miércoles, 3 de noviembre de 2021

 
 "Las huestes del animalismo, siempre cabalgando"
 
 
 
Ojo a los cuatro últimos párrafos del artículo "Esta es la demoledora carta de un hombre de pueblo contra el animalismo del Gobierno" (revista digital Jara y sedal, 22/10/2021). Me permito reproducirlos en mi artículo, no sin antes recordar la obviedad de que los hago míos de quilla a perilla. 
 
Llevo años alucinando con las iniciativas entre totalitarias y prohibicionistas del llamado movimiento animalista, y, desde luego, llegados a las actuales alturas de toda esta historia ya he asumido sin mayor angustia existencial que para el grueso de los ideólogos del animalismo, el feminismo supremacista, el ultralaicismo, el globalismo hijo del NOM y, en definitiva, el izquierdismo aburguesado y pijo de salón, quien estas líneas escribe pasa por ser un carca de campeonato que defiende el derecho que tiene el hombre, desde los orígenes mismos de la especie humana, a cazar y pescar; a ejercer la ganadería, el pastoreo, la apicultura, la doma de animales, la canaricultura, la colombofilia y la colombicultura, la tauromaquia y la crianza y selección de perros destinados al arrastre de trineos.
 
Sin la caza que ya comenzaron a practicar hace varios millones de años nuestros antepasados aún recientemente bajados de los árboles, no seríamos en la actualidad Sapiens. Vamos con los párrafos en cuestión (cursivas nuestras):

 
No nos engañemos, lo que hay detrás de la futura Ley de Protección y Derechos de los Animales es un ideario radical, intolerante y totalitario, que se dedica a prohibir (nada menos que hasta 24 prohibiciones) todo aquello que se aleje de sus postulados ideológicos, algunos absurdos e incluso aberrantes. La defensa de sus ideas se apoya en falsedades, algunas tan burdas como asegurar que la “Declaración Universal de los Derechos del Animal” fue proclamada el 15 de octubre de 1987 por la UNESCO (para mi sorpresa, incluso aparece en el Preámbulo de la Ley 11/2003, de 19 de marzo, de Protección Animal en la Comunidad Autónoma de Aragón), cuando se sabe que se aprobó de forma unilateral por la Liga Internacional de los Derechos de los Animales, firmante en Londres de una declaración que después “proclamó en una sala de la sede de la Unesco en París”.

El momento es grave, ante nuestras narices se está despreciando, cuando no destruyendo, lo propiamente humano en aras de “lo animal”. Como aseguró el filósofo Francis Wolff durante el Simposio «Los animales y los hombres», que tuvo lugar en el Senado español el 29 de marzo de 2019: «El animalismo no es una radicalización de la protección animal, sino una animalización de la radicalidad». «El concepto de antiespecismo es absurdo. Si el antiespecismo significa que debemos tratar a todos los seres vivos sin diferenciar las especies es la negación de cualquier modalidad porque es poner en el mismo plano los hombres y los perros, y los perros y sus pulgas».

Es urgente que despertemos de nuestro letargo y tomemos conciencia de los destructivos movimientos ideológicos que hay detrás de estas leyes. Hace falta un clamor social antes de que sea demasiado tarde. Se está jugando con la dignidad y con el trabajo de amplios colectivos que no sólo disponen su vida con los animales y la naturaleza, sino que cuidan y aman lo que hacen. Sol, agua, viento, biomasa forestal y agraria, agricultura y ganadería. Nuestro territorio está lleno de oportunidades con acciones decididas y una buena legislación. Necesitamos tener nuestros montes pastados y ordenados utilizando su extraordinario potencial energético con grandes fuentes de calor a través de la biomasa. Bosques cuidados y no abandonados.

No es la España salvaje la que necesitamos sino la que nos hace distintos y mejores que los animales, la que corre el riesgo de perderse. No es el espíritu animal el que debe legislar. Nadie está preparado para cuidar su entorno si no quiere, ama y respeta lo más próximo y a sus semejantes… y no pienso precisamente en las pulgas.

 
Seguidamente, analicemos uno de los eslóganes típicos del ideario animalista. Reza así (lo de rezar va sin segundas; cursivas también nuestras):
 
 
Cada día que no consumes productos de origen animal estás salvando vidas.
Cada persona que adopta un estilo de vida vegano está protegiendo el planeta para las futuras generaciones.
El veganismo es el mayor acto de empatía, amor y respeto.
¡Somos un movimiento imparable!
 
 
Salvar vidas, ¿cómo que salvar vidas?  Este enunciado está viciado de raíz, pues salta a la vista que pretende equiparar, apoyándose para ello en el antiespecismo, toda vida (humana y animal) por el mero hecho de ser vida de animales sintientes, humanos y no humanos, según el término, sintientes, tan enarbolado por los animalistas. De modo que salvar vidas sí, pero sobre todo las vidas humanas; luego, las del reino animal. Vidas humanas, por cierto, que la inmensa mayoría de los animalistas no está precisamente por la labor de salvar, pues sabido es que lo menos el 99 por ciento de los animalistas debe ser partidario del aborto provocado (crimen atroz). Así que más despacio y con buena letra. 

¿Y con la salvación de las vidas de las minorías cristianas perserguidas y martirizadas en África, Asia y Oriente Medio están de acuerdo las huestes animalistas? En estos continentes se está produciendo un auténtico genocidio de la población cristiana, que en no pocos casos lleva 2.000 años en esos lugares, siendo no raramente la población originaria, antes de que fueran islamizados. Según ponen de manifiesto todos los datos de que se dispone, desde luego que no, pues el animalismo no centra su interés o foco primordial en la defensa de los derechos del hombre; y ciertamente cuando lo centra, lo hace en claves progres, laicistas, típicamente perrofláuticas, moralmente relativistas, irenistas, globalistas (afines a la Agenda 2030 impulsada por los organismos del NOM).  
 
Ergo los animalistas, al aplaudir la invasión migratoria que amenaza con destruir la Europa que hasta ahora conocemos (hija de Grecia, Roma y del cristianismo), manifiestan que les es completamente ajeno el drama de los miles y miles de cristianos perseguidos en África, Asia y Medio Oriente. Y sobre el drama de tantas mujeres violadas en Europa por inmigrantes ilegales africanos, o sobre la inseguridad ciudadana generada por la invasión migratoria sin control, lo que dan es la callada por respuesta. O el recurso a las etiquetas, palabras policía y sambenitos propios de la progresía; incluso por más que a esta siniestra y muy ruin progresía pertenezcan juntaletras moralmente perversos y diabólicamente sectarios como un tal Javier Valenzuela, a la sazón director de Infobae, plataforma digital desde la que dispara sus dardos envenenados en forma de mentiras, demagogias y mixtificaciones progres. Sí, los consabidos sambenitos, las etiquetas, las palabras policía: "facha, fascista, neofranquista, de extrema derecha, racista..."
 
Cada persona que adopta un estilo de vida vegano está protegiendo el planeta para las futuras generaciones. Falso. El animalismo, que no es para nada un movimiento ecologista, desencadenaría no solo hambrunas para la especie humana si se llevaran a la práctica sus delirantes reivindicaciones, sino que ocasionaría la práctica desaparición de numerosas especies del reino animal, y no solamente el toro de lidia entre las que desaparecieran, juntamente con ese rico ecosistema que son las dehesas en que se crían las reses bravas. ¡Hasta las ovejas, vacas y cabras domésticas correrían peligro de desaparecer!, pues al estar prohibidos por decreto el pastoreo y toda forma de ganadería, ¿quién iba a criar vacas, cabras y ovejas no para la producción de leche y carne sino en plan mascotismo? ¿Quién iba a criar gallinas no para aprovechar sus huevos, su carne y hasta sus plumas sino simplemente por mascotismo?

El veganismo es el mayor acto de empatía, amor y respeto. Vaya, y yo que creía que empatía, amor y respeto eran conceptos aplicados tradicionalmente a las relaciones humanas. Los animales merecen consideración, y ciertamente ciertas formas de empatía, amor y respeto desplegados por el hombre hacia ellos, pero como animales que son, esto es, como sujetos carentes de derechos al carecer de deberes. Los animales merecen respeto, consideración, cuidado, afecto y empatía en su animalidad, no en su digneidad (el término lo tomo de Xabier Zubiri y de su ontología y su visión de la antropología humana).

De manera que ha vuelto a dejarme perplejo este ideario. Y así las cosas y así mi estado emocional, he vuelto a ocuparme de muy similar manera a otras ocasiones, en el escrito que sigue, del impacto que imagino tendría la súbita y generalizada implantación en todo el orbe de las ideas de las huestes del animalismo. Antes, una advertencia: la radicalidad del animalismo es tal, que según fuentes propias del movimiento por mí consultadas, no están ni mucho menos del todo satisfechos y satisfechas con el nuevo Anteproyecto de Ley para la Defensa y Protección de los Animales que acaba de presentar el Gobierno social-comunista. Y no lo están porque les parece "insuficientemente defensor de los derechos de los animales", ¡échale hilo a la cometa! Agüita o casi nada al aparato. Un anteproyecto de ley percibido como radicalmente animalista por cazadores, pescadores, ganaderos, pastores, apicultores, agricultores y gentes del mundo rural, y por no pocos científicos, criadores de perros, dueños de zoos y tiendas de animales, etcétera, pero que por los animalistas más combativos es percibido como poco respetuoso con los legítimos derechos de los animales. 

Así que vamos con mi reflexión.
 
 
Si por los animalistas fuera (esto es, si estos fanatizados perroflautas gobernasen con mayoría absoluta en una hipotética Aldea Global, así distópica u orwelliana), se prohibiría la equitación, la cabalgadura sobre caballos, mulas, burros, camellos, elefantes, llamas, alpacas, vicuñas y demás cuadrúdedos rumiantes que el hombre ha usado desde la noche de los tiempos para cabalgadura (esto es, para carga y montura). La interacción del hombre con estas especies animales, durante milenios, desde el Neolítico hasta nuestros días, ha ido generando un inmenso y valiosísimo caudal de cultura, todo un acervo cultural de incalculable valor que estaría consenado a desaparecer o siquiera verse gravemente dañado y condenado a la parálisis, al ostracismo, si los delirios antihumanistas del animalismo tomasen definitivo y sobre todo mayoritario asientro en parlamentos, senados, alcaldías, órganos de gobierno locales...
 
Si los animalistas gobernasen con mayoría absoluta intentarían hacer desaparecer de la faz de la vieja piel de toro llamada España completamente toda la ganadería actualmente existente (aviar, porcina, equina, caprina, bovina, ovina...). Y asimismo en España, Portugal, Francia, Venezuela, Perú, Colombia, México y resto de regiones hispanas de tradición tauromáquica, acabarían prohibiendo la llamada fiesta nacional. Lo cual supondría una hecatombe económica, un desastre ecológico, la desaparición del toro bravo como especie animal, la más que probable desaparición de especies animales y vegetales asociadas al rico ecosistema de la dehesa en que se crían los toros bravos. Y además un ejercicio liberticida de totalitarismo que acarrearía una pérdida más que lastimosa en el núcleo mismo de nuestro acervo cultural hispano. Palabras de un canario, esto es, de un español nacido en una tierra en la que el toreo, desde siempre, ni fu ni fa.
 
Si los animalistas gobernasen con mayoría absoluta en todos los órganos de gobierno de esa distópica Aldea Global hija bastarda del Nuevo Orden Mundial, estaría terminantemente prohibido que los canarios y otras especies de pájaros de canto nacidos en cautividad (no te digo ya los ejemplares de especies de pájaros salvajes cazados desde la normativa del silvestrismo) alegrasen el día de tantas casas, a menudo entre macetas y tiestos de aromáticas y floridas plantas o en el marco florido y soleado de patios e interiores de viviendas.
 
Si los animalistas gobernasen con mayoría absoluta la distópica u orwelliana (o huxleyiana) Aldea Global que imaginamos, adiós colombofilia, colombicultura, canaricultura y, ni que decirlo, silvestrismo. Y adiós canódromos y carreras de galgos persiguiendo a la liebre campo a través. Adiós pesca deportiva con sabor a amistad y a sartenada de fresco "pescaíto" frito. Adiós perros adiestrados como lazarillos para personas ciegas, como rescatadores de personas sepultadas en situaciones de terremotos, explosiones y deflagraciones de edificios. Adiós peces en las peceras domésticas. Adiós esforzados perros tirando de trineos en zonas polares y esquimales. Adiós cientos de millones de abejas en todo el mundo, puesto que estaría prohibido el consumo humano de miel, con el consiguiente desastre ecológico que ello acarrearía. Adiós subespecie canaria de dromedario, pues ni uno solo de estos poderosísimos animales podría transportar sobre su joroba a turista alguno por zonas semidesérticas de nuestro territorio, ni tampoco podrían ser criados en zoos, pues estos también estarían prohibidos. Adiós vaca "de la tierra" canaria (desaparecería esta especie, que no produce mucha leche en comparación con otras razas como la holandesa o la irlandesa, pongamos) al haberse prohibido los concursos de arrastre y haberse prohibido que se lleve a las reses a las fiestas patronales como fuerza de arrastre de carrozas y carretas típicas. Adiós a los espectaculares fuegos de san Lorenzo en plena canícula, y a todos los fuegos artificiales de todas las fiestas patronales y de tradición católica celebradas, pongamos, sin ir más lejos, en Hispanoamérica y España (los animalistas plantean que se acaben prohibiendo porque asustan a los animales so pretexto o coartada de que sobre todo molestan a personas mayores y enfermas). Adiós a la especie del cochino negro canario (de carne exquisita), pues como se habría prohibido el consumo de su carne, ¿quién es el bonito que iba a criar cochinos solo como mascotas? Adiós a la subespecie de abeja negra canaria, adiós a la cetrería y a los animales en los zoos, acuarios y circos.
 
Adiós, para siempre adiós. En definitiva, adiós mundo rural, derrotado por ese movimiento típicamente urbanitas (desde luego, antiecológico, antieconómico, antihumano, antinatural, antilógico y antisentido común) que se hace llamar animalismo y que, al parecer, ha venido para quedarse, levantando mucho la voz, haciendo lío -que diría Jorge Mario Bergoglio, siervo de los siervos del Nuevo Orden Mundial-.
 
Desolador y abominante el panorama. Y desde luego, con politicuchos como los que padecemos actualmente en España (desde la PSOEZ hasta la CUP, desde los separatistas y proetarras catalanistas y vascos hasta los golpistas e independentistas de la Ezquerra Republicana Catalana, etcétera), no es descabellado imaginar que se vaya haciendo realidad una pesadilla como es con la que sueñan las huestes del animalismo, en medio del vendeval y caos de este mundo tan vacío de Dios, tan sumido en la apostasía y con una parusía que se avisora como inminente, según aseguran cada día más voces (amén de señales y evidencias varias).

 

No hay comentarios: