"Con
que ubicar los límites de la libertad de expresión"
Cine,
cine, cine, más cine por favor,
que
todo en la vida es cine, que toda la vida es cine
y
los sueños, cine son.
Luis
Eduardo Aute
No
era necesaria una bola de cristal para caer en la cuenta de que si
hace apenas dos años y medio -ni llega-, yo mismo denunciaba un
irreverentemente anticatólico pase de modelos que tenía lugar en
Nueva York, en estos días finales de diciembre de 2020 nos
encontramos con otra polémica provocada por la exposición titulada
"La bondadosa crueldad", que reúne 300 piezas del artista
argentino León Ferrari. El museo que las acoge en Madrid, el Reina
Sofía, conoce la iniciativa de la asociación Abogados Cristianos,
que plantea oficializar dos denuncias contra tal exposición en los
términos de lesión a los sentimientos religiosos católicos, e
incitación al odio, la otra.
La
pieza artística que al parecer ha colmado la gota que ha encendido
las protestas (valga el tropo) es la que representa a Cristo
crucificado sobre el cuerpo (a modo de madero) de un avión de guerra
norteamericano. De modo que estamos ante lo mismo de siempre: los
límites de la libertad de expresión, ¿dónde acaban y dónde
comienzan?
Esta
obra artística de León Ferrari que ha provocado la protesta a mí
particularmente no me escandaliza en exceso, todo sea dicho, esta en
particular; con todo, he acabado firmando la denuncia que Abogados
Cristianos ha hecho circular por medios de Internet, entre otras
razones porque creo estar convencido de que en la agenda globalista
en pro del Nuevo Orden Mundial está previsto el sistemático ataque
al cristianismo, y particularmente a la Iglesia católica. Ya digo
que no me parece especialmente irreverente, ni tampoco de mal gusto,
ni dada por ende a la estética del feísmo, al
contrario de lo que sí me han parecido unas recientes declaraciones
de tuit de la actual vicealcaldesa socialista en el ayuntamiento de
Valencia (se llama Sandra Gómez López, y es abogada). A tal
susodicha le debemos la siguiente felicitación navideña: "Tomemos
conciencia las mujeres de qué tan importante es nuestro coño, que
hasta Dios nació del coño de una mujer (sic)". Asquerosa y
descomunal grosería blasfema de una mujer joven que, desde luego si
no fuera por su gran trepada en la política, sería absolutamente
anónima. A su exabrupto navideño da cumplida cuenta el estupendo
Eduardo García Serrano en su magistral "El coño de Sandra
Gómez" (en El
Correo de España:
28/12/2020).
Con
todo, a decir verdad tampoco es que la celebre o la aplauda, la
reciente exposición del artista plástico argentino en el Reina
Sofía madrileño, toda vez que lo que me suscita más bien es la
perplejidad ante el posible sentido que haya querido darle su autor.
¿Qué ha pretendido significar el afamado artista con mostrar la
crucifixión de Cristo sobre la "cruz" que representa un
avión de guerra, dada sobre todo la sensibilidad hipercrítica con
el poder político y el religioso que durante prácticamente toda su
vida cultivó el celebrado León Ferrari, hijo que fuera de otro
ilustre italiano afincado en Argentina, a saber, Augusto César
Ferrari?
A
propósito (aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid),
irreverente sí me pareció en su momento el Cristo asado en una
parrilla que ideó el siempre mordaz y satírico cantautor español
Javier Krahe, sin por ello haberme visto obligado a condenar toda su
obra musical. Como irreverente contra la religión católica me
pareció el disfraz de una de las reinonas en
la gala Drag Queen de hace algunos años en el Carnaval de Las Palmas
de Gran Canaria; con el agravante, si cabe, de que tal individuo que
protagonizó la blasfema irreverencia confesó, a propósito del
escándalo, que en verdad "él era muy católico y que soñaba
con ser profe de Religión católica".
Y
por su parte, también aprovecho para reconocer que no me pareció
particularmente irreverente en su momento (estoy pendiente de un
nuevo visionado de esa cinta) la película de Martín Scorsese La
última tentación de Cristo,
máxime considerando que este título, aunque no me parece a la
altura de los mejores trabajos del maestro italoamericano
(exseminarista y hombre que se mantiene interesado en la fe de la
Iglesia), es una película notable. Desde luego, admito que pueda
escandalizar el solo plantearse que Jesús de Nazaret, que es el
Señor, el Cristo, el Redentor, pudiera haber tenido ese momento de
humana flaqueza y, decidido a no morir expiatoriamente en la cruz,
soñar con un hogar formado con María Magdalena. Nada me sorprende
que esta cinta pueda escandalizar a muchos fieles cristianos, y tal
vez a mí debiera escandalizarme también, quién sabe, solo que como
yo creo estar convencido de que Jesucristo no tuvo esa clase de
tentaciones, no
me rasgo las vestiduras,
paso la película dándole una especie de visto bueno y a otra cosa,
mariposa.
Sobre
este particular último admito que acaso pueda pecar de ingenuo,
buenista, blando, mediocre o tibio. Con todo, abundando en este
asunto, gravemente irreverentes, por cierto, sí que me parecen
prácticamente todas las referencias a la religión católica que
aparecen en la producción cinematográfica de Jess Franco,
cineasta maldito español
a cuyo cine -que abarca algo más de doscientos títulos, no pocos de
estos rodados fuera de España- he querido acercarme en los últimos
tiempos, buscando la cuadratura del círculo, es decir, buscando vías
para justificar lo injustificable; esto es, buscando la manera como
hacer compatible el cine de Jesús Franco (Jess Franco, uno de sus
muchos alias, el más conocido sin duda) con la moral católica.
Empresa
imposible, principalmente por causa del sexo de alto voltaje que hay
en sus películas -que incluyen escenas del llamado porno blando-,
allende los discutibles o indiscutibles méritos, cualidades y
valores propiamente cinematográficos del cineasta, que llegara a
colaborar nada menos que con uno de los grandes grandes (sí, nos
referimos a Orson Welles), y también con nuestro estupendo Juan
Antonio Bardem.
Ergo,
Jess Franco me parece mucho más que un cachondo mental, por más que
en efecto su cine muestre cualidades artísticas o propiamente
cinematográficas, que en modo alguno sirven para legitimar la
radical inmoralidad de la mayoría de sus películas, con la
excepción de un puñado de títulos que ensayan el género
fantástico, de terror y de ciencia ficción. De manera que viendo
algunas de ellas, no solo he sentido que me ponía gratuitamente en
situación de tentación contra la castidad ante tanta descarga de
escenas de contenido sexual incluso explícitas, sino sobre todo que
me preguntaba constantemente: ¿qué sentido tiene toda esta descarga
erótica que a todas luces parece caprichosa y gratuita, de acuerdo
al triple ideal de apertura al bien, la verdad y la justicia al que
debe aspirar toda obra artística que se precie? ¿Qué tiene que ver
con la búsqueda del sentido de la vida y de Dios mismo el
cine maldito de
Jess Franco, para quien una figura como el absolutamente libertino y
reprobable Marqués de Sade pasa por ser una personalidad digna de
encomio y aplauso y de permanente inspiración estética e,
inevitablemente, ética?
O
dicho con otras palabras (abundando en estas cuestiones): desapruebo
la intensa carga erótica que hay en el cine todo de un cineasta tan
celebrado como el italiano Bernardo Bertolucci. Así, nunca he podido
ver entera su mítica El
último tango en París,
no solo por su carga erótica, que también, sino por la marca de
indignidad, atropello y desprecio hacia la mujer que me parece captar
en la actitud del personaje masculino, interpretado por Marlon
Brando. En su emblemático Novecento (y
no digamos en Soñadores,
historia de las relaciones libres y abiertas de varios jóvenes
amigos en pleno Mayo francés), a la que considero excelente como
simple cinéfilo que me confieso, frente a algunos críticos que la
consideran sobrevalorada o directamente un bluf, lamento las escenas
eróticas que salpican la cinta, las rechazaría, pero aun con ellas
considero que la película es buena y que merece la pena verla. O
sea, que tiene
tema, como
se suele decir coloquialmente para referirse a una peli que nos
parece interesante.
Con
todo, prefiero el cine de los autores franceses de la nouvelle
vague al
cine de Bertolucci. En los autores de la nouvelle
vague -quienes,
prácticamente todos, desde luego debían estar lejos de la práctica
sacramental católica y la sintonía con el sentir de la Iglesia- hay
planteamientos morales tan discutibles como el desarrollado en la
celebrada cinta de Louis Malle Un
soplo al corazón, estrenada
en 1971 (en esta se cuenta la relación incestuosa entre una
madre y su hijo adolescente), por no hablar de la ideología marxista
de una de las figuras más emblemáticas de aquel movimiento de
renovación del cine francés, esto es, Jean-Luc Godard, solo que en
estos autores las escenas de sexo escasean, casi que no aparecen. En
quien más aparecen, me creo, es en el citado Louis Malle -pienso
en Herida, por
ejemplo, drama o romance erótico estrenado en 1992, con
Jeremy Irons y Juliette Binoche en los papeles protagónicos-, pero
desde luego ni punto de comparación con las del cine del erotómano
Jess Franco, ni siquiera con las del también marxista Bernardo
Bertolucci.
En
definitiva, valgan los párrafos precedentes para dejar testimonio de
que en efecto estoy persuadido a creer que la verdad y la libertad
son las dos alas de una misma paloma, según nos enseña el
Magisterio bimilenario de la Iglesia (cfr.,
toda vez que son encíclicas capitales y relativamente recientes, las
de Juan Pablo II Veritatis
Splendor y Fides
et Ratio).
Solo que también debemos repetir con Pablo de Tarso esta exhortación
expresada en 1Tesalonicenses 5, 21-22: "Examínenlo todo y
quédense con lo bueno. Cuídense del mal, dondequiera que lo
encuentren". Y claro, lo que llamamos bueno a
menudo no es tan fácil determinarlo, discernirlo hasta acabar
separándolo de lo malo. Pero en fin, leamos mis líneas escritas en
mayo de 2018. Las que siguen (escritas en el mismo tipo de letra y de
tamaño que estos párrafos iniciales):
Patética
falta de respeto a lo que representan para el sentir de los católicos
ciertos signos externos, ornamentos litúrgicos e incluso
sacramentales de la Iglesia, propio todo de una cultura ya pasada de
rosca laicista; y más que blasfema, aunque también, yo diría que
ramplona y superficial.
En
estos días ha tenido lugar en Nueva York un irreverente pase de
modelos, pero pasado mañana habrá otro en Madrid, y dentro de una
semana un tercero en cualquier otra ciudad de este Occidente
desnortado, descristianizado.
O
sea, sin tragedia, sin drama. Porque cuando nada menos que ese
filósofo a un bigote pegado llamado F. Nietzsche proclamaba la
muerte de Dios, la proclamaba para que asumiéramos las consecuencias
con todo lo que el deicidio implicaba de seriedad y “gravedad” en
el proyecto de construir un mundo sin Dios.
Pero
es más: es que hay formas y formas de ejercer de agnósticos, ateos,
librepensadores y hasta de anticlericales. Así las cosas, el genial
e inigualable grupo argentino Les Luthiers son esto último, a mi
juicio o gusto, de suerte que ejercen su anticlericalismo con "buen
gusto, con fineza, hasta con respeto", si me apuran, sin perder
las maneras, las buenas mañas, el fino humor que, en expresión y
deseo del filósofo Xabier Sádaba, "nos hace más buena la vida
buena".
Considero
asimismo el ejemplo de vida y magisterio filosófico del ateo
“católico” Gustavo Bueno, fallecido no hace tanto, tal vez el
filósofo español más importante de los últimos 50 años, o
siquiera uno de los más señeros. O a alguien como el argentino
Jorge Luis Borges. Borges tiene escritos en poesía y prosa críticos
con la dogmática cristiana, Borges admiraba al viejo A. Schopenhauer
(sin duda uno de los filósofos padre de la postmodernidad a través
de su crítica a los fundamentos gnoseológicos de la cultura
occidental judeocristiana, crítico radical del cristianismo,
inspirador incluso en la distancia del moderno animalismo), pero hoy
sabemos que el mismísimo Borges, que desde luego no iba a misa,
firmó una petición enviada al papa Pablo VI petitoria de no
suprimir la misa en rito tridentino a finales de los sesenta
(el Vetus
Ordo
Missae).
Esa misiva la firmaba también una escritora como Agatha Christi.
Total,
de qué extrañarse, si nuestro tiempo es irremediablemente
superficial, nihilista (sin tragedia vital), decadente, vano: un
pensamiento líquido y débil parece inundarlo todo. Al tiempo que un
pensamiento no católico se ha ido adueñando del sentir mayoritario
de los fieles: tibieza, mediocridad, laicismo mundano, mentalidad
antinatalista y arribismo carrerista suplantan en el día a día de
la Esposa de Cristo a los militantes o evangelizadores entusiasmados
con el Señor y su Iglesia, desde la fidelidad a la Sagrada
Escritura, la Tradición y el Magisterio.
18
de mayo, 2018. Luis Henríquez Lorenzo: profesor de Humanidades,
educador, bloguero, escritor, militante social. Revisado el 26 de
diciembre de 2020, octavo cumpleaños de andadura de mi blog.