domingo, 4 de julio de 2021

"Mundo, demonio y carne (o cómo es la hiel de seguir a Cristo)"


VOX es la extrema derecha que está arrastrando a sectores del Partido Popular, que creemos que es un partido centrado y democrático, y que como tal debería reaccionar contra esta dervia extremista de VOX. VOX es la extrema derecha fascista y homófoba que lleva años despertando en España los más bajos instintos tabernarios e intolerantes. VOX merece que sus políticos sean silenciados y despreciados en las instituciones públicas; por ejemplo, no estaría mal que cuando sus representantes tomasen la palabra en el espacio de las instituciones de gobierno, los políticos de las otras fuerzas políticas se levantasen o comenzasen a escuchar música con cascos (algo parecido a esto, por cierto, hizo en una ocasión el podemita Echeminga Dominga, intentando afearle el turno de palabra al diputado de VOX Iván de los Monteros mediante el gesto de abandonar la sala parlamentaria montado en su silla). VOX es culpable del clima de racismo, machismo y homofobia que hace posible que sucedan crímenes como el acontecido al joven sanitario gallego Samuel, flautista en una comunidad cristiana evangélica. VOX merece la contudente oposición de todas las fuerzas democráticas, porque el partido de Santiago Abascal es el nuevo fascismo en España; fascismo y extrema derecha que contemplamos cómo avanzan por toda Europa (Francia, Italia, Hungría, Polonia...). VOX debe ser rechazado con firmeza, sin fisuras, por todos los que nos consideramos demócratas porque VOX estigmatiza a las mujeres, a los inmigrantes, a los Menas, al colectivo LGTBIQ...

La gentuza (lo siento: me he mordido la lengua pero no he logrado evitar la palabrota) que propala las falacias, mixtificaciones, manipulaciones y groseras calumnias anteriores está hablando ahora en Radio 5 de RNE. Me pregunto si no le queda un gramo de vergüenza y de integridad moral a esta panda de progres cuyos nombres de dizque periodistas ni sé ni tengo interés alguno en llegar a conocer. Estos, que se alinean con la corrupción sistematizada del Gobierno de Pedro Sánchez Pérez-Castejón, ¿cómo pueden tener la cara de estigmatizar a VOX? Estos que son progres, es decir, ultralacisitas, o sea, enemigos de Cristo y de su Iglesia, ¿es que no tienen temor de Dios? ¿Cómo tienen la poca vergüenza de intentar estigmatizar a VOX a base de acusar a este partido de incitar al odio cuando es la extrema izquierda la que incita al odio, a la violencia callejera, al fanatismo, al sectarismo ideológico? Estos progres, esto es, partidarios de la Ciudad Secular totalmente al margen de la Ciudad de Dios, partidarios de la homosexualidad y del feminismo supremacista desertizador de la natalidad en toda Europa, adalides del aborto, el chavismo probablemente, la eutanasia, la invasión migratoria, la siniestra Agenda 2030 del NOM, ¿de verdad se creen lo que están diciendo? ¿De verdad se creen que VOX fomenta el odio, el machismo, la homofobia, toda vez que es el partido político que más está sufriendo la intolerancia, el fanatismo, el sectarismo y las amenazas violentas de grupúsculos de extrema izquierda podemita, sociata o separatista? ¿De verdad se creen estos voceros del periodismo vendido que VOX es el partido que está intoxicando hoy por hoy la convivencia democrática en España? Estos individuos e individuas, que orbitan alrededor del Gobierno socialcomunista que desangra viva a España gracias al pacto con bilduetarras y separatistas catalanes, además de haber vendido su conciencia...  

Pero no seamos excesivamente ingenuos: justamente por esto satanizan a VOX, ni más ni menos; en verdad, satanizando a VOX lo que condenan es la civilización cristiana, de la que todos estos secularistas, feministas y demás perroflautas son odiadores profesionales. Con todo, admitido este introito, yo lo que quería aquí y ahora era ocuparme del arzobispo católico Carlo María Viganò y de otros asuntos concomitantes con él. Así que veamos. 

Carlo Maria Viganò está resultando ser justo lo contrario de Carlo Maria Martini: su polo opuesto, su antípodas El primero, crítico número uno entre los obispos actuales por lo que dice al pontificado de Jorge Mario Bergoglio, se ha convertido por derecho propio en una suerte de voz solitaria que clama en el desierto contra la deriva que desorienta y despelleja viva actualmente a la Iglesia: apostasía, crisis, caos doctrinal, relajo litúrgico, libertinaje de muchos e indisciplia... Por su parte el jesuita y cardenal italiano de porte tan principesco Martini llegó a ser el gran referente del progresismo eclesial. Simplificando con las etiquetas al uso (gastadas por el abuso e insuficientes en no poca medida), diríase que Viganò se escora hacia la derecha (el ala conservadora y tradicionalista de la Iglesia), en tanto Martini se escoró siempre hacia el ala de la izquierda eclesial, el ala progresista.

Martini falleció hace unos pocos años, pero queda, afirman algunas voces en la Iglesia, el fruto de la mafia de San Gallo, de la que el afamado biblista italiano fue propincuo miembro, en forma de papa Francisco.

Comoquiera que sea, sean o no sean conspiranoicas estas hipótesis y teorías, lo que nunca se me ha ocurrido es dudar de la fe en Cristo y en su Iglesia de monseñor Martini: cuando lo he leído y me ha parecido encontrar algún aspecto chirriante con mi cosmovisión ideológica y de fe, no se me han caído los anillos -que por otra parte no tengo- para proclamar que en tal opinión o en tal otra no estoy de acuerdo con tan eminente cardenal y teólogo. Y tan amigos: en la tierra paz y en el cielo, gloria. Solo que es mucho más lo bueno, auténtico y noble que he creído aprender de la obra del jesuita italiano. 

De Viganó igual, sobre todo en las sistemáticas críticas de este al Novus Ordo Missae, al que está solo a un paso de calificar de ilegítimo, herético, protestante, protestantizante, masónico y casi que diabólico, y en las sistemáticas criticas al Concilio Vaticano II, al que hace responsable o causante de casi todos los males de la Iglesia actual. Él sabe mucha más teología que yo, claro, y tiene mucha más edad y experiencia eclesial, pero no tengo por qué creer de manera obligada o acrítica en todo lo que él dice, sobre todo si lo que afirma no toca a lo nuclear de la doctrina de la fe católica. Vamos, que me merece el máximo de los respetos monseñor Viganò, y es loable lo que está haciendo en la Iglesia actual, en plan solo ante el peligro. Salvo que me gustaría declarar que si en la Iglesia fundada por Cristo sobre la roca de Pedro (cfr. Mateo 16, 13-20) tiene espacio un hereje y prohomosexualista de la categoría del jesuita norteamericano James Martin, quien  cuenta al parecer con el visto bueno del propio papa Francisco, ¿por qué no iba a poder yo tener mi propio criterio, desde el agradecimiento desde luego a eclesiásticos tan beneméritos como monseñor Viganò, pero sin por ello tener que creer todo lo que él dice de quilla a perilla?

Tanto relieve ha ido alcanzando la figura de Carlo Maria Viganò que se ha convertido en la referencia episcopal principal para sectores del catolicismo que se reivindican Iglesia remanente. Solo que entre tales grupos hay también sus diferencias. La principal, justamente tiene en la figura de monseñor Viganò la piedra de escándalo; a saber, estarían los que aceptan entusiasmados a Viganò y enfatizan sus críticas a Benedicto XVI -al que sin embargo reconocen como único papa legítimo- y al Concilio Vaticano II, y luego los que también rechazan la legitimidad de Bergeglio y postulan que el papa sigue siendo Benedicto XVI, con el que se sienten más en comunión que los del primer sector, al tiempo que son más críticos con Viganó y no son especialmente críticos con el Vaticano II. 

Acabo de leer de Viganò su artículo "Mundo, demonio y carne", traducido al español y publicado por la gente de la bitácora Adelante la Fe (ibidem, 29 de junio, 2021). Mundo, demonio y carne son los enemigos tradicionales del alma. Veamos el primer párrafo del artículo de monseñor; sobre algunos pocos párrafos del artículo de marras, iré haciendo algunos comentarios. Así pues (cursivas nuestras): 


Los enemigos de nuestra alma son siempre los mismos, como también son siempre las mismas las trampas que nos tienden. El mundo, con sus seducciones; la carne, corrompida por el pecado original e inclinada al mal; y el Diablo, eterno enemigo de nuestra salvación que se vale de la carne para asediarnos. Dos enemigos externos y uno interno, listos en todo momento para hacernos caer en un momento de descuido o de debilidad. Estos enemigos espirituales nos acompañan a todos desde la infancia hasta la vejez, y a la humanidad a lo largo de las generaciones y los siglos.


Leído con calma este primer párrafo del artículo citado, enseguida reparo en algunas de las músicas que sigo prefiriendo. A saber: jazz, rock, blues, música popular brasileña, folk, country, canción de autor...A su vez, a cada una de estas denominaciones corresponden otros tantos subgéneros; verbigracia, dentro del rock tenemos el llamado rock sinfónico, el psicodélico (ambos suelen darse por sinónimos totales pero no lo son del todo), el rock duro o hard rock, el heavy... De distintas fusiones entre el jazz, el blues y el góspel, por ejemplo, han surgido estilos como el soul, el funki, etcétera. Yo sigo frecuentando todos estos estilos, que ciertamente simultaneo con el disfrute de mucha música clásica, dentro de la cual no todo es canto gregoriano, Tomás Luis de Victoria, Palestrina o J. S. Bach (que fue luterano, por cierto, y padre de 21 hijos tenidos con 2 mujeres distintas); también están Paganini (de este se dice que gracias a un pacto que hizo con Satanás alcanzó el proverbial virtuosismo con el violín que lo ha hecho inmortal), Mozart (de fe católica pero vinculado a la masonería), y músicos de vida no especialmente piadosa como Debussy, Stravinsky, y un largo etcétera.

De modo que sí: incluso en alguna música clásica que alcanzo a escuchar hay bastante de carnalidad, mundanidad y diablurías. Y si es así en la llamada música clásica o seria, ¡no digamos por lo que toca al mundo del rock, el jazz, el blues, la canción de autor, la música popular brasileña (MPB)...! De hecho, el rock, el jazz y el blues son estilos musicales nacidos del pueblo radicalmednte identificados con estilos de vida, costumbres, modelos éticos y de conducta rabiosamente críticos con los valores religiosos, con el cristianismo, con las tradicionales virtudes de castidad, modestia, pureza, temor de Dios... Buena parte de lo que se ha musicalmente compuesto en el rock, el jazz y el blues es un canto al hedonismo, el pansexualismo, el materialismo, el relativismo moral, el irenismo y el indiferentismo religiosos. Rock, jazz y blues han consolidado una descomunal revolución de las conciencias en el mundo moderno, invitando a gozar a las masas (especialmente conformadas por jóvenes) de una visión hedonista, prometeica, narcisista y laicista del hombre. Sexo, alcohol y drogas han formado parte como inseparable del rock, el jazz y el blues.

Entonces o así las cosas, monseñor, ¿qué hacer? Es innegable que los nombres de Pink Floyd, Yes, Led Zepelin, King Crinson o Miles Davies (músicas que ni que aclarar que me encantan) van ligados a la contracultura, al consumo de drogas, a viajes alucinógenos, al hedonismo y al amor libre... Esto es, al demonio, al mundo y a la carne. Analizas la vida de muchas de las estrellas del rock y aun del jazz, el blues y la música pop en general, y desde luego casi que ninguna de ellas podría pasar por ser un dechado de virtudes cristianas, ¡ni modo y sí justo todo lo contrario! Vidas de excesos, sexo desenfrenado, drogas, alcohol, materialismo, indiferencia religiosa, divorcios y colección de relaciones extramatrimoniales por un tubo es lo más que se encuentra en el escenario del blues, el jazz y el rock.

Ergo, sin el sucesivo aporte de toda esta contracultura de drogas, hedonismo, marginalidad, materialismo, irreligiosidad, paganismo, orientalismo y espíritu prometeico no se habrían desarrollado ni rock ni jazz ni blues, al menos con las características y formulaciones con que son conocidos y estimados en la actualidad. De manera que reconociendo que justamente buena parte (desde luego, no toda) de la producción artística de estos estilos musicales y de otros similares y convergentes procede de planteamientos totalmente ajenos a la verdad proclamada por la Iglesia católica, ¿qué caminos hemos de emprender y qué decisión hemos de tomar con respecto a todas estas músicas que más bien parecen criaturas del mundo, el demonio y la carne?     

Continúa monseñor Viganò en los tres párrafos siguientes:


Los aliados con los que podemos contar para derrotar al mundo, la carne y el Diablo son la Gracia de Dios, la asiduidad en los Sacramentos, el ejercicio de las virtudes, la oración, la penitencia, la meditación en los Novísimos y en la Pasión del Señor, y vivir en presencia de Él.

En estos tiempos rebeldes y descristianizados en que la sociedad además de no contribuir a la consecución de nuestros fines hace lo imposible por alejarnos de ellos, las autoridades civiles nos exigen que sigamos al mundo, que satisfagamos los deseos de la carne y sirvamos al Enemigo del género humano. Unas autoridades perversas y pervertidoras que no cumplen su función de dirigir y gobernar la sociedad con miras a conducir a la gente a la salvación eterna. Peor aún, que niega la salvación eterna y rechaza al  Autor Divino  y adora al Adversario.

No tiene, pues, nada de sorprendente que esta modernidad apóstata en la que el arbitrio es norma y el vicio el modelo a seguir desee borrar todo rastro de Dios y del Bien en la sociedad y en las personas estableciendo un pacto infernal con el mundo, la carne y el Diablo. Es lo que observamos en la descarada promoción de la sodomía, la perversión y el vicio en sus más abyectas modalidades, así como en la irrisión, descrédito  y condenación de que son objeto la pureza, la rectitud y la virtud.


Estoy de acuerdo con lo que expresa el arzobispo en los tres párrafos precedentes: como que sus palabras expresan lo que es la fe de la Iglesia. Pero insisto en aspectos ya presentados en mi reflexión a propósito del primer párrafo reproducido del artículo de Viganò. A saber: el jazz, el blues y el rock, entre otros estilos de la llamada música popular, no académica o no culta, nos han acostumbrado a modelos de vida decantadamente hedonistas, vacíos de Dios y repletos más bien de vicios, irreverencias,  inmanentismo, materialismo, lujuria, concupiscencia, espíritu mundano y egoísmo a raudales. Los medios de comunicación y los propios artistas e intérpretes de estas músicas nos han asegurado por activa y por pasiva que la felicidad consiste en vivir a tope, en consumir drogas y alcohol, en rebelarse contra Dios, en experimentar con nuevas filosofías orientalizantes y orgiásticas, en vivir la sexualidad a tope y al margen de las normativas y referencias de la moral católica. 

Y hete aquí que un católico cualquiera, diríamos que de los pocos que van quedando, se da cuenta de cómo Fulanito de Tal, estrella de no sé qué banda de rock, es multimillonario, tiene varias mansiones, va por su quinta pareja (sin contar líos diversos de faldas que ha consentido a lo largo y ancho de su vida), vive totalmente al margen de Dios (o a la sumo con un dios hecho a su medida), ha consumido toda la droga que le ha dado la gana y, encima, hasta parece feliz y triunfante con la vida que lleva.

Este católico en que reparamos siente que esto que afirma el Evangelio es la verdad: ¿De qué le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? Él lo sabe, lo reconoce, lo lleva incluso a la oración, a los pies de la Cruz. Pero siente que es agridulce el camino que nos lleva a la salvación, espinoso, angosto. Él sabe que ese camino a menudo es amargo como la hiel, frente a todos los dulzores que prometen muchos de los reclamos y las seducciones del mundo. Amargo ese camino, sí, que nuestro católico acaba siempre creyendo salvífico a pesar de todos los pesares, dudas y sinsabores. Solo que antes de esa conclusión o rendición final nuestro amigo católico se da a la tentación de que ese es un camino que conduce a ninguna parte. O a la nada.

También en episodios así como de sequedad espiritual o de noche oscura, nuestro amigo católico repara en el ejemplo de los santos y santas de Dios. En el hermano Carlos de Foucauld, por ejemplo. Si Foucauld libremente abandonó su vida de riquezas, hedonismo, fiestas, mundanismo y mujeres por el seguimiento radical de Cristo en pobreza, castidad y obediencia en medio de la sequedad del desierto, ello no debió ser al precio de no volver a sentir más de una vez la punzada del aguijón de la duda y la carne que le llevaría a replantearse la razón de ser del volantazo total dado a su vida.

Por tanto, aunque a nuestro católico se le vayan los ojos y los sentidos todos hacia la poderosa tentación de obrar de manera mundanamente similar a muchos de los intérpretes y protagonistas de esas músicas, lo acaba serenando el hecho de que él sienta y crea conocer con total certeza que millones de santos, testigos y mártires de la fe de la Iglesia han preferido el amargo como hiel camino que conduce a la salvación a los caminos por los que han transitado y transitan muchas estrellas del jazz, el blues y el rock.

Pero que es mortificante ese salvífico camino, ¡quién hay que lo dude!

5 de julio, 2021. Luis Henríquez Lorenzo: profesor de Humanidades, educador, bloguero, escritor, militante social.


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