domingo, 31 de enero de 2021

Antes de adoptar el hábito de consultar, desde luego que con fruición y vivo interés, algunas bitácoras para cinéfilos de Internet, para mí la palabra autorizada, y que por lo común más tenía a mano, en materia de crítica cinematográfica la constituían las breves entradas de la monumental Guía del Cine, de Carlos Aguilar, con más de 23.000 títulos, de los realizados en la cinematografía mundial desde sus mismos orígenes hasta el año 2003 (Cátedra, colección Signo e Imagen, 2004, 1.664 páginas).

Conozco que este prestigioso crítico de cine tiene una segunda parte, tan monumental como la primera o por un estilo, pero ya esta segunda obra suya, lógica continuación de la primera, me pilló en plena fidelidad a ciertas bitácoras de Internet, con que ahora sacio más frecuentemente mi cinefilia, sin que haya caído en el olvido, ni mucho menos, la monumental Guía del Cine del muy erudito Carlos Aguilar, de suerte que una de mis costumbres de esforzado aficionado al séptimo arte es la búsqueda de contraste entre lo que dice Carlos Aguilar, siempre inevitablemente breve, y las más extensas críticas sobre películas procedentes de los sitios de Internet que frecuento.

Como no se me caen los anillos en reconocer que Carlos Aguilar sabe de cine inmensamente más que yo, cada vez que leo en su obra citada una crítica que me desconcierta porque en concreto esa cinta juzgada por él yo la reputo de buena, excelente o directamente mala, de modo que en tal caso no coincido con su juicio, mi tendencia es como a querer restarle importancia a mi opinión, a mi gusto particular, a mi gusto, pues estimo que "algo debe fallar en mí" para no acabar coincidiendo con la opinión más autorizada de alguien como él. De manera que cuando mis juicios sobre tal o cual película sí coinciden plenamente con los de Carlos Aguilar, pongamos, ¡la satisfacción me toca con sus delicados dedos!

Ni que decir que esto mismo me ha pasado y pasa con otros críticos de cine y cinéfilos de pro, desde el siempre carismático Carlos Pumares con su radiofónico y muy emblemático y sin duda recordado Polvo de Estrellas, hasta nuestros canarios Claudio Utrera, Luis Miranda o el propio Diego Grimaldi (estos dos, del Aula de Cine de la ULPGC), pasando por todos los miembros del grupo de cinéfilos también nuestro canario de Vértigo, hasta llegar al mismísimo José Luis Garci y su actual espacio de cine en Esradio, en el que encima uno de los invitados fijos es Luis Alberto de Cuenca, cuyos versos que suele recitar en ese espacio radiofónico hacen palidecer a los míos, que parecen dormir el sueño de los justos.

Pero bueno, no quería aquí hablar de mis cuitas, negatividades y complejos de inferioridad, supuestos o reales, de suerte que a veces me armo de valor y, desde hace algún tiempo a esta parte, me voy sientiendo capaz de llevarles la contraria a estos autorizados cinéfilos, cuya sapiencia y cuyo magisterio no dudo que sigan siendo mayores que los míos, solo que sin pretensión de centrar cátedra no dándomelas de sabiendo o enterado, ahora reivindico mi derecho a opinar.

Y opino, y vaya que si opino. 


Film realizado por Claude Chabrol, escrito por Paul Gégauff ("El carnicero", 1970) con intervenciones del realizador. Se rueda en escenarios naturales de Paris y Saint Tropez. Gana un Oso de plata (actriz, Stéphane Audran). Producido por André Génovés, se estrena el 22-III-1968 (Francia), poco antes del mayo francés.


La acción tiene lugar en Paris y Saint Tropez (Costa Azul francesa) a lo largo de los meses de invierno de 1967/68. Federica (S. Audran), rica y ociosa, conoce en el "Pont des Arts", de Paris, a una muchacha pobre, enigmática, sensual e impresionable, que dice llamarse Why, a la que invita a pasar unos días en su villa de la costa.

El film desarrolla una fábula, intensa y perturbadora, de deseo, seducción y venganza, que el realizador envuelve en una atmósfera creciente de estrañeza, misterio y fatalismo. Expone el comportamiento indolente y despreocupado de la burguesía, sus fastos y miserias, que le sirven para establecer su habitual acotación de denuncia y crítica social. La homosexualidad y la bisexualidad son tratadas con cuidadoso respeto en el marco del claro propósito de reivindicar su naturalidad y glosar, tempranamente (1968), su igualdad en relación a las orientaciones heterosexuales. Analiza las relaciones humanas inspiradas en los deseos de dominación, sumisión y manipulación; su fragilidad y ambivalencia; la dinámica que pueden generar; y los extremos indeseables a los que ocasionalmete pueden llevar. La exposición es sencilla, natural, clara y directa, sin engolamientos presuntuosos y sin las habituales referencias freudianas de Hitchcock. El punteado de comicidad viene dado por el dúo que forman Henri Attal y Dominique Zardi, en sus papeles de músicos aficionados y parásitos sociales que viven a expensas de Federica. Ésta es una voraz y posesiva seductora/cazadora sexual, de hombres y mujeres, como ponen de manifiesto los trofeos de caza y las lanzas, flechas y armas que decoran su casa. Se considera que el film, con la asistencia del guionista Paul Gégauff y del productor André Génovés, marca el inicio de la tercera etapa, la de la madurez, de la filmografía del realizador.

La música, del francés Pierre Jansen, colaborador habitual de Chabrol, se apoya en una partitura que sugiere y crea sentimientos de tensión e intriga. Combina instrumentos de viento y cuerda en melodías que lucen aires propios del s. XX. Destaca el emotivo solo de violonchelo que acompaña la escena culminante de la cinta. La fotografía, de Jean Rabier ("El bello Sergio", 1959), aporta al film la visualidad propia de Chabrol, colorista, luminosa y apoyada en una excelente composición. Las interpretaciones de Stéphane Audran (entonces casada con Chabrol) y de Jacqueline Sassard son cautivadoras.

El film, de ritmo pausado, es un drama negro, que muestra la impronta singular de la personalidad del realizador.

sábado, 23 de enero de 2021

 

"¿Para un guiño a Donald Trump?" Por Luis Henríquez Lorenzo





Según cantan las hemerotecas, aunque la flamante ministra Irene Montero asegurara, prometiera, en plena campaña preelectoral estando el Partido Popular de Mariano Rajoy aún al frente del Gobierno de la nación, que (sic) "con un Gobierno presidido por Pedro Sánchez, por su pareja sentimental Iglesias y resto de podemitas, socialistas, nacionalistas de izquierdas y separatistas benefactores de los pobres, la luz no iba a subir", ¡hala!, de un plumazo sube un 27 por ciento recién iniciado este friolero pero lluvioso 2021.

A esta medida abusivamente injusta, reaccionan los demagogos de la izquierda con sus fatuos topicazos de costumbre: "que si la extrema derecha de Vox que afortunadamente no está en ninguna institución ni ayuntamiento en Canarias, que si el extremista y populista Trump, que si la xenofobia que anida en los corazones de los conservadores..." No se lo creen ni ellos, que esto de veras sea así. Solo que en todo caso lo incontestable es esto, en la lengua de Sancho Panza: a pesar de sus promesas electorales que aseguraban que con ellos en el poder las eléctricas iban a saber lo que vale un peine, digo un recibo de la luz, la mostrenca y palmaria realidad es bien distinta. 

Lamentaban entonces -lo acabamos de adelantar- los demagogos de la izquierda mema (el adjetivo se lo debemos al insobornable Enrique de Diego, marca de la casa), que el Partido Popular anunciara una subida de la luz  que iba a ser en torno al 4 por ciento. Y montaron toda su artillería progre y callejera: "que si la derecha siempre benefactora de los ricos, que si la extrema derecha de Vox que ya asoma su patita, que si el neofranquismo redivivo, que si el nuevo fascismo xenófobo que recorre Europa poniendo en peligro nuestras democracias y libertades, que si la brecha social producto de las políticas económicas neoliberales del Partido Popular (como si las del PSOE no fuesen también similarmente neoliberales, más allá de un barniz de socialdemocracia descafeinada)..." 

Pasteleo, demagogia, ganas de seguir en el poder, en la mamandurria, en la que algunos de estos farsantes amigos de los pobres llevan 40 años o más. Entonces, ante este descarado engaño, uno más protagonizado por toda esta tropa de asaltacapillas, mentirosos compulsivos, aburguesados demagogos y apesebrados con casoplones incluidos en el lote o nuevo estatus de casta, ¿cómo se te queda el cuerpo? ¿Y el ánimo y el espíritu? Y el bolsillo, la cartera, la cuenta corriente, ¿cómo se te van a seguir quedando?

Desde luego, lo tiene meridianamente claro el siempre bien informado José Miguel Pérez, joven colaborador de El Correo de España, en su artículo "Del recibo eléctrico más barato de Europa con Franco, al hachazo de los socialcomunistas" (ibid., 10/1/2021). En su escrito, que no tiene desperdicio, como tantos suyos -no en vano aparece en el top de los más leídos de entre los recientemente publicados en la citada bitácora-, afirma en el párrafo que sigue (cursivas nuestras):



En las últimas décadas, la imposición del autoritarismo ecologista a favor de las energías 'renovables', caras e ineficientes, que subvencionamos en el recibo de la luz, así como el Estado de 17 Autonomías, pesebres feministas, ONGs inmigracionistas, fundaciones u otras mamandurrias, hacen que un 70 por cien de la factura eléctrica sean impuestos y costes regulados, o sea, extracción fiscal burda al ciudadano.



Y me late que es más verdad que mentira lo que afirma José Miguel Pérez, que por cierto nada tiene que ver con el sociata canario de nombre homónimo y de infausta memoria, y sí más bien todo lo contrario: polos opuestos. Pero insisto: siendo como soy solo alguien que intenta informarse de la mejor manera que puede y sabe sobre lo que acontece en la rúa (en la vía pública), que dijera el Juan de Mairena machadiano, tengo todos los pálpitos favorables a que en efecto se acerca más a la verdad de los hechos lo que sostiene en su artículo el siempre brillante José Miguel Pérez, que lo que sostienen este Gobierno socialcomunista y todos sus valedores, terminales mediáticas y apoyos nacionalistas. 

Con todo, admitido lo hasta aquí dicho adviértase que en este escrito más bien me proponía hacer una valoración del saliente Donald Trump, derrotado por el católico Joe Biden, líder del Partido Demócrata. Para lo cual comienzo con esta certeza mía bien sólida: la trayectoria personal del magnate multimillonario y mandatario norteamericano está tan salpicada de excesos, claroscuros, debilidades humanas y errores de todo tipo como lo está de aciertos (en el orden económico, en la generación de empleo, en lo moral, en el impulso a los valores patrios que identifican al pueblo norteamericano, etcétera) su etapa como presidente de los Estados Unidos de América.

Asimismo, alucinante pero cierto es lo que sigue: el republicano Donald Trump, que es de confesión cristiana presbiteriana, en la práctica ha mostrado estar más cerca del corazón de la doctrina de la fe católica que el recién electo Joe Biden, que se confiesa católico. Amén de que, por cierto, analistas de solvencia a mi juicio muy probada aseguran que han corrido del Gobierno de USA a Donald Trump merced a un descarado pucherazo. Confirma esto mismo el arzobispo Carlo Maria Viganò, precisamente exnuncio apostólico en USA y actualmente acaso la voz episcopal más crítica para con el pontificado de Jorge Mario Bergoglio, en una carta abierta que en su momento escribiera al ya expresidente de aquel país (es reciente, de hace apenas unos meses). En dicha misiva lo eleva a la categoría de "uno de los últimos bastiones o muros de contención frente al globalismo del Nuevo Orden Mundial". 

Para monseñor Viganò, el ciudadano y mandatario Trump representa la opción por el Eje del Bien (la fidelidad a la tradición cristiana, la apuesta por los valores identitarios y patrióticos, la defensa de la vida y la familia tradicional frente al aborto, la paralización de la ideología de género, la contención del laicismo, la crítica al modelo inmigracionista propio del globalismo...), frente al Eje del Mal que respresentaría el Nuevo Orden Mundial empeñado en la vertebración de un gobierno mundial supranacional, en lo que ya se da en llamar el Gran Reseteo: drástica disminución de la población mundial, confinamiento mundial por el coronavirus como oportunidad de oro para la implantación del Nuevo Orden Mundial, entre otras medidas de auténtica ingeniería social, más en todo momento y lugar un control asfixiante sobre las vidas de los ciudadanos en un mundo globalizado. 

Ergo, ni que aclarar o precisar en qué bando, en qué Eje habría que ubicar a Joe Biden. En definitiva, todo un proyecto planetario diametralmente opuesto a los intereses identitarios de las naciones, y a la intrínseca libertad de las personas, derecho que debiera ser inalienable.

Y entretanto, la izquierda toda y la derecha cobarde y liberal, aplaudiendo este proyecto humanicida, que cuenta además con la bendición urbi et orbi del papa Bergoglio. Es más: monseñor Carlo Maria Viganò sostiene que Francisco-Bergoglio es un agente al servicio del Nuevo Orden Mundial, amén de uno de los máximos valedores de la invasión migratoria que sufre actualmente Europa, en lo cual coincide con analistas del prestigio de César Vidal, Enrique de Diego, Antonio Caponnetto, o las bitácoras Como Vara de AlmendroArturo Periodista Católico, Adoración y Liberación, Radio Rosa Mística ColombiaNacionalismo Católico San Juan Bautista, etcétera. De manera que para el prelado italiano el proyecto político de Donald Trump es exactamente una propuesta con que contrarrestar la deriva contra Dios y contra el hombre auspiciada por los maquiavélicos impulsores del Nuevo Orden Mundial. Ergo: el laicismo que subyace en el proyecto de construir un mundo al margen de Dios, al margen de la ley natural, encontraría su principal adversario político en el mandatario norteamericano.

De manera que yo mismo me pregunto: ¿y si en efecto fuese así como afirma el combativo Carlo Maria Viganò, quien es a todas luces para los católicos un pastor según el corazón de Cristo? Si en verdad es así como proclama nuestro celoso pastor, ¿que Dios nos coja confesados? Sin duda, por asuntos como los que hemos traído sucintamente a esta reflexión nuestra es por lo que la progresía debe odiar a Trump. Y yo mismo me creo que sea así. 



15 de enero, 2021. Luis Henríquez Lorenzo: profesor de Humanidades, educador, escritor, bloguero, militante social. 

lunes, 4 de enero de 2021

 

"Con que ubicar los límites de la libertad de expresión" 


Cine, cine, cine, más cine por favor,

que todo en la vida es cine, que toda la vida es cine

y los sueños, cine son.


Luis Eduardo Aute

 

 

 


No era necesaria una bola de cristal para caer en la cuenta de que si hace apenas dos años y medio -ni llega-, yo mismo denunciaba un irreverentemente anticatólico pase de modelos que tenía lugar en Nueva York, en estos días finales de diciembre de 2020 nos encontramos con otra polémica provocada por la exposición titulada "La bondadosa crueldad", que reúne 300 piezas del artista argentino León Ferrari. El museo que las acoge en Madrid, el Reina Sofía, conoce la iniciativa de la asociación Abogados Cristianos, que plantea oficializar dos denuncias contra tal exposición en los términos de lesión a los sentimientos religiosos católicos, e incitación al odio, la otra.


La pieza artística que al parecer ha colmado la gota que ha encendido las protestas (valga el tropo) es la que representa a Cristo crucificado sobre el cuerpo (a modo de madero) de un avión de guerra norteamericano. De modo que estamos ante lo mismo de siempre: los límites de la libertad de expresión, ¿dónde acaban y dónde comienzan?


Esta obra artística de León Ferrari que ha provocado la protesta a mí particularmente no me escandaliza en exceso, todo sea dicho, esta en particular; con todo, he acabado firmando la denuncia que Abogados Cristianos ha hecho circular por medios de Internet, entre otras razones porque creo estar convencido de que en la agenda globalista en pro del Nuevo Orden Mundial está previsto el sistemático ataque al cristianismo, y particularmente a la Iglesia católica. Ya digo que no me parece especialmente irreverente, ni tampoco de mal gusto, ni dada por ende a la estética del feísmo, al contrario de lo que sí me han parecido unas recientes declaraciones de tuit de la actual vicealcaldesa socialista en el ayuntamiento de Valencia (se llama Sandra Gómez López, y es abogada). A tal susodicha le debemos la siguiente felicitación navideña: "Tomemos conciencia las mujeres de qué tan importante es nuestro coño, que hasta Dios nació del coño de una mujer (sic)". Asquerosa y descomunal grosería blasfema de una mujer joven que, desde luego si no fuera por su gran trepada en la política, sería absolutamente anónima. A su exabrupto navideño da cumplida cuenta el estupendo Eduardo García Serrano en su magistral "El coño de Sandra Gómez" (en El Correo de España: 28/12/2020).

Con todo, a decir verdad tampoco es que la celebre o la aplauda, la reciente exposición del artista plástico argentino en el Reina Sofía madrileño, toda vez que lo que me suscita más bien es la perplejidad ante el posible sentido que haya querido darle su autor. ¿Qué ha pretendido significar el afamado artista con mostrar la crucifixión de Cristo sobre la "cruz" que representa un avión de guerra, dada sobre todo la sensibilidad hipercrítica con el poder político y el religioso que durante prácticamente toda su vida cultivó el celebrado León Ferrari, hijo que fuera de otro ilustre italiano afincado en Argentina, a saber, Augusto César Ferrari?


A propósito (aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid), irreverente sí me pareció en su momento el Cristo asado en una parrilla que ideó el siempre mordaz y satírico cantautor español Javier Krahe, sin por ello haberme visto obligado a condenar toda su obra musical. Como irreverente contra la religión católica me pareció el disfraz de una de las reinonas en la gala Drag Queen de hace algunos años en el Carnaval de Las Palmas de Gran Canaria; con el agravante, si cabe, de que tal individuo que protagonizó la blasfema irreverencia confesó, a propósito del escándalo, que en verdad "él era muy católico y que soñaba con ser profe de Religión católica".


Y por su parte, también aprovecho para reconocer que no me pareció particularmente irreverente en su momento (estoy pendiente de un nuevo visionado de esa cinta) la película de Martín Scorsese La última tentación de Cristo, máxime considerando que este título, aunque no me parece a la altura de los mejores trabajos del maestro italoamericano (exseminarista y hombre que se mantiene interesado en la fe de la Iglesia), es una película notable. Desde luego, admito que pueda escandalizar el solo plantearse que Jesús de Nazaret, que es el Señor, el Cristo, el Redentor, pudiera haber tenido ese momento de humana flaqueza y, decidido a no morir expiatoriamente en la cruz, soñar con un hogar formado con María Magdalena. Nada me sorprende que esta cinta pueda escandalizar a muchos fieles cristianos, y tal vez a mí debiera escandalizarme también, quién sabe, solo que como yo creo estar convencido de que Jesucristo no tuvo esa clase de tentaciones, no me rasgo las vestiduras, paso la película dándole una especie de visto bueno y a otra cosa, mariposa.  


Sobre este particular último admito que acaso pueda pecar de ingenuo, buenista, blando, mediocre o tibio. Con todo, abundando en este asunto, gravemente irreverentes, por cierto, sí que me parecen prácticamente todas las referencias a la religión católica que aparecen en la producción cinematográfica de Jess Franco, cineasta maldito español a cuyo cine -que abarca algo más de doscientos títulos, no pocos de estos rodados fuera de España- he querido acercarme en los últimos tiempos, buscando la cuadratura del círculo, es decir, buscando vías para justificar lo injustificable; esto es, buscando la manera como hacer compatible el cine de Jesús Franco (Jess Franco, uno de sus muchos alias, el más conocido sin duda) con la moral católica. 


Empresa imposible, principalmente por causa del sexo de alto voltaje que hay en sus películas -que incluyen escenas del llamado porno blando-, allende los discutibles o indiscutibles méritos, cualidades y valores propiamente cinematográficos del cineasta, que llegara a colaborar nada menos que con uno de los grandes grandes (sí, nos referimos a Orson Welles), y también con nuestro estupendo Juan Antonio Bardem.  


Ergo, Jess Franco me parece mucho más que un cachondo mental, por más que en efecto su cine muestre cualidades artísticas o propiamente cinematográficas, que en modo alguno sirven para legitimar la radical inmoralidad de la mayoría de sus películas, con la excepción de un puñado de títulos que ensayan el género fantástico, de terror y de ciencia ficción. De manera que viendo algunas de ellas, no solo he sentido que me ponía gratuitamente en situación de tentación contra la castidad ante tanta descarga de escenas de contenido sexual incluso explícitas, sino sobre todo que me preguntaba constantemente: ¿qué sentido tiene toda esta descarga erótica que a todas luces parece caprichosa y gratuita, de acuerdo al triple ideal de apertura al bien, la verdad y la justicia al que debe aspirar toda obra artística que se precie? ¿Qué tiene que ver con la búsqueda del sentido de la vida y de Dios mismo el cine maldito de Jess Franco, para quien una figura como el absolutamente libertino y reprobable Marqués de Sade pasa por ser una personalidad digna de encomio y aplauso y de permanente inspiración estética e, inevitablemente, ética? 


O dicho con otras palabras (abundando en estas cuestiones): desapruebo la intensa carga erótica que hay en el cine todo de un cineasta tan celebrado como el italiano Bernardo Bertolucci. Así, nunca he podido ver entera su mítica El último tango en París, no solo por su carga erótica, que también, sino por la marca de indignidad, atropello y desprecio hacia la mujer que me parece captar en la actitud del personaje masculino, interpretado por Marlon Brando. En su emblemático Novecento (y no digamos en Soñadores, historia de las relaciones libres y abiertas de varios jóvenes amigos en pleno Mayo francés), a la que considero excelente como simple cinéfilo que me confieso, frente a algunos críticos que la consideran sobrevalorada o directamente un bluf, lamento las escenas eróticas que salpican la cinta, las rechazaría, pero aun con ellas considero que la película es buena y que merece la pena verla. O sea, que tiene tema, como se suele decir coloquialmente para referirse a una peli que nos parece interesante. 


Con todo, prefiero el cine de los autores franceses de la nouvelle vague al cine de Bertolucci. En los autores de la nouvelle vague -quienes, prácticamente todos, desde luego debían estar lejos de la práctica sacramental católica y la sintonía con el sentir de la Iglesia- hay planteamientos morales tan discutibles como el desarrollado en la celebrada cinta de Louis Malle Un soplo al corazón, estrenada en 1971 (en esta se cuenta la relación incestuosa entre una madre y su hijo adolescente), por no hablar de la ideología marxista de una de las figuras más emblemáticas de aquel movimiento de renovación del cine francés, esto es, Jean-Luc Godard, solo que en estos autores las escenas de sexo escasean, casi que no aparecen. En quien más aparecen, me creo, es en el citado Louis Malle -pienso en Herida, por ejemplo, drama o romance erótico estrenado en 1992, con Jeremy Irons y Juliette Binoche en los papeles protagónicos-, pero desde luego ni punto de comparación con las del cine del erotómano Jess Franco, ni siquiera con las del también marxista Bernardo Bertolucci.  


En definitiva, valgan los párrafos precedentes para dejar testimonio de que en efecto estoy persuadido a creer que la verdad y la libertad son las dos alas de una misma paloma, según nos enseña el Magisterio bimilenario de la Iglesia (cfr., toda vez que son encíclicas capitales y relativamente recientes, las de Juan Pablo II Veritatis Splendor y Fides et Ratio). Solo que también debemos repetir con Pablo de Tarso esta exhortación expresada en 1Tesalonicenses 5, 21-22: "Examínenlo todo y quédense con lo bueno. Cuídense del mal, dondequiera que lo encuentren". Y claro, lo que llamamos bueno a menudo no es tan fácil determinarlo, discernirlo hasta acabar separándolo de lo malo. Pero en fin, leamos mis líneas escritas en mayo de 2018. Las que siguen (escritas en el mismo tipo de letra y de tamaño que estos párrafos iniciales):


Patética falta de respeto a lo que representan para el sentir de los católicos ciertos signos externos, ornamentos litúrgicos e incluso sacramentales de la Iglesia, propio todo de una cultura ya pasada de rosca laicista; y más que blasfema, aunque también, yo diría que ramplona y superficial. 


En estos días ha tenido lugar en Nueva York un irreverente pase de modelos, pero pasado mañana habrá otro en Madrid, y dentro de una semana un tercero en cualquier otra ciudad de este Occidente desnortado, descristianizado.

 

O sea, sin tragedia, sin drama. Porque cuando nada menos que ese filósofo a un bigote pegado llamado F. Nietzsche proclamaba la muerte de Dios, la proclamaba para que asumiéramos las consecuencias con todo lo que el deicidio implicaba de seriedad y “gravedad” en el proyecto de construir un mundo sin Dios.

 

Pero es más: es que hay formas y formas de ejercer de agnósticos, ateos, librepensadores y hasta de anticlericales. Así las cosas, el genial e inigualable grupo argentino Les Luthiers son esto último, a mi juicio o gusto, de suerte que ejercen su anticlericalismo con "buen gusto, con fineza, hasta con respeto", si me apuran, sin perder las maneras, las buenas mañas, el fino humor que, en expresión y deseo del filósofo Xabier Sádaba, "nos hace más buena la vida buena". 


Considero asimismo el ejemplo de vida y magisterio filosófico del ateo “católico” Gustavo Bueno, fallecido no hace tanto, tal vez el filósofo español más importante de los últimos 50 años, o siquiera uno de los más señeros. O a alguien como el argentino Jorge Luis Borges. Borges tiene escritos en poesía y prosa críticos con la dogmática cristiana, Borges admiraba al viejo A. Schopenhauer (sin duda uno de los filósofos padre de la postmodernidad a través de su crítica a los fundamentos gnoseológicos de la cultura occidental judeocristiana, crítico radical del cristianismo, inspirador incluso en la distancia del moderno animalismo), pero hoy sabemos que el mismísimo Borges, que desde luego no iba a misa, firmó una petición enviada al papa Pablo VI petitoria de no suprimir la misa en rito tridentino a finales de los sesenta (el Vetus Ordo Missae). Esa misiva la firmaba también una escritora como Agatha Christi.

 

Total, de qué extrañarse, si nuestro tiempo es irremediablemente superficial, nihilista (sin tragedia vital), decadente, vano: un pensamiento líquido y débil parece inundarlo todo. Al tiempo que un pensamiento no católico se ha ido adueñando del sentir mayoritario de los fieles: tibieza, mediocridad, laicismo mundano, mentalidad antinatalista y arribismo carrerista suplantan en el día a día de la Esposa de Cristo a los militantes o evangelizadores entusiasmados con el Señor y su Iglesia, desde la fidelidad a la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio.

 

 



18 de mayo, 2018. Luis Henríquez Lorenzo: profesor de Humanidades, educador, bloguero, escritor, militante social. Revisado el 26 de diciembre de 2020, octavo cumpleaños de andadura de mi blog.