"No se trata de ciencia ficción, aunque bien lo pudiera parecer"
El fragmento que copiaré, de apenas tres párrafos, no pertenece al género de la ciencia ficción, por más que a priori lo pudiera parecer; ni es tampoco un inédito, recién hallado entre recortes viejos olvidados o entremetidos en libros igual de viejos, escrito en su momento por el magistral George Orwell, ex del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) y autor del clásicos de la literatura de ciencia ficción distópica como 1984 o Rebelión en la granja; pertenece a una célula de activistas animalistas.
Como
éramos pocos parió la abuela, esto es, pasen y lean (las cursivas
son nuestras):
En muchos lugares del mundo durante el mes de julio se viola a una cantidad infinita de ovejas para, 150 días después, en las celebraciones de Navidad, asesinar con menos de un mes de vida a los millones de bebés que darán a luz. Son bebés que apenas han abierto los ojos y han podido caminar o jugar, son corderos lechales, es decir, que todavía se alimentan exclusivamente de la leche de sus madres.
Familias
compuestas por abuelos, padres, hijos y madres humanas
trincharán en sus platos bien servidos y en lujosas y decoradas
mesas, los cuerpos sin vida de bebés asesinados para
festejar las fiestas de esos humanos que, curiosamente,
promueven la unión familiar, la compasión y la paz. Un año
más, en las granjas, las madres hacinadas llorarán en
silencio el secuestro de sus bebés.
Este
año puede ser diferente para todas, ¡este año puedes elegir el
respeto y la vida! No compres bebés
asesinados,
celebra la vida con comida vegana, natural y saludable para
todas. Con nuestras decisiones de hoy haremos posible que llegue
ese día en el que todas las familias puedan mantenerse unidas.
Sí: como éramos pocos parió la abuela. O lo que es lo mismo: España convertida en un desierto demográfico (ya ha habido años en los últimos lustros con más defunciones que nacimientos); la unidad de la patria amenazada por el vacío de poder y la presidencia en funciones del ínclito Pedro Sánchez, en conversaciones con el comunista bolivariano Pablo Iglesias y con los separatistas vascos y catalanes, seculares enemigos de España; la Iglesia católica sumida en una pavorosa apostasía y crisis interna de todo tipo (disciplinar, doctrinal, ¡dichosos, así pues, los hombres y mujeres hijos de la Iglesia que siguen siendo luz en medio de las tinieblas!); las políticas impuestas por el NOM que amenazan con dinamitar los valores y fundamentos de la civilización cristiana; el crimen del aborto impulsado por una izquierda cainita y desalmada, y asimismo justificado por una dizque derecha cobarde y acomplejada (por cierto, justificado por el perroflautismo animalista: los animalistas, salvo alguna rara excepción que siempre pudiera haber, lo mismo que lloran sin consuelo y a moco tendido ante un camión con corderos o cochinos rumbo al matadero, aplauden el muy feminista-supremacista derecho al aborto, y también llegan a celebrar los percances incluso mortales que sufren toreros, cazadores, pescadores y jinetes hípicos); la esclavitud infantil que sigue afectando a docenas de millones de niños en todo el mundo; el desempleo que ya supera ampliamente la cifra de 3.000.000 de afectados, y con tendencia a seguir creciendo imparable, pues si finalmente pactan PSOE, Podemos y separatistas, la debacle de nuestra economía está garantizada; los problemas que acarrea la inmigración descontrolada (casi a diario arriban pateras a nuestras costas españolas); la paganización, secularización y descristianización ya harto radicales de nuestra sociedad; el vacío axiológico y existencial, ya meramente nihilista, en el que chapotea en no poca medida la juventud española, etcétera, y resulta que a los animalistas no se les ocurre una parida más alucinada que la que acabo yo mismo de traer aquí y ahora.
Dan
ganas de llorar, ciertamente, ante la bajura de la debacle moral que
estamos viviendo en nuestros días en España. O lo que es lo mismo:
¿Qué ha tenido que pasar en la conciencia colectiva, digámoslo
así, para que doctrinas tan rocambolescas y absurdas como la que
expresan los tres párrafos que me he permitido reproducir tengan su
auditorio en nuestras sociedades postmodernas? ¿Qué ha tenido que
pasar para que huestes y cohortes como las conformadas por los
animalistas, ahora que es Adviento e inminente Navidad, en vez de
confesar a Cristo (el Señor, el Mesías, el Salvador, la Segunda
Persona de la Trinidad Santa), se dediquen a llorar sin consuelo por
las esquinas por el asesinato de los bebés de las mamás ovejas u
ovejas mamás?
Para
mí está muy clara la causa o respuesta si acudo a tres citas de
autoridad, citadas de más recientes a más lejanas en el tiempo. A
saber: nuestro papa emérito Benedicto XVI y su dictadura
del relativismo; el
teólogo jesuita francés, perito en el Vaticano II y brevemente
cardenal Henry de Lubac, con el solo título de una de sus obras más
celebradas: El
drama del humanismo ateo; el
genial Chesterton, converso al catolicismo: "Cuando el hombre
deja de creer en Dios, pasa a creer en cualquier cosa".
En efecto: mundo vacío de Dios, Europa que ha vuelto la espalda a sus raíces cristianas, sociedades en que impera la postverdad y el postcristianismo. Hasta el extremo de que no raramente las verdades, los motivos y las liturgias de la fe católica mueven a mofa y befa en no pocos de los ciudadanos y ciudadanas de la ciudad secular. Y no otra sino esta es la atmósfera epocal, desde luego, por más que en efecto siga habiendo sed de Dios en la ciudad secular.
Por
lo demás, claro
que no tenemos derecho al derrotismo, el Señor es siempre el mismo
ayer, hoy y mañana, y asimismo nunca en la historia de la Iglesia
han faltado (ni faltarán: tenemos la promesa del propio Cristo y la
acción de la gracia del Espíritu de Dios) héroes, testigos y
santos de todo estado, edad y condición, de manera que la
constatación frecuente de la tenebrosa apostasía que impera en la
sociedad española actual, y también en toda la Iglesia universal,
no debe conducirnos al derrotismo y al desaliento (a mí el primero
que no, que a veces me ahogo en un vaso de agua).
Así
pues, a modo de conclusión: causar innecesario dolor a un animal (no
entramos en estas líneas en la cuestión disputada de si los
animales sufren en verdad o no sufren) es una práctica en efecto
injustificable e inadmisible que hace frontera con actitudes sádicas.
Porque
los animales tienen una cierta dignidad
como criaturas que son de Dios, subordinadas
al hombre, y este a Dios. Por lo demás, doctrina tradicional de la
Iglesia al respecto de lo que aquí seguimos sobre la que el santo
papa Juan Pablo II quiso arrojar alguna nueva luz enseñando
aquello
de que “los animales tienen una especie de soplo divino, de anima”.
De modo que sobre
este particular puede haber un consenso generalizado.
Sin
embargo, la tauromaquia no cabe entenderla como proponen sus
detractores: "Es una tortura perpetrada por sádicos
maltratadores a animales indefensos", sostienen. Sostener esto
es una necedad que manifiesta tan grosero desconocimiento de la
secular práctica de la tauromaquia (sus valores artísticos, éticos,
cinegéticos, ecológicos, antropológicos, culturales, hispánicos,
económicos, gastronómicos...), que sobran añadidos comentarios. (Y
ojo al dato: lo dice alguien que vierte su opinión en estas líneas
y que no es aficionado a la tauromaquia en modo alguno, y que es
consciente de que no todos los intereses económicos que se mueven en
el mundo del toreo cabe aceptarlos como nítidamente legítimos.)
Como tampoco lo es de la caza ni de la pesca, en cualquiera de sus modalidades: ya he confesado en algunos de mis escritos que en lo tocante a disparar con armas, ya sean de aire comprimido, no le acertara ni a un saco de papas colocado a 10 metros de distancia; y en lo tocante a cañas de pescar, nunca aprendí a manipular como es debido los carretes de las cañas, a pesar de vivir de siempre a escasos kilómetros del mar. Pero las comprendo, las acepto, las defiendo aunque no las practique: la caza es tan vieja como la hominización misma (van de la mano bipedestación, descubrimiento del fuego, práctica de la caza y de la pesca, domesticación de animales ya en la última fase del Paleolítico pero sobre todo durante el Neolítico...), hasta el extremo de que es consustancial a la condición humana el que siga habiendo en todo el mundo cientos de millones de personas que desean practicarla, porque les motiva, les llena, les gusta, les interesa, les hace felices, les hace practicar deporte sintiendo el latido de la madre naturaleza... Y lo mismo por lo que dice a la pesca.
En
definitiva, frente a la avalancha actual de ideologías y doctrinas
deshumanizadoras y despersonalizadoras (hijas putativas de ciertas
corrientes que abogan por la deconstrucción de los pilares de
la tradición judeocristiana) urge el seguir vertebrando un discurso
que ponga al hombre (varón y hembra) en el lugar que se merece, en
la centralidad que se merece, según el orden creado por el Creador:
Dios, el hombre, el reino animal, ¡esta debe seguir siendo la
pirámide!
Administrador
el hombre de la casa común que es el planeta Tierra, al que el Homo
sapiens sapiens ha tratado a menudo muy tóxica y
destructivamente, con autoridad despótica sobre el resto de los
seres vivos, es preciso reconocerlo, pero sin que ello comporte el
rebajar al hombre (varón y hembra) de la posición de podium que le
pertenece por derecho divino.
24 de diciembre, 2019. Luis Henríquez Lorenzo: profesor de Humanidades, educador, escritor, bloguero, militante social.
24 de diciembre, 2019. Luis Henríquez Lorenzo: profesor de Humanidades, educador, escritor, bloguero, militante social.
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