martes, 29 de junio de 2021

"La llaman re-evolución animalista" 


En su artículo "Realmente, no caben más tontos ni más tontas", el colaborador de El Correo de España José Eugenio Fernández Barallobre (ibídem, 29 de junio, 2021) lamenta las extravagencias del animalismo. Una de estas, el empeño que se traen entre manos de acabar prohibiendo los fuegos artificiales, y de paso el secular oficio de los pirotécnicos.

Alegan que lo desean prohibir para así respetar los derechos de los animales (especialmente los perros, no sé si también los gatos, y aun los pájaros y aves), que se estresan con el ruido de los voladores o fuegos, que en Canarias es así como denominamos en general los fuegos artificiales. Últimamente también meten entre los "animales a proteger" del indeseado estruendo de los fuegos artificiales a los animales humanos, esto es, a personas ancianas, enfermas de Alzheimer, etcétera.

Pero sobre todo reivindican esta prohibición porque luchan por un mundo más justo, aducen las huestes del animalismo. Para el filósofo Gustavo Bueno, ateo pero inserto con mucho gusto en la tradición cultural católica, el animalismo pasaba por ser una chaladura. Para el también filósofo y literato Fernando Savater, igualmente ateo pero más bien negador o conculcador del humus cultural católico, el animalismo actual en efecto es una chaladura.

Yo por mi parte no sé si es una chaladura o no lo es. Y además es que deseo no ofender ni herir susceptibilidades, pues me consta que en las filas del animalismo hay activistas tan convencidos de que están en lo cierto que dedican considerable cantidad de tiempo y dinero propio a la causa. Y eso que no deseo obviar que muchas de sus actividades y actitudes me desquician, me indignan; por ejemplo, la altísima importancia que conceden a la protección de la vida de los gatos, pongamos, como si les fuera la vida en ello, y la pobrísima o nula importancia que le dan al respeto (para mí inviolable) de la vida de la criatura que una mujer lleva en su vientre. De modo que, como ya he tenido mis agarradas con algunos animalistas que desean que se acabe la caza en todas sus formas ( y la pesca en todas sus modalidades, la tauromaquia, en efecto los fuegos artificiales, la apicultura, la tauromaquia, la colombofilia, la colombicultura, el silvestrismo, la canaricultura, el pastoreo, el uso de perros como lazarillos, guarda, defensa, rescate y localización de drogas...), tengamos la fiesta en paz y sea que últimamente tengo tendencia a intentar situar los términos de toda posible discusión con los defensores de esta ideología dentro de los límites de la libertad humana (1), el beneficio económico que comporta una determinada actividad en que los animales son explotados (2), y tres (3), el valor artístico, antropológico, histórico, cultural y literario que entraña una determinada actividad en que el hombre usa de los animales para su divertimento.

Un par de ejemplos. El propio Savater es aficionado a la tauromaquia, pero más lo es a la equitación, a las carreras de caballos. Como él mismo reconoce, los buenos aficionados, los más entusiastas, se suben en un avión desde España y se plantan en Gran Bretaña para ver carreras de caballos. Yo, que no sé montar ni en burro, aplaudo esta afición: me parece cojonudo que tenga aficionados. Que los caballos sufren porque van a tope durante unos minutos, sí. Pero también sufren las mujeres en el momento del parto, sufren los enamorados por los reveses de su relación al deshojar las margaritas de rigor, sufren los boxeadores dando y sobre todo recibiendo hostiazos en el ring, y también sufre uno como humano cuando tiene que levantarse temprano para acudir a su puesto de trabajo, o cuando le aguarda una tonga de exámenes que corregir y te has jodido la salida de ese fin de semana. Los seres vivos sufren. 

Solo que en contra de lo que argumentan los animalistas, los buenos aficionados a las carreras de caballos no acuden a los hipódromos a ver cómo los veloces equinos llegan exhaustos a la meta, con la lengua fuera colgando y arrastrándola casi por la tierra. No. Tampoco los aficionados a la tauromaquia acuden a las plazas para ver sangrar al toro, para así disfrutar sádicamente con su sufrimiento, o para ser testigos de cogidas al torero -cogidas que, por cierto, en algunos animalistas despiertan sentimientos de este tipo: "Ojalá mueras de esta cogida, torero asesino, maltratador, sádico". Y aunque si por mí fuera la tauromaquia inevitablemente desaparecería porque al no ser aficionado a ella no la sigo ni aporto un céntimo a su sostenimiento, me parece bien que haya tauromaquia, me parece formidable que decenas de millones de aficionados repartidos entre España, Francia, Portugal, Colombia, Perú, México, Ecuador y varios países hispanos más mantengan la tauromaquia. Porque en todo caso, aunque yo no vaya a las plazas, a los hipódromos, a los canódromos ni tampoco a las galleras, si hay personas que tienen la afición de acudir, me nace respetar la libertad de todos esos aficionados.

El beneficio económico de todas las actividades en que el hombre usa o explota animales y que si fuera por las huestes del animalismo acabarían siendo prohibidas (absolutamente todas), está tan fuera de duda que considero innecesario deternerse sobre el particular. Pero bueno, brevemente: si de repente desaparecieran los pastores de cabras y ovejas que aún contra viento y marea perduran en España (tradición que se remonta a la noche de los tiempos), ¿de qué viviría toda esta gente? Si los propietarios de dromedarios de la subespecie canaria no tuviesen la oportunidad de destinar sus animales a actividades y atracciones turísticas (Timanfaya en Lanzarote, Dunas de Maspalomas en Gran Canaria, zoos y parques temáticos repartidos por el resto del Archipiélago), ¿los animalistas nos asegurarían que la subespecie canaria de dromedario iba a subsistir así como así?  Como también están en contra de que se empleen para labores agrícolas, así como rechazan que excepcionalmente pueda aprovecharse la leche de las hembras de esta especie de camélidos -que es exquisita y con muchas propiedades-, ¿para qué se iban a criar entonces? 

En tercer lugar (3), la importancia cultural, antropológica, histórica, estética, artística, etcétera, de la casi totalidad de las actividades en que el hombre usa de los animales, domésticos y no domésticos, es también tan indudable que no hace falta alguna pormenorizar sobre la misma.

Pero aún hay una cuarta (4) razón que no he dicho por la cual rechazo en bloque las movidas de los colectivos animalistas. A saber: sus seguidores proclaman que desean cambiar el mundo, hacerlo más justo, ético, humano, habitable, igualitario, pacífico. Ciertamente, proclamar tales propósitos a todos nos parece maravilloso, sin duda loable. Los animalistas aspiran a conquistar ese mundo y ofrecerlo así domeñado a todas las personas de buena voluntad implantando en la sociedad el respeto a los derechos de los animales.

Dejando para otra ocasión el debate sobre si los animales tienen propiamente derechos -aunque muy pero que muy difícil parece el demostrar que tienen obligaciones o deberes-, observemos que los animalistas, que sueñan con mejorar el mundo defendiendo esos que llaman derechos de los animales, son unánimemente partidarios del aborto. 

Dicho con gracia: ponen el grito en el cielo por la estabulación de las vacas o por el hacinamiento de las gallinas en las granjas, y no les tiembla el pulso a la hora de pedir aborto libre y gratuito. Los animalistas están por la prohibición de los fuegos artificiales, porque al parecer estresan a perros, pájaros y aves, y también a personas mayores o enfermas, y empero no pestañean ante la implantación social y cultural de la ideología de género y el feminismo supremacista responsables o causantes, entre otros desperfectos sociales, del invierno demográfico     que padecemos en España. Les duele la crueldad a que son sometidos los gallos en las galleras (en libertad, los gallos y los urugayos se pelen entre sí, por instinto), pero a la vez aplauden entusiastas las movidas LGTBIQ, el marxismo cultural, el ataque sistemático a la familia, el desierto demográfico, la invasión migratoria (la islamización de nuestra patria)... Sueñan con un mundo mejor, porfían, pero lo cierto es que ese mundo mejor con el que sueñan, en el que ya no habría ni lugar para mantener un corralito con una docena de gallinas para al menos comer sus huevos y un par de cabras que te produzcan leche con la que hasta puedas elaborar rico queso, se parece demasiado al mundo diseñado en la llamada Agenda 2030 por el NOM. 

Postdata (1). Finalizada la contienda civil, en España se pasó mucha hambre, mucha necesidad, especialmente en el llamado período de autarquía del franquismo (del año 39 al 59). Cartillas de racionamiento (en mi pueblo se las llamaba la gota de leche, aunque no sé bien si esa gota de leche era más bien para la atención pediatra temprana de los niños) y tenencia de animales en las azoteas de las casas y en solares y terrenos próximos. 

Esto es: para proveerse de leche, huevos y carne, casi todo el mundo mantenía un par de cabras, gallinas, pavos, patos, palomas, conejos... No se trata, en modo alguno, de reivindicar que eso vuelva a ser, no se trata de afirmar que ese tiempo fuera ideal y que por ende estuvo exento de injusticias, machismos, incultura, etcétera. No. Pero lo cierto es que la mayoría de las familias que tuvieron que salir adelante explotando cabras, conejos, palomas, pavos, patos y gallinas, eran familias numerosas. 

Hoy día sin embargo las huestes feministas que sueñan, aseguran, con un mundo mejor y que ponen el grito en el cielo por la explotación a que en su momento fueron sometidos todos esos animales que, empero, mataron el hambre de millones de españoles durante esos años de autarquía, desprecian la familia, como buenas feministas que son, desprecian la centralidad de la maternidad de la mujer, que para eso son feministas, por ser animalistas, en una suerte de retroalimentración que las mantiene conectadas a la llamada ideología perrofláutica.

Nuestras abuelas de entonces tuvieron muchos hijos, al precio de mucho sacrificio y te retorcerles el pescuezo a las gallinas para así cocinar con ellas un buen caldito, puchero o sopa. Las huestes animalistas ponen el grito en el cielo para lamentar la crueldad de nuestras abuelas, capaces de retorcerles el pescuezo a las gallinas para así sacar adelante una prole de 10 hijos, sin que ello les impidiera asistir a misa o rezar el Rosario (prácticas que por cierto las animalistas ignoran y desprecian). Algunas incluso dedicadas al considerado más viejo oficio del mundo ponen el grito en alguna parte lamentando que comerse los huevos de las gallinas es justificar la violación de estas por los gallos, al tiempo que estas mismas animalistas, que son a la vez feministas siendo que son anarquistas por derecho propio al tiempo que son globalistas proinvasión migratoria Welcome Refugiies, justamente con todo el derecho a serlo por ser ultralaicistas...

En fin, sueñan con un mundo más justo, dicen, pero resulta que lo hacen defenestrando todo lo que la Hungría de Viktor Orban potencia: la familia tradicional y fecunda, las raíces cristianas de Europa, las tradiciones, el freno a la invasión migratoria y a la islamización de Europa, el freno a la ideología de género y al feminismo supremacista. 

Desde luego, sin idealizarla en absoluto prefiero la revolución de nuestros abuelos que se vieron en la necesidad de mantener cabras, gallinas y conejos con que garantizar, para subsistir, leche, carne y huevos, a la re-evolución actual del movimiento animalista. Así supieron pasar el período difícil de la autarquía, y ya en la década de los sesenta y setenta España conoció un gran desarrollo económico, que impulsó la natalidad, un esperanzador baby boom. Hoy por hoy, sumergida España en un gélido invierno demográfico, bajo la putrefacta bota, cada día más totalitaria y sectaria, de un desgobierno socialcomunista, aunque haya activistas del animalismo tan convencidos de la que consideran verdad necesaria con que defender los derechos de los animales aun al precio de dedicar considerables cantidades de dinero, generosidad y tiempo a la causa, prefiero la contrarrevolución de la actual Hungría y de la actual Polonia, y en parte la de la actual Rusia de Putin y la de la Europa del Este.

Para mi país España me gustaría una contrarrevolución como esta.

Postdata (2). Si los animalistas llegasen al poder en España con mayoría absoluta se empeñarían en obligarnos a todos a ser vegetarianos o veganos, dieta sin duda discutible desde un punto de vista nutricional pero sobre todo muy poco ecológica, muy poco respetuosa con la dinámica de los ecosistemas, y por cierto muy recomendada por los mandarines o gerifaltes del Nuevo Orden Mundial, que están empeñados en que dejemos de comer carne de origen animal y la sustituyamos por carne de soja (por cierto, legumbre que agota y agosta drásticamente las tierras de cultivo y que a la vez desforesta miles de hectáreas de selva y bosque). Mandarían al paro a millones de personas que actualmente viven de la tauromaquia, la ganadería, la pesca, la apicultura, las carnicerías y pescaderías... Prohibirían terminantemente que se les pudiera cortar el rabo a los cachorros de Bóxer y también que pudieran destinarse perros a la guarda de fincas y propiedades, pues tal secular cometido estresa a los perros y al parecer lesiona sus derechos inviolables, entre los cuales el primero sería que un perro no es propiedad de un humano y sí dueño de sí mismo. Acabaría desapareciendo la especie autóctona de la abeja negra canaria, pues la apicultura se prohibiría también. Y las subespecies canarias de burro y de dromedario también desaparecerían o peligrarían gravemente, pues qué románticos criadores iban a criar burros y dromedarios desestimando el poder sacar algún rendimiento económico de sus dromedarios y burros empleándolos en atracciones turísticas. Al prohibirse absolutamente la caza se ocasionarían desastres en los ecosistemas, como periódicamente ocurre con las poblaciones de castores en toda Norteamérica (USA, Canadá, Alaska); como ocurriría con las poblaciones de lobos, liebres, conejos, muflones, ciervos, jabalíes, palomas, etcétera, en España. 

Frente a este delirio marca de la casa del Nuevo Orden Mundial, me gustaría para España una contrarrevolución como la actual de Polonia y de Hungría, para lo cual es imprescindible ir expulsando de las instituciones a sociatas, podemitas, errejonistas, separatistas, animalistas, nacionalistas canarios de izquierdas y resto de perroflautas, sacamantecas y cantamañanas del NOM.


29 de junio, 2021. Luis Henríquez Lorenzo: profesor de Humanidades, educador, bloguero, escritor, militante social.   

      



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