"Duc in altum"
Valga
como inicio de este apunte reflexivo la obviedad que sigue: en todas
las familias cuecen habas, esto es, existen conflictos, peleas,
egoísmos, disputas de origen diverso, discrepancias… Hasta
el extremo de que en la práctica totalidad de ellas, de las
familias, como
clan o manada que vienen a ser se
da la figura del jefe
del clan
(en Canarias diríamos algo así
como
el “macho de las cabras”). Como
en todas las manadas del reino animal, el miembro que se siente jefe
actúa
como tal: trata de dominar al resto, de imponer sus lindes, de
ejercer un control territorialista: ejerciendo dominio y control
hasta empequeñecer
a los otros miembros de la manada, el jefe
experimenta grandeza (autoengrandecimiento);
a veces, por desgracia, ejerciendo violencia sicológica contra otros
miembros del clan o manada, desplegando así una personalidad
perversa narcisista o de sicópata socialmente integrado que causa un
tremendo y devastador sufrimiento sicológico, anímico y moral a las
víctimas inocentes (como
que está
tipificado como delito en todos los ordenamientos jurídicos de las
sociedades modernas:
episodios de violencia sicológica pueden darse sancionables hasta
con penas de cárcel) que
tienen la desgracia de sufrir tal narcisismo perverso o tal sicopatía
socialmente integrada consubstanciales al jefe
del clan.
Como
que nos lo advierte el propio Cristo Jesús en Mateo 10, 34-36: "No
piensen que vine a traer la paz a la tierra; no vine a traer la paz,
sino la espada. Vine a poner al hijo en contra de su padre; a la
hija, en contra de su madre, y a la nuera, en contra de su suegra.
Cada cual encontrará enemigos en su propia familia".
Aunque
ojo al dato: Cristo Jesús, que es el príncipe de la paz, no
menciona la "espada" en este pasaje mateano para justificar
la violencia en la predicación del mensaje cristiano. Nada más
lejos de la verdad evangélica, nada que ver con la violencia. El
término "espada" sirve para ilustrar, en plan hiperbólico
o exagerado, la gravedad, importancia o trascendencia de los
conflictos y controversias que no raramente surgen, también en el
ámbito familiar, por la causa de Jesús, cuando es aceptado como el
Señor. Y ello sucede en las mejores familias.
Y
tanto, de suerte que incluso en la Sagrada Familia, modelo de
convivencia conyugal para todo católico, hubo conflictos: el
"embarazo" milagroso de María; la preocupación de María
y José por el jovencísimo Jesús perdido en el templo; las críticas
que recibía el propio Jesús, ya en su etapa adulta, por parte
de personas de su entorno familiar y vecinal, que poco menos que lo
consideraban un loco (cfr. Mc 3, 21). En esta etapa, ya
debía haber fallecido su padre, san José (según la tradición,
artesano de oficio), y tengo entendido que un personaje eminente como
José de Arimatea, miembro del Sanedrín (nombre del tribunal supremo
de los judíos), también santo, hacía algo así como las veces de
tutor del joven Jesús. No en vano, según algunas tradiciones algo
tardías (surgidas en torno al Medioevo), José de Arimatea era
hermano menor de Joaquín, el padre de la Virgen María, con lo cual
tendríamos que José de Arimatea era tío abuelo o retío del propio
Jesús.
Así
las cosas, consideremos la Iglesia, que es comunidad de comunidades,
familia de familias. Asimismo, en el marco de unos límites
elementales de respeto a los juicios y opiniones del otro, la
libertad de expresión es buena y saludable que exista en el seno de
la esposa de Cristo; cuántos papas deben haberlo reconocido... Y el
propio Agustín de Hipona, una de las figuras eminentes de la Iglesia
universal, con esta celebrada sentencia suya: "Libertad entre
los hijos e hijas de la Iglesia en todo lo opinable; en lo
fundamental de la doctrina de la fe, unidad; y en todo momento,
caridad". Es además legítimo desde una elemental atención al
respeto más básico y constructivo a los derechos humanos.
Vale.
Sin embargo, la justa equidad en el respeto a los derechos humanos y
a la libertad de expresión en el seno de la esposa del Esposo deben
tener unos límites; de hecho, los tienen: los derivados de la propia
doctrina eclesial vinculante.
Y
henos aquí, así pues, con el nudo gordiano del asunto, a saber,
numerosos católicos llamados
o autollamados (autoproclamados) progresistas
hace tiempo que vienen extralimitando claramente los límites de lo
legítimo, de lo opinable o no opinable en lo tocante a doctrina
católica.
Quien
estas líneas escribe, absolutamente carente de poderes adivinatorios
o mágicos, o de cualquier otro tipo extraordinario, desconoce por
qué lo hacen así, un día sí y otro también. Así que no debo
juzgar ninguna actitud, en modo alguno. Por lo demás, a veces las
persistentes reivindicaciones de los grupos de la progresía llegan a
mí con alguna fuerza, con alguna capacidad de atención y de reclamo
por mi parte. Sin embargo, asimismo considero que a menudo, o sea,
casi siempre, sus reivindicaciones sí que son una pasada. ¡Y con
qué osadía pretenden colar como consonantes con el Evangelio, con
la doctrina de la fe dela Iglesia, propuestas que claramente han
nacido del espíritu del mundo.
Verbigracia,
en entrevista que no especifica el nombre del entrevistador o
entrevistadora y publicada hace ya un par de lustros largos en Redes
Cristianas (21 de junio, 2007, solo que el paso del tiempo
no ha hecho sino aumentar la rabiosa actualidad de su contenido), la
"obispa" mulata Darlene Garnier, reverenda de un movimiento
que se llama "Movimiento Cristiano LGTB" (es una agrupación
de cristianos homosexuales de todo tipo, transexuales y bisexuales
incluidos), luego de reconocer su condición de mujer lesbiana activa
y de justificar por qué su estola lleva los colores de la insignia o
bandera del arcoiris que tales colectivos han adoptado como
distintivo del orgullo gay, se despacha en la entrevista
diciendo, contra toda la enseñanza magisterial católica, que en
cuanto al celibato, "Dios nos regaló el sexo para ser
disfrutado dentro de la responsabilidad"; afirmación que,
ciertamente, no deja de tener su luminoso halo de verdad, solo que
claramente ella, desde su condición de obispa, la espeta, la esgrime
contra la castidad celibataria, que es un tesoro de la Iglesia desde
hace 2.000 años, esto es, desde los mismísimos orígenes crísticos,
paulinos y apostólicos del cristianismo. Ergo, frente a
diversas acusaciones biblicistas espetadas por comunidades
protestantes y aun sectarias contra el origen neotestamentario del
don del celibato o castidad celibataria que la Iglesia católica
siempre ha defendido, hay que cerrar filas, una vez más, en torno a
nuestra santa madre la Iglesia, maestra en humanidad pese a las
arrugas que en su bimilenario rostro van perfilando los pecados de
sus hijos e hijas, comenzando por considerar los míos.
De
modo que en línea filial y directa con la fe de la Iglesia
católica cum Petro et sub Petro, me gustaría llegar a
conocer qué son o qué implican para la reverenda Darlene los
conceptos de "disfrutar y de responsabilidad aplicados al
ejercicio gozoso y responsable de la sexualidad humana".
En
cuanto a esa misma afectividad y sexualidad humana, la obispa mulata
señala que en su comunidad religiosa prácticamente no existe de
hecho el celibato (en verdad, cabrá añadir que ni de facto
ni de iure), y que por ende todos los miembros de esa comunidad
suya viven con total gozo y libertad responsable o como sea la
sexualidad: obispos y obispas, reverendos y reverendas, gays y
lesbianas, bisexuales, transexuales, divorciados y divorciadas,
parejas de novios...
En
realidad, puede que esto esté bien (permítaseme ahora ser abogado
del diablo por un momento), solo que, una pregunta, ¿es esto
evangélicamente justificable, verificable, aceptable, legítimo,
católico, apostólico y mariano? Esta es mi duda.
"El
sexo no es un pecado, es fuente de placer. Y como Dios es Amor y mi
relación con Dios es de amor puesto que Dios me ama, Dios acepta mi
condición de lesbiana; ergo, puedo y debo ser lesbiana con total
libertad, puesto que es lo que Dios quiere de mí". Todo esto
afirma Darle Garnier y por ello lo coloco entre comillas. E insisto:
si las suyas son también palabras autorizadas de una verdadera
sucesora de los apóstoles, puesto que no otra condición y misión
deberían ser las suyas como sucesora apostólica que ella se
reivindica (huelga aclarar que no es sucesora de los apóstoles, en
modo alguno, que de hecho no está ni siquiera válidamente ordenada:
ella es una simple seglar ataviada con ornamentos litúrgicos propios
de las personas sí válidamente consagradas), ¿por qué tanta
diferencia entre lo que dice ella y lo que han enseñado los papas,
para la Iglesia católica y todos los hombres y mujeres interesados o
de buena voluntad, durante todo el siglo XX y lo que llevamos de
siglo XXI? O miente ella, sabiéndolo o sin saber, equivocándose a
consciencia o no, o mienten y se equivocan los papas, todo el
Magisterio eclesial en peso, pues las posturas doctrinales son
irreconciliables.
Es
decir, no se trata de opinar sobre si las homilías deberían durar
diez minutos o veinte, o sobre si en el momento de la consagración
es mejor estar de rodillas o hacer ligeras inclinaciones de cabeza al
unísono con el sacerdote oficiante (y no digo que esto no sea
importante, desde el clásico lex orandi, lex credendi,
no es esto), sino que como vemos, se trata de contenidos y materias
muy sustantivos: nucleares de la fe, esenciales, fundamentales.
Pero
insistamos con el contenido de la entrevista. Continúa la reverenda
afroamericana afirmando que "si la Iglesia tradicionalista ha
condenado la homosexualidad es porque ha traducido mal el hebreo y
hasta el arameo", se entiende que especialmente en los pasajes
referidos a la condena bíblica de la homosexualidad. Y ello es, se
atreve a afirmar nuestra autora, porque esa tal Iglesia
tradicionalista ha traducido mal los textos originalmente escritos en
griego, hebreo, arameo, puede que hasta las traducciones al latín de
la Vulgata. Alucinante.
Y
nosotros, pobres fieles de la Iglesia tradicionalista, durante siglos
engañados, es decir, docenas y centenas y centenares de generaciones
precedentes engañadas porque la Iglesia tradicionalista ha traducido
mal esos pasajes; y claro, por culpa de esas malas traducciones,
también el Magisterio se acabó equivocando, y por culpa del
Magisterio incluso los santos y santas, y al fin a la postre todos
los fieles ligados a esa Iglesia tradicionalista. Para echarse a
llorar.
Así
pues, según la reverenda y obispa Darlene Garnier si la Iglesia
católica no fuese sexista, si no hubiese pedófilos en la Iglesia
católica por causa de la represión sexual...
En Diccionario
Bíblico de urgencia (Monte Carmelo, Burgos 2003) nos
encontramos con que en la voz sexualidad se dice que
"Jesucristo afirma la superioridad de la virginidad sobre la
legítima vida sexual en el matrimonio (cfr. Mt 19, 10-12; 1
Cor 7, 15-26; 11, 28) y declara pecado la concupiscencia (cfr.
Mt 5, 28)." Entonces, ¿quiénes tienen la razón en toda esta
historia, en toda esta controversia de contrarios muy contrarios?
En
realidad, la "predilección" de Jesucristo por el celibato
está determinada por la idea del "celibato por el Reino de
Dios". Esto quiere decir que en la perspectiva evangélica la
castidad celibataria entendida como renuncia pesimista a la
sexualidad o como desprecio más o menos maniqueo al matrimonio no es
por sí solo un bien,y ni siquiera es fiel al espíritu del
Evangelio. De suerte que la decisión y el estado de permanecer
célibes tienen su razón de ser en la perspectiva y disponibilidad
para el Reino. Y de tal renuncia, por cierto, ni por asomo
habla la reverenda y obispa Darlene. ¿Por qué?
Yo,
que soy seglar, no consagrado, sí lo planteo, porque creo que la
doctrina evangélica no estaría completa si no la planteara también
en esos pasajes sin duda exigentes y radicales en el seguimiento del
Señor (¡muy radicales!, ¡muy exigentes para nuestra naturaleza y
condición de vasijas de barro en que recibir toda la gracia del
Señor!). Puede que Dios conceda a no tantos el don preciado de la
continencia perfecta o completa por el Reino (cfr. Mateo 19,
12; 1 Corintios 7, 32-34), pero ello no es óbice para no plantearlo;
para no estimularlo; para no defenderlo; para no orar al Dios de la
vida que envíe obreros a su mies, toda vez que la mies es mucha y
los obreros, pocos: cfr. Mateo 9, 37-38; Lucas 10, 2.
A
modo de coda. Para no defenderlo, incluso hasta el
extremo de vivirlo. Porque también hoy como ayer la castidad es una
virtud muy cara al Evangelio. Hoy día no está en absoluto de moda,
todo lo contrario. Resulta tan ridiculizada y conculcada por el
hedonismo imperante, y en la propia Iglesia son no pocos los casos de
eclesiásticos que no dan precisamente testimonio de fidelidad a la
vivencia de la castidad (esta debacle moral, ad extra y ad
intra de la Iglesia, no debe abatirnos, pues está
profetizada), que uno se siente extraño con solo plantearlo. Y
siente que los demás te experimentan incluso como alguien absurdo,
ridículo, irremediablemente desfasado, trasnochado: incomprensible
desaprovechador de los muy placenteros y sexuales racimos que la vida
te ofrece.
Tan extraño, tan a contracorriente se
siente uno en esta sociedad secularizada, descristianizada,
paganizada, anegada en el hedonismo, que lo normal es que a uno se le
ocurra, como poco, una duda radical como la que sigue expresada con
varias preguntas, y que es desde luego toda ella tentación y
perplejidad. A saber: ¿para qué vivir la castidad según las
exigencias de la doctrina de la fe católica si las masas
enardecidamente descristianizadas y aun paganizadas parecen sumidas
en el libertinaje, la inmoralidad, y parecen empero tan felices?
¿Para qué tratar de ser fieles a las exigencias morales de la
doctrina de la fe de la Iglesia si hoy día muchos individuos e
individuas que no viven en modo alguno estas exigencias morales
aparecen como exitosos y triunfadores en la política, la economía,
el mundo del espectáculo y la cultura...? ¿Para qué esforzarse en
vivir las exigencias morales de la doctrina de la fe católica si lo
más probable es que encima de esforzarte tan a
contracorriente en cumplirlas, no vas a sobresalir personalmente en
el cultivo del arte, la música, la literatura, y no vas a ocupar
cargos de responsabilidad política, ni cargos o puestos de
responsabilidad alguna y que pudieran otorgarte notoriedad, estatus,
fama, poder, prestigio, placer? ¿Para qué tomarse en serio las muy
exigentes exhortaciones de la doctrina de la fe católica sobre
sexualidad humana si es un secreto a voces que muchos que buscan
estar en política para trepar y medrar y de hecho trepan y medran se
pasan olímpicamente por el arco del triunfo todas esas exigencias de
la doctrina católica, en tanto el que procura tomárselas en serio
suele suceder que ni trepa, ni medra, ni triunfa, ni es famoso, ni
sale en los grandes medios de comunicación...? ¿Para qué poner
toda la carne en el asador en el vivir las exigencias de la moral
católica sobre sexualidad humana si resulta que tantos personajes
famosos del mundo del espectáculo, el cine, la política, los
negocios, la industria musical, el famoseo televisivo y la prensa
rosa se pasan por el forro de sus caprichos los mandamientos de la
Iglesia sobre la moralidad de la sexualidad humana, y
empero triunfan en la vida, trepan,
amasan fortunas, cambian constantemente de pareja como cambian de
coche, casa, móvil...?
En definitiva, ¿por qué la
cultura imperante, tan furibundamente relativista, viene propiciando
que sea un auténtico heroísmo creer de verdad esta
iluminación del Evangelio según Mateo 16, 26a: "¿De qué le
vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?"
Comoquiera que sea, es una evidencia, que hoy día alcanza
proporciones descomunalmente dramáticas, el hecho de que en España,
sin ir más lejos, llevan tiempo desatadas (desmelenadas) las
fuerzas que plantean un humanismo sin Dios: personas e ideologías
que se mueven en el eje del mal (“en tinieblas y en sombra de
muerte”, reconoceríamos con el autor sagrado). Humanismo sin Dios
que ciertamente está en la base de la imperante animalización
de la sexualidad humana que a todos nos afecta. Humanismo sin Dios
que, pretendiendo construir una sexualidad al margen de la voluntad y
la obra del Creador (al margen de la noción de la sexualidad como
expresión de amor fecundo y fiel entre un hombre y una mujer, al
margen de la ley natural...), se ha vuelto liberticida.
En
definitiva, un humanismo sin Dios que, pretendiendo gobernar España
en claves progresistas, nos ha traído la maldición, la
blasfemia, el despropósito, el desastre, la inmundicia de este
Gobierno o Frente Popular II conformado por socialistas, comunistas
podemitas o bolivarianos y la guinda del pastel bajo la apariencia de
separatistas vascos y catalanes, para más inri todo ello
aplaudido por otros nacionalismos diversos y de izquierdas como el
canario.
3 de
febrero, 2020 (sobre una nota publicada en el año 2009). Luis
Henríquez Lorenzo: profesor de Humanidades, educador, escritor,
bloguero, militante social.
Manu Santana
Concah Báez
Rosa Hernández
A. LEÓN
A. LEÓN
Concha Báez