viernes, 6 de abril de 2018

"No todas las almas son inmortales (Francisco dixit)"
 
 
 
 
 
Los principales causantes o responsables de la debacle actual de la Iglesia son sus pastores: desde los situados en la cúspide de la pirámide hasta los situados en la base de la misma. ¿Que por qué? Pues porque en algunas medida desde antes del Concilio Vaticano II pero de manera dramáticamente generaliza y sistemática tras el Vaticano Segundo, se han venido dedicando -con las excepciones de rigor que se quieran, cuya cuantificación y cuyo juicio compete a Dios, no a mí- no a la promoción de evangelizadores o militantes entusiasmados con Jesucristo y con su Iglesia, fieles a la Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio, y sí a conformarse con dar cancha en la Iglesia a toda suerte de trepas, arribistas, carreristas, tibios (“A los tibios vomito de mi boca”, dice el Señor), burócratas, antimilitantes, laicistas, mediocres políticamente correctos, oportunistas a los que ni Cristo ni la Iglesia interesan lo más mínimo y sí la mamandurria o mantenencia de su negocio en la Iglesia (estatus, puesto de trabajo, privilegios diversos…), antinatalistas; en definitiva, apóstatas.
 
 
De manera que ahora el disgusto del cardenal Burke ante la última trapisonda del papa Bergoglio es tan necesario, tal vez, como infructuoso, valgan el oxímoron y la gota de pesimismo. En efecto: cada hora que pasa, cada día que pasa su página tras la caída del sol y la llegada de la noche, parece más nítido que en efecto Francisco le ha comunicado a su amigo Eugenio Scalfari, ateo y anticlerical ya de 93 años, estas dos herejías que ya han dado la vuelta al mundo no en 80 días sino en cuestión de segundos: ni habría infierno ni sucediera que las almas en pecado mortal a la hora de la muerte física serían condenadas y sí aniquiladas; solo las almas de los bienaventurados alcanzarían la visión beatífica de Dios. Image result for eugenio scalfari
 
 
Pero qué, para qué, si Francisco lleva la friolera de cinco años y un mes diciendo y haciendo y dejando de hacer (“pecando” así pues de palabra, obra y omisión) tantos atropellos contra la doctrina de la fe católica que darían para escribir un gran tomo documentado de 500 páginas, o más. Y de hecho, si se sumaran los estudios que solo desde diversos sitios o bitácoras de Internet se vienen acometiendo para tal empresa, la de exhibir las costuras heterodoxas (para algunos tratadistas de la actualidad de la Iglesia, “blasfemas y heréticas”), qué digo un tomo de 500 páginas, toda una colección de sesudos estudios obtendríamos con varios tomos de 500 páginas cada uno.
 
 
Penosa y deplorable situación, ¡la Gran Apostasía profetizada! Pero más lúcidas y proféticas que mis palabras vendrían a ser las del número 675 del Catecismo de la Iglesia Católica publicado durante el pontificado de san Juan Pablo II, siendo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe el cardenal Joseph Ratzinger, futuro Benedicto XVI. Así, leemos: << Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el "Misterio de iniquidad" bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne.>>
 
 
 
6 de abril, 2018.Luis Henríquez Lorenzo: profesor de Humanidades, educador, bloguero, escritor, militante social.

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