"Apariencia
de ángeles, trasfondo de demonios" Por Luis Henríquez Lorenzo
Narciso
va a la fuente hasta mirarse:
qué
ufano está al fin con sus pantalones.
Los
compró en Zara & Mango, ¡de cojones!
Narciso
se remira hasta jactarse.
Querría
conquistar a tías buenas.
Querría
conquistar a tíos buenos.
Narciso
vive a tope, y lo que menos
mola
a Narciso es compartir las penas
con
quienes sufren hoy, crucificados.
Si
toca pub
o fiesta, ¡en hora buena!
La
marcha que te cagas, colocados...
Liturgia
de la noche, ¡noche buena!
La
noche está que arde, ¡está que atruena...!
Los
ojos de Narciso, qué extraviados...
(La
marcha que te cagas, ¡las tías buenas!...)
(De
mi libro Tú
eres mi copa:
Cam-PDS- Editores, Las Palmas de Gran Canaria, 2019.)
En
verdad, son tan monstruosa y vampíricamente malignos los perversos
narcisistas y los psicópatas socialmente integrados, que una de las
perplejidades que suscita todo el despliegue de su maldad no es otra
que la de considerar si tiene alguna razón de ser, alguna utilidad,
alguna eficacia, una vez uno los ha desenmascarado, echarles en cara
lo que son, cuando la ocasión lo amerite.
He
leído y escuchado a un buen número de expertos -y es la respuesta
que yo mismo me he acabado formulando y otorgando-, que más bien no,
que de nada serviría el echarles en cara lo monstruosamente dañinos
que son. Porque o te lo niegan todo, lo exculpan todo, o te acusan
directamente a ti de ser eso mismo que dices de ellos. O se
victimizan (se autovictimizan).
Conozco
al respecto uno de los consejos número uno del considerado mayor
experto en psicópatas en el mundo (el canadiense Robert Hare):
"Cuando descubres en tu entorno vital a un psicópata, pon la
primera y sal de ahí".
Dignos
hijos e hijas putativos del mitológico Narciso, inmorales o
amorales, como el helénico Narciso son arrogantes hasta lo
indecible, adoradores de sí mismos, encerrados en su propio odio,
fríos, resentidos, vanidosos, envidiosos y celosos patológicos,
iracundos, maquiavélicos, mentirosos compulsivos, seres sin alma,
sin conciencia moral, sin empatía emocional, sin sentido de la culpa
y sin capacidad de remordimiento ante el sufrimiento psicológico y
moral que causan a sus víctimas inocentes, sin capacidad de
perdonar, insisto en que, pese a lo que yo mismo he leído y
escuchado de la voz autorizada de un buen número de expertos, ¿en
verdad uno no tendría otra opción que la del contacto cero con
estos despreciables, depravados e infernales seres que, de humanos,
en verdad tienen poco?
Paranoicos
y siempre mentirosos y manipuladores a la búsqueda permanente del
aplauso reverencial del otro -al que no tratan como a un tú,
dicho en claves personalistas, sino como una cosa o instrumento de
usar y tirar-, desconocedores del verdadero sentido de la justicia,
desde luego cualquier persona normal puede darse perfecta cuenta de
la clase de monstruos perversos que son estos seres trastornados
radicalmente envilecidos, moralmente hablando. Cualquier persona
puede tomar conciencia de todas sus mentiras, falsedades,
maquinaciones, malas intenciones, contradicciones, estrategias de
manipulación y de violencia psicológica. Sin embargo, aunque se
haya descubierto al monstruo sin ningún género de dudas, ¿debe uno
callar?
Por
lo demás, la persona con trastorno narcisista o psicopático de la
personalidad merece un castigo, pero ¿no nos conviene ni siquiera
echarle en cara -llegado
el caso-
lo dañina que es, lo mentirosa, manipuladora, hostigadora, tóxica,
malvada, engreída, vanidosa ruin, vil y maltratadora que es? Aunque
nos muramos de ganas al sabernos asistidos por la verdad, ¿no
debemos ni echarle en cara lo soberbia que es, lo altanera, lo
desagradecida, lo solipsista, lo maquiavélica?
Cerrados
al auténtico amor (¿aman en verdad a alguien estos seres oscuros y
perversos?), incapacitados para el amor y para la empatía, estos
seres que parecen ángeles pero que son demonios, estos lobos
disfrazados con piel de cordero, desquician a sus víctimas: les
faltan al debido respeto hasta tal extremo o ignominia que, mientras
las manipulan, lastiman, dañan, humillan, acosan, lo único que cabe
esperar de ellos maltratadores trastornados es que nieguen todo
maltrato, lo excusen, lo justifiquen, o, en el colmo del cinismo y la
perversidad, se lo endilguen a la propia víctima.
Conscientes
de sus deficiencias emocionales, los narcisitas malignos y los
psicópatas integrados odian y envidian la bondad del otro, el código
ético y moral del otro, la empatía emocional ajena, la capacidad de
generosidad del otro, la sensibilidad y bondad de sus víctimas. Y
así, no pueden amar: huérfanos del amor porque no han conocido en
verdad la experiencia de ser amados.
Desgraciados,
en sentido etimológico (sin gracia, cerrados totalmente a la acción
santificante del Espíritu Santo), destiladores de odio, te
desquician haciéndose pasar por personas excelentes, refinadamente
serviciales, moralmente eximias, cuando lo cierto es que están
huecas por dentro, sin fondo, sin substancia, sin una auténtica
experiencia de Dios. Mera máscara, simple fachada, solo un
constructo de cartón piedra. Y para siempre, porque estas personas
no cambian, además no desean cambiar, no desean abrirse a la emoción
y al amor que humanizan.
Ciertamente,
la perversidad de estos seres malignos, capaces de ocasionar un daño
a sus víctimas que no está en los escritos, desespera a sus presas,
a menudo hasta el extremo de que estas se sienten impelidas a querer
como gritarles en la cara: "Canalla, deja ya de lastimarme.
Narcisista o psicópata de mil pares de demonios, malnacido, para ya
de hacerme daño con tus sibilinas estrategias de control y de
violencia psicológica. Ya está bien, ¿o es que no has tenido ya
bastante? ¿Cómo es que te piensas que soy tan tonto que no me doy
cuenta de tu perversa, tóxica y dañina movida?
No te tolero ni una acción más de violencia psicológica contra mí.
¿Es que no te das cuenta, a la vez del daño que me haces, de que ya
te he desenmascarado, de que ya he descubierto todo tu edificio o
montaje de mentiras, manipulaciones, tergiversaciones, difamaciones,
odio, resentimiento, envidia, celos, maldades, ausencia de empatía y
carencia de remordimiento ante el sufrimiento que causas al otro? ¿Es
que te crees que me chupo el dedo y que no me doy perfecta cuenta de
que acaso por complejo de inferioridad y por tu baja autoestima y por
tu vacío interior has acabado construyendo un falso ego grandioso
con el único propósito de manipular, dominar, doblegar, avasallar,
lastimar y hacer daño psicológico y moral a tus víctimas,
creyéndote siempre con derecho a hacerlo, pues no en balde por tus
delirios de grandeza te sientes el mejor, el número uno, un ser
especial y de excepción entre todos los seres?
Tengo
entendido que nunca tienen bastante. En este sentido, son
insaciables: carentes de empatía emocional, vampirizan a sus
víctimas para obtener de ellas el combustible, la gasolina
con
que aliviar la vacuidad emocional de sus vidas.
Y
nunca piden perdón. Y nunca se arrepienten ni sienten la menor
empatía o culpa ante el sufrimiento que causan a sus presas
inocentes. En apariencia ufanos con el falso
yo endiosado
que se han construido, desde el cual miran con desprecio al resto de
personas, ¡lo más normal ante la violencia psicológica que
perpetran contra sus víctimas inocentes es pretender hablarles,
intentar razonar con ellos, pedirles explicaciones, rogarles que
cesen en su maldad...!
Todo
inútil: al parecer, disfrutan haciendo sufrir a sus víctimas; se
sienten importantes, endiosados,
empequeñeciendo a sus presas. Y porque ni la apertura a la verdad ni
la lógica ni la razón ni la asertividad ni la transparencia ni la
sinceridad ni la buena disposición ni el sentimiento de amor,
fraternidad y amistad para con su interlocutor están en la mente del
trastornado narcisista o psicopático, en esos espacios y momentos de
posible diálogo.
En todo caso, diálogo de sordos: al
psicópata integrado y al narcisista maligno solo les interesa
avasallar a su interlocutor (víctima o presa de su violencia
psicológica); imponer sus razones por las buenas o por las malas
(casi siempre por las malas); hacerle experimentar, a su víctima,
que él es superior, un ser que siempre está por encima y que ni
siquiera está en el deber de dar explicaciones de sus actos.
Y
créanme -que lo conozco por experiencia personal como víctima de
algunos de estos monstruos desalmados-: para avasallar a su
interlocutor, a su presa, no ahorrarán marrullerías, trampas y
juego sucio: hostigamiento, insultos, manipulaciones, difamaciones,
tergiversaciones, amenazas veladas o manifiestas, miradas reptilianas
y como hipnotizantes (la inimitable mirada del psicópata o narcisita
maligno: fría, distante, vacía, como perdida en un punto
indefinido; la mirada de alguien que te
mira sin mirarte, al
carecer de calor humano, de empatía emocional).
Siempre
pendientes de ser el centro de atención, el ombligo
del mundo,
y de mantener impoluta su reputación como personas encantadoras (esa
máscara que se han construido en reemplazo a su yo real herido),
nunca jamás van a reconocer ni errores ni culpas propios; la culpa y
el error siempre son de los otros, por más palmario u obvio que sea
que ciertas culpas y errores son achacables al trastornado. Y así,
siempre, sin excepciones.
Insisto:
me entristece sobremanera el tomar conciencia de lo que me parece que
recomiendan los expertos: no entres en su juego; contacto cero; haz
las maletas y huye; pon tierra de por medio; no quieras razonar con
un ser manipulador y mentiroso a tope (y dañino, tóxico, contumaz
lastimador...) y que desprecia toda razón, todo amor a la verdad,
toda búsqueda sincera y auténtica de Dios, toda empatía y todo
sentido de humanidad, y que únicamente iría a cualquier diálogo
posible con sus víctimas pertrechado con las herramientas de la
manipulación, el acoso, la culpabilización de sus presas, la
violencia psicológica contra estas.
Todo esto es muy
amargo, sin duda. Te produce enojo que un ser tan trastornado,
tóxico, destructivo y dañino vaya por el mundo con delirios de
grandeza, perdonándote
la vida,
cuando no es más que un pobre hombre (varón o mujer) atrapado en su
propio odio, en su propia vacuidad, en su envidia patológica, en su
falso ego endiosado. Solo que por mucho enojo que te produzca, por
mucha perplejidad y enfado que te ocasione que cada vez que has
intentado dialogar con una persona trastornada narcisista o
psicopáticamente, esta te haya manipulado, desquiciado, avasallado,
infravalorado, despreciado, el contacto
cero se
presenta como la única vía eficaz posible.
Contacto
cero contra el que amenazan esa rabia que he dicho, ese disgusto, esa
perplejidad, ese como no querer que el maligno se salga con la suya.
Pero no debemos desesperarnos al respecto: ni el psicópata integrado
ni el narcisista perverso se saldrán finalmente con la suya, toda
vez que tarde o temprano pagarán, en esta vida, por todo el mal que
se empeñan en hacer, inmisericorde, impenitentemente. Pagarán.
Porque, dicho con la antropología filosófica de san Juan Pablo II
(cfr.
Mi visión del hombre:
Madrid, Palabra, 1997), si el bien nos construye, el mal nos
destruye. Solo que el ritmo de los tiempos es de Dios: Dios sabe lo
que hace.
Solo
que desde luego el mal no triunfará, sino el bien, por más que los
tiempos de Dios no coincidan en efecto con los nuestros. Y ello
signifique, esa no coincidencia, que igual debemos estar preparados
para seguir sufriendo la injusticia, la maldad, la ruindad y el daño
moral y psicológico todo que se van a empeñar en seguir ocasionando
estos seres perversos. Los más malvados de los seres humanos, en
palabras del experto psicoterapeuta y doctor en Psicología Iñaki
Piñuel y Zabala.
Insisto:
traten de imaginar cómo para mí, que soy un hombre temperamental,
los psicópatas integrados o narcisitas perversos que han pasado por
mi vida me han debido desquiciar con sus mentiras, manipulaciones,
tergiversaciones, maldades, ruindades, odios, envidias,
resentimientos, superficialidades, deseos de venganza, vacuidad
moral, axiológica y existencial...
Traten
de imaginar cómo he podido llegar a sentirme cada vez que, al
intentar dialogar con cada uno de ellos, se descubre desde el
instante uno que la verdad, la lógica, la asertividad, la
cordialidad y la razón les importan un pepino y que, por ende, van a
manipular el diálogo: ver y escuchar lo que les interesa,
exclusivamente; desechar todo lo restante que no interesa a sus
fines. Los cuales son siempre perversos, dañinos, tóxicos,
malintencionados, presididos por la avaricia, el odio, la incapacidad
de amar y de empatizar.
En
efecto: sin
cordialidad no puede haber diálogo.
Sin asertividad no puede haber corazón ni logo. Ergo,
con una persona trastornada con trastorno narcisita o psicopático de
la personalidad no puede haber diálogo porque en el trastornado solo
hay mala fe, deseo de hacer daño, deseo de humillar, propósito de
avasallar, intención de inflar su falso ego endiosado, intención de
sanar su vacío existencial y su baja autoestima a base de complejo
de superioridad y delirios de grandeza, intención de sentirse
superiores a base de avasallar a sus víctimas y hacérselo saber a
estas.
En
fin: qué campos de sufrimiento y desolación va dejando un monstruo
de estos a su paso por la vida, a su paso por este mundo. También se
dice, y no por decir meramente una opinión en plan opinionitis
sino que es un dato consensuado en la comunidad científica, que
cuando llegan a la vejez, ni que decir que sin haberse arrepentido en
ningún momento de su maldad, aparecen aún más, si cabe, llenos de
odio, resentimiento, ira y envidia patológica. Entonces o a la sazón
se habrán vuelto insufribles, insoportables: solos ya, sin poder de
seducción, y sin el apoyo de prácticamente nadie, huidos ya incluso
sus monos
voladores,
toda vez que tras una existencia vivida sin empatía alguna y sin
conciencia moral sembrando sufrimiento por todas partes, "ya no
se aguantan ni ellos mismos".
Y
los demás tampoco, ciertamente: prácticamente todos se habrán
marchado ya de su lado. Y el trastornado narcisita o psicopático se
acabará ahogando en su propio vómito de odio, resentimiento, maldad
y envidia. Colapsará (afirman de manera consensuada los expertos en
estos asuntos).
Y
así las cosas, como que para una vez se cumpliera el acerto popular:
quien siembra vientos, recoge tempestades.