En una de las últimas noches del mes de agosto de este verano de 2020, volví a visionar Los hermanos Sisters (The Sisters Brothers), el western del cineasta francés Jacques Audiard, primero de sus títulos o trabajos en inglés, sobre un guion coescrito con Thomas Bidegain a partir de la novela de Patrick de Witt: coproducción estadounidense y francesa, con los actores John C. Reilly y Joaquin Phoenix en los papeles principales (los hermanos Eli y Charlie, asesinos a sueldo que trabajan para un tal Comodoro). 

Es la tercera vez que visiono esta cinta, a la que elevo a la categoría de una de mis películas del Oeste favoritas de las relizadas en los últimos lustros; otra de mis preferidas, el remake de Valor de ley, realizado por los hermanos Coen en 2010, del clásico homónimo de Henry Hathaway (cinta de 1969, de producción norteamericana, con un estelar John Wayne). Presentada como "drama criminal de comedia negra", para mí es particularmente buena porque la pareja protagonista, en el papel de hermanos mercenarios o sicarios en plena fiebre del oro en el Salvaje Oeste, en efecto brillan a gran altura. Me gusta por su banda sonora, porque su guion es sólido, convincente, y especialmente porque me parece que está muy pero que muy bien ambientada (y eso que se rodó en España, en localidades de Almería, Navarra y Aragón).El ojo cosmológico. El cine visto por Juan Poz: «Los hermanos Sisters», de  Jacques Audiard, una mirada europea al western.

Muy bien ambientada, sí. Consideremos, si no, un solo ejemplo (con uno basta, me parece). La secuencia de la araña que se introduce por la boca abierta de Eli, hermano mayor de Charlie, mientras duerme y ronca a pierna suelta. La araña le provocará a la mañana siguiente, una vez despierto Eli, hemorragias internas, daños, sangrado, vómitos... Salta a la vista que este incidente no puede ser fruto de la sola ficción de los realizadores de la película sino una concesión a la verdad histórica. 

En efecto, en el Salvaje Oeste este tipo de casos debió ser muy frecuente, habituados y obligados los pobladores de aquellas tierras salvajes y aún casi por conquistar a vivir a menudo a la intemperie, al albur del no deseado encuentro con toda suerte de fieras, alimañas y peligros naturales y no tan naturales: indios, foragidos, pistoleros, ladrones, asesinos a sueldo, asaltadores de caravanas, cazadores furtivos, toda suerte de charlatanes, tramposos y buscavidas, prostitutas, buscadores de oro...

Y por cierto Los hermanos Sisters me gusta sobre todo por su final. Lo siento, haré algo de spoiler: en verdad cansados de la muy mala y criminal vida que llevan durante años, los hermanos Eli y Charlie llegan a la casa materna. Progresivamente descontentos hasta la enemistad con los modos del patrón Comodoro, habían decidido ir en su búsqueda para liquidarlo; al llegar al inmueble en que tiene sus oficinas el capo Comodoro, se encuentran con que este yace ya cadáver en su ataúd. De modo que ya con todos los deberes hechos y sin haber tenido que despeinarse en la liquidación del jefe -aunque cierta rasquera les quedó, sobre todo a Eli, de no haberlo podido hacer-, deciden regresar a la casa materna. Al principio la madre -que a todas luces parece vivir sola, viuda o separada, tal vez madre soltera...- no los reconoce y los recibe, rifle en mano, con malas pulgas y amenazas. Como es de esperar, se acaban reconociendo e inevitablemente acaban abrazados los tres, la madre y sus dos hijos, en un abrazo infinito a la puerta de la casa. 

En un abrazo tantas veces soñado por los tres, deseado y tantas vecers postergado en medio de toda suerte de peligros e infortunios, especialmente por lo que respectara a ambos hijos. La madre los besa, los abraza, les cocina comida, les prepara agua para que se duchen, les da ropa limpia y camas... Les confiesa que en muchas largas noches y en no menos largos días se dio a temer que nunca jamás se volvieran a encontrar. Tratemos de imaginarnos entonces cuántas veces los imaginaría muertos por causa de algún fatal desenlace tan propio de ese estilo marginal de vida, tan característico, por lo demás, del Salvaje Oeste.

Reparando en la solicitud de la madre, es imposible no considerar el celo de la gallina con sus pollitos, según la bella imagen neotestamentaria de que nos dan noticia los evangelistas Mateo y Lucas (cfr. Mt 23, 37; Lc 13, 34). Pero sobre todo nos viene a la mente la imagen de Padre Dios y la parábola del hijo pródigo: la madre de los dos hermanos Sisters hace las veces del padre bueno que acoge al hijo pródigo, como nos relata Lucas 15, 11-32.

Recordemos: el hijo pródigo según la parábola del médico evangelista Lucas se va de la casa del padre, con toda su herencia, a tierras lejanas. Y se gasta todo su dinero en vivir a tope: fiestas, mujeres, libertinaje, mala vida... Hasta que, sin dinero ya, sin posibles, habiendo gastado toda su herencia, se acuerda del amor, el cariño y el calor de hogar perdidos en la casa de su padre...

Y entonces es cuando decide regresar. Y su padre no lo juzga, no lo aborrece sino que, muy al contrario, celebra su retorno como un triunfo, como una buena noticia, como una bendición de la propia vida.

De modo que este final de Los hermanos Sisters ennoblece, engrandece y humaniza la historia. Podemos imaginarnos que los dos hermanos tienen solo el propósito de hacer una breve escala o parada en la casa materna, reponer fuerzas, reencontrarse en parte con su pasado. Y a renglón seguido o sin apenas solución de continuidad, volver a montar en sus caballos para seguir con su feroz estilo de vida tan poco edificante, humanizante, caritativo, evangélico. 

O no, quién sabe. Bástenos, como espectadores de la historia filmada, con contentarnos con el final feliz, con el necesario y gozoso retorno a casa de los dos hermanos. A la casa materna, lejos y momentáneamente protegidos del fragor del salvaje Oeste, como en un trasunto del paraíso que nos espera, que se nos debe, con la amorosa y hacendosa madre al centro, desparramándose hilo a hilo, desviviéndose una vez más por ellos, por sus dos hijos: Charlie y Eli, Eli y Charlie. 


6 de septiembre, 2020. Luis Henríquez Lorenzo: profesor de Humanidades, educador, bloguero, militante social, escritor.


lunes, 31 de agosto de 2020

"Con la mano en el corazón"



Como insiste en reconocer en sus estupendas conferencias el eminente científico boliviano Ricardo Castañón, el mundo, sobre todo en Occidente, ha vuelto la espalda a Dios. Sin pesimismos ni optimismos y sí con una perspectiva o lupa aséptica -digámoslo así-, esta es una obviedad que no merece mayores comentarios: se impone por la fuerza incontestable de su evidencia.

Doctor en Psicología Clínica (estudios en Alemania, Francia, Italia y EE.UU), converso a Cristo y a su Iglesia a partir de los 44 años (antes de esta edad, había abrazado el ateísmo y había asumido parte de la experiencia del existencialismo sartriano, coincidiendo todo ello con su larga estancia europea), escritor, conferenciante, el Dr. Ricardo Castañón Gómez es un experto a escala mundial en el estudio de los milagros eucarísticos.

Católico ilustrado, militante, también recalca la importancia de abrirnos los católicos a la acción del Espíritu Santo, particular al que destina renovados estudios y conferencias. Porque en efecto, sin ánimo de ser derrotistas debemos reconocer que sobre todo Europa, el Viejo Continente, es un erial de apostasía: increencia, indiferencia religiosa, materialismo, hedonismo, narcisismo, individualismo... Obvio que no igual en todas sus naciones: así, pongamos, no sería lo mismo la ultrasecularizada y descristianizada España del año 2020 que la nacionalista y católica Polonia actual.

El propio Dr. Castañón no duda en reconocerlo públicamente: el ámbito científico en que vocacional y profesionalmente él se mueve está casi huérfano de voces que expresen un pensamiento científico sustentado en sólidos principios de fe cristiana, de suerte que en tales ámbitos el pensamiento laicista y más o menos impugnador o negador de Dios es el que sigue imperando. O dicho de otro modo confluyente, solo que observado más desde una perspectiva bíblica y teológica: en el ámbito científico que bien conoce el ilustre científico y católico militante Ricardo Castañón Gómez, ¡apenas hay cristianos empeñados en hacer propia esta exhortación del apóstol Pablo expresada en 1 Corintios 9, 16b: "¡Ay de mí si no auncio el Evangelio!"Qué dice la ciencia de la Eucaristía?│Dr. Ricardo Castañón - YouTube

Gracias, Dr. Castañón, por tus lúcidas palabras, transidas de profetismo y parresía. Yo por mi parte, en los ambientes en que me muevo, trato de aplicar la exhortación de san Pablo expresada en la cita de 1 Corintios 9, 16b. A años luz de la convicción y experiencia crística (heroísmo y santidad de vida) que confiesa el llamado Apóstol de los gentiles en Gálatas 2, 19b, 20a ("Estoy crucificado con Cristo, y ahora no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí."), trato de evangelizar con mi inevitablemente modesta obra literaria. Con tan escaso éxito de público lector, y con tal carencia de ecos, aplausos e impulsos críticos y mediáticos, que sin duda hiciera mías las palabras que siguen, predicadas de sí mismo o para sí mismo por Paul Auster en su autobiográfico Diario de Invierno (Barcelona, Anagrama, 2012, páginas 233, 234 en la edición española). A saber:


Pasabas por el momento más negro de tu vida. Tenías treinta y un años, tu primer matrimonio acababa de romperse, con un hijo de dieciocho meses y sin trabajo fijo, prácticamente sin blanca, ganándote la vida de forma precaria e inadecuada como traductor por cuenta propia, autor de tres pequeños libros de poesía con cien lectores como mucho en todo el mundo, rellenando el colchón de tu miseria con críticas para Harpers`s, la New York Review of Books y otras revistas, y aparte de una novela policiaca que habías escrito con seudónimo el verano anterior (y aún sin editor) en un esfuerzo por generar algo de pasta constante y sonante [...]


Hoy por hoy con dos décadas más de edad que el joven Paul Auster, a la sazón escritor en ciernes fugazmente retratado en la cita que precede, no creo que tenga hogaño muchos más lectores que antaño tuviera el treintañero Auster; y si los tengo, es gracias a Internet en general, y en particular gracias a que esas dos beneméritas bitácoras, patriotas e identitarias y afines al pensamiento católico que son El Correo de España y El Español Digital, me vienen publicando desde hace apenas un año algunas de mis reflexiones. Este hecho, el que dos estupendas bitácoras, en las que se concitan firmas o plumas notablemente prestigiosas, tengan a bien, al menos de momento, mañana Dios dirá, el publicar algunos de mis escritos, no ha suscitado en mi tierra, en mi entorno, sospecho que ni el más mínimo interés y sí la más implacable de las indiferencias.

Autor que soy de siete libros publicados (seis poemarios y un ensayo de contenido autobiográfico, teológico, filosófico, literario, etcétera), autor-administrador de un blog en el que llevo casi 1.000 entradas publicadas hasta la actualidad desde diciembre de 2012 en que di el pistoletazo de salida a esta mi bitácora (escritos que oscilan entre las 15 líneas, los más breves, y las 25 o 30 páginas los más extensos, se trata de reflexiones de contenido literario, ético, político, teológico, eclesiológico, filosófico, cinefílico,...), autor de una docena de poemarios entre ya publicados e inéditos y de una treintena de narraciones o relatos cortos entre los cuales puede que haya de manera embrionaria alguna que otra novelita corta, en modo alguno pretendo reivindicar parabienes, aplausos y reconocimientos de público lector y de crítica especializada por mi sola condición de escritor católico, solo que sí que me sigue resultando sorprendente e incluso indignante que yo mismo en persona haya comprobado cómo en algunas ocasiones se me ha excluido de la posibilidad de presentar mis obras en fiestas populares en honor a la Virgen o a los santos, a pesar de haberles puesto de manifiesto, hasta casi el ruego, a sus organizadores de marras, el hecho de mi condición de escritor católico.

En vano o infructuosamente, pues al final de tanto ruego y llegados los días de la cosecha (de las fiestas en cuestión), lo que me quedaba por atestiguar, con impotencia y asombro y también algo de rabia, fue siempre cómo otros autores, de literatura acaso más bella y meritoria que mis escritos, no lo niego, pero de clara mentalidad pagana, laicista, solipsista, decadente, postmoderna, anticristiana incluso, sí encontraban finalmente hueco en el marco de fiestas populares en honor a la Virgen o a los santos, para dar voz a sus textos y propuestas literarias, radicalmente contrarios al sentir de la Iglesia. Y para más inri, algunos de estos autores me consta que quedan reconocidos como paladines de la ideología de género, el feminismo extremista y la sodomía.

En tanto a quien estas líneas escribe, ni agua, siendo un escritor, aprendiz de escritor, larva de escritor, aborto de escritor o como se quiera denominar. que desde luego quiere tomarse en serio la exhortación del apóstol Pablo en 1 Corintios 9, 16b: "Ay de mí si no evangelizara". El colmo de la indiferencia religiosa, de la incoherencia ideológica y espiritual y, en definitiva, una plasmación más de la estruendosa apostasía en la que chapoteamos en toda Europa. Y también contundente muestra de esto archisabido: el mundo de las artes y las letras es un mundo a menudo irrespirablemente cainita, atestado de vanidad, soberbia, narcisismo, prepotencia y afán irredento de notoriedad y de quítate tú, pa' ponerme yo, que dice la canción salsera.

Solo que de qué extrañarse, así los hechos, si estamos inmersos en la que acaso sea la peor crisis sufrida por la Iglesia en sus hasta ahora 20 siglos de existencia, sumida en la más espantosa apostasía que quepa imaginar: crisis doctrinal, litúrgica, disciplinar, crisis de identidad... De qué extrañarse, si estamos en plena implementación de los planes masónicos del Nuevo Orden Mundial, con su Plan Kalergi, con su proyecto de desmantelamiento del cristianismo hasta reemplazarlo por una suerte de nueva religión sincretista mundial, etcétera. Por más que sea una teoría esta, la del Plan Kalergi, calificada de conspirativa o conspiranoica por sectores críticos con el llamado ideario de la extrema derecha, al que precisamente consideran principal impulsor de esta teoría que nos ocupa.

Pero en fin, pongamos guinda o broche a esta digresión sobre mis cuitas como insignificante escritor, con dos voluntariosas apuestas. La primera, repetida con san Pablo en Romanos 8, 35: "¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Las pruebas o la angustia, la persecución o el hambre, la falta de ropa, los peligros o la espada?" La segunda, repetida con mi menda lerenda: "Tenga millones de lectores y me laureen con premios o me lean tan escasos lectores que puedan contarse con los dedos de una mano y aun así sobren dedos, voy a seguir escribiendo hasta el final de mis días, entre otras determinaciones y razones ya dichas por esta además: porque ya no puedo dejar de hacerlo. Llueva o truene o sea tiempo de sequía o salga el sol por Antequera, seguiré escribiendo, le pese a quien le pese."

Amén.


3 de septiembre, 2020. Luis Alberto Henríquez Lorenzo: profesor de Humanidades, educador, bloguero, militante social, escritor.











miércoles, 26 de agosto de 2020


Como ya he escrito en otras breves reflexiones, achaco no poca responsabilidad de cómo acaban actuando estos seres perversos llamados psicópatas (integrados) y narcisitas malignos a la acción cómplice de los monos voladores. Entiendo que sin el compinche concurso de estos es muy plausible o probable que con las mismas no se sintieran tan "autorizados" para ejercer su daño; ese devastador daño que ocasionan a las víctimas inocentes que tienen la desgracia, generalmente por ser seres humanos empáticos, de despertar las ansias depredadoras y vampíricas del monstruito.

Hipótesis. Si de repente y sin avisar los monos voladores le platasen cara, le espetasen en toda su jeta endiosadamente narcisita y borracha de delirios de grandeza, algo así como un "estamos ya hartos de tu maldad; de hecho, nos arrepentimos de haberte apoyado como compinches tuyos en algún momento de nuestras vidas, siempre en perjuicio de las desgraciadas víctimas (Fulanito de Tal y Menganita de Cual) a las que tú, de manera cínica, insolente, despiadada e inmisericorde, has dañado. Sin haberles jamás pedido perdón. Y sin haberte ellas a ti dado motivos para tu ruin y perverso proceder. Eres un malvado, una malvada: haces mucho daño; lastimas a las personas; no cuentes más con nosotros o nosotras para esto".

Si así procediesen los exmonos voladores -permítase la expresión-, ¿cómo reaccinaría el trastornado? Sospecho que seguiría siendo ese ser perverso, moralmente imbécil, tóxico y malvadamente diabólico que por naturaleza es, pero igual no se sentiría tan envalentonado para actuar con tanta impunidad y desvergüenza.

En cualquier caso y sea cual sea la tecnología malvada que use el trastornado para causar sufrimiento a sus víctimas, los psicópatas (integrados) y los narcisistas malignos si por algo se caracterizan es por su grado de malignidad.

Gozan, se ufanan, crecen, se cuecen y engrandecen haciendo sufrir al otro, cosificando al prójimo, empequeñeciéndolo, humillándolo, desvalorizándolo, manipulándolo, hiriéndolo, calumniándolo.

Entonces, procediendo así estos seres oscuros, ¿cabe siquiera el solo plantearse intentar dialogar con ellos? Como principio básico o sine qua non de todo diálogo posible, tendrían que comenzar reconociendo todo el daño moral y psicológico que causan a sus víctimas. Y acto seguido inmediatamente entonar un sincero mea culpa y caer de rodillas implorando perdón a sus víctimas; jamás de los jamses proceden así, salvo que deseen hacer teatro para lavar su imagen amenazada o manchada y así continuar con su vampírica depredación.

¡Ay, bendito contacto cero, única manera real y efectiva de librarse de estos seres tóxicos!


25 de agosto, 2020. Luis Henríquez Lorenzo: profesor de Humanidades, educador, bloguero, escritor, militante social.

viernes, 21 de agosto de 2020

"Ella debe ser (como) Pastora de los Valles"




Vaya teóloga que tenemos. Da vergüenza ajena escuchar la sarta de tonterías, mixtificaciones, manipulaciones, calumnias contra la Iglesia y descaradas mentiras que suelta esta señora. Es el colmo del desatino, en la mejor tradición anticatólica que puso en circulación ese siniestro y grotesco personaje que se llamó Martín Lutero, exmonje agustino.

De risa si no diera pena: pan comido para ese predicador magistral que es el venezolano padre Luis Toro, y pan comido para ese expastor evangélico y actual apologeta católico que se llama Fernando Casanova (puertorriqueño). En su ignorancia supina llega a afirmar que Constantino en el año 313 "funda" la Iglesia católica con la promulgación del Edicto de Milán, mientras que ya "existía" la Iglesia cristiana, que era universal pero no identificable con la católica, ni modo, así, sin más (claro, para "arrimar el ascua a su sardina protestante"). Empero, son innúmeros los testimonios documentales de que disponemos de los primeros siglos del cristianismo (atesorados sobre todo en la Tradición), gracias a los cuales precisamente fundamentar que desde la primera hora de la Iglesia en torno al primado de Pedro y la colegialidad del resto de los Apóstoles, la esposa del Esposo ya tenía las notas características de catolicidad o universalidad, apostolicidad, unidad o unicidad y santidad (por su fundador Cristo, no por sus miembros). Pero nuestra teóloga Pastora se saca de la manga la mixtificación de que lo que existió antes del Edicto de Constantino (año 313) fue una Iglesia cristiana sin el primado de Pedro. Comunidad cristiana primitiva ciertamente martirial, y que sería reemplazada por la Iglesia católica precisamente creada por Constantino. Y así que esta acabaría ahogando a esa supuesta Iglesia cristiana totalmente ajena a la Iglesia fundada sobre la roca de Pedro (cfr. Mateo 16, 18-19).

Válgame Dios. ¿Y el testimonio de los papas de los tres primeros siglos, señora? ¿Y el testimonio del gran papa san Dámaso (probablemente de origen hispano), señora, quien, en el siglo IV, establece ya definitivamente el canon de los textos neotestamentarios? ¿Y el testimonio de la Carta a los Corintios del papa Clemente, señora, texto magnífico "venerado" por todas las comunidades cristianas ya desde finales del siglo I y que llegó a estar en el canon de los textos neotestamentarios? ¿Y el testimonio de los padres apostólicos, señora, que atestiguan que donde está Pedro está la Iglesia fundada por Cristo? ¿Y el testimonio del apóstol Juan, el autor del evangelio homónimo, quien vivió tantos años que fue testigo de los pontificados de Lino, Anacleto y Clemente (breves pontificados porque los tres murieron mártires), y a los tres reconoció como legítimos sucesores del apóstol Pedro?San Clemente de Alejandría... |

Y luego su empeño en denigrar los dogmas. Para esta señora, teóloga evangélica, o sea, protestante, esto es, sectaria, los dogmas son constructos espurios y ajenos totalmente a la fe crística, dictados por el poder papal romano, que quedaría así reducido a conculcador-desconocedor de la verdadera realeza y del misterio de Cristo. Vamos: un invento de la Iglesia, a la sazón la gran ramera de Babilonia.

¡Madre mía! Señora: la Iglesia, a través de la autoridad de su Magisterio, no "inventa" los dogmas sino que, a partir de la toma de conciencia sobre una verdad de fe asumida, proclamada y vivida por el Pueblo de Dios desde la primera hora de la Iglesia (no raramente una verdad puesta en solfa por herejías diversas), proclama solemnemente esa verdad como "parte del depósito de la fe" y la ofrece, para ser creída, a la Iglesia universal.

Así procedió el papa Inocencio III en el siglo XIII con el dogma de la transubstanciación. Así hizo Pío XI en el siglo XIX con el dogma de la inmaculada concepción de María. Así hizo Pío XII justo a la mitad del siglo XX con el dogma de la asunción de María a los cielos. En ninguna de estas proclamaciones del Papa ex catedra la Iglesia se saca de la manga dogma alguno; se limita a sancionar como que debe ser creída y del depósito de la fe una determinada verdad.

En fin, que es muy fatigoso el dialogar con estos pastores y teólogos protestantes. Para mí que utilizan una técnica parecida a la que usan los psicópatas y los narcisistas malignos: brincar de un asunto a otro sin ningún interés por la verdad, en este caso, por la verdad de Cristo y de su Iglesia.

Se proclaman bíblicos y son, desde luego, contumaces manipuladores de los textos bíblicos, a los que a menudo retuercen o les meten tijera o los dan a la libre interpretación de cada cual. Verbigracia: la Eucaristía, no como "símbolo" del único sacrificio de Cristo sino como el "cuerpo y la sangre reales de Cristo", tiene plena base neotestamentaria (cfr. Mateo 26, 17-30; Marcos 14, 22-24; Lucas 13, 26; Juan 6, 35; Juan 6, 51; Hechos 2, 42; Hechos 2, 46-47; Hechos 20, 7; 1 Corintios 10, 16-17; 1 Corintios 10, 21,22; 1 Corintios 11, 20-34). Y ciertamente está recogida en toda la Tradición; por ende, lleva siendo así, sin faltar ni un solo día, desde el tiempo apostólico: la actualización, día tras día, hasta el final de los tiempos, del único sacrificio de Cristo, para expiación de nuestros pecados y alimento para nuestra salvación.

Desde luego, no merezco el título de apologeta de la fe católica, pues mis conocimientos no son tantos; mi voluntad y empeño, sí, porque me sé además que el Señor me pedirá cuentas de si yo lo confesé o no ante los hombres (cfr. Mateo 10, 32-33 y Lucas 12, 8). Desde ahí o por ello mismo, más antaño que hogaño, toda vez que la indiferencia religiosa en España es que es ya bestial, cuando entablaba controversia con protestantes, sectarios diversos, cristianofóbicos y escépticos varios, con los que se confesaban no cristianos no tanto pero con los que se confesaban cristianos no católicos, pongo a Dios por testigo que solía más pronto que tarde acabar proponiéndoles esta empresa, que ahorita compruebo que es la misma que les proponen, especialmente a los cristianos no católicos, magistrales apologetas de la fe católica que en Youtube cuentan sus vídeos por cientos de miles de visitas. A saber: "Mira, Fulanito, vamos al grano, no más rodeos: ¿quién fundó tu comunidad cristiana? ¿Puedes demostrarme con la Sagrada Escritura delante que tu iglesia* la fundó Jesucristo? Recuerdo a algunos infelices de estos que mezclaban doctrinas cristianas adulteradas con doctrinas judaizantes no menos adulteradas. Al carecer completamente de cualquier posibilidad de fundamentar bíblicamente que Jesucristo había fundado su secta, invariablemente se conformaban con espetar la misma respuesta: "Ultracatólico, intransigente, fanático, intolerante, irrespetuoso; y seguidamente, disparaban contra la Iglesia calumnias, sapos y culebras con una rabia tremenda".

Sin comentarios.

Postdata. No hace falta recordar que quien estas líneas escribe tampoco es teólogo (ni filósofo ni literato), siendo que teólogo, filósofo y literato es lo que le gustaría llegar a ser; de momento sin otro remedio que el consuelo y el estudio, se conforma con ser larva de teólogo, de filósofo y de literato. Asimismo, tampoco es menester recordar que muchos pastores protestantes, teólogos, teólogas y cristianos reformados o separados de a pie conocen al dedillo los textos bíblicos y los citan, así pues, con facilidad, brincando de uno a otro, etcétera. Mostrando con todo ello inmensos y muy eruditos conocimientos teológicos y escriturísticos, ante los cuales mis conocimientos parecieran flojos, muy escasos, exangües y desangelados. Sin embargo, dudo que los conozcan más veraz o auténticamente que yo -aunque esos teólogos se hayan llamado Albert Schweitzer, Karl Barth, Ernest Käsemann, Óscar Cullmann, Pannenberg...-, pues toda la indiscutible y hasta loable e inmensísima vastedad de conocimientos teológicos y bíblicos por lo que dice a los cinco eximios teólogos citados, no los acabaron llevando a descubrir la necesidad y el mandato mismo de Cristo de que los cristianos estemos todos hermanados bajo un solo pastor universal, quien es, como conocemos y confesamos, el sucesor de Pedro.

Sí: al lado de gigantes de la teología cristiana del siglo XX como W. Pannenberg, pongamos, cabe que admitamos que yo no sé nada, teológicamente hablando. Pero henos aquí que, ante esa nada que yo sé o no sé, al menos sí que afirmo y confieso, con la debida base escriturística o bíblica, que Cristo funda su Iglesia sobre la roca de Pedro, que es lo mismo que confesar que soy hijo (Dios quiera que fiel) de la única Iglesia fundada por Cristo. Por su parte Pannenberg, aunque aprehendió una cultura bíblica, teológica y aun filosófica inconmensurable, se quedó a las puertas de la plenitud de la verdad cristiana al no abrazar la comunión con Roma, es decir, con el sucesor de Pedro.

Hasta aquí. Continuará (pero nada más por hoy).


24 de agosto, 2020. Luis Alberto Henríquez Lorenzo: profesor de Humanidades, educador, escritor, bloguero, militante social.

martes, 18 de agosto de 2020

"La Barca de Pedro, que hace aguas por todos sus flancos"




Me envían un enlace a mi WhatsApp que porta o contiene un breve vídeo de un señor que se presenta como padre Lorenzo. De este eclesiástico ya he escuchado otras predicaciones y comunicaciones. Incisivo, sin pelos en la lengua, desarrolla su ministerio presbiteral sobre todo en Madrid.

He escuchado dos veces el que me envían, de apenas 10 minutos. Muy crítico con la agenda del Nuevo Orden Mundial, con la atmósfera de apostasía imperante en la sociedad actual y en la Iglesia, y muy particularmente con Jorge Mario Bergoglio, a quien tutea y a quien considera falso papa y hereje (impulsor de la agenda globalista del NOM con sus constantes arengas a que el viejo Continente acoja todas las masas de inmigrantes africanos que están invadiéndolo, con lo que implica esto de islamización de Europa), no tengo mayor dificultad en comprender sus críticas, reservas y opiniones sobre el actual pontificado del argentino, y aun sobre la pavorosa crisis que amenaza con hundir la Barca de Pedro, como reconoció en su momento el propio Benedicto XVI, con quien este padre Lorenzo parece alinearse, al menos parcialmente. Además, ciertamente comparto bastantes de esas sus críticas.

Es decir, padre Lorenzo es tradicionalista, no es ni siquiera conservador, es más que conservador; vamos, que es tradicionalista. Pero ¿tradicionalista en plena comunión con la Santa Sede, lefebvriano o tradicionalista sedevacantista, que son las tres sensibilidades eclesiales y teológicas con que se puede hoy por hoy ser tradicionalista?El Papa escribe a Socci para agradecer las críticas a su ...

A este respecto, dedica palabras elogiosas a los periodistas, escritores y analistas de la actualidad de la Iglesia Antonio Socci y Vittorio Messori, ambos italianos y ambos muy en la línea juanpablista y ratzingueriana. De modo que me tranquiliza un poco creer alcanzar cierta comprensión: el padre Lorenzo se manifiesta como muy alarmado por la crisis actual de la Iglesia, que él en gran medida achaca al Concilio Vaticano II, solo que no parece manifestarse como negador de la legitimidad de los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, quienes como sucesores de Pedro se caracterizaron por impulsar la aplicación del Vaticano II; a decir verdad con más exactitud o alcance, ambos, el polaco y el alemán, han sido durante toda su vida unos entusiastas del Concilio Vaticano Segundo.

El dato es importante y revelador, al menos para conocer ante quién nos encontramos, dado el desbarajuste o caos doctrinal, disciplinar y litúrgico que impera actualmente en la Iglesia católica, y toda vez que en el sector del tradicionalismo existen esas tres sensibilidades reseñadas: los que a pesar de todos los pesares pronuncian una final adhesión a la Santa Sede (estos podrían ser, me supongo, los allegados a la llamada Fraternidad Sacerdotal San Pablo, entre otros varios grupos existentes que en efecto celebran la misa tridentina o en latín y que se confiesan fieles a la Santa Sede), los que se alinean con el legado del arzobispo francés Marcel Lefebvre, aglutinados principalmente en la Fraternidad Sacerdotal San Pío X (en general, aunque estos sostienen que los papas del Concilio, desde Juan XXIII en adelante hasta Francisco, son herejes, formalmente, materialmente son papas, con lo cual la sede petrina no estaría vacante), y en tercer lugar los más radicalizados, que serían los sedevacantistas. Para estos los papas del Concilio Vaticano II no solo serían foralmente herejes sino materialmente antipapas, con lo cual la sede petrina estaría vacante. (Por lo demás, dentro del siempre muy minoritario sedevacantismo ha surgido en los últimos lustros una corriente que, sin abandonar la tesis de la herejía doctrinal de los papas del Concilio, apuesta por la solución de que materialmente son papas válidos. Pero en fin, el detalle sobre estas menudencias escapa a mis conocimientos y al propósito nuclear de esta reflexión.) 

Volvamos al curso principal o hilo de esta reflexión. El padre Lorenzo, sin duda tradicionalista, afirma en un momento de su comunicación o prédica que el papa Pablo VI fue "medio masón". Y ahí se queda. Otros eclesiásticos, como el italiano Luigi Villa (colaboró con el santo padre Pío, alcanzó fama mundial como predicador e incansable impulsor del catolicismo tradicionalista), sentencian que Pablo VI fue totalmente masón y, además -Dios y el propio padre Luigi Villa me disculpen si tal dato que diré es falso-, gay (con algún que otro amante conocido). De modo que entonces, así las cosas, el balance de la persona toda de Pablo VI, proclamado santo por la Iglesia bajo el pontificado de Francisco (en el siglo, llamado Pablo VI Giovanni Battista Montini), y particularmente el balance que nos merece el Vaticano Segundo que él continuó y culminó, ¿inclinan la balanza a lo positivo, noble, justo, auténtico, católico, bienintencionado, o más bien la inclinan a lo desastroso, tóxico, negativo, destructivo, dinamitador de la doctrina católica...?

Yo iría incluso un poco más lejos. A saber: aun en el caso (un suponer) de que el pontificado de Pablo VI fuese juzgado, con total certeza y rigor documental, como más negativo que positivo, la persona de Giovanni Battista Montini, Papa número 262 de la Iglesia católica, ¿nos seguiría mereciendo ese particular respeto filial que tradicionalmente ha sido una de las marcas de la casa de los católicos, no en balde llamados despectivamente papistas justamente por esto por los protestantes? 

Por lo demás, coincidio con el padre Lorenzo en cargar las tintas sobre la responsabilidad del Concilio Vaticano II en la crisis actual de la Iglesia católica. Sin embargo, en modo alguno el Vaticano Segundo es el único responsable-causante de la crisis actual de la Iglesia: la novela española de la segunda mitad del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX es espejo de no pocos vicios y males eclesiales y, especialmente, clericales. Todo lo cual me lleva también a la siguiente conclusión: los progreeclesiales, también llamados ultraprogres o secularistas, no son en modo alguno solución a los problemas actuales de la Iglesia; son más bien parte del problema, son causantes directos del desastre, son cómplices, son la causa. 

Aunque tal certerza, para mí sin fisuras, no me lleva tampoco a sentenciar que los progres es que no tienen ya ni fe en Cristo, como dicen de ellos no pocos tradicionalistas, sobre todo los más extremistas o radicalizados; no, tampoco es esto. Verbigracia: el obispo, misionero claretiano y poeta Pedro Casaldáliga ha muerto hace unos días. Figura estelar del progresismo eclesial, ¿tenía fe en Cristo y en su Iglesia? Gracias a Dios, no me compete a mí juzgar esto; no obstante, lector de prácticamente toda su poesía publicada (sobre la que en su momento escribí un breve ensayo que al parecer el propio Casaldáliga leyó, y por el cual me felicitó en carta muy cariñosa), a la luz de esta me atrevo a declarar que claro que sí que creía en Jesucristo y en su Iglesia, aunque tal fe suya se fuera con el tiempo contaminando con influjos marxistas, progresistas, feministas, izquierdistas, secularistas... 

Y ya está, no me hago más conflicto: Casaldáliga para mí fue un creyente en Cristo con toda probabilidad más entusiasta y más generoso que yo. Y santas pascuas, aleluya. Punto pelota (repito), bendito sea Dios. 

Continuamos con la crisis actual de la Iglesia. Esta es la madre del cordero. A saber: en el diagnóstico y análisis de esta innegable crisis, ¿tiene razón Benedicto XVI con su propuesta de hermenéutica de la continuidad entre ese Concilio convocado por Juan XXIII (tenido también por masón en sectores del tradicionalismo católico) y el resto de los anteriores? Desde luego, en algunos ratos libres a mí me ha dado por investigar por mi cuenta y riesgo sobre estas cuestiones disputadas teológicas y eclesiológicas, y lo que con asombro me parece haber descubierto es lo siguiente: hay aspectos doctrinales novedosos del Vaticano II que no es posible entroncar con el Magisterio anterior al Concilio. De manera que ante mis ojos, oídos y sentidos todos asombrados suelo preguntarme (retóricamente): qué me está ocurriendo, ¿será que me estoy volviendo tradicionalista?, ¿será que la verdad es la verdad aunque vaya en alguna medida en contra de la verdad que defiende alguien tan sabio como el papa emérito Benedicto XVI...? 

En tales casos, me asiste una solución: quiero creer cum Petro et sub Petro, y ciertamente doctores tiene la Iglesia que conocen la doctrina de la fe católica más profunda y rigurosamente que yo; ergo, igual lo que yo no veo claro es porque no me alcanza a verlo claro la cortedad de mis luces, sin que ello signifique, ni modo, que voy a disminuir o contener mi pasión por aprehender la verdad justamente por ese tomar conciencia de que la verdad en plenitud nunca podré alcanzarla, y asimismo por ese tener conciencia de que en la Iglesia universal doctores hay con mucha más sapiencia que yo.

En definitiva, humildad tan necesaria como recomendable, en pro de la cual seguimos teniendo los canarios un ejemplo estupendo: el obispo Pildain, de celebrada memoria a pesar de sus errores y exageraciones integristas en sus críticas y reservas al cine y a autores como Benito Pérez Galdós o Miguel de Unamuno. Habiendo sido padre conciliar en el Vaticano II, nunca entendió ni aceptó en su conciencia personal la libertad religiosa enseñada por el Concilio. Pero, "como hijo fiel de la Iglesia que me considero" -concluía él-,  "acepto lo que la Iglesia me propone, aunque no lo entienda así en mi conciencia personal o incluso no lo comparta". 

Conozco de la propuesta de una suerte de syllabus que clarifique aspectos ambiguos y errados del propio Vaticano Segundo, planteada por un obispo como Atanasio Schneider. ¿Sería suficiente para comenzar a sanar la crisis actual que sufre la Iglesia, su caos doctrinal, litúrgico y disciplinar?

Comoquiera que sea, ni Benedicto XVI ni Atanasio Schneider condenan en bloque el Vaticano II. Yo, que sigo siendo un imberbe teológico, tampoco lo condeno en bloque; lo acepto, sin las alharacas, mixtificaciones y manipulaciones propias de la progresía eclesial, la cual en verdad no cree en el Concilio y sí en que, utilizado este como pantalla o coartada, la Iglesia acabe secularizada-mundanizada (y desfigurada) hasta los tuétanos. Por esto no me escandalizan las opiniones críticas, reservas y objeciones sobre ese Concilio de alguien como monseñor Carlo Maria Viganó, que sí que se está mostrando más crítico con Vaticano II que los citados Benedicto XVI o Atanasio Schneider, y particularmente crítico con el pontificado de Bergoglio; bueno, a decir verdad al menos Benedicto XVI, perito en ese acontecimiento eclesial desde posiciones entonces más progresistas, sigue siendo un entusiasta del Concilio.

Sin embargo, desde sectores tradicionalistas muy radicalizados (sedevacantistas o fronterizos con el sedevacantismo), es cierto que se aplaude parcialmente y se le guiña un ojo al arzobispo italiano Carlo Maria Viganó, solo que desde esos mismos sectores ultratradicionalistas se acaba arremetiendo contra el propio Viganó, al que se acusa de "oportunista, aprovechado, hipócrita que nada entre dos aguas o que pretende nadar y guardar la ropa, proclamador de la verdad de la espantosa crisis de la Iglesia solo a medias...".

Entonces, así las cosas, ¿dónde está más plenamente la verdad de los hechos, esto es, de todos los hechos que ponen de manifiesto la debacle doctrinal, litúrgica y disciplinar de la Iglesia en nuestro tiempo histórico? 

Al final de este breve apunte reflexivo percibo tener más dudas que cuando inicié este escrito. O dicho con otras palabras: creo en la plenitud e integridad de la verdad, solo que la actitud hacia esta de no pocos sectores llamados tradicionalistas me parece cuando menos muy discutible. Lo intentaré ilustrar con el siguiente ejemplo: el arzobispo ortodoxo Atenágoras I y los cristianos evangélicos o protestantes Paul Tillich, Jürguen Moltmann, Dietrich Bonhoefer y Martín Luther King fueron personas beneméritas, idealistas, honestas, generosas, sensibles, enamoradas de Jesucristo aunque no de su Iglesia, ciertamente (Jürguen Moltmann aún vive, alemán de 94 años). Cuando me acuerdo de ellos lo primero que me viene a la mente no es que fueran "herejes y cismáticos" sino todo el bien que hicieron a los demás, a sus respectivas comunidades, a las personas que amaron, etcétera; reparo asimismo en todo lo que nos une, y no solo propiamente en materia de fe cristiana sino en toda clase de cuestiones ideológicas, existenciales y culturales, y en todo lo que puedan enseñarme; y finalmente, sí que considero lo que nos separa, no lo paso por alto, y hasta lo suelo lamentar desde mi posición de católico para en efecto ponderar que todos esos hermanos separados, por muy beneméritos que hayan sido o que sean, en efecto nunca pudieron ni pudieran alcanzar la plenitud de la verdad de los misterios de la fe cristiana al estar separados de la plena comunión con Roma.

En un caso, el de un obispo ortodoxo (empero válida y legítimamente ordenado, esto es, digno sucesor de los Apóstoles), no en comunión plena con el obispo de Roma, y en los cuatro restantes, nos encontramos con dos testigos del Señor fallecidos a los 39 años cada uno por enamorados de Jesucristo hasta el derramamiento de la propia sangre. Mientras que me parece que los tradicionalistas en su inmensa mayoría -si es que no cabe incluirlos a todos- procederían de la siguiente manera: la Iglesia católica es la única depositaria de la verdad completa, ergo, no hay necesidad alguna de diálogo con no católicos, aunque sean ortodoxos, evangélicos... Se les acusa de herejes y cismáticos, en primer lugar, de entrada, y como nada hay que podamos los católicos aprender de ellos, se acabó el diálogo. Y adiós, muy buenas.

No quiero pasar por alto que me indignan las posiciones enrocada y sectariamente anticatólicas típicas de amplios sectores del protestantismo (marca de la casa desde los tiempos del grotesco heresiarca Martín Lutero), de suerte que me visto y escuchado en Youtube no pocos vídeos de apologética católica, principalmente orientada a desautorizar a los protestantes, protagonizados por los muy carismáticos padre Luis Toro y el Dr. Fernando Casanova, este último expastor evangélico. Solo que también me duele que en los más de entre los círculos tradicionalistas sean implacable e inmisericordemente considerados herejes los papas del Vaticano II: el hereje Juan XXIII, el hereje Pablo VI, el brevísimo hereje Juan Pablo I, el hereje Juan Pablo II, el hereje Benedicto XVI... Me duele esta actitud. Porque incluso -supongamos- en el caso de que los papas del Concilio Vaticano II sean todos en efecto de doctrina católica dudosa o ambigua o hasta herética en tal o cual aspecto, ¿esto los hace de suyo o per se malas personas, moralmente ruines, despreciables, perversas, indignas...? 

Pues esto es lo que se desprende de algunas páginas de tradicionalismo radicalizado, digámoslo así. Se llega a llamar al emérito Benedicto XVI con denominaciones tan irrespetuosas como "Ratzinger Tauber, infiltrado hebreo o cabalista, líder de la Vaticueva o Sinagoga de Satanás"... Por no hablar del odio y el resentimiento que se traen entre sí sedevacantistas y lefebvristas. En algunas de sus publicaciones he llegado a leer despiadados anatemas de unos contra otros (especialmente procedentes del sector de los sedevacantistas contra todo lo que se menea en la Iglesia y no lleva el cuño del sedevacantismo) con afirmaciones del tipo: "Fulano de Tal, que era seguidor del infausto e hipócrita Marcel Lefebvre (o Lafiebre, como lo llama uno), seguro que estará calentito ahora en el infierno".

Qué pasada: a mí todo esto me suena a fanatismo, a integrismo, a falta total de entrañas de misericordia, a la soberbia de creerse en posesión de la verdad absoluta. ¿Por qué llamar a Marcel Lefebvre Lafiebre, por ejemplo? Yo que procedo de ciertos sectores del progresismo eclesial y que he sido votante de partidos siempre a la izquierda del PSOE, por más que de todo ello hoy por hoy descrea, no comparto esas recíprocas condenas.

Es más: últimamente estoy yendo de cuando en cuando a la misa tridentina del Vetus Ordo, mas yo acepto sin mayor problema, sin rasgarme las vestiduras, el Novus Ordo, si bien deploro la superficialidad, las prisas y la falta total de unción y decoro con que no pocos presbíteros celebran la llamada nueva misa. Lo que sí no se me ocurre es echar pestes de alguien como Lefebvre, de quien se me indigestan algunas posiciones eclesiológicas y teológicas y quien, desde luego, me parece que fue un celoso pastor de la Iglesia universal que, quién sabe si por soberbia, por deficiencias en la comprensión de la debida obediencia eclesial, por deficiencias en la comprensión de la propia dinámica de la Tradición, o sabe Dios por qué, protagonizó un conflicto con Roma que ha supuesto una dolorosa herida en el único Cuerpo de Cristo. Pero aun con conflicto y todo, y con toda la carga de debilidades, fragilidades y pecado personal del arzobispo y misionero francés, fue un hombre providencial a quien muchos hechos innegables de la crisis y la apostasía hoy por hoy imperantes en la Iglesia, y la deriva misma del multiculturalismo en Europa, están dando la razón

Por lo demás, sin duda el Papa debería ser el principal guardián del depósito de la doctrina de la fe, por mandato expreso de Jesucristo (cfr. Lucas 22, 32-32). En contra de las tesis de los protestantes y aun de las de los ortodoxos, creo convencidamente en el primado de Pedro, cuyo fundamento escriturístico está fuera de toda duda razonable y cuyo entroncamiento con la Tradición (apostólica, patrística, conciliar, sinodal...) es igualmente incuestionable.Totalmente conformes con este cometido del vicario de Cristo. Con todo, ¿no sería más humano, evangélico, cristiano, loable, justo, delicado y respetuoso con la persona del Papa analizar primero cuanto hay de verdadero y bueno en su pontificado, sin enseñar de entrada los dientes, sin ponerle a la voz de ya esas etiquetas, esos sambenitos: "que si masón, que si hereje..." 

Porque asimismo necesariamente nos asalta esta perplejidad: ¿cuántos  hombres y mujeres que han hecho el bien a lo largo y ancho de la historia de la humanidad, a su paso por este mundo fueron acusados de herejes, llevados a los tribunales formados por hombres, y finalmente sentenciados a muerte, y luego sin embargo la posteridad se ha ido encargando de mostrar, con nuevas luces y nuevas revisiones, que ni fueron tales herejes ni tales malditos y sí más bien hombres y mujeres nobles, justos, loables, honestos, idealistas...?  

Tiempos recios, apocalípticos, el final de los tiempos... Ciertamente, hay tantas señales en nuestro día a día que apuntan a la constatación de que en efecto nos encontramos en el final de la historia... Solo que el tiempo es de Dios: los plazos o períodos de ese tiempo son de Dios; ergo, hoy como ayer, a los que inmerecidamente según nuestros méritos y sí por los méritos del don de la gracia somos creyentes en Cristo y en su Iglesia, nos toca seguir dando testimonio del Crucificado-Resucitado. Confiados en esta promesa del propio Jesús nuestro Señor, el Salvador de la humanidad: " Y ahora, yo te digo: "Tú eres Pedro, o sea, Piedra, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las fuerzas del infierno no la podrán vencer." (cfr. Mt 16, 18). Y también: "Entonces Jesús, acercándose, les habló con estas palabras: 'Todo poder se me ha dado en el Cielo y en la tierra. Por eso, vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos, en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado. Yo estoy con ustedes todos los días hasta que se termine este mundo.' " (cfr. Mt 28, 18-20)

Pues esto mismo: la Barca de Pedro hace aguas por todas partes (como que atraviesa la que acaso sea la peor crisis en su bimilenaria historia), y a muchos asusta con acabar hundiéndose. El propio papa emérito Benedicto XVI lo reconoció en su momento en los días en que murió el santo padre Juan Pablo II. Pero la Iglesia es la esposa del Esposo y tiene la promesa de este: nada podrá con ella, ni la mucha maldad de muchos sus hijos e hijas.


20 de agosto, 2020. Luis Alberto Henríquez Lorenzo: profesor de Humanidades, educador, escritor, bloguero, militante social.