"Vincenzo, no Nibali, sino Paglia"
Ambos se llaman Vincenzo, italianos. Uno, el más joven, Nibali, apodado el Tiburón del Estrecho (en referencia al estrecho de Mesina), pertenece al selecto grupo de ciclistas ganadores de las tres grandes vueltas por etapas: Tour, Giro, Vuelta; selecto grupo en el que hay un español, Alberto Contador. (¡Ay Alberto!, uno de los más grandes vueltománonos de la historia del ciclismo -3 Vueltas, 2 Tours, 2 Giros-, y más lo serías si no hubieras cometido ese estúpido e innecesario despiste con el clembuterol, que te desposeyó de un Tour y de un Giro). El otro Vincenzo, apellidado Paglia, es arzobispo, y ha ocupado y ocupa cargos importantes en la pirámide de la Iglesia: está al frente del Pontificio Consejo para la Vida y la Familia y es el rector del Instituto Juan Pablo II para la Familia; bajando de esas cúspides que no son empinados puertos de montaña como los que extraordinariamente escala Vincenzo Nibali y sí cotas de poder clerical, por lo que toca a la base eclesial y a la opción por los más pobres de la sociedad, monseñor Paglia, desde la primera hora fundacional de la Comunidad de San Egidio viene siendo uno de los rostros referenciales de esta comunidad de inspiración típicamente postconciliar (o sea, es un fruto del Concilio Vaticano II), de férrea voluntad ecuménica.
No sé si a monseñor Vincenzo Paglia le gusta el ciclismo, deporte que goza de notable seguimiento en Italia. A mí me chifla, y aun lo practiqué de una manera tan esforzada como rudimentaria, siempre con bicicletas de baja gama y pocas veces con bicis de carrera. Pero le guste o no le guste, el caso es que yo me atrevería a decirle a Vincenzo Paglia algo que él debe conocer muy bien. A saber: que una cosa es dialogar con el mundo, siguiendo el llamado “espíritu del Concilio” (esto es, aprehender semillas del Verbo en las otras religiones y aun en las manifestaciones artísticas de toda la muy diversa familia humana con independencia del credo o no credo de cada autor, etcétera), y otra muy distinta es, al calor o la luz de esa legítima búsqueda, guiñar un ojo a lo que no casa ni con calzador con la doctrina de la fe católica, aplaudiendo lo que es contrario al Evangelio y a la Tradición de la Iglesia.
Solo Dios tiene derecho a juzgar en verdad las intenciones con que este monseñor Paglia hace lo que hace, incluido el fresco dicen que homoerótico que autorizó que se pintara en la iglesia catedral por la que pasó hace años como obispo, pero “si por sus frutos los conoceréis”, desde luego más allá del juicio sobre sus intenciones y de entrar en ese sagrario que es su conciencia, no pocos de los frutos de la acción pastoral de este prelado italiano parecen podridos, o lo están sin duda, vamos, hieden, están como fruta pocha. Y en los mercados -seguimos con el símil-, la fruta y la verdura que están pochas, o sea, podridas, siquiera estropeadas, se venden a más bajo precio en el mejor de los casos, se destinan al consumo de los cerdos, o directamente se arrojan a la basura, a los estercoleros.
Y ahora uno se acuerda gracias seguramente a este símil que hemos seguido aquí, de esto del Evangelio: “No echen las joyas a los perros ni a los cerdos, porque las pisotean y…” Ciertamente, la actuación pastoral de no pocos pastores en toda la etapa postconciliar (y ojo, quien estas líneas escribe no rechaza el Vaticano II, lo acepto plenamente, en continuidad con todos los anteriores) aparece claramente como un intento de “compartir esa joya de las joyas y los tesoros que es el Evangelio y todo el misterio sacramental y salvífico que es la Iglesia”, no digo ya con las personas alejadas, que me merecen todo el respeto del mundo y más, sino con los enemigos de la Iglesia; enemigos de la Iglesia que, haciendo honor a su profesión de odio y guerra a la Esposa del Esposo, no se han andado con chiquitas, y así, cada vez que han podido, han entrado a matar, han tratado de golpear fuerte, para hacer daño.
Y lo han hecho. Y lo siguen haciendo.
7 de marzo, 2017. Luis Henríquez Lorenzo: profesor de Humanidades, educador, escritor, bloguero, militante social.
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