martes, 10 de agosto de 2021

"Con su venia, monseñor Atanasio Schneider"


Palabras preliminares


En algunos canales y bitácoras de Internet integristas católicas o dizque católicas he alcanzado a leer y escuchar comentarios de este jaez: "Rechazamos la herejía del ecumenismo enseñada por el Concilio Vaticano II porque es contraria a toda la Tradición de la Iglesia, y porque pone en pie de igualdad con la única religión verdadera, con la única Iglesia de Cristo, que es la católica, a las sectas cristianas y a las falsas religiones".

A mí, digo a mí, particularmente a mí, como opinión personal la diré, de acuerdo a mi subjetividad, una afirmación como esta me parece una pasada de injusta, y meramente esencialista. Una opinión que desprecia la noción católica de Tradición viva y no fosilizada, rigorista y estática, que es la visión que tienen de la Tradición los integristas, al margen por supuesto del Magisterio, instituido por Cristo mismo para que fuera la guía interpretativa de esa Tradición.

A ver: cristianos que a los católicos de rito latino nos resultan especialmente antipáticos son en general los ortodoxos. En general, honrosas excepciones aparte, sentimos con ellos que si no hay tantas diferencias teológicas entre nuestras respectivas Iglesias, lo que sí hay es una gran desconfianza y hasta desprecio, en general por parte de ellos ortodoxos, hacia la Iglesia de Roma. Sin embargo, los tesoros de espiritualidad cristiana, comunes a la única Iglesia de Cristo (1), son inmensos en la Ortodoxia. Por esto, cierto que ellos rompieron la comunión con la Santa Sede por causa del Cisma de Oriente en el siglo XI (la Iglesia católica también tuvo su parte de culpa en esa excomunión mutua), ¡pero referirse a los hermanos ortodoxos con tanto desprecio como hacen los integristas católicos, que prácticamente no aplauden ninguna de las riquezas espirituales de la Ortodoxia, que son muchas, sino que se limitan a decir que son comunidades cismáticas y heréticas que están fuera de la comunión con la única Iglesia de Cristo!

Repito: si hay cristianos que nos resultan "antipáticos y desconfiados" a los católicos fieles al Papa occidentales, estos son los ortodoxos. Hasta el punto de que hay iglesias ortodoxas, que se rigen de manera autocéfala, que ni siquiera están dispuestas a aceptar el bautismo y resto de sacramentos de la Iglesia católica. Cierto que ante obispos y comunidades cristianas así de cerradas, fanatizadas y volcadas en su nacionalismo excluyente, te dan ganas de mandarlos al carajo y de ponerte en tu sitio exigiendo respeto. Esto es verdad. Pero son casos más o menos aislados, o incluso si resultaran medio frecuentes, vale. Sin embargo, la Ortodoxia es parte de ese otro pulmón con que ha de respirar la Iglesia universal. A saber (la expresión  es de Juan Pablo II): el pulmón de Oriente y el pulmón de Occidente. De modo que por ello no me parece justo el solo referirse a estas comunidades cristianas como que son "cismásticas y heréticas".   

Además de que el término herejía en boca de un integrista es como un mono con navaja, o casi. Da toda la impresión de que están como a la caza del hereje. Trataré de ilustrarlo con un ejemplo. He conocido, en diferentes fases de mi vida, a algunos cristianos protestantes que me demostraron mucha más formación teológica que la que puedo tener hoy por hoy yo (y conste que obviamente no estoy hablando de los más grandes teólogos protestantes, tipo Moltmann, Pannenberg...). También me parecieron personas nobles, honestas, comprometidas con la fe cristiana, como ellos la entienden. Nadie que me conozca de verdad puede afirmar con justicia que soy algo así como proprotestante y sí todo lo contrario. No niego que estos protestantes que he conocido y a los que me estoy refiriendo son, en efecto, desde la perspectiva católica, heréticos y cismáticos. Pero a ver: llamarlos así, sin más, heréticos y cismáticos no son maneras de quererse, de intentar entenderse, de buscar puentes comunes... 

   

Meollo de la cuestión


Hay dos posturas extremas que malinterpretan el Concilio Vaticano II. Estas son la posición liberal, también denominada progresista o modernista; y dos, la integrista, que es la defendida por los lefebvristas y los sedevacantistas, a su vez divididos en diferentes ramas más o menos radicalizadas. Ni la una ni la otra hacen del Concilio la lectura (herméutica) correcta. Porque ambas parten de una hermenéutica de ruptura del Concilio con la Tradición; ambas, ciertamente, suponen un órdago, un pulso al Magisterio, un desafío, en definitiva, una oposición frontal al mismo. 

Los progresistas, porque suelen hablar de un «espíritu» del Concilio ajeno a la letra del Vaticano II, a la que por supuesto ni citan ni siguen; los integristas, porque reivindican que «todo tiempo pasado en la Iglesia fue mejor». Y esto, en la Iglesia, es falso de toda falsedad, de suerte que en la Iglesia inmediatamente anterior al Concilio (pongamos, la Iglesia durante los pontificados de León XIII, Pío X, Benedicto XV, Pío XI, Pío XII), ¡claro que había problemas de todo tipo y cosas que no funcionaban! ¡Y hasta había en ese entonces, medio siglo antes o más del inicio del Concilio Vaticano II, encuentros de oración ecuménicos por la unidad de los cristianos convocados por el Papa reinante y extendidos a toda la Iglesia universal!

De modo que sí que había problemas de toda índole en la Iglesia preconciliar: desencuentros teológicos, disciplinares, eclesiológicos, de evangelización, masas enteras de creyentes que en el fondo no tenían experiencia de fe, problemas litúrgicos (fieles que se aburrían como ostras en las misas Vetus Ordo Missae, que eran no raramente rutinarias y que eran vividas sin entender nada de nada), seglares católicos que en su inmensa mayoría no tenían formación catequética o teológica alguna, etcétera.

Gracias al Concilio (uno de sus frutos), al que los integristas se refieren con palabras tan cariñosas como "conciliábulo de herejes, conciliábulo de la masonería, conciliábulo de la vaticueva", ha habido y hay una intensa revalorización del papel de los seglares en la Iglesia. Antes del Concilio, en la práctica apenas sí existía la realidad de seglares teológicamente formados, con responsabilidad pastoral, con intensa experiencia de fe. Gracias al Concilio, ha habido (y hay) un cierto florecimiento de órdenes religiosas, de realidades misioneras, junto a un innegable descenso de las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa, que sin embargo no es culpa del Concilio sino de los movimientos de secularización que azotan Occidente desde hace siglos.

Por lo demás, acusar de masón al papa Juan XXIII es una difamación o calumnia típica de los sectores del integrismo católico. Es falsa de toda falsedad. Tampoco fue masón Pablo VI, por más que no simpatizara con el franquismo sino más bien con la democracia cristiana, hacia la cual, por cierto, el propio Pío XII (papa preconciliar) tuvo palabras elogiosas. Como también las tuvo para la sociedad norteamericana de la época el papa León XIII; sociedad norteamericana fundada sobre la libertad de culto, la convivencia democrática, la pluralidad de credos…

Eclesiásticos masones ha habido y hay en la Iglesia, pero no hay pruebas de rigor que atestigüen la pertenencia a la masonería de Juan XXIII y de Pablo VI. Con respecto a este, si en verdad fue homosexual activo en algún momento de su vida y luego acabó arrepintiéndose de esos pecados y volvió a su vida de castidad, ¿qué problema hay? ¿Es que los rigoristas o integristas nunca pecan? Ciertamente, los pecados contra la castidad son tan viejos como la humanidad, es decir, tan viejos como la Iglesia en sus orígenes apostólicos hace 2.000 años. No obstante, la acusación vertida en ambientes integristas contra el papa Montini acusándolo de gay irredento, impenitente y vicioso durante toda su vida, la he contrastado con tres sacerdotes conocidos míos que tienen formación como historiadores (uno de ellos como de 50 años; los otros, ya con más de 70 cada uno), y me han respondido que es una vil calumnia. Es lo que me han contestado ellos a mi consulta; yo, la verdad, los secretos de alcoba del papa Pablo VI los desconozco.

En definitiva, los integristas sigan a lo suyo: «que si Vaticano II como conciliábulo, que si vaticueva, que si la secta del conciliábulo, que si el modernismo acabó infiltrando todo el Vaticano II, que si Ratzinger modernista y hereje…». Por deseo expreso de Cristo para con su Iglesia, todo discípulo del Nazareno (esto es, todo fiel católico) ha de buscar la comunión con sus pastores bajo la guía del sucesor de Pedro. Que este compromiso es un empeño que exige perseverancia, delicadeza, paciencia y que está sujeto a errores de cálculo y de estrategia, ¡sin duda! Pero siempre ha de quedar como un compromiso hecho de corazón y sine qua non.


(1) Como no soy teólogo profesional por más que sí deseo tomarme en serio la fe de la Iglesia, me propongo explicar esta cuestión de la forma como yo la veo. La eclesiología preconciliar afirmaba que la católica es la Iglesia de Cristo. Y es verdad que lo es. Sin embargo, la eclesiología que nace del Vaticano II afirma que en la Iglesia católica subsiste la única Iglesia de Cristo; como salta a la vista, se ha cambiado el es por el subsiste. El es excluye; el subsiste, más bien incluye.

Me explicaré. Si "la Iglesia católica es la única Iglesia fundada por Cristo", las demás confesiones e iglesias no pintan absolutamente nada, quedan excluidas, porque no son, ninguna de ellas, en modo alguno la Iglesia fundada por Cristo. Este criterio me parece esencialista (es el propio de la eclesiología estática de los grupos integristas, de su concepción inmovilista y fosilizada de la Tradición). Sin embargo, si afirmamos que en "la Iglesia católica subsiste la única Iglesia fundada por Cristo", nuestra perspectiva no cambia ni deteriora el dato dogmático revelado sino que lo amplía, de manera que quedan incluidos en el dato dogmático única Iglesia fundada por Cristo todos los rasgos plenamente acordes con el Evangelio y con la Tradición de la Iglesia universal que se hayan presentes, y como diseminados, en esa multitud de comunidades cristianas que están fuera de la comunión visible con la sede romana, que no son por tanto parte visible del Cuerpo Místico que es la Iglesia bajo Pedro (cum Petro et sub Petro), pero que en verdad sí son parte de la Iglesia universal en un sentido no formalmente visible pero sí real. 

Claro que llegados a este punto es inevitable recomendar la lectura de un documento como Dominus Iesus, publicado en agosto de 2000 bajo el pontificado de Juan Pablo II, siendo entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe Joseph Ratzinger. En el mismo se explican todas estas cuestiones mucho mejor que en mi breve reflexión.

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