lunes, 4 de enero de 2021

 

"Con que ubicar los límites de la libertad de expresión" 


Cine, cine, cine, más cine por favor,

que todo en la vida es cine, que toda la vida es cine

y los sueños, cine son.


Luis Eduardo Aute

 

 

 


No era necesaria una bola de cristal para caer en la cuenta de que si hace apenas dos años y medio -ni llega-, yo mismo denunciaba un irreverentemente anticatólico pase de modelos que tenía lugar en Nueva York, en estos días finales de diciembre de 2020 nos encontramos con otra polémica provocada por la exposición titulada "La bondadosa crueldad", que reúne 300 piezas del artista argentino León Ferrari. El museo que las acoge en Madrid, el Reina Sofía, conoce la iniciativa de la asociación Abogados Cristianos, que plantea oficializar dos denuncias contra tal exposición en los términos de lesión a los sentimientos religiosos católicos, e incitación al odio, la otra.


La pieza artística que al parecer ha colmado la gota que ha encendido las protestas (valga el tropo) es la que representa a Cristo crucificado sobre el cuerpo (a modo de madero) de un avión de guerra norteamericano. De modo que estamos ante lo mismo de siempre: los límites de la libertad de expresión, ¿dónde acaban y dónde comienzan?


Esta obra artística de León Ferrari que ha provocado la protesta a mí particularmente no me escandaliza en exceso, todo sea dicho, esta en particular; con todo, he acabado firmando la denuncia que Abogados Cristianos ha hecho circular por medios de Internet, entre otras razones porque creo estar convencido de que en la agenda globalista en pro del Nuevo Orden Mundial está previsto el sistemático ataque al cristianismo, y particularmente a la Iglesia católica. Ya digo que no me parece especialmente irreverente, ni tampoco de mal gusto, ni dada por ende a la estética del feísmo, al contrario de lo que sí me han parecido unas recientes declaraciones de tuit de la actual vicealcaldesa socialista en el ayuntamiento de Valencia (se llama Sandra Gómez López, y es abogada). A tal susodicha le debemos la siguiente felicitación navideña: "Tomemos conciencia las mujeres de qué tan importante es nuestro coño, que hasta Dios nació del coño de una mujer (sic)". Asquerosa y descomunal grosería blasfema de una mujer joven que, desde luego si no fuera por su gran trepada en la política, sería absolutamente anónima. A su exabrupto navideño da cumplida cuenta el estupendo Eduardo García Serrano en su magistral "El coño de Sandra Gómez" (en El Correo de España: 28/12/2020).

Con todo, a decir verdad tampoco es que la celebre o la aplauda, la reciente exposición del artista plástico argentino en el Reina Sofía madrileño, toda vez que lo que me suscita más bien es la perplejidad ante el posible sentido que haya querido darle su autor. ¿Qué ha pretendido significar el afamado artista con mostrar la crucifixión de Cristo sobre la "cruz" que representa un avión de guerra, dada sobre todo la sensibilidad hipercrítica con el poder político y el religioso que durante prácticamente toda su vida cultivó el celebrado León Ferrari, hijo que fuera de otro ilustre italiano afincado en Argentina, a saber, Augusto César Ferrari?


A propósito (aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid), irreverente sí me pareció en su momento el Cristo asado en una parrilla que ideó el siempre mordaz y satírico cantautor español Javier Krahe, sin por ello haberme visto obligado a condenar toda su obra musical. Como irreverente contra la religión católica me pareció el disfraz de una de las reinonas en la gala Drag Queen de hace algunos años en el Carnaval de Las Palmas de Gran Canaria; con el agravante, si cabe, de que tal individuo que protagonizó la blasfema irreverencia confesó, a propósito del escándalo, que en verdad "él era muy católico y que soñaba con ser profe de Religión católica".


Y por su parte, también aprovecho para reconocer que no me pareció particularmente irreverente en su momento (estoy pendiente de un nuevo visionado de esa cinta) la película de Martín Scorsese La última tentación de Cristo, máxime considerando que este título, aunque no me parece a la altura de los mejores trabajos del maestro italoamericano (exseminarista y hombre que se mantiene interesado en la fe de la Iglesia), es una película notable. Desde luego, admito que pueda escandalizar el solo plantearse que Jesús de Nazaret, que es el Señor, el Cristo, el Redentor, pudiera haber tenido ese momento de humana flaqueza y, decidido a no morir expiatoriamente en la cruz, soñar con un hogar formado con María Magdalena. Nada me sorprende que esta cinta pueda escandalizar a muchos fieles cristianos, y tal vez a mí debiera escandalizarme también, quién sabe, solo que como yo creo estar convencido de que Jesucristo no tuvo esa clase de tentaciones, no me rasgo las vestiduras, paso la película dándole una especie de visto bueno y a otra cosa, mariposa.  


Sobre este particular último admito que acaso pueda pecar de ingenuo, buenista, blando, mediocre o tibio. Con todo, abundando en este asunto, gravemente irreverentes, por cierto, sí que me parecen prácticamente todas las referencias a la religión católica que aparecen en la producción cinematográfica de Jess Franco, cineasta maldito español a cuyo cine -que abarca algo más de doscientos títulos, no pocos de estos rodados fuera de España- he querido acercarme en los últimos tiempos, buscando la cuadratura del círculo, es decir, buscando vías para justificar lo injustificable; esto es, buscando la manera como hacer compatible el cine de Jesús Franco (Jess Franco, uno de sus muchos alias, el más conocido sin duda) con la moral católica. 


Empresa imposible, principalmente por causa del sexo de alto voltaje que hay en sus películas -que incluyen escenas del llamado porno blando-, allende los discutibles o indiscutibles méritos, cualidades y valores propiamente cinematográficos del cineasta, que llegara a colaborar nada menos que con uno de los grandes grandes (sí, nos referimos a Orson Welles), y también con nuestro estupendo Juan Antonio Bardem.  


Ergo, Jess Franco me parece mucho más que un cachondo mental, por más que en efecto su cine muestre cualidades artísticas o propiamente cinematográficas, que en modo alguno sirven para legitimar la radical inmoralidad de la mayoría de sus películas, con la excepción de un puñado de títulos que ensayan el género fantástico, de terror y de ciencia ficción. De manera que viendo algunas de ellas, no solo he sentido que me ponía gratuitamente en situación de tentación contra la castidad ante tanta descarga de escenas de contenido sexual incluso explícitas, sino sobre todo que me preguntaba constantemente: ¿qué sentido tiene toda esta descarga erótica que a todas luces parece caprichosa y gratuita, de acuerdo al triple ideal de apertura al bien, la verdad y la justicia al que debe aspirar toda obra artística que se precie? ¿Qué tiene que ver con la búsqueda del sentido de la vida y de Dios mismo el cine maldito de Jess Franco, para quien una figura como el absolutamente libertino y reprobable Marqués de Sade pasa por ser una personalidad digna de encomio y aplauso y de permanente inspiración estética e, inevitablemente, ética? 


O dicho con otras palabras (abundando en estas cuestiones): desapruebo la intensa carga erótica que hay en el cine todo de un cineasta tan celebrado como el italiano Bernardo Bertolucci. Así, nunca he podido ver entera su mítica El último tango en París, no solo por su carga erótica, que también, sino por la marca de indignidad, atropello y desprecio hacia la mujer que me parece captar en la actitud del personaje masculino, interpretado por Marlon Brando. En su emblemático Novecento (y no digamos en Soñadores, historia de las relaciones libres y abiertas de varios jóvenes amigos en pleno Mayo francés), a la que considero excelente como simple cinéfilo que me confieso, frente a algunos críticos que la consideran sobrevalorada o directamente un bluf, lamento las escenas eróticas que salpican la cinta, las rechazaría, pero aun con ellas considero que la película es buena y que merece la pena verla. O sea, que tiene tema, como se suele decir coloquialmente para referirse a una peli que nos parece interesante. 


Con todo, prefiero el cine de los autores franceses de la nouvelle vague al cine de Bertolucci. En los autores de la nouvelle vague -quienes, prácticamente todos, desde luego debían estar lejos de la práctica sacramental católica y la sintonía con el sentir de la Iglesia- hay planteamientos morales tan discutibles como el desarrollado en la celebrada cinta de Louis Malle Un soplo al corazón, estrenada en 1971 (en esta se cuenta la relación incestuosa entre una madre y su hijo adolescente), por no hablar de la ideología marxista de una de las figuras más emblemáticas de aquel movimiento de renovación del cine francés, esto es, Jean-Luc Godard, solo que en estos autores las escenas de sexo escasean, casi que no aparecen. En quien más aparecen, me creo, es en el citado Louis Malle -pienso en Herida, por ejemplo, drama o romance erótico estrenado en 1992, con Jeremy Irons y Juliette Binoche en los papeles protagónicos-, pero desde luego ni punto de comparación con las del cine del erotómano Jess Franco, ni siquiera con las del también marxista Bernardo Bertolucci.  


En definitiva, valgan los párrafos precedentes para dejar testimonio de que en efecto estoy persuadido a creer que la verdad y la libertad son las dos alas de una misma paloma, según nos enseña el Magisterio bimilenario de la Iglesia (cfr., toda vez que son encíclicas capitales y relativamente recientes, las de Juan Pablo II Veritatis Splendor y Fides et Ratio). Solo que también debemos repetir con Pablo de Tarso esta exhortación expresada en 1Tesalonicenses 5, 21-22: "Examínenlo todo y quédense con lo bueno. Cuídense del mal, dondequiera que lo encuentren". Y claro, lo que llamamos bueno a menudo no es tan fácil determinarlo, discernirlo hasta acabar separándolo de lo malo. Pero en fin, leamos mis líneas escritas en mayo de 2018. Las que siguen (escritas en el mismo tipo de letra y de tamaño que estos párrafos iniciales):


Patética falta de respeto a lo que representan para el sentir de los católicos ciertos signos externos, ornamentos litúrgicos e incluso sacramentales de la Iglesia, propio todo de una cultura ya pasada de rosca laicista; y más que blasfema, aunque también, yo diría que ramplona y superficial. 


En estos días ha tenido lugar en Nueva York un irreverente pase de modelos, pero pasado mañana habrá otro en Madrid, y dentro de una semana un tercero en cualquier otra ciudad de este Occidente desnortado, descristianizado.

 

O sea, sin tragedia, sin drama. Porque cuando nada menos que ese filósofo a un bigote pegado llamado F. Nietzsche proclamaba la muerte de Dios, la proclamaba para que asumiéramos las consecuencias con todo lo que el deicidio implicaba de seriedad y “gravedad” en el proyecto de construir un mundo sin Dios.

 

Pero es más: es que hay formas y formas de ejercer de agnósticos, ateos, librepensadores y hasta de anticlericales. Así las cosas, el genial e inigualable grupo argentino Les Luthiers son esto último, a mi juicio o gusto, de suerte que ejercen su anticlericalismo con "buen gusto, con fineza, hasta con respeto", si me apuran, sin perder las maneras, las buenas mañas, el fino humor que, en expresión y deseo del filósofo Xabier Sádaba, "nos hace más buena la vida buena". 


Considero asimismo el ejemplo de vida y magisterio filosófico del ateo “católico” Gustavo Bueno, fallecido no hace tanto, tal vez el filósofo español más importante de los últimos 50 años, o siquiera uno de los más señeros. O a alguien como el argentino Jorge Luis Borges. Borges tiene escritos en poesía y prosa críticos con la dogmática cristiana, Borges admiraba al viejo A. Schopenhauer (sin duda uno de los filósofos padre de la postmodernidad a través de su crítica a los fundamentos gnoseológicos de la cultura occidental judeocristiana, crítico radical del cristianismo, inspirador incluso en la distancia del moderno animalismo), pero hoy sabemos que el mismísimo Borges, que desde luego no iba a misa, firmó una petición enviada al papa Pablo VI petitoria de no suprimir la misa en rito tridentino a finales de los sesenta (el Vetus Ordo Missae). Esa misiva la firmaba también una escritora como Agatha Christi.

 

Total, de qué extrañarse, si nuestro tiempo es irremediablemente superficial, nihilista (sin tragedia vital), decadente, vano: un pensamiento líquido y débil parece inundarlo todo. Al tiempo que un pensamiento no católico se ha ido adueñando del sentir mayoritario de los fieles: tibieza, mediocridad, laicismo mundano, mentalidad antinatalista y arribismo carrerista suplantan en el día a día de la Esposa de Cristo a los militantes o evangelizadores entusiasmados con el Señor y su Iglesia, desde la fidelidad a la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio.

 

 



18 de mayo, 2018. Luis Henríquez Lorenzo: profesor de Humanidades, educador, bloguero, escritor, militante social. Revisado el 26 de diciembre de 2020, octavo cumpleaños de andadura de mi blog.

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