miércoles, 30 de septiembre de 2020

"Separar la paja del trigo" 



Él tiene en sus manos el harnero y limpiará su trigo, que guardará en sus bodegas; pero la paja la quemará en el fuego que no se apaga.


Mateo 3, 12


Juguemos a ser Jorge Luis Borges (aunque ello sea imposible).


En un canal de Youtube de cuyo nombre no quiero acordarme -tal vez ni deba-, vuelvo a encontrarme con posiciones ideológicas y espirituales acaso injustamente extremistas (a mi juicio, siempre a mi juicio);  proceden de ámbitos radicalmente lefebvristas o, acaso, más bien sedevacantistas. En esta ocasión, las sujetos víctimas de juicios tan severos se llamaron Magdalena de la Cruz (1487-1560), Luisa Picarreta (1865-1947), María Valtorta (1897-1961), Faustina Kowalska (1905-1938), en cuya vida (la de esta última), obra y milagros, se basa el docudrama La divina misericordia: producción polaca, 2019, dirigida por Michael Kondrat.


Lo primero que querría poner de relieve es que me parece en todo momento captar, en el vídeo emitido en el referido canal, esta evidencia: en nombre de una defensa quizá a ultranza de la pureza y el integrismo de la fe, se justifica el acusar sistemática y severamente de herejes a todas estas mujeres. Hasta tal extremo que da toda la impresión de que de ellas se dice prácticamente solo lo malo, lo doctrinalmente errado, lo negativo de sus vidas. 


Veamos. Detrás de la hereje Magdalena de la Cruz se esconde una mujer. Se esconde una franciscana cordobesa que, procedente de una familia muy pobre, llegó a ser abadesa de su convento y, ciertamente, engañó a muchos, incluso a ilustres de la Iglesia de su tiempo, a muchos en la España de nuestro Siglo de Oro, haciéndoles creer que ella era una santa andante. Con fama de mística, santa y taumaturga en vida, el Tribunal de la Santa Inquisición acabó descubriendo todo el pastel, todo el engaño de su vida fraudulentamente ejemplar y santa. Sin embargo, está documentalmente demostrado que, obligada a vivir en permanente penitencia en el convento por sus pecados durante los últimos años de su vida, Magdalena de la Cruz manifestó sincero arrepentimiento por su falsedad de vida, sus embustes, su ambición, su doble vida. De modo que solo por este hecho, al parecer documentalmente probado, a mi juicio la franciscana cordobesa Magdalena de la Cruz merece un tratamiento mucho más justo, comedido, respetuoso, equilibrado.


Es decir: no sé si me pasa a mí solo (obviamente, no lo creo), pero la impresión que tengo es la de que detrás de este tipo de condenas sin remisión, en este caso a algunas mujeres hijas de la Iglesia, en nombre de una fidelidad integrista a la verdad católica acaso se esconda el propósito de ver solamente cizaña, sombras, pecado, maldad y error en las personas. De suerte que, por muy descarada que fuera en verdad la doblez de vida de una mujer sin duda excepcional (para bien y para mal, excepcional en el siglo) como la franciscana cordobesa Magdalena de la Cruz, en ella también hubo trigo, bondad, capacidad de amar al prójimo, valores...


Ergo, me molesta sobremanera que haya sensibilidades católicas o dizque católicas muy dadas a referirse a personalidades como la referida Magdalena de la Cruz, María Valtorta, Luisa Picarreta o Faustina Kovalska como irremediablemente heterodoxas, incluso algo impías, poco recomendables, irreconciliables con la ortodoxia doctrinal católica; en definitiva, en vez de mujeres en verdad místicas, más bien herejes.


Como si no hubiera peor cosa en esta vida que ser hereje. Ser hereje, sí, que por lo demás no es cosa o adscripción buena, ni modo. Aunque te llames Salvador Freixedo (1923-2019: exjesuita, excura, librepensador, investigador de fenómenos comúnmente llamados paranormales, ovnilogo), te llames Llogari Pujol (exjesuita, teólogo, investigador especializado en las fuentes egipcias de los Evangelios), te llames Antonio Piñeiro (filólogo, experto en el cristianismo primitivo y en la figura del Jesús histórico), o te llames Fernando Bermejo Rubio (Dr. en Filosofía, especialista en el cristianismo primitivo, autor del monumental ensayo La invención de Jesús de Nazaret: 2018, Siglo XXI).


Volvamos con las cuatro mujeres. Entre ellas, hay una santa oficial de la Iglesia: la polaca Faustina Kowalska. Pero tengo entendido que los sectores más integristas del catolicismo no son precisamente muy devotos de esta santa (ni de la devoción a la Divina Misericordia, basada en el diario que ella escribió con supuestas o reales visiones de Jesucristo). Sor Faustina murió muy joven, y fue canonizada por otro santo, el también polaco papa Juan Pablo II, de quien tampoco son particularmente devotos esos sectores del integrismo católico.


Como que lo consideran un hereje, ¡y encima personalista que, en vez de decir amén a todo el tomismo vía Garrigou Lagrange, se atrevió a conocer a fondo la fenomenología de un díscolo de la talla de Max Scheler, etcétera! Por no hablar de esa especie de irenismo dicen que rastreable en su pensamiento por el cual el papa polaco suspiraba por la salvación universal de todos los hombres (varones y mujeres), allende las fronteras (doctrinales) visibles de la Iglesia. 


Expresado con otras palabras: mientras que para autores como los cuatro investigadores señalados (Salvador Freixedo, Llogari Pujol, Antonio Piñeiro, Fernando Bermejo Rubio), el nudo gordiano es que Jesús de Nazaret no es Dios, esto es, no es el Cristo, el Mesías, el Redentor, el Salvador de la humanidad, el Hijo del Dios vivo, en la Iglesia hay quienes se pelean y se enrocan por pontificar que una mística como la italiana Luisa Picarreta no merece ser leída, seguida, estimada, valorada (críticamente, por supuesto), ¡por sus supuestas o reales heterodoxias doctrinales!  


Rizar el rizo, qué pasada, ser más papistas que el Papa. Para el filósofo y experto en el cristianismo primitivo Fernando Bermejo Rubio, Jesús de Nazaret es una mera invención (de ahí su libro, que no he leído aunque me gustaría). Esto es: ni Cristo de la fe ni Jesús de la historia. De suerte que que ciertamente creer que es el Cristo, el Señor, el Hijo del Dios vivo, es una mitificación de una figura que ni siquiera existió en verdad. Algo parecido a lo que sostiene Antonio Piñeiro, con la diferencia de que este reputado investigador de fama mundial sí defiende la indubitable consistencia histórica de la afirmación sobre la existencia real del judío Jesús. 


Ergo, me parece incomparablemente más trascendente, importante, urgente y necesario, precisamente para la salvaguarda de la doctrina de la fe, el llegar a argumentar con rigor y verdad contra los argumentos de los referidos cuatro autores que no reconocen la verdad de Cristo y de su Iglesia, que dedicar enconados esfuerzos a probar la ortodoxia o heterodoxia de personaliades como las cuatro mujeres católicas referidas. Este aspecto importa, y tanto que importa, qué duda cabe, a mi juicio a condición de que se intente buscando siempre muy en primer lugar lo que une por bueno y verdadero, por católico. Y asimismo, procurando no caer en una actitud de juicio inmisericorde y de implacable condena, por supuestas o reales heterodoxias de una personalidad religiosa, también al precio de obviar todo lo bueno, loable, noble y auténticamente católico de la personalidad religiosa puesta en solfa.


Así las cosas, algo molesto por lo que había leído y escuchado en el referido canal de Youtube, por mero azar aterricé en el nombre Salvador Freixedo. Hasta hace un par de días, ni idea sobre el paso por este mundo del gallego y trotamundos Salvador Freixedo, a quien Dios -en quien ignoro si él acabó creyendo, descreyendo y de qué modos- concedió una muy larga vida, que quedó a las puertas de los cien años. Solo que tras escucharlo en algunos programas ya de varios lustros del espacio Luces en la oscuridad, también subidos a Youtube, caí en la cuenta de que sin duda más de una vez debí quedarme dormido escuchando disertar a Salvador Freixedo, en las ondas radiofónicas con Pau Riba, director, hoy como ayer, de ese emblemático programa de la radiodifusión española (programa especializado en lo paranormal, las filosofías orientalizantes, lo esotérico, lo mistérico...) 


De manera que por mero capricho del destino vuelvo a encontrarme con la colosal figura del exjesuita gallego y, como buen gallego, ciudadano del mundo. Si desplegara sobre él una lectura muy eclesial que yo mismo he desplegado en otros momentos o lugares de mis escritos, diría del recientemente fallecido Salvador Freixedo (1923-2019) que fue uno de esos religiosos en que se manifestó la tan traída como llevada crisis del postconcilio, con toda la movida de secularizaciones de religiosos y sacerdotes que ello produjo, más la carga de laicización o secularismo que anegó los conventos, monasterios, noviciados, seminarios... Procesos de secularización postconciliar y de marxistización de la fe que afectaron de manera particularmente sangrante y virulenta a la Compañía de Jesús. Con todo o a decir verdad, este asunto aplicable al caso concreto del exjesuita Salvador Freixedo a mí particularmente no me interesa, no por que de suyo no me interese, que sí que me interesa como hijo de la Iglesia que me confieso, sino porque en el caso concreto del pensador gallego no es asunto mío. Es algo muy personal la decisión que lleva a una persona, hombre o mujer, a colgar los hábitos, a secularizarse. Vamos, que es una decisión tan delicada e insobornablemente personal que me parece una intromisión meterse a analizar por qué. Dios sabe esos porqués, y también puede que los conozca, en parte o en todo, la persona afectada.


Y ya está. De modo que a mí lo que me interesa de Salvador Freixedo es el conjunto de sus críticas a la fe de la Iglesia, que pueden parecer demoledoras, pero que no siempre son igual de contundentes, de ácidas, de corrosivas. Él que fue jesuita durante 30 años (de 1939 a 1969), ¿cómo y por qué puede interpelar a mi fe católica? ¿De qué manera lo que él critica de la fe de la Iglesia puede acrisolar mi propia fe; o bien no acrisolarla sino incluso ponerla en solfa, en entredicho? Esto es lo que entra en juego.


No he leído ni una sola línea de sus escritos, pero ya he escuchado de él una decena o docena de charlas subidas a Youtube. Salta a la vista que una de sus críticas a la Iglesia tiene que ver con la administración del poder por parte de los jerarcas o pastores. Sin duda, si lo que él critica de este aspecto o particular es lo que yo sospecho que es, comparto en buena medida esas sus críticas o reservas. Porque, en efecto, también a mi juicio sigue siendo frecuente encontrar en la Iglesia situaciones de abuso de poder por parte de la autoridad eclesiástica, sobre los seglares sobre todo. Abuso de poder, autoritarismo, sentimiento de superioridad, ínfulas de grandeza, mirarte por encima del hombro, desprecio... 


En efecto: los fastos propios de toda parafernalia que exaltación indecorosa el poder, el autoritarismo y el clericalismo, tan característicos como vicios o debilidades humanas, durante dos milenos de Iglesia han ocultado y desfigurado el rostro del Galileo. De suerte que el espíritu de las Bienaventuranzas -que tanto deslumbró y cautivó a una personalidad como el Mahatma Gandhi- es la referencia permanente en la imitación de Cristo que todo discípulo ha de acometer. Y a ese espíritu de las Bienaventuranzas (cfr. Mateo 5, 1-12; Lucas 6, 17-26), que es un dato de la Sagrada Escritura, deben remitirse constantemente los otros dos lugares fundantes de la doctrina de la fe de la Iglesia: la Tradición y el Magisterio. 


En este sentido, no es que abogue por el tuteo generalizado, no, en el día a día de las relaciones humanas en la Iglesia, pero tampoco lo rechazo si el eclesiástico de turno, aunque sea obispo, lo prefiere (entre nosotros, hemos tenido el ejemplo del obispo Ramón Echarren). Esto es: uno puede seguir llamando monseñor a un obispo, arzobispo o cardenal, tratarlo de usted, vale, me parece lo justo, en señal de elemental respeto y de reconocimiento a su legítima autoridade de pastor. Tampoco me chirría llamar padre a un presbítero: de hecho, yo suelo llamar padres a curas de mi edad o incluso más jóvenes que yo a los que conozco hace años, lustros, décadas (con algunos de los cuales he llegado a compartir vida comunitaria y estudios teológicos). Pero ello en principio podría bastar, o debería bastar, sin tener forzosamente que llamar a los jerarcas eminencia, ilustrísima, su beatitud... 


Pero incluso uno podría llamar reverendo, eminencia, su beatitud o su ilustrísima a un eclesiástico. Ya he dicho que no está entre mis preferencias, acaso porque siga manteniendo quien estas líneas escribe un ramalazo ácrata. Pero también en estos casos y en estos tratamientos de protocolo, honor y reverencia a la autoridad, lo que más me indigna, desconcierta y mosquea no es tanto el tener que echar mano de esos términos con los que no termino de simpatizar cuanto la actitud de prepotencia a que nos puede llevar un descontrolado ejercicio del poder. Esto sí que me duele mucho. Y lo juzgo como un vicio muy propio de los estamentos eclesiásticos.


Por esto mismo parece que fuera un tipo buena onda el exjesuita Salvador Freixedo; lo digo por la docena de horas en que lo he visto y sobre todo escuchado en programas grabados y subidos a Youtube. Y esto dicho sin admitir como verdaderas algunas de las críticas a la fe en Cristo y en su Iglesia que ya he tenido ocasión de escuchar de boca de este buen señor (que Dios haya acogido en su gloria). Me cae simpático. Y su paulatina condición de librepensador, a raíz de su progresivo desencuentro con la fe de la Iglesia, me resulta sugerente, nutricia. Sin embargo, me siento también en disposición de hacer pública esta impresión: su juicio sumarísimo sobre la imposibilidad de la fe crística y eclesial me parece un tanto simplista, reduccionista. 


Ergo, entre mi sintonía con las ideas ya de liprepensador y libertarias de alguien como Salvador Freixedo, jesuita durante 30 años de su vida, sacerdote en ejercicio de su ministerio durante algunos lustros, y el testimonio de vida de tantos hombres y mujeres excepcionales de la Iglesia hoy venerados como santos y santas de Dios, no hay color, sigue sin haber color, por más que mi mucha debilidad humana pueda perfectamente propiciar que no sea yo digno de desatar las correas de las sandalias de no pocos agnósticos y ateos militantes (la expresión es de Emmanuel Mounier). 


Del exjesuita Llogari Pujol, hoy ya octogenario, hombre casado, como especialista en las fuentes egipcias de los Evangelios ¿qué me puede decir a mí? No conozco nada de lo que ocupara buena parte de su tiempo; solo alcanzo a conocer algunas de las posiciones oficiales al respecto de la Iglesia. Al parecer, esas investigaciones y otros desencuentros con la fe de Cristo y de su Iglesia acabaron llevando al catalán Llogari Pujol a mantener hoy por hoy una actitud crítica, tal vez no poco hostil, hacia la Iglesia. No es mi caso. Solo que a mí me quita más el sueño, me perturba más, la posible verdad de sus investigaciones por lo que puedan repercutir en la integridad de mi fe en Cristo y en su Iglesia, que las controversias sobre la ortodoxia de doctrina y de vida (ortodoxia y ortopraxis) de las cuatro mujeres citadas, o de cualesquiera otras.


En definitiva: los cuatro investigadores citados, inevitablemente vinculados a lo católico (cada uno según su respectiva e intransferible peripecia vital), atesoran razones y argumentos con que atacan la fe en Cristo y en su Iglesia que a mí me faltan, justamente para lo contrario, para defender la verdad de la fe en Cristo y en su Iglesia. Empero, reparemos en el testimonio de los santos, en la locura de sus vidas. Desde la sola racionalidad y el estudio de la psique humana ¿cabe que entendamos esa locura de los santos a que me refiero? Hoy 1 de octubre la Iglesia universal celebra la memoria de santa Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia sin haber sido ella muy culta que digamos, y patrona de las misiones sin prácticamente haber salido de su convento. Pues bien, he aquí de nuevo la pregunta, la perplejidad: desde la sola racionalidad y desde el solo estudio de la psique humana ¿cabe comprender una vida como la de la santa carmelita francesa? Desde la sola racionalidad y la sola comprensión de los procesos de la psique humana ¿cabe entender la locura de los santos, de los mártires, de los confesantes de la fe en Cristo y en su Iglesia? Y también: desde la sola razón y la sola comprensión de los procesos de la psique humana ¿nos cabe la confianza de que podamos comprender cabalmente un fenómeno como el de las posesiones diabólicas, en el marco de la demonología, los exorcismos y todos estos asuntos paranormales?


Para mí, sin duda que no.


Y acabo con esta guinda. Con todos mis respetos, las opiniones que sobre el fenómeno religioso, el cristianismo en particular y la espiritualidad en general alcanzó a atesorar un filósofo, matemático, epistemólogo, escritor, moralista y sin duda hombre genial como el británico Bertrand Russell (Premio Nobel de Literatura en 1950), acaso no estén entre lo más profundo y perdurable de su obra intelectual.


Sí: en algún momento de su obra escribe el genial Bertrand Russell que el desarrollo de la ciencia, que nos alargará la vida, y que acabará haciendo más placentero nuestro paso por este mundo (totalmente placentero, tal vez añadiría el autor de Por qué no soy cristiano), será la tumba de las ideas religiosas; la estocada final a una superstición llamada cristianismo.


No lo creo en absoluto: Bertrand Russell tuvo todas las mujeres que quiso (se suele hablar de un total de siete parejas que tuvo); tal vez alcanzó a vivir según todo lo que ambicionó; quedó a las puertas de cumplir cien años (murió a punto de cumplir los 98, habiendo sido fumador de tabaco en pipa, en cachimba, que decimos en Canarias); recibió honoros, premios y reconocimientos nacionales e internacionales... Sin embargo, en su propia familia de sangre segurísimo que él en persona conocería los casos de familiares que padecieron en primera persona la desdicha, la enfermedad, el sufrimiento en grado extremo y diverso, y que hasta fallecieron jóvenes. De modo que estas personas, que sin duda sufrieron mucho a su paso por este mundo que, según la tradición católica, es un valle de légrimas, o una mala noche en una mala posada, ¿dirían lo mismo que el señor conde Russell? 


Y los millones de niños que sufren esclavitud en pleno año 2020 sobre todo en el llamado Tercer Mundo, y las minorías cristianas perseguidas en África, Asia, Próximo Oriente, y las mujeres con las que se trafica para la prostitución, y las víctimas de toda clase de injusticias y de guerras, y las personas que malviven pasando hambre sobre todo en el Sur del planeta, ¿dirían lo mismo que el señor Bertrand Arthur William Russell, tercer conde de Russell? Y los religiosos y religiosas y aun los seglares solteros que tratan de ser consecuentes con las exigencias del bautismo al hacer la promesa al Señor de obediencia, pobreza, celibato y castidad, y que perseveran pese a las dificultades e incluso caídas, pese al aguijón de la carne a menudo muy chinchoso, ¿dirían lo mismo que lord Russell?



1 de octubre, 2020. Luis Alberto Henríquez Lorenzo. Profesor de Humanidades, educador, escritor, bloguero, militante social. 


           

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