miércoles, 30 de septiembre de 2020

"Separar la paja del trigo" 



Él tiene en sus manos el harnero y limpiará su trigo, que guardará en sus bodegas; pero la paja la quemará en el fuego que no se apaga.


Mateo 3, 12


Juguemos a ser Jorge Luis Borges (aunque ello sea imposible).


En un canal de Youtube de cuyo nombre no quiero acordarme -tal vez ni deba-, vuelvo a encontrarme con posiciones ideológicas y espirituales acaso injustamente extremistas (a mi juicio, siempre a mi juicio);  proceden de ámbitos radicalmente lefebvristas o, acaso, más bien sedevacantistas. En esta ocasión, las sujetos víctimas de juicios tan severos se llamaron Magdalena de la Cruz (1487-1560), Luisa Picarreta (1865-1947), María Valtorta (1897-1961), Faustina Kowalska (1905-1938), en cuya vida (la de esta última), obra y milagros, se basa el docudrama La divina misericordia: producción polaca, 2019, dirigida por Michael Kondrat.


Lo primero que querría poner de relieve es que me parece en todo momento captar, en el vídeo emitido en el referido canal, esta evidencia: en nombre de una defensa quizá a ultranza de la pureza y el integrismo de la fe, se justifica el acusar sistemática y severamente de herejes a todas estas mujeres. Hasta tal extremo que da toda la impresión de que de ellas se dice prácticamente solo lo malo, lo doctrinalmente errado, lo negativo de sus vidas. 


Veamos. Detrás de la hereje Magdalena de la Cruz se esconde una mujer. Se esconde una franciscana cordobesa que, procedente de una familia muy pobre, llegó a ser abadesa de su convento y, ciertamente, engañó a muchos, incluso a ilustres de la Iglesia de su tiempo, a muchos en la España de nuestro Siglo de Oro, haciéndoles creer que ella era una santa andante. Con fama de mística, santa y taumaturga en vida, el Tribunal de la Santa Inquisición acabó descubriendo todo el pastel, todo el engaño de su vida fraudulentamente ejemplar y santa. Sin embargo, está documentalmente demostrado que, obligada a vivir en permanente penitencia en el convento por sus pecados durante los últimos años de su vida, Magdalena de la Cruz manifestó sincero arrepentimiento por su falsedad de vida, sus embustes, su ambición, su doble vida. De modo que solo por este hecho, al parecer documentalmente probado, a mi juicio la franciscana cordobesa Magdalena de la Cruz merece un tratamiento mucho más justo, comedido, respetuoso, equilibrado.


Es decir: no sé si me pasa a mí solo (obviamente, no lo creo), pero la impresión que tengo es la de que detrás de este tipo de condenas sin remisión, en este caso a algunas mujeres hijas de la Iglesia, en nombre de una fidelidad integrista a la verdad católica acaso se esconda el propósito de ver solamente cizaña, sombras, pecado, maldad y error en las personas. De suerte que, por muy descarada que fuera en verdad la doblez de vida de una mujer sin duda excepcional (para bien y para mal, excepcional en el siglo) como la franciscana cordobesa Magdalena de la Cruz, en ella también hubo trigo, bondad, capacidad de amar al prójimo, valores...


Ergo, me molesta sobremanera que haya sensibilidades católicas o dizque católicas muy dadas a referirse a personalidades como la referida Magdalena de la Cruz, María Valtorta, Luisa Picarreta o Faustina Kovalska como irremediablemente heterodoxas, incluso algo impías, poco recomendables, irreconciliables con la ortodoxia doctrinal católica; en definitiva, en vez de mujeres en verdad místicas, más bien herejes.


Como si no hubiera peor cosa en esta vida que ser hereje. Ser hereje, sí, que por lo demás no es cosa o adscripción buena, ni modo. Aunque te llames Salvador Freixedo (1923-2019: exjesuita, excura, librepensador, investigador de fenómenos comúnmente llamados paranormales, ovnilogo), te llames Llogari Pujol (exjesuita, teólogo, investigador especializado en las fuentes egipcias de los Evangelios), te llames Antonio Piñeiro (filólogo, experto en el cristianismo primitivo y en la figura del Jesús histórico), o te llames Fernando Bermejo Rubio (Dr. en Filosofía, especialista en el cristianismo primitivo, autor del monumental ensayo La invención de Jesús de Nazaret: 2018, Siglo XXI).


Volvamos con las cuatro mujeres. Entre ellas, hay una santa oficial de la Iglesia: la polaca Faustina Kowalska. Pero tengo entendido que los sectores más integristas del catolicismo no son precisamente muy devotos de esta santa (ni de la devoción a la Divina Misericordia, basada en el diario que ella escribió con supuestas o reales visiones de Jesucristo). Sor Faustina murió muy joven, y fue canonizada por otro santo, el también polaco papa Juan Pablo II, de quien tampoco son particularmente devotos esos sectores del integrismo católico.


Como que lo consideran un hereje, ¡y encima personalista que, en vez de decir amén a todo el tomismo vía Garrigou Lagrange, se atrevió a conocer a fondo la fenomenología de un díscolo de la talla de Max Scheler, etcétera! Por no hablar de esa especie de irenismo dicen que rastreable en su pensamiento por el cual el papa polaco suspiraba por la salvación universal de todos los hombres (varones y mujeres), allende las fronteras (doctrinales) visibles de la Iglesia. 


Expresado con otras palabras: mientras que para autores como los cuatro investigadores señalados (Salvador Freixedo, Llogari Pujol, Antonio Piñeiro, Fernando Bermejo Rubio), el nudo gordiano es que Jesús de Nazaret no es Dios, esto es, no es el Cristo, el Mesías, el Redentor, el Salvador de la humanidad, el Hijo del Dios vivo, en la Iglesia hay quienes se pelean y se enrocan por pontificar que una mística como la italiana Luisa Picarreta no merece ser leída, seguida, estimada, valorada (críticamente, por supuesto), ¡por sus supuestas o reales heterodoxias doctrinales!  


Rizar el rizo, qué pasada, ser más papistas que el Papa. Para el filósofo y experto en el cristianismo primitivo Fernando Bermejo Rubio, Jesús de Nazaret es una mera invención (de ahí su libro, que no he leído aunque me gustaría). Esto es: ni Cristo de la fe ni Jesús de la historia. De suerte que que ciertamente creer que es el Cristo, el Señor, el Hijo del Dios vivo, es una mitificación de una figura que ni siquiera existió en verdad. Algo parecido a lo que sostiene Antonio Piñeiro, con la diferencia de que este reputado investigador de fama mundial sí defiende la indubitable consistencia histórica de la afirmación sobre la existencia real del judío Jesús. 


Ergo, me parece incomparablemente más trascendente, importante, urgente y necesario, precisamente para la salvaguarda de la doctrina de la fe, el llegar a argumentar con rigor y verdad contra los argumentos de los referidos cuatro autores que no reconocen la verdad de Cristo y de su Iglesia, que dedicar enconados esfuerzos a probar la ortodoxia o heterodoxia de personaliades como las cuatro mujeres católicas referidas. Este aspecto importa, y tanto que importa, qué duda cabe, a mi juicio a condición de que se intente buscando siempre muy en primer lugar lo que une por bueno y verdadero, por católico. Y asimismo, procurando no caer en una actitud de juicio inmisericorde y de implacable condena, por supuestas o reales heterodoxias de una personalidad religiosa, también al precio de obviar todo lo bueno, loable, noble y auténticamente católico de la personalidad religiosa puesta en solfa.


Así las cosas, algo molesto por lo que había leído y escuchado en el referido canal de Youtube, por mero azar aterricé en el nombre Salvador Freixedo. Hasta hace un par de días, ni idea sobre el paso por este mundo del gallego y trotamundos Salvador Freixedo, a quien Dios -en quien ignoro si él acabó creyendo, descreyendo y de qué modos- concedió una muy larga vida, que quedó a las puertas de los cien años. Solo que tras escucharlo en algunos programas ya de varios lustros del espacio Luces en la oscuridad, también subidos a Youtube, caí en la cuenta de que sin duda más de una vez debí quedarme dormido escuchando disertar a Salvador Freixedo, en las ondas radiofónicas con Pau Riba, director, hoy como ayer, de ese emblemático programa de la radiodifusión española (programa especializado en lo paranormal, las filosofías orientalizantes, lo esotérico, lo mistérico...) 


De manera que por mero capricho del destino vuelvo a encontrarme con la colosal figura del exjesuita gallego y, como buen gallego, ciudadano del mundo. Si desplegara sobre él una lectura muy eclesial que yo mismo he desplegado en otros momentos o lugares de mis escritos, diría del recientemente fallecido Salvador Freixedo (1923-2019) que fue uno de esos religiosos en que se manifestó la tan traída como llevada crisis del postconcilio, con toda la movida de secularizaciones de religiosos y sacerdotes que ello produjo, más la carga de laicización o secularismo que anegó los conventos, monasterios, noviciados, seminarios... Procesos de secularización postconciliar y de marxistización de la fe que afectaron de manera particularmente sangrante y virulenta a la Compañía de Jesús. Con todo o a decir verdad, este asunto aplicable al caso concreto del exjesuita Salvador Freixedo a mí particularmente no me interesa, no por que de suyo no me interese, que sí que me interesa como hijo de la Iglesia que me confieso, sino porque en el caso concreto del pensador gallego no es asunto mío. Es algo muy personal la decisión que lleva a una persona, hombre o mujer, a colgar los hábitos, a secularizarse. Vamos, que es una decisión tan delicada e insobornablemente personal que me parece una intromisión meterse a analizar por qué. Dios sabe esos porqués, y también puede que los conozca, en parte o en todo, la persona afectada.


Y ya está. De modo que a mí lo que me interesa de Salvador Freixedo es el conjunto de sus críticas a la fe de la Iglesia, que pueden parecer demoledoras, pero que no siempre son igual de contundentes, de ácidas, de corrosivas. Él que fue jesuita durante 30 años (de 1939 a 1969), ¿cómo y por qué puede interpelar a mi fe católica? ¿De qué manera lo que él critica de la fe de la Iglesia puede acrisolar mi propia fe; o bien no acrisolarla sino incluso ponerla en solfa, en entredicho? Esto es lo que entra en juego.


No he leído ni una sola línea de sus escritos, pero ya he escuchado de él una decena o docena de charlas subidas a Youtube. Salta a la vista que una de sus críticas a la Iglesia tiene que ver con la administración del poder por parte de los jerarcas o pastores. Sin duda, si lo que él critica de este aspecto o particular es lo que yo sospecho que es, comparto en buena medida esas sus críticas o reservas. Porque, en efecto, también a mi juicio sigue siendo frecuente encontrar en la Iglesia situaciones de abuso de poder por parte de la autoridad eclesiástica, sobre los seglares sobre todo. Abuso de poder, autoritarismo, sentimiento de superioridad, ínfulas de grandeza, mirarte por encima del hombro, desprecio... 


En efecto: los fastos propios de toda parafernalia que exaltación indecorosa el poder, el autoritarismo y el clericalismo, tan característicos como vicios o debilidades humanas, durante dos milenos de Iglesia han ocultado y desfigurado el rostro del Galileo. De suerte que el espíritu de las Bienaventuranzas -que tanto deslumbró y cautivó a una personalidad como el Mahatma Gandhi- es la referencia permanente en la imitación de Cristo que todo discípulo ha de acometer. Y a ese espíritu de las Bienaventuranzas (cfr. Mateo 5, 1-12; Lucas 6, 17-26), que es un dato de la Sagrada Escritura, deben remitirse constantemente los otros dos lugares fundantes de la doctrina de la fe de la Iglesia: la Tradición y el Magisterio. 


En este sentido, no es que abogue por el tuteo generalizado, no, en el día a día de las relaciones humanas en la Iglesia, pero tampoco lo rechazo si el eclesiástico de turno, aunque sea obispo, lo prefiere (entre nosotros, hemos tenido el ejemplo del obispo Ramón Echarren). Esto es: uno puede seguir llamando monseñor a un obispo, arzobispo o cardenal, tratarlo de usted, vale, me parece lo justo, en señal de elemental respeto y de reconocimiento a su legítima autoridade de pastor. Tampoco me chirría llamar padre a un presbítero: de hecho, yo suelo llamar padres a curas de mi edad o incluso más jóvenes que yo a los que conozco hace años, lustros, décadas (con algunos de los cuales he llegado a compartir vida comunitaria y estudios teológicos). Pero ello en principio podría bastar, o debería bastar, sin tener forzosamente que llamar a los jerarcas eminencia, ilustrísima, su beatitud... 


Pero incluso uno podría llamar reverendo, eminencia, su beatitud o su ilustrísima a un eclesiástico. Ya he dicho que no está entre mis preferencias, acaso porque siga manteniendo quien estas líneas escribe un ramalazo ácrata. Pero también en estos casos y en estos tratamientos de protocolo, honor y reverencia a la autoridad, lo que más me indigna, desconcierta y mosquea no es tanto el tener que echar mano de esos términos con los que no termino de simpatizar cuanto la actitud de prepotencia a que nos puede llevar un descontrolado ejercicio del poder. Esto sí que me duele mucho. Y lo juzgo como un vicio muy propio de los estamentos eclesiásticos.


Por esto mismo parece que fuera un tipo buena onda el exjesuita Salvador Freixedo; lo digo por la docena de horas en que lo he visto y sobre todo escuchado en programas grabados y subidos a Youtube. Y esto dicho sin admitir como verdaderas algunas de las críticas a la fe en Cristo y en su Iglesia que ya he tenido ocasión de escuchar de boca de este buen señor (que Dios haya acogido en su gloria). Me cae simpático. Y su paulatina condición de librepensador, a raíz de su progresivo desencuentro con la fe de la Iglesia, me resulta sugerente, nutricia. Sin embargo, me siento también en disposición de hacer pública esta impresión: su juicio sumarísimo sobre la imposibilidad de la fe crística y eclesial me parece un tanto simplista, reduccionista. 


Ergo, entre mi sintonía con las ideas ya de liprepensador y libertarias de alguien como Salvador Freixedo, jesuita durante 30 años de su vida, sacerdote en ejercicio de su ministerio durante algunos lustros, y el testimonio de vida de tantos hombres y mujeres excepcionales de la Iglesia hoy venerados como santos y santas de Dios, no hay color, sigue sin haber color, por más que mi mucha debilidad humana pueda perfectamente propiciar que no sea yo digno de desatar las correas de las sandalias de no pocos agnósticos y ateos militantes (la expresión es de Emmanuel Mounier). 


Del exjesuita Llogari Pujol, hoy ya octogenario, hombre casado, como especialista en las fuentes egipcias de los Evangelios ¿qué me puede decir a mí? No conozco nada de lo que ocupara buena parte de su tiempo; solo alcanzo a conocer algunas de las posiciones oficiales al respecto de la Iglesia. Al parecer, esas investigaciones y otros desencuentros con la fe de Cristo y de su Iglesia acabaron llevando al catalán Llogari Pujol a mantener hoy por hoy una actitud crítica, tal vez no poco hostil, hacia la Iglesia. No es mi caso. Solo que a mí me quita más el sueño, me perturba más, la posible verdad de sus investigaciones por lo que puedan repercutir en la integridad de mi fe en Cristo y en su Iglesia, que las controversias sobre la ortodoxia de doctrina y de vida (ortodoxia y ortopraxis) de las cuatro mujeres citadas, o de cualesquiera otras.


En definitiva: los cuatro investigadores citados, inevitablemente vinculados a lo católico (cada uno según su respectiva e intransferible peripecia vital), atesoran razones y argumentos con que atacan la fe en Cristo y en su Iglesia que a mí me faltan, justamente para lo contrario, para defender la verdad de la fe en Cristo y en su Iglesia. Empero, reparemos en el testimonio de los santos, en la locura de sus vidas. Desde la sola racionalidad y el estudio de la psique humana ¿cabe que entendamos esa locura de los santos a que me refiero? Hoy 1 de octubre la Iglesia universal celebra la memoria de santa Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia sin haber sido ella muy culta que digamos, y patrona de las misiones sin prácticamente haber salido de su convento. Pues bien, he aquí de nuevo la pregunta, la perplejidad: desde la sola racionalidad y desde el solo estudio de la psique humana ¿cabe comprender una vida como la de la santa carmelita francesa? Desde la sola racionalidad y la sola comprensión de los procesos de la psique humana ¿cabe entender la locura de los santos, de los mártires, de los confesantes de la fe en Cristo y en su Iglesia? Y también: desde la sola razón y la sola comprensión de los procesos de la psique humana ¿nos cabe la confianza de que podamos comprender cabalmente un fenómeno como el de las posesiones diabólicas, en el marco de la demonología, los exorcismos y todos estos asuntos paranormales?


Para mí, sin duda que no.


Y acabo con esta guinda. Con todos mis respetos, las opiniones que sobre el fenómeno religioso, el cristianismo en particular y la espiritualidad en general alcanzó a atesorar un filósofo, matemático, epistemólogo, escritor, moralista y sin duda hombre genial como el británico Bertrand Russell (Premio Nobel de Literatura en 1950), acaso no estén entre lo más profundo y perdurable de su obra intelectual.


Sí: en algún momento de su obra escribe el genial Bertrand Russell que el desarrollo de la ciencia, que nos alargará la vida, y que acabará haciendo más placentero nuestro paso por este mundo (totalmente placentero, tal vez añadiría el autor de Por qué no soy cristiano), será la tumba de las ideas religiosas; la estocada final a una superstición llamada cristianismo.


No lo creo en absoluto: Bertrand Russell tuvo todas las mujeres que quiso (se suele hablar de un total de siete parejas que tuvo); tal vez alcanzó a vivir según todo lo que ambicionó; quedó a las puertas de cumplir cien años (murió a punto de cumplir los 98, habiendo sido fumador de tabaco en pipa, en cachimba, que decimos en Canarias); recibió honoros, premios y reconocimientos nacionales e internacionales... Sin embargo, en su propia familia de sangre segurísimo que él en persona conocería los casos de familiares que padecieron en primera persona la desdicha, la enfermedad, el sufrimiento en grado extremo y diverso, y que hasta fallecieron jóvenes. De modo que estas personas, que sin duda sufrieron mucho a su paso por este mundo que, según la tradición católica, es un valle de légrimas, o una mala noche en una mala posada, ¿dirían lo mismo que el señor conde Russell? 


Y los millones de niños que sufren esclavitud en pleno año 2020 sobre todo en el llamado Tercer Mundo, y las minorías cristianas perseguidas en África, Asia, Próximo Oriente, y las mujeres con las que se trafica para la prostitución, y las víctimas de toda clase de injusticias y de guerras, y las personas que malviven pasando hambre sobre todo en el Sur del planeta, ¿dirían lo mismo que el señor Bertrand Arthur William Russell, tercer conde de Russell? Y los religiosos y religiosas y aun los seglares solteros que tratan de ser consecuentes con las exigencias del bautismo al hacer la promesa al Señor de obediencia, pobreza, celibato y castidad, y que perseveran pese a las dificultades e incluso caídas, pese al aguijón de la carne a menudo muy chinchoso, ¿dirían lo mismo que lord Russell?



1 de octubre, 2020. Luis Alberto Henríquez Lorenzo. Profesor de Humanidades, educador, escritor, bloguero, militante social. 


           

sábado, 19 de septiembre de 2020

 "Post hoc, ergo propter hoc"


Consideraciones preliminares


Lejos de mi intención llevar la contraria o enmendar la plana a dos eclesiásticos de la talla de Carlo Maria Viganò y Atanasio Schneider, a quienes por lo demás sigo con atención, en sus críticas y reservas últimas al Concilio Vaticano II. Incluso de forma elegiosa me he referido en ocasiones a ambos; y asimismo, siempre he aprovechado para reconocer que ellos están mucho mejor preparados doctrinalmente que yo, de suerte que además uno y otro deben tener asesores, como obispos que son, en tanto yo, mero seglar, estoy complemente solo ante el peligro, dicho quede con ecos cinematográficos: escribo por mi cuenta y riesgo sobre lo divino y lo humano, sobre la actualidad de la Iglesia, o sobre el cine que me gusta.


Al grano. La crisis actual de la Iglesia católica es una evidencia de tal magnitud, es un secreto a voces tan manifiesto, que yo diría que pasa por sert una de las escasas verdades que de hecho concitan la coincidencia de diagnóstico entre los tres grupos, sectores o sensibilidades eclesiales principales que actualmernte tenemos en la Iglesia; las diferencias en todo caso serían en lo tocante a qué medicinas dar al paciente para su sanación, y en las causas que han provocado la enfermedad. 


A saber: los católicos empeñados en creer cum Petro et sub Petro (entre los que me encuentro), con lo cual sí aceptamos el Concilio Vaticano II y no de mala gana, como con remordimientos, con incurable pesar de conciencia -como si nos avergonzáramos del Concilio-, auque tampoco tiene que ser con infundados e ingenuos optimismos que nos incapaciten para intentar desplegar una mirada o lectura crítica de ese Concilio. 


Como católicos empeñados en este creer cum Petro et sub Petro, participaríamos de la muy ratzingeriana concepción de aceptar el Concilio Vaticano II, el número 21 de los celebrados por la Iglesia, desde la llamada hermenéutica de la reforma en continuidad con la Tradición, por más que esta hermenéutica de la reforma se tope con textos en apariencia difícilmente conciliables con la doctrina católica preconciliar, como desde hace meses se empeña en poner de manifiesto el arzobispo Carlo Maria Viganó.


Ergo, de veras que me gustaría -¡y tanto que me gustaría!, no se imaginan cuánto- ser tan competente en lo teológico como para poder resolver estos casos dudosos por mí mismo, solo que si no puedo hacerlo, no se me caen los anillos para admitir esto, que es una respuesta católica tradicional, lo reconozco: doctores tiene la santa madre Iglesia que lo sepan explicar.


 


Luego tenemos a los dos grupos, sectores o sensibilidades católicos que despliegan una lectura del Concilio Vaticano II no desde la herméutica de la reforma en la continuidad sino en claves de ruptura: la ruptura progresista y la ruptura integrista.  


Por mi parte, si antaño o durante algunos lustros me hice asiduo de grupos católicos adscritos a la sensibilidad progresista -trato frecuente del que conservo aspectos o acentos católicos como el del sacerdocio universal de los fieles, el de la vocación cristiana común del católico allende respectivos o particulares estados de vida, el de la concepción de las comunidades cristianas como comunidades fraternas y asamblearias de iguales-, hogaño muy difícilmente puedo ser un entusiasta del giro ultraclerical de los grupos integristas católicos (lefebvristas, filolefebvristas, sedevacantistas...). A mi juicio -puedo estar equivocado, ni que decirlo-, el tradicionalismo católico de todos estos grupos lo que postula es una clara clericalización de la Iglesia, manifestada incluso en un retorno al uso de hábitos de vestir eclesiásticos de clara sintonía preconciliar, digámoslo así.


Vamos, con un ejemplo se viera con total claridad, que un ejemplo vale más que mil palabras: del tuteo que prefería para que lo tratara todo el mundo un obispo tan hijo del Vaticano II como nuestro estimado Ramón Echarren, que en gloria esté, a las pintas de los obispos en la estela de Marcel Lefebvre, tan dados a mostrar su anillo episcopal para que todo el que quiera lo bese, en señal de manifiesto y público reconomiento eclesial de la autoridad de que está revestido el obispo.


Ciertamente, durante lustros me sentí incomparablemente más identificado con el talante de obispos como Ramón Echarren o Alberto Iniesta (por solo poner dos ejemplos de obispos españoles, típicamente taranconianos ambos) que con el talante de obispos como Marcel Lefebvre, porque además yo tenía mi propia vitamina o fórmula cuando también experimentaba que entraba en conflicto con las formas más estridentemente progresistas de ciertos sectores eclesiales. A saber: la fe cum Petro et sub Petro. Esta era la salvaguarda, el límite que no se debía traspasar. 


Sin embargo, hoy por hoy siento una curiosa admiración por la vida y obra de monseñor Marcel Lefebvre, hasta el punto de que siento más bien desdén hacia los postulados de rupturismo extremo con la Tradición y la doctrina de la Iglesia de alguien como Hans Küng, pongamos, teólogo suizo a quien en su momento leí, y de quien aprendí algo de lo poco que probablemente haya llegado a conocer de teología: paradigma el suizo del teólogo progresista. Ergo, entre la ruptura con el Concilio Vaticano II propia del sector progresista y la ruptura con dicho Concilio postulada desde las filas del lefebvrismo, sin duda de ninguna clase suscita mi máximo interés lo que se critica y rechaza de la Iglesia conciliar desde el tradicionalismo católico más o menos integrista y disidente, y casi que ningún interés lo que dicen Hans Küng y compañía. 


Aunque ojo: por más que hoy por hoy me siento y confieso distante de sus posiciones teológicas en general, no se me ocurre condenar a Hans Küng, ni negar sus talentos, carismas y cualidades como teólogo. Como tampoco se me ocurre meter en el mismo saco con el suizo Küng a otros teólogos, también sistemáticamente despreciados y rechazados por el tradicionalismo católico, como Henry de Lubac, Hans Urs von Balthasar, Chenu, I. Congar, Bernhard Häring, Joseph Ratzinger, el propio K. Rahner... Al respecto, ni que decir que no soy experto conocedor de la obra de ninguno de estos autores citados, pero sí que creo conocer lo suficiente como para emitir este juicio, este parecer: sus respectivas trayectorias teológicas no merecen la condena sumarísima que reciben desde la generalidad de los sectores del tradicionalismo católico, ¡ni muchísimo menos!   


En la actualidad, tengo una visión más centrada, equilibrada y matizada de todos estos asuntos, y además me ha dado por admirar en alguna medida no pocos aspectos de los lefebvristas. Solo que en general y sin querer entrar en detalles me sigo sintiendo más identificado con la noción progresista de sentir la Iglesia como comunidad fraterna de iguales que como estructura esencialmente clerical, jerárquica, piramidal, en la que hasta por la forma de vestir se establecen distancias, límites, distingos. 


Amén de que el antisemitismo de los tradicionalistas católicos de corte disidente e integrista no me gusta: los judíos, receptores de la Antigua Alianza, están llamados a la conversión a Cristo y su Iglesia, que es la Nueva Alianza, pero no es de justicia seguir llamándolos pérfidos deicidas. Amén de que aunque no abrigo ninguna duda sobre que la Iglesia católica es la única Iglesia fundada por Cristo, y ciertamente la figura de Martín Lutero me resulta no poco repulsiva, no siento reparo alguno en confesar que admito ciertos valores, carismas, acentos espirituales y aspectos positivos en el cristianismo evangélico, siempre hijo de Martín Lutero y del resto de reformadores.


Dicho con otras palabras: ya he confesado que actualmente me atrae no poco la figura de alguien como Marcel Lefebvre y toda su obra, el legado de su Fraternidad San Pío X, vale (por cierto, desde el sedevacantismo se echan pestes de Lefebvre, al que algunos llaman Lafiebre). Del arzobispo misionero francés he leído algunos textos, no digo libros enteros. Expresa la verdad católica desde una perspectiva tradicionalista, claro, faltaría más. Solo que a mí me parecen más profundos autores como Hans Urs von Balthasar, por ejemplo, o el propio Juan Pablo II, que Marcel Lefebvre, cuyo pensamiento no me parece particularmente original.


Ojo: la Iglesia es jerárquica, esto es, piramidal, fundamentada en la autoridad apostólica de sus pastores, la cual remite al único fundamento que es Cristo. Lo acepto de buena gana. Pero digámoslo con Agustín de Hipona: "Con ustedes soy cristiano; para ustedes soy obispo". Esto es: siento predilección por los eclesiásticos que saben conjugar muy bien esa doble dimensión: ser autoridad cuando hace falta serlo, cuando hay que enseñar, guiar, animar, sancionar incluso; el resto del tiempo, ser cristiano con el resto del Pueblo de Dios. Ergo, a mi juicio al menos y tal y como lo percibo yo, aprehendo que los clérigos del tradicionalismo lefebvriano ponen el acento en lo que los diferencia de los seglares, no en lo que compartimos universalmente clérigos y seglares: la común condición de discípulos de Cristo en su Iglesia.


De modo que esto que acabo de confesar es solo una percepción, sí -y que también puede estar desenfocada, pero es la mía y no tengo otra, siquiera de momento-. A la luz de la misma, no tengo reparo alguno en defender que los consagrados a Dios por votos o por el estado de vida célibe propio de los ministros ordenados, está muy bien que signifiquen su estado consagrado de vida con trajes talares, en regla todo con el actual Código de Derecho Canónico, pero a mí al menos me basta que ello sea según el espíritu de reforma y de apertura del Concilio Vaticano II, no según los usos y costumbres preconciliares. 



Meollo del asunto (u otras perplejidades) 


Reconocido lo anterior, vamos seguidamente con una relación de perplejidades referidas a la crisis actual de la Iglesia (diagnóstico de la misma, causas, soluciones...); y asimismo referidas a las críticas, enmiendas, negaciones y reservas que se formulan contra la que llaman Iglesia conciliar desde el llamado tradicionalismo integrista


La primera es que si como se afirma desde el tradicionalismo integrista el Novus Ordo Missae es ilícito, ambiguo, de dudosa validez, herético, cismático, neomodernista, protestantizante y sacrílego, ¿la inevitable conclusión es que el 99,5% de los católicos en todo el orbe están celebrando una pantomima en la que no se hace sacramentalmente presente Cristo, desde hace 50 años, desde el año 1970 en que el papa Pablo VI promulga el Nuevo Misal, la nueva misa o misa de Pablo VI? Los papas entonces desde Pablo VI hasta el actual Francisco, pasando por todos los cardenales, obispos, presbíteros, monjes, monjas, religiosos y seglares que deben constituir el 99,5% de la Iglesia conciliar, ¿celebran un sacramento que, reconociéndolo como el fundamento de la Iglesia (cfr. La Iglesia vive de la Eucaristía, carta encíclica de Juan Pablo II, 2003), en realidad es una farsa, una pantomima? Pero entonces, ¿qué hacemos con los llamados milagros eucarísticos, que han sucedido en las nuevas misas o Novus Ordo?


Vamos con una segunda. Desde las filas del tradicionalismo integrista se señala que la misa Novus Ordo es una invención de la Iglesia conciliar de índole masónica y protestantizante. Dejemos a un lado lo de "masónica y protestantizante". Lo que tenemos es que la nueva misa o misa de Pablo VI mantiene las palabras del Señor en la Última Cena, al igual que la llamada misa tridentina o Vetus Ordo. A saber:  <<Mientras comían, Jesús tomó pan y, después de pronunciar la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen y coman; esto es mi cuerpo". Después, tomando una copa de vino y dando gracias, se la dio, diciendo: "Beban todos, porque esta es mi sangre, la sangre de la Alianza, que es derramada por una muchedumbre, para el perdón de sus pecados">> (cfr. Mateo 26, 26-28; Lucas 22, 15-20; 1 Corintios 11, 23-25). En la Iglesia universal hay diferentes ritos y diversas lenguas en que se viene haciendo presente, día a día desde hace 2.000 años y hasta el final de los tiempos, las palabras de la Última Cena. 


Salvando el núcleo que tal vez esté compuesto por ipsissima verba  (palabras que creemos con certeza que debieron ser pronunciadas por el propio Jesús en arameo), todo lo demás propio de la liturgia no ha caído del cielo sino que es elaboración de hombres, esto es, fruto de la Tradición y del Magisterio. Entonces así las cosas, ¿por qué desde esos círculos se considera que la misa tridentina o misa de san Pío V es inamovible, intocable, irreformable, inmutable, como caída del cielo, y la misa de san Pablo VI es una misa inventada? ¿Es que el hecho de que la misa Vetus Ordo en efecto exprese de manera más solemne, devota y ceremoniosa el misterio pascual es lo que la hace sacramentalmente verdadera y, por contra, a la misa Novus Ordo la hace sacramentalmente inválida, discutible, despreciable, protestantizante...? ¿Es que la consagración depende de las rúbricas o de decir las palabras consagratorias en latín? Pero entonces, por esta misma regla de tres las celebraciones eucarísticas de la Divina Liturgia de los hermanos ortodoxos (tan apofáticas, solemnes, ceremoniosas, toda llenas de rúbricas), ¡serían la mar de verdaderas justamente por su bellísima solemnidad!


Tercera. En Youtube he escuchado una larga docena de charlas del padre Boniface, de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, actualmente en Costa Rica. Qué bueno es este cura, qué valiente, ¡si hasta parece simpático, cercano, afable, como un abuelete, dicho cariñosamente! Desde luego, si hubiera muchos curas como este en la Iglesia universal; si hubiera más curas como el padre Luis Toro (la bestia negra de los protestantes o embangélicos, como graciosamente los llama él mismo); si hubiera más curas en la Iglesia de Cristo como mosén Custodio Ballester; si hubiera más curas como no pocos cuyo ejemplar terstimonio de vida no es descrito en los grandes medios de comunicación... Porque sobre todo predica la doctrina católica en plenitud el padre Boniface. 


Como hacían los curas de antes en la Iglesia de Cristo, cuando se hablaba de la necesidad de la fe católica para la salvación, de la necesidad de la confesión para comulgar en gracia, de la necesidad de estar casados por la Iglesia para vivir con licitud moral el matrimonio, de la Iglesia católica como la única religión verdadera y necesaria para la salvación, de los últimos o los novísimos: muerte, juicio de Dios, cielo, purgatorio, infierno... 


Cuarta perplejidad. Este cura de la FSSPX me convence porque predica la verdad católica en su integridad.  Como trató de hacer el propio monseñor Lefebvre. Y si lo reconzco yo, que soy católico conciliar (católico de la Iglesia apóstata, como dicen contra la Iglesia los propios lefebvristas, y no digamos ls sedevacantistas, que son aún más extremos) y que he llegado a simpatizar durante lustros con signos propios del ala progresista de la Iglesia (por ejemplo, con un cierto feminismo de jóvenes religiosas vestidas sin hábito, a lo más con una sencilla cruz al cuello, y con las que uno pudo llegar amistosamente a compartir cafés en los recreos en facultades teológicas)¿por qué entre amplios sectores del lefebvrismo y el sedevacantismo hay tanta enemistad, tantas malas palabras de unos contra otros, tanta división en grupúsculos, especialmente espetadas esas tristes palabras por los sedevacantistas contra los lefebvristas? ¡Si hasta se lanzan anatemas los unos a los otros, insultos, calumnias e injurias faltos totalmente de caridad cristiana!  Hasta el punto de que no me parece un buen ejemplo de fraternidad cristiana todo ello.


Quinta perplejidad. Para mí hoy por hoy la voz de la FSSPX es la voz del padre Boniface, a quien estoy escuchando luego de haber escuchado lo menos un total de 50 vídeos de Youtube, en los últimos meses, entre los del padre Luis Toro, los de Adoración y Liberación, los de César para Jesucristo, los de QNTLC ("Que no te lo cuenten", administrado por el joven sacerdote e historiador argentino Javier Olivera Ravasi), y varios más de canales cuyos responsables han de perdonar que ahora no los acabe citando. Así las cosas, comparto de buena gana las críticas y los lamentos del bueno del padre Boniface al paganismo de nuestro tiempo, al relativismo, a la desvergüenza de un mundo descristianizado... Vale. Pero entonces, padre Boniface, ¿qué hacemos con la llamada canción de autor o canción protesta, conformada, hoy como ayer, por un 99 por ciento de comunistas, filocomunistas, feministas, filofeministas, laicistas, librepensadores, izquierdistas varios...? ¿Y con el cine de toda época y lugar? Con un título como Te doy mis ojos, por ejemplo, de Icíar Ballaín (producción española, 2003), en que aparece integralmente desnuda, en una impresionante secuencia final de abuso machista, una espléndida Laia Marrull de 30 años, ¿qué hacemos? Lo fácil sería condenar, expurgar las escenas tórridas, vale, pero... 


Aclaro: mis referencias a la canción protesta, el cine y la cultura secular, me gustaría que no fuesen tomadas como una "meada fuera del tiesto". Porque la intención con que hago tales referencias considero que aparecerá como muy clara si recuerdo ahora que una de las motivaciones nucleares del Concilio Vaticano II -que toda la familia tradicionalista integrista rechaza, ni que decirlo habría, que ya se sabe rotundamente- fue el diálogo con el mundo, la apertura, el diálogo con la cultura secular, el aggionarmento. Entonces, la nueva evangelización ¿qué tipo de mirada exigiría a la cultura secular de nuestro tiempo?


Vamos con una sexta. Como salta a la vista, no hay sino abundancia de perplejidades en estos asuntos. Verbigracia, P. Boniface, ustedes desde la FSSPX consideran que los tradicionalistas de la FSSP (Fraternidad Sacerdotal San Pedro, por ejemplo, y varias más asociaciones de tradicionalistas en comunión con la Santa Sede) son unos falsos tradicionalistas porque, a cambio de que Roma les mantenga sin problemas la posibilidad de celebrar la misa tridentina, han traicionado todas las enmiendas, críticas y reservas de la FSSPX hacia la Iglesia conciliar a base de aceptar la autoridad de la Roma apóstata y de su Conciliábulo* Vaticano II. De modo que en todo este fregado nos encontramos con la rama de los sedevacantistas -que me figuro que tampoco estarán entre sí del todo bien avenidos-, quienes descalifican a los lefebvristas, y estos últimos, a su vez, descalifican a los dizque falsos tradicionalistas de la FSSP.


Produce tristeza todo esto, ¡tantísima división! Esto es: produce desconsuelo, perplejidad... Porque ahora en que había empezado a darme cabal cuenta de que los sectores más laicistas o ultraprogresistas del catolicismo (los Hans Küng, Juan Masià Clavel SJ, Juan José Tamayo y resto de adalides del progresismo eclesial) no despiertan en mí casi que ningún interés, porque son todos ellos responsables máximos de la debacle eclesial actual, de haber vaciado los templos, etcétera, ¡desde las filas del tradicionalismo católico integrista o disidente hay un desconcierto tal de voces, hay tanto nido de víboras...!


De suerte que en todo momento no podemos despachar a la ligera la pregunta nuclear. A saber: ante la innegable crisis de apostasía que sufre la Iglesia actualmente, ¿dónde nos situamos? Ya he confesado que mi convicción sigue siendo situarme en la Iglesia universal, como indigno hijo suyo, cum Petro et sub Petro. Solo que a menudo experimento que el actual sucesor de Pedro, más que confirmarme en la fe según el mandato de Cristo Jesús el Señor (cfr. Lucas 22, 31-32), no raramente induce a la ambigüedad y a la confusión, por razones que solo Dios conoce y que, por ende, no me compete a mí en modo alguno juzgar. Y sobre todo experimento que entre los ministros ordenados sobreabunda la desgana, el relativismo, la mentalidad mundana, el aburguesamiento; en definitiva, la tenebrosa apostasía que nos invade por doquier.


Y vamos con la séptima y última perplejidad. Retomando el post hoc, ergo propter hoc ("después de eso, y por lo tanto causado por él"), con que titulamos este escrito, ¿cómo cabe entender la sistemática afirmación que se hace desde el tradicionalismo integrista o disidente que postula que es culpa del Concilio Vaticano II el vaciamiento de los templos? Si hoy por hoy la inmensa mayoría de los bautizados católicos mayores de setenta años han dejado particularmente de asistir a misa y en general de participar en la vida espiritual de la Iglesia, ¿esta debacle también es culpa del Vaticano II o es más bien signo de que estas personas, que recibieron gran parte de su formación catequética antes del concilio convocado por Juan XXIII y clausurado por Pablo VI, en verdad no alcanzaron nunca una sólida formación doctrinal ni vivieron una experiencia de conversión a Cristo y a su Iglesia?


Concluyo: toda la familia católica del integrismo disidente convendrá conmigo en que la voluntad de Cristo está muy clara en Mateo 16, 13-20: la llamada confesión de Pedro ("Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia"...), reflejada también en Marcos 8, 11, en Lucas 11, 16; 12, 54. Ellos como yo (simple seglar de a pie, y no es falsa modestia esta confesión) creen en el primado de Pedro. La diferencia está en que los unos (los lefebvristas) están convencidos de que los papas desde Juan XXIII hasta Francisco han sido todos sin excepción herejes; los otros (los de la familia sedevacantista), convencidos de que además de herejes, son antipapas: de ahí la vacancia de la sede del sucesor de Pedro. 


Luego lo de la misa es una obviedad: la misa Novus Ordo comúnmente es una misa "gris, como trillada, poco ceremoniosa, poco solemne"; frente a ella, la misa tridentina o Novus Ordo es mucho más ceremoniosa, llena de rúbricas, más centrada en la adoración del misterio eucarístico (y de paso menos centrada que la Novus Ordo en la centralidad de la Sagrada Escritura). Esto es obvio y para mí no ofrece ningún problema, porque en todo caso me alineo con el papa emérito Benedicto XVI: "Ambas formas, la ordinaria y la extraordinaria, son las dos formas del mismo rito, y ambas son legítimas".


Y tanto. Como que también creo esto: las críticas a la vulgaridad de la misa Novus Ordo provenientes del tradicionalismo integrista o disidente me siguen pareciendo un tanto exageradas e irrespetuosas. Particular que ilustro con una anécdota: a veces me acompaña a la misa dominical que celebra en mi tierra una comunidad de benedictinos un total de cinco personas amigas. Salvo una de ellas, las cuatro restantes no son católicas practicantes. Y las cinco han asistido varias veces también los domingos a la misa Vetus Ordo que se celebra en nuestra ciudad. Pues bien, estas cinco personas, unánimemente, lo tienen claro: les resulta más emotiva, bella, ceremoniosa, espiritual y edificante la que celebran los monjes, que es Novus Ordo, que la que celebra un fraile franciscano los domingos al mediodía, que es Vetus Ordo. La dominical de los benedictinos dura entre 75 y 80 minutos; la dominical y Vetus Ordo que celebra el fraile franciscano, en torno a los 45-50 minutos. 



Postdata


La Iglesia sufre una crisis que amenaza con despellejarla viva. Crisis doctrinal, litúrgica, disciplinar... Sigo con vivo interés las voces de alarma que está encendiendo en los últimos tiempos una personalidad como el arzobispo italiano Carlo Maria Viganó, a las que se suman las no tan radicales voces de otros destacados eclesiásticos como Atanasio Schneider, no tan radicalizadas pero sí muy críticas para con el Vaticano II. Las de uno y otro se suman a las ya consabidas de los tradicionalistas disidentes que, desde hace casi 60 años, vienen poniendo el grito en el cielo sobre la debacle eclesial que, según ellos, ha ocasionado el Concilio Vaticano II.


Estando en esto (luego de haber escuchado varias docenas de entre todos los vídeos del venezolano padre Luis Toro subidos a Youtube; luego de haber leído un puñado de artículos de monseñor Viganó y de monseñor Atanasio; luego de haber escuchado un total de docenas de vídeos del Dr. Antonio Caponnetto, del canal César para Jesucristo, del canal Adoración y Liberación, y un largo etcétera de publicaciones cuyos autores me disculparán que no los cite), por mero azar me tropiezo con una conferencia sobre Martín Lutero impartida hace algunos años por el filósofo y teólogo Manuel Fraijó.


Oficialmente exjesuita, excura, pero aún jesuita de corazón, dicen que hombre afable y bueno, y particularmente sabio en estos asuntos de filosofía de la religión, ecumenismo y diálogo interreligioso, ¿tiene más razón o menos, en su muy elogiosa valoración de Martín Lutero, que la que tiene la valoración que le merece el exmonje agustino al historiador español Alberto Bárcena?


¿En qué quedamos? La beata y fundadora María Serafina Micheli (1849-1911) tuvo una visión en la que vio a Martín Lutero en el infierno. La Iglesia universal, ni que decir que no obliga a creer en esa visión particular de la beata, de suerte que la Iglesia es prudente, sabia y maestra, y no se pronuncia asegurando que una persona en particular es seguro que está en el infierno, por más probable que sea que el infierno no esté vacío, en contra del tan traído como llevado parecer del genial Hans Urs von Balthasar: "Creo en el infierno, aunque confío en que esté vacío". 


Solo que Martín Lutero metió tijera en el depósito de la doctrina de la fe; desgajó la unidad de la Iglesia; y con sus intuiciones o concepciones sin base bíblica de sola scriptura, sola fide, sola gracia ("solo la Escritura, solo la fe y solo la gracia como fuentes para el seguimiento de Cristo"), es indubitablemente el padre espiritual de los cientos y cientos de sectas y grupúsculos cristianos que por nuestro mundo de Dios van reproduciéndose y creciendo como esporas. Con la consecuencia que esto comporta: el impedir la unidad de todos los cristianos en una sola Iglesia, bajo un solo pastor (justamente, el sucesor de Pedro), con una sola fe, con un solo bautismo: cfr. Efesios 4, 5-7.


No obstante lo que venimos diciendo, ni que reconocer habría que, más allá de la visión de la beata María Serafina Micheli, la personalidad de Martín Lutero es poliédrica, compleja, llena de luces y sobras, trigo y cizaña, pecado y virtud... En su reflexión sobre las Sagradas Escrituras, no poco genial para muchos, con vistas a la reforma de la Iglesia acertó en este aspecto y en aquel otro (verbigracia, la centralidad de las Sagradas Escrituras en la vida de la Iglesia, etcétera), solo que es indudable que causó más daño que bien; indudable, ni que decirlo, para mí, a mi juicio de simple seglar católico, aficionado que soy a estos asuntos.


De modo que desde mi perspectiva de análisis -acabo-, la urgentísima sanación de la Iglesia, enferma en la actualidad de una enfermedad llamada apostasía de la fe, no vendría de la sola centralidad de la Biblia en la vida de la Iglesia, como proponía Lutero y proponen hoy día todos sus herederos espirituales; en todo caso, esa sanación necesaria habría de pasar por un triple retorno, por una triple centralidad. A saber: Tradición, Sagrada Escritura, Magisterio. Los tres lugares teológicos en que se fundamenta nuestra fe. 


Hoy como ayer. 


         


20 de septiembre, 2020. Luis Henríquez Lorenzo: profesor de Humanidades, educador, escritor, bloguero, militante social.



     


martes, 15 de septiembre de 2020


"Los dos, 1Carlo Maria"



Entre el Carlo Maria que establece una relación de causa-efecto entre el Concilio Vaticano II y la apostasía actual imperante en el seno de la Iglesia católica, y el Carlo Maria que planteara una oposición a la doctrina contenida en la Humanae Vitae, más la sentencia de que a pesar del Vaticano II la Iglesia lleva dos siglos de retraso con respecto al mundo, y finalmente la guinda de que (sic) "tengo amigos gais. Los siento excelentes personas. No me considero quién para juzgar su estilo de vida homosexual. Los respeto y acepto también en esto", me quedo sin duda con el primer Carlo Maria.

Sí: como ya habrán descubierto los más informados lectores, en el primer caso me refiero al arzobispo Carlo Maria Viganó; en el segundo, al cardenal Carlo Maria Martini. Ambos italianos, ambos eminentes eclesiásticos: el primero, exnuncio apostólico en USA, de rabiosa actualidad por su audaz, contundente y sistemática oposición a la deriva actual de la Iglesia católica bajo el pontificado de Francisco, con quien se muestra muy crítico; el segundo, ya fallecido, principesco cardenal de la Iglesia, jesuita como Jorge Mario Bergoglio, papable en su momento, biblista eminente, faro durante décadas del sector o ala progresista de la Iglesia.

Pero ojo, haría tres salvedades. La primera: no creo tener suficientes conocimientos doctrinales como para afirmar, con la contundencia con que lo hace Carlo Maria Viganó, que hay una causa-efecto total entre el Concilio Vaticano II y la espantosa apostasía actual que se vive en la Iglesia. O dicho de otra manera: para mí que sí hay una indubitable vinculación causa-efecto entre esa tenebrosa apostasía que asola a la Iglesia en la actualidad y el Concilio Vaticano Segundo, solo que la apostasía de nuestro tiempo histórico también tiene otros orígenes y otras causas, entre más recientes y remotas, que no remiten de ninguna manera a ese Concilio. La segunda: el Concilio Vaticano II, vale, pasa que contiene doctrina confusa, ambigua, puede que influida por la mundanidad del momento e incluso por cierta masonería eclesiástica y por la mentalidad laicista muy boyante en los años sesenta; ergo, es acaso muy difícilmente vinculable al Magisterio, por no escribir imposible (al menos en algunos de sus pasajes o contenidos), pero también y sobre todo contiene documentos magníficos, excelsos de plenitud doctrinal católica. (No soy experto, solo enuncio lo que eclesiásticos como Carlo Maria Viganó y el mismísimo Atanasio Schneider hoy por hoy sostienen: ni siquiera con la muy ratzingeriana hermenéutica de la continuidad es posible pasar por alto la incompatibilidad entre algunos aspectos doctrinas del Vaticano II y el Magisterio anterior.) La tercera: con el permiso y el debido respeto al cardenal Joseph Ratzinger, el hijo de san Ignacio de Loyola Carlo Maria Martini pasa por ser el cardenal del que más títulos tengo en mi biblioteca personal. Me habré leído de él lo menos 10 libros, incluidos los últimos, a modo de conversación (Coloquios nocturnos en Jerusalén y Estamos todos en la misma barca, ambas traducidos al castellano; el primer título publicado en San Pablo, el segundo, en Herder), en que el eminente y principesco eclesiástico precisamente se permite algunas confesiones, contrarias al Magisterio, sobre la anticoncepción, sobre la comprensión de la homosexualidad humana, etcétera. Solo que en modo alguno pretendo ni lo pretendiera negar el pan y la sal a un hombre de la talla de Carlo Maria Martini, de cuyos escritos he aprendido (sobre todo nociones de teología bíblica); ni soy quién, por cierto, para afirmar que él no amara sobre todo a Cristo y a su Iglesia, por muy grave que fuera en efecto el hecho de su pertenencia a la llamada Mafia de San Gallo, empeñada, como sabemos, en conspirar contra Benedicto XVI a favor de la entronización en la Cátedra de Pedro de un hombre más en consonancia con el laicismo imperante a escala global y, a fin de cuentas, con la agenda toda del Nuevo Orden Mundial.

Por lo demás, en parte creo entender las posturas de quienes prefieren la misa tridentina al precio de echar pestes, sapos y culebras contra la nueva misa, a la que no reconocen como legítima, como válida. No obstante, quedan los milagros eucarísticos: vienen ocurriendo en las misas del Novus Ordo. Si la nueva misa es inválida, ilegítima, insuperablemente protestantizante, ¿qué hacemos con todos esos milagros? Asimismo si ambas formas, la hoy ordinaria y la hoy por hoy extraordinaria (Novus Ordo y Vetus Ordo, respectivamente), como afirma el papa emérito Benedicto XVI son las dos caras litúrgicas del mismo rito sancionado por el Magisterio, ¿quién soy yo para llevar la contraria a los pastores en este particular?Contenido relacionado con la temática: Carlo María Viganó. mil21

La Iglesia vive hoy, y el mundo todo, la Gran Tribulación, según el discurso escatológico del propio Cristo por boca del evangelista Mateo (cfr. Mt 24, 15-22), previa a la Parusía (segunda venida de Cristo). Todo parece indicarnos que estamos en el principio del final de los tiempos: la extrema abominación como ofensa a Dios hecha realidad en este mundo nuestro, que ha dado la espalda a Dios y ha caído por ende en toda clase de impiedades y maldades, es anunciada por Jesús en Mateo 24 y profetizada por el profeta Daniel (cfr. Dn 9, 27). A la luz de tales revelaciones bíblicas entiendo que bien pudiera ameritar lo que desde claves escatológicas y soteriológicas denominamos como el Gran Aviso (una última advertencia del Señor sobre los castigos que se avecinan por tanta maldad de este mundo sumido en las tinieblas del pecado y la apostasía), solo que, como católicos de a pie, cómo estar dispuestos a estos asombrosos y determinantes acontecimientos, ¿como católicos disidentes, liberales, ultraprogres, tradicionalistas, antipapa, sedevacantistas, lefebvrianos, como católicos autodenominados fieles del Remanente o de la Iglesia remanente...?

Este es un nudo gordiano, monseñor Viganó, con su venia. De suerte que el que sigue es un principio definidor del buen católico, a saber: cum Petro et sub Petro; creer eclesialmente cum Petro et sub Petro. Mas cómo creer desde esa fidelidad, dilecto monseñor, en la que yo mismo he sido destetado en la fe católica merced a los grupos eclesiales que más me han influido, militantemente hablando, si hay sobradas sospechas de que el sucesor de Pedro actual cree en lo que sigue (tomada la lista de heterodoxias del canal de Youtube César para Francisco). Esta lista la tomo tal cual aparece en el canal referido; sobre la misma, añado algunas reflexiones personales por mi cuenta y riesgo, y añado modificaciones de estilo. Veamos:


1. ¿Cómo conciliar con la fe de la Iglesia la afirmación bergogliana de que
la cruz es el fracaso de Dios? ¿Cabe que nos consolemos y convenzamos con concluir con que una afirmación como la anterior no es sino una forma exagerada o hiperbólica de hablar, sin mayores connotaciones teológicas? Pero incluso en el caso de que fuese solo esto, ¿es de recibo que el mismísimo Papa hable así? ¡Si es que más parece que esté citando un verso del poeta peruano César Vallejo que otra cosa! De Vallejo, sí, el autor de versos como imprecaciones medio blasfemas: "Yo nací un día en que Dios estuvo enfermo." "Si hubieras sido hombre, hoy sabrías ser Dios". "Hay golpes en la vida tan fuertes, ¡yo no sé! / Golpes como del odio de Dios" (...)

2. ¿Cómo conciliar con la doctrina católica sustentada en Mateo 28, 19-20 ("Por eso, vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado. Yo estoy con ustedes todos los días hasta que se termine este mundo") y en Marcos 16, 15-16 ( "Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará. El que se resista a creer se condenará.) la afirmación bergogliana de que hacer proselitismo (evangelizar) es una soberana tontería?

3. ¿Cómo cabe que entendamos y aplaudamos el ministerio del sucesor de Pedro si este es capaz de colocar una estatua, en el corazón mismo del Vaticano, de alguien tan grotesco como el heresiarca Martín Lutero, el exagustino alemán, padre de la Reforma?

Y se insiste en este canal César para Jesucristo con que "Lutero fue enemigo de Dios y de la Iglesia. Hasta el extremo de que murió excomulgado, ahorcado y sabemos por revelaciones que está en el infierno". Martín Lutero, ya exclaustrado, excomulgado y casado con una exmonja, se dedicó por el resto de su vida a manipular las Sagradas Escrituras, a meter tijera en el sagrado depósito de la fe, a falsear la historia de la Iglesia, a insultar al papado e incluso a santos de la Iglesia... Con insultos, injurias y bajezas de una despiadada grosería y de una falta total de caridad cristiana difícilmente imaginable, que explican sin duda el visceral anticatolicismo de las sectas protestantes contra la Iglesia católica, que es la única Iglesia de Cristo, dicho esto con todo respeto y admiración hacia la Ortodoxia.

4. ¿Cómo aprehender y aplaudir que el sucesor de Pedro sea capaz de ir a celebrar la Reforma Protestante y ahí, en el corazón centroeuropeo de la Reforma, ser recibido, como en pie de igualdad, por dos "obispas lesbianas que conviven en pareja"?

5. ¿Cómo aprehender y aplaudir que el sucesor de Pedro sea capaz de autorizar la elaboración de sellos conmemorativos con la imagen de Lutero, por los 500 años de la Reforma Protestante?
6. ¿Cómo celebrar como una petición y un gesto en total concordancia con la bimilenaria fe de la Iglesia el que el sucesor de Pedro se atreva a pedir que si alguno no puede rezar, porque no cree o porque su conciencia no lo permite, le manden "buena onda"?
7. ¿Cómo ha de entenderse que el sucesor de Pedro sea capaz de declarar que no se debe hacer apologética?

8. ¿Cómo hemos de aprehender y aplaudir que el sucesor de Pedro sea capaz de autorizar una exhortación como Amoris Laetitia, documento que contiene no pocos errores, de tal manera que puede ser interpretado a la carta, propiciando que en muchas diócesis se dé la comunión a los adúlteros, fomentando el sacrilegio y llevando con esto muchas almas al infierno?

9. ¿Cómo hemos de aprehender y aplaudir que el sucesor de Pedro sea capaz de elaborar una encíclica con tantos errores como Laudato Si, hasta el extremo de que varios analistas ya la han calificado como la “encíclica fabricada en el infierno” ?
10. ¿Cómo hemos de obedecer y aplaudir los que queremos creer cum Petro et sub Petro la publicación, en la solemnidad de la Epifanía de Nuestro Señor Jesucristo (6 de enero de 2016), de un vídeo blasfemo que promueve la herejía del indiferentismo y el sincretismo religioso, que son, ambos, una blasfemia contra Dios Uno y Trino, toda vez que constituyen una violación del primer mandamiento de la ley de Dios?
11. ¿Cómo cabe que entendamos que el sucesor de Pedro se sienta “cercano” de la comunidad judía que rechaza a Cristo? Él dice que camina “junto” con los judíos. Según él, tenemos que conocer más de “la vida misma de la comunidad judía”. Él cree que debemos aprender más de la vida de quienes rechazan la Vida (Jesucristo).

Bueno, en fin: esto es lo que se dice en el punto 11 de este listado que copio, con algunos ligeros toques o modificaciones en la expresión, del canal de Youtube César para Jesucristo. Este canal de Youtube, juntamente con otros como Adoración y Liberación, Radio Rosa Mística Colombia, Arturo Periodista Católico, y varios más, son muy críticos con Jorge Mario Bergoglio, hasta el extremo de que no lo reconocen como legítimo papa, ni de origen ni de oficio (de suerte que el papa legítimo seguiría siendo Benedicto XVI). Aprendo de todos ellos, pues no en vano la documentación que pueden llegar a manejar es inmensamente más lúcida y fecunda, digámoslo así, que la que pueda manejar yo mismo. Pero aun así o comoquiera que sea, no comparto de quilla a perilla todo lo que se dice en los sitios de Internet referidos. O lo comparto con ligeros matices; verbigracia, la valoración del pueblo judío. En general, me "caen bien" los judíos, aunque de hecho conozca a muy pocos. Bromas aparte, judíos sionistas hay en las altas esferas económicas o financieras de las instituciones internacionales. Y los hay que son estupendos vecinos del Estado de Israel, cuya legitimidad y razón de ser defiendo. Judíos hay que siguen un judaísmo muy pasado por el Talmud, libro sagrado que no es muy amable o respetuoso que digamos con la persona de Jesús el Cristo, ni con su madre María, etcétera. Todo esto es verdad. Y no es moco de pavo. Sin embargo, en lo que el judaísmo actual sigue teniendo de herencia de la fe de nuestros antepasados comunes (la fe de los patriarcas desde Abraham, la fe de Moisés y el resto de los profetas...), me sigo sintiendo identificado. Y en esto y particularmente en esto es en lo que me siento hermano menor de ellos. Y ya está.

12. ¿Cómo cabe que entendamos que el sucesor de Pedro sea capaz de afirmar "que la gran mayoría de nuestros matrimonios sacramentales son nulos"? Esto es: a mí mismo no me escandaliza que en efecto un eclesiástico o un seglar cualquiera bien formado en la doctrina de la fe de la Iglesia me digan que en efecto muchos matrimonios contraídos por bautizados católicos son de hecho sacramentalmente nulos. Esto se sabe, es un secreto a voces. Solo que es la forma como lo dice Bergoglio o Francisco lo que desconcierta.

13. ¿Cómo cabe que entendamos que el obispo de Roma sea capaz de complacerse con el cierre de negociaciones entre el Gobierno y las FARC-EP, llegando a declarar que “yo prometo que cuando este acuerdo sea blindado por el plebiscito y por el reconocimiento internacional, yo iré a Colombia para enseñar la paz”.

14. ¿Cómo cabe que entendamos que el vicario de Cristo (por cierto, título que el propio Francisco repudia), haya sobradas sospechas de que es masón y miembro del Rotay Club?

15. ¿Cómo cabe que entendamos que el Papa sea capaz de decir que la iglesia debe pedir perdón a los homosexuales?

Bueno: esto es lo que dice la número 15 de la lista que copio del canal de Youtube César para Jesucristo. A mi juicio, la Iglesia, en este caso por boca de quien está sentado en la Silla de Pedro, no tiene por qué formalmente pedir perdón a los homosexuales, aunque desde luego no estaría nada mal que se reconociera una y mil veces -como de hecho se hace en los documentos oficiales de la Iglesia al respecto- que desde amplios sectores de la Iglesia universal, y desde la actuación de muchos católicos a título personal, secularmente se ha sido a menudo injusto con las personas homosexuales, a las que se ha discriminado y humillado por su a menudo muy dolorosa condición sexual, que es para ellos y ellas una sangrante prueba o cruz. Pero sin que ello implique aceptación ni simpatía alguna de la ideología de género, por mucho que en su momento una eminencia como el cardenal jesuita y biblista de fama mundial Carlo Maria Martini se permitiera una confidencia como la que sigue y que ya hemos adelantado nosotros mismos en este mismo escrito. A saber: "Tengo amigos homosexuales, gais. Los considero buena gente. No me considero quién para juzgarlos, para poner en solfa su estilo de vida gay".
Pues no, eminencia: usted alcanzó a saber de teología bíblica inmensamente más que yo, y más de teología moral que yo también supo (la teología moral es una de las ramas o disciplinas teológicas que más me atraen), solo que en esa confidencia suya, como en otras, usted metió la gamba. Sí, usted, eminente y muy sabio Martini. Hasta el extremo de que hoy tenemos a eclesiásticos de su misma Compañía de Jesús como James Martin, norteamericano él, defendiendo abierta y públicamente la homosexualidad. O como en Gran Canaria tuvimos a Paco Bello, que en gloria esté, hombre carismático e independentista, cura enrollado. Todos eclesiásticos que (deben contarse hoy por hoy por cientos, tal vez por miles) en lo tocante a la homosexualidad humana se apartan de la doctrina de la Iglesia contenida no digo ya en el Catecismo de San Pío X, ¡no hay que ir tan atrás!, hasta el año 1908 de su publicación, sino la enseñada en el Catecismo de la Iglesia Católica publicado en el año 1992 bajo el pontificado de san Juan Pablo II, siendo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe Joseph Ratzinger, futuro Benedicto XVI.

16. ¿Cómo el vicario de Cristo (cursivas adrede, con toda intencionalidad) es capaz de afirmar que el islam es una religión de paz? ¿Es que acaso ignora Francisco la doctrina de la Iglesia al respecto enseñada en la Tradición y el Magisterio?

17. ¿Cómo habríamos de entender que el sucesor de Pedro sea capaz de inventarse un Martirologio Romano distinto, una nueva edición aún desconocida del público y enormemente ampliada, puesto que en ella se incluyen ortodoxos, luteranos, pentecostales, anglicanos, coptos...?

Esta es la número 17 de la lista que copio del canal César para Jesucristo. Vale. No soy un experto teólogo para emitir una opinión rigurosa al respecto. Sin embargo, en su momento me leí la encíclica de Juan Pablo II Ut unum sint sobre el diálogo ecuménico. En este documento, Juan Pablo II ya plantea esa posibilidad de una suerte de martirologio común. Posteriormente, en el Denzinger-Bergoglio (este publicación de Internet, que actualmente está parada, aletargada, pretende demostrar las heterodoxias, desatinos y herejías de Jorge Mario Bergoglio) alcancé a leer un estudio en el que se plantea que no sería posible tal martirologio común ecuménico, posible desde la fidelidad a la doctrina de la fe de la Iglesia, pues los hermanos separados cristianos que han derramado su sangre por Cristo, al no estar en comunión doctrinal y sacramental plena con la Iglesia católica, no merecieran el honor de ser declarados propiamente mártires.

Bueno: se me escapa esto, sigo sin ser un experto. Sin embargo, nada impediría tener toda clase de palabras laudatorias hacia todos los cristianos (ortodoxos, anglicanos, protestantes) que a lo largo y ancho de los siglos han derramado su sangre por Cristo, fuera de la comunión plena con la Iglesia de Cristo. Si no son propiamente mártires según la fe de la Iglesia, al menos nos cabe creer que en el sagrado corazón de Cristo han sido reconocidos y acogidos, por toda la eternidad.

18. ¿Cómo el sucesor de Pedro se siente autorizado para cambiar el rito de lavado de pies del Jueves Santo incluyendo mujeres, musulmanes y hasta transexuales inconversos?

19. ¿Qué nos cabe comprender de un obispo de Roma que es capaz de censurar a aquellos que se "obstinan" en seguir las enseñanzas eternas de la Iglesia (dogmas inmutables de la Iglesia)? A estos los suele llamar Jorge Mario Bergoglio "pelagianos, católicos con cara de pepinillos en vinagre..."

20. ¿Qué nos cabe considerar de un sucesor de Pedro que es capaz de comparar la catequesis cristiana con el yoga o el zen, que en realidad son prácticas contrarias a la religión católica?

21. ¿Qué nos cabe considerar de un obispo de Roma capaz de crear una red de escuelas para educar a los jóvenes (Scholas Ocurrentes) en las que no hay un solo símbolo religioso católico y en las que se habla de todo menos de Jesucristo?

22. Como han reconocido analistas de la actualidad eclesial y apologetas de la doctrina de la fe católica como el Dr. Antonio Caponnetto (cfr. su ensayo No lo conozco -del Iscariotismo a la Apostasía-, también subido como conferencia, con el mismo título, a Youtube), ¿cómo hemos de entender que nada menos que el vicario de Cristo sea capaz de afirmar que "Jesús como una serpiente se hizo pecado"?

23. ¿Y por lo que dice a cambiar el sentido tradicional desde el que se ha interpretado el texto bíblico del niño Jesús perdido y hallado en el templo (cfr. Lc 2, 41-52), diciendo que, por su “aventura”, probablemente también Jesús tuvo que pedir disculpas a sus padres?

24. ¿Y por lo que respecta o toca a la propuesta bergogliana de separar la misericordia y la justicia de Dios? "Solo un destructor predica que Dios es misericordia en todas las circunstancias, olvidando su justicia" (entrecomillada la oración entera copiada de César para Jesucristo).

25. ¿Cómo el que está actualmente sentado en la Silla de Pedro es capaz de afirmar que Cristo aprendió a ser obediente solamente en el sufrimiento?

26. ¿Y por lo que dice a sugerir que Jesús nuestro Señor se rebeló contra el Padre en la cruz?

27. "Solo un destructor se atreve a afirmar que no hay verdades absolutas" (la entrecomillada es la estructura sintáctica con la que el canal César para Jesucristo presenta la práctica totalidad de las preguntas de esta lista que me permito copiar, y que mantendré para las cuatro últimas preguntas de la presente lista).

Como desde un primer momento habrá observado el atento e informado lector, me permito suavizar el tono, atemperar las tintas, digámoslo así, porque en mi intención no hay ninguna animadversión hacia Francisco. O lo que viene a ser igual: no cabe que yo sea categórico sobre si hay en su pontificado ilegitimidad de origen e ilegitimidad de oficio; es decir, aunque claro que he leído trabajos de autores que sostienen ambas ilegitimidades, no soy quién para emitir una palabra definitiva y vinculante al respecto, porque no soy jerarca de la Iglesia. Conozco la posición de especialistas como el colombiano Mauricio Ozaeta, quien plantea abiertamente que Jorge Mario Bergoglio es el falso profeta del Anticristo, y que por ende la Iglesia ya ha entrado en su tiempo de Pasión, en su particular Viernes Santo. Comoquiera que sea, tengo ojos, oídos, mente, voluntad y entendimiento, de manera que no se me escapa que no poco de lo que dice y hace Jorge Mario Bergoglio como papa Francisco no casa con la doctrina católica en fidelidad a la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio. Este es el drama, el nudo gordiano, lo que resulta innegable, lo que ya no puede callarse. De suerte que si no lo dijéramos nosotros, lo dirían las mismísimas piedras: cfr. Lc 19, 40.

28. Solo un destructor es capaz de afirmar que Dios no es un Dios católico. Que Dios es de todos y cada uno lo lee a su manera.

29. "Solo un destructor es capaz de afirmar que los cristianos con la Biblia y los musulmanes con el Corán tienen al mismo Dios" (entrecomillado el texto de la lista que copio de César para Jesucristo).

Por mi cuenta y riesgo añado que, indubitablemente, la afirmación bergogliana es hija de una Declaración del Concilio Vaticano II como la Nostra Aetate sobre la relación de la Iglesia con las religiones no cristianas. Como certeramente analiza un antiguo entusiasta de ese Concilio y hoy por hoy bastante crítico con el mismo, aunque bien puede que sin llegar tan lejos en su criticismo como ha llegado Carlo Maria Viganó (nos referimos al obispo Atanasio Schneider), la doctrina teológica y aun antropológica que se sigue del Dios Uno y Trino es muy distinta de la doctrina teológica y antropológica derivada del monoteísmo del Islam. Pero es que justamente esta doctrina es la que profesaba un papa entusiasta del Vaticano II como Juan Pablo II, quien, pese a los encuentros ecuménicos e interreligiosos de Asís, pensaba del Islam lo que se refleja en su libro entrevista con Vittorio Messori, Cruzando el umbral de la Esperanza (Barcelona, Plaza & Janés, 1994, traducción al español de Pedro Antonio Urbina). En este auténtico bestseller, leemos en la página 106 de la edición española:


Cualquiera que, conociendo el Antiguo y el Nuevo Testamento, lee el Corán, ve con claridad el proceso de reducción de la Divina Revelación que en él se lleva a cabo. Es imposible no advertir el alejamiento de lo que Dios ha dicho de Sí mismo, primero en el Antiguo Testamento por boca de sus profetas y luego de modo definitivo en el Nuevo Testamento por medio de Su Hijo. Toda esa riqueza de la Autorrevelación de Dios, que constituye el patrimonio del Antiguo y del Nuevo Testamento, en el islamismo ha sido de hecho abandonada.

Al Dios del Corán se le dan unos nombres que están entre los más bellos que conoce el lenguaje humano, pero en definitiva, es un Dios que está fuera del mundo, un Dios que es solo Majestad, nunca el Emmanuel, Dios-con-nosotros. El islamismo no es una religión de redención. No hay sitio en él para la Cruz y la Resurrección. Jesús es mencionado, pero solo como preparador del último profeta, Mahoma. También María es recordada, su Madre virginal; pero está completamente ausente el drama de la Redención. Por eso, no solamente la teología, sino también la antropología del Islam, están muy lejos de la cristiana

Sin embargo, la religiosidad de los musulmanes merece respeto. No se puede dejar de admirar, por ejemplo, su fidelidad a la oración. La imagen del creyente en Alá que, sin preocuparse ni del tiempo ni del sitio, se postra de rodillas y se sume en la oración, es un modelo para los confesores del verdadero Dios, en particular para aquellos cristianos que, desertando de sus maravillosas catedrales, rezan poco o no rezan en absoluto (...)


La doctrina expresada en los tres párrafos precedentes es plenamente católica, a mi juicio. Claro que siempre habrá algún católico que desde el rigor de alguna pureza doctrinal que a mí mismo se me escapa pueda objetar que se trata de una postura, la de Juan Pablo II, no del todo católica sino irenista, amiguista, contemporizadora con el Islam... Y hasta habrá católicos que aprovechen que el Pisuerga pasa por Valladolid para protestar contra la canonización del hereje Karol Woityla o contra el irenismo un tanto panteísta de su encíclica Redentor hominis, etcétera.

30. Solo un destructor es capaz de negar el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, diciendo que solo fue una parábola.

En definitiva, que a la luz de los tres fundamentos o pilares de nuestra doctrina de la fe (la Tradición, el Magisterio, la Sagrada Escritura), cualquiera que tenga ojos, oídos y mente para escudriñar, escuchar y aprehender lo captado por el entendimiento y los sentidos, puede tomar plena conciencia de la pavorosa crisis que despelleja viva a la Iglesia en la actualidad, la esposa del Esposo.

Coincidimos en el diagnóstico de la enfermedad, y en bastante medida en las causas y orígenes de la misma. Sin embargo, a la hora de la verdad, es decir, en la decisión de buscar soluciones y, asimismo, de buscar desde dónde posicionarnos, eclesialmente hablando, surgen las divisiones, los desencuentros.

1Reconozco que bien pudiera parecer baladí el aspecto de que me voy a ocupar; y además de baladí, poco o nada relacionado con el asunto del artículo que nos ocupa. Comoquiera que sea, lo que sí expresa es mi dolor de cabeza con los títulos que busco para mis escritos. Así las cosas, veamos por lo que respecta a este “Los dos, Carlo Maria”. Ahora que escribo estas líneas me doy cuenta de que igual habría quedado más estilizado un título como “Uno y otro, Carlo Maria”, “Ambos, Carlo Maria”, “El uno y el otro, Carlo Maria”. Desde un primer momento consideré que debía jugar con las posibilidades que me ofrece la propia sintaxis, para “despistar” un tanto al lector con ese Carlo Maria, que en principio podría ser considerado, morfosintácticamente hablando, como vocativo. Pero no es vocativo, de suerte que el título habría que leerlo como “los dos se llaman Carlo Maria”, “los dos son Carlo Maria”. De ahí el signo de la coma: este indica que el verbo se ha suprimido.


15 de septiembre, 2020. Luis Alberto Henríquez Lorenzo: profesor de Humanidades, educador, escritor, bloguero, militante social.